A 40 años de la crisis migratoria del Mariel y del fin de la administración Carter (III parte y final)
8/5/2020
Las conversaciones del 12 de septiembre y la solución de la crisis del Mariel
A inicios de septiembre de 1980, volvió a Cuba, esta vez solo, Petter Tarnoff quien, acompañado de Wayne Smith, se reunió con Fidel en horas tempranas de la mañana del día 12 de ese mes en el Palacio de la Revolución. ¿Por qué no acompañó Pastor a Tarnoff en ese viaje? Según el propio Pastor, como Tarnoff llevaba un corto mensaje conciliador de Carter a Fidel con la petición de que se cerrara el Mariel, Brzezinski sintió que no era necesario que él acompañara nuevamente a Tarnoff en su viaje a Cuba.[1] Sin embargo, para Wayne Smith la causa fue otra:
El Consejo de Seguridad Nacional había estado fuera de la decisión. Pastor había dejado claro en junio que ellos pensaban que ofrecer una negociación sobre la base de asunto por asunto (issue-by-issue) antes de dar pie al cierre del Mariel era demasiado blando. ¿Pero, qué era lo que exactamente ahora nosotros estábamos ofreciendo? Cuba cerraría el Mariel y los Estados Unidos estarían listos después para negociar los diversos desacuerdos entre nosotros, incluyendo los principales intereses de los cubanos, sobre la base de asunto por asunto (issue-by-issue).[2]
En la conversación sostenida Tarnoff entregó al líder de la Revolución cubana un mensaje íntimo de condolencias de Carter por el asesinato del diplomático cubano Félix García. García había sido baleado en las calles de New York el día anterior por un individuo al parecer vinculado a la organización terrorista y anticubana Omega 7.[3] A continuación, Tarnoff abordó ampliamente con Fidel Castro los problemas que el tema de los “refugiados cubanos” estaba provocando a lo interno de la sociedad estadounidense y los efectos negativos de esta situación para las aspiraciones de reelección de Carter, sobre todo en un estado tan decisivo como la Florida. También expresó que en cuanto a la mejora de las relaciones con Cuba la determinación personal de Carter era hacer todo lo que pudiera para invertir la marcha de los últimos 21 años y de los últimos meses.[4]
El enviado de Washington expresó a Fidel que Estados Unidos estaba dispuesto, en principio, a tratar cualquier cuestión que Cuba estuviera dispuesta a plantear en las discusiones acerca de las relaciones bilaterales y acerca de otros temas de preocupación para ambos gobiernos, pero destacó que el momento no era propicio en particular para entrar en las causas más profundas y arraigadas de los problemas bilaterales, pues exigían mucho tiempo y ningún lado sacaría ningún beneficio al entrar en tales negociaciones en los próximos meses. De esta manera, Tarnoff sugirió un proceso en dos etapas, con ciertas negociaciones y acciones a empezar inmediatamente y otras que estarían diferidas hasta principios del año 1981, cuando se conocieran ya los resultados de las elecciones en los Estados Unidos. Concretamente, Tarnoff, en nombre de su gobierno, propuso que Cuba diera los siguientes pasos:
1- Parara el flujo de emigrantes hacia Estados Unidos vía Mariel.
2- Aceptara la devolución de Estados Unidos de personas confirmadas, por funcionarios consulares o de emigración, como deseosas de volver a Cuba.
3- Aceptara la iniciación de negociaciones entre funcionarios de emigración de Cuba y de Estados Unidos, y que tales negociaciones comenzaran de manera reservada, confidencial, en Nueva York, antes de fines de septiembre, en aras de llegar a un acuerdo sobre un programa de salidas ordenadas que podría reglamentar la emigración desde Cuba a Estados Unidos.
4- Como parte de esta negociación en Nueva York, que Cuba consintiera considerar, en principio, el retorno a Cuba de personas que habían llegado a Estados Unidos por el puente marítimo desde el Mariel pero que habían sido halladas inelegibles para entrar bajo las leyes y reglamentos existentes en Estados Unidos.
El enviado de Washington también expresó a Fidel que, si Cuba estaba dispuesta a tomar estas acciones, Estados Unidos inmediatamente tomaría las siguientes decisiones:
1- Comenzaría conversaciones con Cuba sobre la restitución del acuerdo sobre piratería aérea.
