A 60 años de Palabras a los intelectuales
Las revoluciones en estado de ebullición precisan de un momento de meditación, o como diría Armando Hart, de un momento de filosofía. Y en la efervescencia del cambio o la fraguada transformación, los episodios épicos (lo son, en buena medida, por la carga emocional que desprenden) han de llevar consigo una especie de impulsión histórica sobre la que se sostienen. La Revolución cubana es verdadera porque ha sido intensa; ha devenido referente para los pueblos del mundo y los hombres que luchan por liberarse de los yugos, por proteger sus símbolos, por salvaguardar la identidad y asegurar —por el bien de los hijos y el porvenir— los valores que sustentan los hilos de la Revolución.
La épica revolucionaria cubana —convertida en brújula para muchos, vista por algunos como cosa del pasado, vivencia de un presente desafiante para otros— guarda momentos trascendentales, definitorios, impulsores de nuevos aires propiamente revolucionarios. Es algo continuo, indetenible cual marcha constante en busca de un futuro que supere el momento que se vive, hacia la consecución de un fin, por hacer realidad los sueños del hoy. Es una aspiración, un derrotero, un horizonte. Así son las revoluciones originales, autóctonas, frutos de lo que pudiéramos llamar, pensando en Mariátegui, creaciones heroicas. Así es la Revolución cubana, descubridora por sus propios métodos, no solo de los fundamentos de los que se ha nutrido, sino de los caminos que ha recorrido y habrá de recorrer.
Y en esos caminos ocurren sucesos sumamente importantes y necesarios (son los momentos trascendentales), esos que perduran y hacen parte esencial de la épica revolucionaria. Hace 60 años uno de esos episodios tuvo lugar y al cabo del tiempo transcurrido, adquiere impresionante actualidad. Hablo de aquellas palabras pronunciadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro en la Biblioteca Nacional el 30 de junio de 1961, conocidas como Palabras a los intelectuales. Estas han devenido plataforma de pensamiento de la política cultural de la Revolución.
No hablamos de un hecho aislado dentro de la épica revolucionaria, estamos en presencia de un componente vital de la Revolución cubana; ella en sí misma es cultural y su contenido fue forjado en una tradición de lucha, de pensamiento y acción revolucionaria. La Revolución, sentida y pensada, es resultado de una cultura cimentada en raíces muy profundas. Palabras a los intelectuales es expresión genuina de esa tradición que ha sabido enarbolar las banderas de la masa pujante del pueblo y ha permitido que la identidad cubana se preserve así como nuestra cultura de resistencia.
“(…) asirnos a una plataforma descolonizadora como estas medulares palabras de Fidel, es deber de hoy y mañana”.
En un contexto tan hostil, donde la batalla por la dignidad humana hay que librarla tanto en las calles como en las redes sociales, la cultura se levanta como pilar esencial para la salvación del ser humano. En ese sentido Armando Hart nos advirtió que: “donde no esté la cultura, está el camino a la barbarie”. Defender nuestra cultura precisa dar una batalla cultural a fondo contra los valores enajenantes del capitalismo, creando así una nueva hegemonía. De ahí que debamos trabajar por conformar un frente de pensamiento común anticapitalista que movilice a la intelectualidad que ha sido excluida por el poder hegemónico y que sea capaz de generar contenidos de carácter verdaderamente descolonizadores, que doten a las personas de referencias culturales sólidas en un mundo cada día más ganado por el consumismo y la banalidad.
¿Y dónde queda nuestra intelectualidad, qué retos tiene? Como expresamos hace un tiempo, la intelectualidad cubana es necesario contextualizarla desde la propia existencia en Cuba de una Revolución. Partimos de ahí: la Revolución no es cosa del pasado, no es un ente abstracto sin vida, no duerme el frío letargo del sinsentido; y es sin dudas, desde su canto victorioso, una auténtica Revolución cultural. El valor de la cultura en ella alcanza una elevada expresión de defensa y garantía de supervivencia (al decir de Fidel, la cultura es escudo y espada de la nación, es lo primero que hay que salvar); y en su propagación, nos enseñó Martí, está la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios. En Cuba, Revolución y Cultura forman un cuerpo teórico que cobra vida en la alternativa socialista que asumimos; ello desde criterios sólidos, coherentes, bien definidos y lúcidos.
