A 20 años de su partida: Don Gregorio Fuentes en la memoria
Tuve la satisfacción de conocer a Gregorio Fuentes. Rondaba él los 90 años cuando conversamos largamente en el portal de su hogar en Cojímar, para una entrevista que finalmente no supe si se publicó, pero me dejó la dicha de intercambiar con quien era ya un personaje legendario. Entonces era aún un viejo de antebrazos duros y configuración física igualmente firme, muy sencillo y que, conocedor de que su condición de patrón del yate Pilar, de Hemingway, lo había hecho famoso, se explayaba en anécdotas. Luego —muchos años después— lo volví a encontrar en su cumpleaños 102, celebrado en el restaurante La Terraza, de Cojímar, ocasión en que reporté para la ya desaparecida revista Bitácora. Esta vez su dinamismo se había aplacado y el viejecito era conducido en silla de ruedas. Se podía avizorar ya la inminente caída del formidable roble.
Hombre de mar, pescador, patrón, compañero inseparable de Ernest Hemingway cada vez que Papa se encaramaba en el Pilar y salía de pesca, nuestro lobo de mar inmortalizado en la obra de un Premio Nobel de Literatura, tuvo el privilegio de vivir en tres siglos: nació en Lanzarote, Islas Canarias, el 11 de julio de 1897 y murió en Cojímar, La Habana, el 13 de enero de 2002, es decir, 104 años después.
Don Gregorio alcanzó a ser conocido en toda Cuba y más allá, sin proponérselo, solo contando una y otra vez esa relación de patrón-patrono (lo primero él, lo segundo Hemingway) devenida hermandad, también válida para una novela, porque el escritor admiró en su servidor al hombre recto, leal, valiente, conocedor del oficio, para quien la amistad era un sacramento. Curiosamente, no lo aseguramos, solo lo repetimos, el capitán Grigorine (así lo llamó Hem) nunca leyó El viejo y el mar, porque sencillamente no sabía leer.
“Don Gregorio alcanzó a ser conocido en toda Cuba y más allá, sin proponérselo, solo contando una y otra vez esa relación de patrón-patrono (…) devenida hermandad, también válida para una novela, porque el escritor admiró en su servidor al hombre recto, leal, valiente, conocedor del oficio, para quien la amistad era un sacramento”.
Gregorio, unos pocos años mayor que Ernesto, lo sobrevivió en cuatro décadas. Pero, ancianito aunque no tan frágil, nunca olvidó a un jefe y amigo cuya inmanencia en la literatura internacional intuyó perfectamente. Cada nuevo cumpleaños se convertía en fecha de holgorio y celebración para la pesca deportiva. Gregorio aceptaba el suceso con su sonrisa y su habano.
La historia cubana de Gregorio se inicia en 1903 cuando, con seis años, embarca hacia Cuba con su padre, cocinero de a bordo. El padre murió en un accidente durante la travesía y el chico creció solo, hecho hombre prematuramente, en el poblado costero de Casablanca.
Es Hemingway quien escribe en El gran río Azul, julio de 1949:
“Gregorio Fuentes es el piloto del Pilar desde 1938. Ha cumplido los cincuenta este verano (1949) y vino de la isla de Lanzarote a la edad de cuatro años. Nos conocimos en Dry Tortuga en 1928; entonces era patrón de una lancha pesquera; allí corrimos una tempestad con fuerte nordeste. Estuvimos a bordo de su embarcación con objeto de comprarle unas cebollas. No quiso cobrárnosla y nos agasajó con ron. Recuerdo que su embarcación era la más limpia que he visto”.
Gregorio Fuentes recibió en sus años altos un título muy preciado, el de Capitán de la International Game Fish Association (IGFA).
Este diálogo tuvo lugar en el Club Náutico Internacional de La Habana y lo contaría el escritor:
Hem: “Viejo, ¿tú sabes lo que es un amigo?”.
Greg: “Usted y yo somos amigos”.
Hem: “Dos amigos equivalen a dos historias que se unen”.
Una última anécdota enlaza a los dos caracteres. Ocurre en La Habana. Por tres días Gregorio ha dejado pasmado al dueño del aristocrático hotel Ritz de Nueva York con los platos exquisitos que ha preparado. Ahora es Gregorio quien completa: “Papa me había puesto por las nubes y, para darme aliento, por las noches me llamaba a Cojímar y me decía: Tenemos que ganar la apuesta. Este es un problema moral…”. ¡Y ganamos, coño!”.
Hemingway legó a su amigo Gregorio Fuentes el yate Pilar, valorado en medio millón de dólares. Al respecto, el patrón murmuró: “No hay dinero para eso”. El Pilar permanece anclado para siempre en Finca Vigía, la morada cubana de Ernest Hemingway.