2- Empezaría inmediatamente conversaciones con Cuba sobre un acuerdo que permitiría el servicio aéreo regular entre Cuba y Estados Unidos.
3- Inmediatamente empezaría la consideración seria de un listado de medicamentos que podrían ser eximidos del embargo.
Además de lo ya dicho, Estados Unidos estaría de acuerdo en que no más tarde del primer trimestre del año 1981 se celebraran, entre representantes de Estados Unidos y Cuba, conversaciones de suficiente amplitud como para cubrir todos los aspectos de las relaciones bilaterales y preocupaciones mutuas.
Seguidamente Fidel, al intervenir en el encuentro, hizo un amplio análisis de los peligros que representaba para Cuba y para el mundo el triunfo de la plataforma programática del Partido Republicano en las elecciones de noviembre. Como respuesta a las propuestas de Carter, Fidel hizo énfasis en que no estaba pensando en una negociación en ese momento, sino en proponer una serie de medidas unilaterales relacionadas con los asuntos que le preocupaban a Carter y aceptar los puntos, sobre todo el cuarto (sobre las conversaciones globales entre Estados Unidos y Cuba para el primer trimestre de 1981), que sería considerado como una promesa. El líder de la Revolución cubana le hizo saber al enviado de Carter que se reuniría con el Buró Político para intercambiar impresiones y le informaría antes de su partida a los Estados Unidos sobre los pasos que daría Cuba.
La confirmación de las medidas que tomaría Cuba se la dio Fidel a Tarnoff en la noche de ese propio día 12 de septiembre cuando volvieron a reunirse. La primera medida sería la publicación de una declaración en el periódico Granma donde se advertiría categóricamente que, de producirse nuevos secuestros de aviones en territorio estadounidense con el objetivo de desviarlos hacia Cuba, las autoridades cubanas tomarían medidas penales drásticas contra los autores, o bien serían devueltos al territorio de los Estados Unidos para ser juzgados en ese país. Con esa declaración se pensaba frenar totalmente los secuestros. Como segundo punto, Cuba liberaría a 33 presos estadounidenses, condenados en la Isla por delitos como tráfico de drogas, secuestros de aviones, actividades contrarrevolucionarias, entre otras actividades penadas por la ley. Como un tercer paso, el gobierno cubano detendría, desde el 25 de septiembre hasta el 4 de noviembre, la salida del Mariel, reservándose la potestad de valorar su reapertura o no después de esa fecha. Como cuarto punto, el cual se había conversado ya en la mañana de ese día, Cuba autorizaría la salida del país de un grupo de los individuos que habían penetrado en la Oficina de Intereses de Washington en La Habana, algunos que poseían doble nacionalidad y otros que no estaban en esas categorías pero que habían manifestado su deseo de salir de la Isla al ritmo que Estados Unidos estimara conveniente. Finalmente, como quinto punto Fidel destacó que Cuba seguiría desarrollando gestiones internacionales, como conversaciones con los soviéticos y con los países del Tercer Mundo, con la idea de ayudar a evitar problemas que pudieran perjudicar la situación interna en los Estados Unidos, así como algunas gestiones para tratar de influir sobre los iraníes para que liberaran a los rehenes estadounidenses. Estas gestiones serían discretas, concretas, previendo pudieran afectar a la administración de Carter. [5]
Como parte de los pasos que Cuba había decidido dar, el 16 de septiembre salió la nota en Granma advirtiendo que, de producirse nuevos secuestros de aviones en Estados Unidos con el objetivo de regresar a Cuba, las autoridades cubanas tomarían medidas penales drásticas o bien los responsables serían devueltos al territorio norteamericano,[6] las actividades del Mariel fueron suspendidas el 25 de septiembre, y el 13 de octubre de 1980 Ramón Sanchez-Parodi, jefe de la Oficina de Intereses de Cuba en Washington, anunció en esa capital que se dejaría en libertad a todos los presos norteamericanos encarcelados en la Isla.
Con todo, la crisis del Mariel no dejó de tener un impacto político nocivo para Carter, pues fue un problema más que, unido al frustrado intento de rescate de los rehenes estadounidenses en su embajada en Irán, los éxitos de los movimientos revolucionarios y progresistas en Centroamérica y el Caribe, las fricciones con los aliados de Europa Occidental provocadas por la reacción estadounidense frente a la invasión soviética a Afganistán, el descontento de sus aliados por la fallida misión de rescate de los rehenes estadounidenses en Irán, y las dificultades de la economía doméstica norteamericana, cerró el capítulo de Carter en la historia de los Estados Unidos y abrió el de la nueva derecha neoconservadora bajo la presidencia de Ronald Reagan.
