Las noches de los años ochenta no tienen fin y uno de los sitios donde se manifestaba esa fuerte vivencia nocturna, con todas sus luces y sombras, era en las playas del este de la ciudad. Allí acudían no solo los residentes de lugares cercanos como Guanabo, Santa María del Mar, Guanabacoa o Peñas Altas; era también donde recalaban muchos habaneros seducidos por las propuestas de los cabarets de aquella zona, a los que acudían lo mismo mientras disfrutaban de sus vacaciones o cuando querían vivir una experiencia única.
Esa es la definición de las propuestas de lugares como Pino Mar, Mar Azul, El trébol, Guaicanimar y otros que tal vez no poseían el glamur o la prestancia de los del centro de la ciudad, pero que cultivaron un público, fama, y sobre todo se convirtieron en el refugio alternativo de algunas grandes figuras de la canción, así como de otros formatos como cuartetos y orquestas.
Aquel conglomerado de lugares era dirigido musicalmente por un solo hombre, que asumía la dirección musical y general de todos, y lo más importante, imprimía a cada uno de ellos una personalidad muy particular aunque siempre asomara su toque; hablo del pianista y compositor José Manuel Solís, o simplemente Meme Solís.
Ciertamente los foros de estos espacios no eran, ni por asomo, cercanos en capacidad y facilidades a sus semejantes ubicados en los más importantes hoteles de la ciudad, y mucho menos Tropicana. Aquella carencia se suplía con creatividad y mucho ingenio.
Lo primero que distinguía a estos sitios era la diversidad de su propuesta musical. Por todos era conocida la devoción de Meme a un formato vocal como los cuartetos, por lo que en cada uno de ellos colocó a los más importantes cuartetos de aquel momento: Los Modernistas, donde destacaba la voz de Lourdes Torres; Génesis, Los cuatro, y otros cuyos nombres se han perdido en la memoria o simplemente eran armados para funcionar en la propuesta musical diseñada.
“Aquel conglomerado de lugares era dirigido musicalmente por un solo hombre, que asumía la dirección musical y general de todos (…): el pianista y compositor Meme Solís”.
A cada una de estas formaciones Meme le preparaba un repertorio suficientemente ecléctico e interesante donde explotaba al máximo las cualidades vocales de sus integrantes. Hubo momentos en que se arriesgó a que algunos de ellos no solo cantaran en inglés, portugués o francés, sino que parte de ese repertorio era interpretado a cappella.
Después estaban los solistas que reclutaba para cada uno de esos lugares. Pactaba con muchos de ellos de modo tal que su presentación en aquellos espacios no interfiriera con su trabajo en otros sitios —no olvidemos que el cabaret era la principal fuente de empleo de parte importante de solistas y agrupaciones en los años setenta y ochenta—; esas presentaciones eran por norma general los jueves y ocurrían de modo escalonado. Hubo oportunidades en que en Pino Mar coincidían en el mismo escenario Héctor Téllez y Farah María; y lo más importante, ejecutaban un repertorio distinto al habitual, preparado por Meme, quien se permitía acompañarlos al piano.
Ese era, realmente, uno de los platos fuertes de aquellos espacios. Pero también había algo más, que a la luz de los años se puede considerar un elemento renovador dentro de la dinámica del mundo del espectáculo nocturno cubano de entonces: las minirrevistas musicales que preparaba con actores que pertenecían al Teatro Musical de La Habana —con anterioridad, muchos de ellos habían formado parte del elenco del teatro Martí—.
Para ello contaba con el talento de actores de cabecera como Lina Ramírez, Litico Ramírez, Jorge Lozada, Carlos Moctezuma, Natalia Jiménez, Cirita Santana y una larga relación de nombres. Para cada propuesta de este tipo Meme escribía la música y las líneas generales del monólogo en caso de que así fuera o del cuadro en cuestión. En otras oportunidades se apoyaba en obras del teatro cubano, tanto clásico como contemporáneo, y partía de ellas para su trabajo. Todo esto sin cortar la creatividad de esos actores a los que dejaba espacio suficiente para “sus morcillas”.
Una característica de sus propuestas es que no abusó de los personajes del teatro vernáculo cubano. Él había comprendido que el negrito, el gallego y la mulata pertenecían a un espacio distinto dentro del mundo cultural y nocturno de la Isla.
Uno de sus espectáculos más famosos, y que aún muchos recuerdan, fue Cuatro voces, cuatro manos en el cabaret Pino Mar, basado solamente en la presencia de cuartetos en el escenario y de dos pianistas acompañándolos en determinados temas de su repertorio.
Otra particularidad importante de los cabarets “de las playas del este”, como todos les llamaban, estaba en sus shows finales, que siempre corrían a cuenta de una orquesta bailable. En la mayoría de los espacios, estos se extendían casi hasta el amanecer, por lo que muchos de los asistentes comenzaban su siguiente día, o terminaban el día, en la playa disfrutando de un baño de mar.
A nadie debía sorprender que muchos noctámbulos cruzaran el túnel de La Habana o la Vía Blanca desde Regla y Guanabacoa, después de las dos a. m., para terminar la fiesta en la playa. Y no era para menos, los cabarets del centro de la ciudad concluían su programación a las dos de la mañana y a esa misma hora finalizaba el primer show en la playa, que por norma general comenzaba a las 11 de la noche.
Así marchaba la vida nocturna, o debemos decir el mundo del cabaret, en una parte importante de la ciudad.
Sin embargo, ya es tiempo de que nos acerquemos a los dos espectáculos nocturnos más trascendentes y atrevidos de aquellos años, que se presentaban en el salón Copa Room del hotel Riviera y en el Caribe del hotel Habana Libre.
La noche aún es joven.