Wifredo Lam, universal y nuestro
El 11 de septiembre de 1982, en París, con casi ochenta años, Wifredo Lam y Castilla se despidió del mundo. Un año antes, el Consejo de Estado y el Ministerio de Cultura de Cuba le otorgaron la Orden Félix Varela de Primer Grado al más universal de los pintores cubanos. La distinción le fue impuesta en París, por el ministro de Cultura Armando Hart.
En una de sus últimas visitas a la Isla, en difíciles condiciones de salud, Lam vistió el uniforme de las Milicias Nacionales Revolucionarias en la Marcha del Pueblo Combatiente, como expresión de su respaldo a la Revolución cubana.
Sus obras han recorrido prestigiosas galerías y ocupan un lugar permanente en los principales museos de Europa y los Estados Unidos. Los críticos han elogiado su trayectoria y valorado el justo lugar en el que se ubica su nombre. Pero nadie mejor que Alejo Carpentier, amigo y devoto seguidor de la obra de Lam, para definir la cosmogonía plástica y cubana del artista:
Ordenación de elementos, ritmos, elección de objetos, y, sobre todo, revelación de esencias (…) Al construir paso a paso su cosmogonía cubana, Wifredo Lam dio nombre a muchas cosas que “no eran” en nuestra plástica y, situándolas en sus cuadros, metiéndolas por los ojos, otorgó el don de la vista a muchos que, hasta entonces, sólo percibían ciertas realidades en función de la música.[1]
Sumemos a las ideas anteriores la valoración de otro grande de nuestra cultura, el ensayista, periodista y crítico de arte Jorge Mañach acerca de la dimensión de la obra y el éxito internacional de Lam, el pintor cubano que aun viviendo largas temporadas fuera de su país triunfó en España, en París y gozó de la admiración de Pablo Picasso.
Al decir de Mañach, logró el éxito: “(…) sin dejar de ser muy nuestro, sin renunciar a su propia sustancia, antes potenciándola hasta un máximo de refinamiento simbólico”.[2]
Nacido en Sagua La Grande, el 8 de diciembre de 1902, por las venas del artista corrió sangre africana y asiática, mestizaje que definió su obra y reflejó una parte de las mezclas culturales presentes en los habitantes de la nación antillana, cualidades que, volviendo a Mañach, “lo sumergen en un ámbito de luz y de color que no es ya ni lo crudamente africano ni lo fantasmal del paisaje asiático, aunque conserva un poco de la brutalidad de uno y de la delicadeza de lo otro”.[3]
A las raíces simbólicas que definen la obra de Wifredo Lam y manifiestan su fidelidad identitaria alude Don Fernando Ortiz cuando expresa: “Lam conserva también el mestizaje cultural, que él ha sabido empastar en su europea paleta, substancias innegablemente afroides”. [4]
A pesar de que desde la década del treinta el nombre de Wifredo Lam resonó en los círculos artísticos del viejo continente, no fue hasta 1946 que su obra se expuso en suelo cubano, en el Lyceum.
Como un suceso de alto relieve en el panorama artístico de la nación, calificó la prensa la primera exposición en Cuba del creador de emblemáticas piezas como “La silla” y “La jungla”, ambas de 1943, surgidas en los años de retorno a la mayor de las Antillas.
El Parque Central de La Habana y la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo exhibieron sus obras en 1950 y 1951, respectivamente, en cuya etapa, fecunda en viajes y reencuentros con amigos, evolucionó su estilo y robusteció su reconocimiento como artista de talla internacional.
Durante los años sesenta, la obra de Lam manifiesta un interés creciente por el grabado. En 1963 visita Cuba invitado por el gobierno y el pintor destina una selección de sus grabados para donarlos a la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), notable acontecimiento que anuncia el boletín Bibliotecas, en su primera salida, calificándolos “de una calidad extraordinaria”.
Diez de los grabados fueron editados en Italia por Salone Annunciata de Milán, en 1962. La serie incluyó, además, una prueba de artista fuera de publicación.
La exposición tuvo lugar el propio año del donativo y en el programa de la misma se expresó el deseo del Consejo Nacional de Cultura, de que “todo el pueblo pueda apreciar esta valiosa colección, por lo que se exhibe en provincias”.
Desde hace unas décadas, el espacio de la Biblioteca Nacional que propicia el encuentro bibliográfico con el arte, en sus diversas expresiones, se honra con el nombre de Wifredo Lam, homenaje perenne a la impronta del pintor cubano más universal y a la vez tan nuestro.
Notas:
[1] Palabras del catálogo a la exposición de óleos y temperas celebrada del 10 de octubre al 11 de noviembre de 1962, en la Galería de La Habana. En: Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Núm. 3-4, julio-diciembre 2002, p. 29.
[2] Jorge Mañach. “La pintura de Wifredo Lam”. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Núm. 3-4, julio-diciembre 2002, p. 31.
[3] Ídem.
[4] Fernando Ortiz. “Las visiones de Lam”. Cuadernos de Arte, 1950. La Habana: Dirección de Cultura, 1950.