Así lo reconocería Carter tras su derrota en las elecciones del 3 de noviembre de 1980, frente al ala más reaccionaria del Partido Republicano que representaba Ronald Reagan:
El problema de los refugiados nos ha perjudicado fuertemente. No fue solo en la Florida, sino a través del país. Fue un problema candente. Nos hizo lucir impotentes cuando recibimos esos refugiados desde Cuba. Pienso retrospectivamente que manejamos la situación de forma apropiada. Los tomamos, tratamos de restringir el flujo y hacer cumplir la ley norteamericana. Finalmente obtuvimos a través del Congreso alguna recompensa financiera para las comunidades que tenían que soportar la carga financiera. Pero (…) mirando atrás estos últimos seis meses, no veo nada que pudiéramos haber hecho de forma diferente o mejor, pero hubo un costo político a como manejamos esto.[7]
Pero hay otro elemento que contribuyó a la pérdida de Carter en las elecciones de noviembre de 1980: durante sus dos últimos años de gobierno, Carter dio una imagen de falta de liderazgo, de vacilaciones, incoherencias y contradicciones internas que obraron en función de la victoria de Reagan, quien logró aglutinar a toda la derecha. Esta derecha, además, logró articular muy bien sus críticas contra el mandatario demócrata. En lo externo se le criticaba por no concluir con dureza las diferentes crisis como la del Mariel y la de los rehenes en Irán, así como por no haber evitado que se le fueran de las manos Nicaragua, Granada, Afganistán e Irán, mientras que en lo interno, fundamentalmente, por el llamado Billy Carter Affair o Billygate,[8] el elevado déficit fiscal, el desempleo que alcanzaba al 8 % de la población y la tasa inflacionaria que ascendía al 7,6 %. Sin embargo, hay que decir que el elemento más importante, que dio el tiro de gracia final a la posibilidad de triunfo de Carter en las elecciones, fue su incapacidad para lograr la liberación de los norteamericanos mantenidos como rehenes en Teherán. Hasta el último momento la administración Carter estuvo intentando llegar a un acuerdo con el gobierno de Irán, pero su fracaso en este objetivo solo contribuyó a aumentar su descrédito ante los electores. Numerosos analistas y políticos norteamericanos proponen la tesis de que elementos republicanos montaron contactos paralelos secretos con representantes iraníes para impedir que la administración de Carter pudiese llegar a un acuerdo con Irán para la liberación de los rehenes, socavando así la actuación del gobierno de Estados Unidos.[9]
El destacado investigador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira respalda esta hipótesis aportando numerosos argumentos y datos. Según sostiene en uno de sus brillantes libros, miembros de la CIA como William J. Casey, Robert C. McFarlane, Donald Gregg y Robert M. Gates sostuvieron, en nombre del equipo Reagan-Bush, varias reuniones secretas con los iraníes en Madrid y Ámsterdam, y les ofrecieron mejores ventajas que las que estaban negociando los hombres de Carter. El propio candidato a vicepresidente George Bush viajó clandestinamente a París para dar garantías suficientes a los iraníes de sus propuestas y fijar el acuerdo.[10]
Además de un mayor suministro de armas, Bush se comprometió a liberar los activos financieros de Irán congelados en los bancos estadounidenses y a entregarles dos millones de dólares. De esta manera, “solo a las 12:30 horas del 20 de enero de 1981, media hora después de la investidura de Reagan en la presidencia, partieron dos aviones del aeropuerto de Mehrabad, en Teherán, llevando a los rehenes a los Estados Unidos, tras 444 días de crisis”.[11]
Wayne Smith es del criterio de que, si Carter hubiera salido reelecto, se hubiera alcanzado la normalización de las relaciones, así nos lo hizo saber en una entrevista:
Yo firmemente creo que, si Carter hubiera sido reelecto, nosotros hubiéramos alcanzado la normalización de las relaciones con Cuba. El Consejo de Seguridad Nacional había quedado fuera de las decisiones y Carter estaba de acuerdo en que, si Fidel cerraba el Mariel, los Estados Unidos comenzarían el tipo de negociación asunto por asunto que el proceso necesitaba. La atmósfera era conducente a la normalización, y no solo del lado de Estados Unidos. Castro también había llegado a la comprensión de que era mucho mejor tratar con Carter que con Reagan, y por eso estaba inclinado a moverse en esa dirección.[12]