Cuba está en medio de un proceso eminentemente revolucionario, cambiante y transformador de aquellos extremos que deben ser cambiados sobre la base del sentido del momento histórico (nótese que aludimos a la definición de Revolución dada por Fidel, porque por cambiar cualquier cosa se cambia, pero ¿sería un cambio revolucionario?). Por supuesto que, en estos cambios, asumen un protagonismo notorio los políticos, la vanguardia política, y entonces, ¿dónde queda esa intelectualidad que ha de cuestionarse, criticar (entiéndase el ejercicio del criterio, definición martiana), proponer, advertir, buscar soluciones a problemas dados?; he ahí un elemento cardinal: el intelectual tiene dos caminos: o hace su creación fuera de lo esencial o coloca su intelecto al servicio de la obra común y colectiva en construcción. Es decir, el intelectual es revolucionario o no lo es; su creación puede estar o no al servicio de la Revolución, del pueblo, de la cultura que en los canales de la cotidianidad se va sembrando.
Ese intelectual que asume, primero que vive una Revolución, y luego que su quehacer, para ser revolucionario, tiene que implicarse plenamente en la vida cambiante del país; para así hacer parte de la forja continua de una cultura renovada, enriquecida, contentiva de valores que responden a un tiempo histórico, a paradigmas, a criterios éticos y estéticos cada vez más liberadores y dignos; que contribuyan a la construcción y desarrollo de la sociedad en Revolución con su pensamiento, su creación, su propuesta; o sea, el intelectual que vive de sí. Sin embargo, el que con apatía, escepticismo, hipercriticismo (es un mal caracterizado por el egoísmo, la exageración, la deslegitimación), se aparta y autoexcluye; incita a destruir lo revolucionario de verdad. Muchas veces estos intelectuales utilizan garantes muy nobles como lo nocivo del dogmatismo, los desvaríos que en el proceso de la Revolución se cometan, las fisuras existentes, las zonas sensibles de la sociedad; para atacar así a la propia Revolución.
Pero su postura hipercrítica pasa por la desacreditación a ultranza de los cambios y transformaciones que hemos realizado en Cuba en los últimos años; no hace parte del esfuerzo común y la unidad revolucionaria. Asume un falso concepto de “revolucionario”; y solo se contenta con una crítica despiadada y favorable al enemigo de la Revolución. Es fácil tocar las llagas sociales y apretar para que sigan sangrando en vez de hacer algo por cambiar la realidad; es fácil intentar deslegitimar al gobierno, “cuestionarlo todo”, hacer ver que lo que hacemos en el país está mal. Es fácil ver las manchas del sol y abdicar de la ética con que un cubano revolucionario debe actuar. Posturas centristas que dañan y advierten una fragilidad conceptual. Ahí es donde nos hace falta la lucidez, darnos cuenta de que este tipo de intelectual no es el burdo, impúdico y torpe contrarrevolucionario, mercenario, sino una especie de tigre que esconde sus garras en terciopelo pero que igual obtiene sus beneficios de ese enemigo histórico.
“El intelectual tiene dos caminos: o hace su creación fuera de lo esencial o coloca su intelecto al servicio de la obra común y colectiva en construcción. Es decir, el intelectual es revolucionario o no lo es”.
En Cuba tenemos una intelectualidad revolucionaria, heredera de una tradición de lucha en la que la creación ha sido parte integrante de la propuesta revolucionaria. Y esta intelectualidad, si bien tuvo antes del triunfo revolucionario en 1959 excepcionales exponentes, no será hasta el triunfo en sí y lo que trajo consigo, que se irá introduciendo en la vida transformadora del país, y su creación intelectual se irá permeando del ambiente revolucionario de entonces. A eso contribuyó mucho el discurso de Fidel conocido como Palabras a los intelectuales. Nótese que esto se da cuando ya se ha declarado el carácter socialista de la Revolución, y ante las dudas (lógicas y necesarias) de artistas e intelectuales sobre los derroteros de la creación, las cuestiones estéticas, etc., demandas propias de los creadores, se traza una política, por un intelectual de la talla de Fidel, que aprendió de Martí. Era la política cultural de la Revolución.
Volver sobre Palabras a los intelectuales, revisitar el contexto histórico de entonces y adecuarlas a este que vivimos; hace parte de un deber que artistas, intelectuales, políticos y pueblo en general tienen en medio de una crisis humanística que degrada al ser humano y lo convierte en bestia; de un escenario de convivencia internacional eminentemente nocivo, bajo la dominación de un capitalismo terrible que continúa destruyendo la vida en la Tierra y despojando a los pueblos de sus identidades, culturas y valores propios.
Revisitar Palabras a los intelectuales precisa de nosotros un ejercicio de pensamiento que nos permita adecuarnos al momento presente, a los códigos nuevos de la comunicación y la información, a los escenarios de lucha ideológica y cultural. La guerra es cultural, y ante la burda pretensión neoliberal e imperialista de reinstaurar el sistema capitalista en Cuba, someter a los pueblos de nuestra América y fracturar sus identidades; asirnos a una plataforma descolonizadora como estas medulares palabras de Fidel, es deber de hoy y mañana.