Cuando la amenaza de una tercera guerra mundial parece un peligro cercano, la 77 Asamblea General de la ONU ha mostrado en la mayoría de las intervenciones de los Estados miembros la alarmante situación del planeta y la inexistencia de una cultura de paz, a pesar de que el surgimiento de esa organización se debió a la necesidad de librar al mundo de las guerras que impiden el desarrollo, el progreso y el bienestar.
La democracia universal que se propuso en la carta fundacional de Naciones Unidas ha sido secuestrada por el imperio estadounidense y sus secuaces occidentales que han deformado la posibilidad de entendimiento y respeto entre los diversos países por las violentas vías de los chantajes, las presiones, las sanciones y las intervenciones bélicas cuando lo han considerado necesario para sus intereses.
Que un miembro de la ONU, como Estados Unidos, se permita iniciar guerras en cualquier parte del mundo, que de hecho sea el responsable de la mayor parte de las ocurridas luego del gran conflicto internacional finalizado en 1945, que continúe haciéndolo, sin recibir jamás una sanción, es la prueba de una democracia fallida a escala internacional que ha influido de manera nefasta en las aspiraciones democráticas de muchos países coartados, agredidos, atacados si no se atienen al modelo único de los centros hegemónicos basado en la complacencia con el capital y no en las soluciones a problemas acuciantes que sufre la mayoría de los habitantes de la Tierra.
Esas obvias realidades no alcanzan, sin embargo, la comprensión que requieren de una buena parte de los terrícolas, no solo de aquellos que apenas pueden pensar en la lucha tenaz por sobrevivir, sino también de ilustres pensadores, académicos, teóricos, que no llegan a las esencias causales de la falta de verdadera emancipación humana. Todo está diseñado para convertir las fragilidades de la naturaleza humana en soporte para las mayores crueldades y para justificar con ellas los desatinos que pueden hacer desaparecer a la propia especie.
El egoísmo, el individualismo, la competencia despiadada, la supremacía de unos sobre otros, el consumo desmedido de los bienes aportados por la naturaleza son estimulados por la propaganda, pasando por los videojuegos y, lejos de fomentar una cultura de paz, propician las más irracionales tendencias, que conducen al enfrentamiento e impiden el diálogo como dirimidor de conflictos individuales o sociales.
“El egoísmo, el individualismo, la competencia despiadada, la supremacía de unos sobre otros, el consumo desmedido de los bienes aportados por la naturaleza son estimulados por la propaganda, pasando por los videojuegos y, lejos de fomentar una cultura de paz, propician las más irracionales tendencias…”
A ello se une que un sistema planetario regido por la desigualdad, la falta de equidad, la explotación de unos para que otros se enriquezcan, no puede propiciar una cultura de paz que trascienda el principio animal de la fuerza que ha legitimado la violencia como dañino factor de cambios, que no beneficia la necesaria estabilidad para la existencia planetaria, aunque, también, las extremas situaciones imperantes dejan como única posibilidad a la violencia para sacudirse de esclavitudes enmascaradas en pleno siglo XXI, sobre el cual el intelectual francés André Malraux vaticinó que sería espiritual o no sería.
Las sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas han hecho evidentes los males que aquejan a los terrícolas en cualquier parte del orbe, la posibilidad de una tercera guerra, la falta de espiritualidad que todo ello expresa y debería funcionar como una alerta para pueblos, artistas, intelectuales en defensa de esta humanidad en peligro.