Pese a la valoración de Smith, consideramos que de haber sido reelecto Carter en las elecciones de noviembre de 1980 no le iba a ser nada fácil normalizar las relaciones con Cuba dentro de un entorno internacional tan desfavorable para ello. La Guerra Fría había retornado vehementemente al escenario internacional y esta, desdichadamente, enturbiaba las relaciones cubano-estadounidenses. No fue casual que las intenciones de llegar a algún tipo de entendimiento con Cuba hubieran salido a relucir en momentos en que tenía lugar una relativa distensión entre la URSS y los Estados Unidos. Así fue durante la administración Kennedy en el año 1963, la administración Nixon ―especialmente en el Congreso―, la administración Ford y la administración Carter. Mas para 1980 la realidad internacional era bien distinta. Eso explica también que, antes de abandonar la Casa Blanca, Carter dejara recomendado a su sucesor la amenaza militar a Cuba, aunque, a decir verdad, a su sucesor no le hacían falta muchas recomendaciones para seguir los rumbos más agresivos en relación con la cuestión cubana. En directiva presidencial del 15 de enero de 1981, referente a las Modificaciones de la Estrategia Nacional de los Estados Unidos, el aún presidente de los Estados Unidos señaló:
La proyección soviética de poder en la región del Caribe, con la asistencia de Cuba, en los dos últimos años ha creado otra área de mayor preocupación en materia de seguridad. (…) es necesario lograr silenciosamente una presencia militar más fuerte en la región mediante cambios graduales en nuestras actividades de ejercicios militares y destacando las fuerzas estadounidenses en la parte sudoriental de los Estados Unidos y sus territorios en la región, lo que será percibido por Cuba y la Unión Soviética como prueba de nuestra determinación de limitar la influencia soviética y cubana en la región.[13]
Se hace entonces evidente que, si bien Carter estaba valorando un acercamiento diplomático a Cuba en caso de salir reelecto, este iría acompañado de la amenaza militar a la Isla para proteger los intereses fundamentales de Estados Unidos en la región. Otro elemento para pensar con poco optimismo en la posibilidad de un entendimiento entre Estados Unidos y Cuba. La manida política estadounidense del garrote y la zanahoria no había dado resultado ninguno con Cuba.
No obstante, la administración Carter cerró prácticamente sus últimos días conversando con Cuba sobre el tema migratorio. En diciembre de 1980 se había desarrollado una ronda de conversaciones, en Nueva York, entre representantes de ambos países sobre la base de una amplia agenda de asuntos migratorios, incluida la repatriación de un grupo de Marielitos considerados “indeseables”. La segunda ronda de conversaciones tuvo lugar entre el 12 y el 16 de enero de 1981 en Washington. Por la parte norteamericana participaron Frank Loy, funcionario del Departamento de Estado con rango de subsecretario a cargo de los asuntos migratorios y de refugiados; Phil Chicola, ayudante de Loy; Michael Kouzac, asesor jurídico del Departamento de Estado, y Myles Frechette, jefe del Buró de Asuntos Cubanos de ese departamento. La delegación cubana estuvo integrada por José Luis Padrón, José A. Arbezú, Alberto García Entenza y Antonio de la Guardia. Las conversaciones tuvieron lugar en la residencia de Loy. A pesar del evidente “deseo de la parte norteamericana de llegar a un acuerdo lo antes posible, presionados por el cambio presidencial, a fin de presentarlo como una victoria de la administración Carter”, las conversaciones naufragaron en el vacío, pues cualquier acuerdo y la continuación de las negociaciones dependían de la posición que adoptara la administración Reagan. No obstante, estas conversaciones sirvieron de adelanto y antecedente de las que luego tendrían lugar durante el mandato republicano. “Las conversaciones en esta segunda ronda ―señalaba el informe cubano―, al igual que en la primera, fueron tensas y laboriosas en tanto transcurrieron en un clima cordial y de respeto mutuo”.[14]