Luego de una semana en Medellín, Colombia, entre personas que guardan profundas esperanzas de mejoramiento social con la presidencia de Gustavo Petro, me he visto en la reiterada circunstancia de ofrecer improvisadas charlas sociopolíticas acerca de Cuba. No en escenarios públicos, ya que fui invitado al VI encuentro convocado por la corporación cultural Poetas al Viento, sino en conversaciones de recién conocidos, la mayoría con cervezas para ellos y bebidas no alcohólicas de mi parte. Muchos, simpatizantes del proceso revolucionario, han sido bombardeados con una propaganda negra despiadada, capaz de combinar el falso testimonio con el oportunismo burdo, casi siempre al uso de elementos marcados con la lupa exclusiva de la desacreditación. Tanto personas en su madurez, que han admirado la historia de la Revolución cubana, como jóvenes que apenas pasan de los veinte y ya sienten dolor por su país, querían saber, y me lo preguntaban.
Uno de esos jóvenes poetas contaba, casualmente, con referencias directas de uno de los músicos que fueron financiados por la NED, en un proyecto fabricado desde su misma base para la guerra cultural en Cuba. Así las fuentes, es difícil alcanzar criterios objetivos y hacer honor a la verdad. El joven, sin embargo, sentía —es la palabra— que no se conjugaban bien los datos con las conclusiones. De ahí que indagara por asuntos concretos, como el de la deserción de los médicos que van a las misiones, o la censura que supuestamente padecemos.
Otros contaban además con testimonios de artistas o escritores emigrados cuyos discursos se han expandido en el espacio público con la banal retórica anticomunista, del mismo modo en que algunos funcionarios-artistas, o escritores, asumían la banal retórica estalinista para tildar de contrarrevolucionario a quien hiciera sombra profesional y se atreviera a críticas incómodas, de lo que yo mismo fuera víctima en algún periodo pasado. Algunos de esos especímenes de entonces hoy “limpian” su expediente desde fuera de Cuba, en tanto otros alcanzaron la muerte en ese tipo de esfuerzo. Primero escribieron sus cantos al Ejército Rebelde, luego emplazaron sus denuncias contra los jóvenes que surgíamos con modos diferentes, y críticos, de escribir o crear, como incondicionales aliados del burócrata inculto, hasta que pusieron pies en polvorosa pregonando libertad y democracia, valores que poco o nada practicaron en su oportunista ascenso. Ninguno, sin embargo, tuvo valor para reconocer públicamente que el bloqueo —no solo es la palabra justa sino también el hecho criminal e hipócrita, de falaz humor negro— es la primera de las causas de todas las carencias que sufrimos, incluidas las ineficiencias del funcionariado. En contextos de esa índole, no obstante, la retórica burda del anticomunismo se camufla como un modo posible de pensar y va ganando terreno en el propósito de guerra: contaminar la opinión pública con la idea de que es imposible luchar por un sistema social que se proponga abolir las diferencias de clase que son esencia imprescindible para el capitalismo.
Muchos, simpatizantes del proceso revolucionario, han sido bombardeados con una propaganda negra despiadada, capaz de combinar el falso testimonio con el oportunismo burdo, casi siempre al uso de elementos marcados con la lupa exclusiva de la desacreditación.
Ese es el objetivo del bloqueo del que todos los cubanos, sin distinción alguna, somos víctimas. Unos lo asumen como fuente de ingresos, ya que las millonarias partidas presupuestarias del Departamento del Tesoro estadounidense no prometen cesar sino, por el contrario, incrementarse, otros con indignación ante el injerencismo y llamando a seguir en dignidad soberana, e incluso otros, cómo no, se valen del pretexto para cubrir sus incapacidades, o desgarbado oportunismo, que todo nos deja la viña del Señor. Por decadente que pueda presentarse, hay un imperio que sojuzga al mundo, y azuza guerras allí donde puede agenciarse beneficios.
La propaganda negra de guerra cultural toma nota de todo y restructura sus tácticas, ya que no es solo Cuba, Venezuela o Nicaragua el objetivo, sino la permanencia en el dominio global de las conciencias ciudadanas. ¿Qué derecho le asiste a Estados Unidos —el monstruo de Martí, el imperio de Fidel— para intervenir en el destino de los pueblos del mundo, desde naciones a las que domina totalmente por su economía, hasta países desarrollados cuyo dominio se muestra menos evidente? ¿No debía partir todo de ese punto? Cuando hacía esta pregunta, mire usted, el consenso era unánime. De ahí que no le crea al mercenarismo que jura que solo es portador de una opinión política distinta. Sus hechos dejan que desear a borbotones, cada día más plegados a la norma global de injerencismo, dispuestos a vender toda la patria por tal de que mejoren, o se alivien, sus cotos personales, por tal de asirse a las promesas de fama y lentejuelas que son la esencia última de sus aspiraciones.
Y en ese mar de conversar trago tras trago, por ejemplo, surgía la alusión al personal médico cubano que abandona su misión y emigra como un fenómeno masivo. Mi llamado a entender fue siempre el mismo: cuando esto ocurre con uno, dos o, pongamos por caso exagerado, diez colaboradores que deserten, la noticia aparece en medios como El País, de España, y las cadenas monopólicas de América Latina a la que este Diario pertenece, o en CNN, América TV, etc. Los reportajes obvian, con denodada intención, que al mismo tiempo regresan los aviones repletos de colaboradores satisfechos de haber cumplido su misión, aun cuando alguno se duela de desavenencias internas, que nada va perfecto en este mundo. Tampoco esos medios, de tan estricta disciplina ideológica, se hacen eco informativo de los masivos regresos de colaboradores a la Isla, hecho que nuestra propia prensa suele ofrecer en monótonos y poco sentidos reportajes, como si fuesen noticias de valor escaso.
¿Qué derecho le asiste a Estados Unidos —el monstruo de Martí, el imperio de Fidel— para intervenir en el destino de los pueblos del mundo, desde naciones a las que domina totalmente por su economía, hasta países desarrollados cuyo dominio se muestra menos evidente? ¿No debía partir todo de ese punto?
Lo cierto es que la propaganda es hoy un campo de batalla atroz, sin reglas éticas ni humanas consideraciones. La retórica anticomunista, con su paquete completo de estrategias (supuesta represión policial ante miles de manifestantes, cárceles hacinadas con niños, censura cultural y otros tópicos indemostrables) se ofrece como caldo de cultivo para quienes necesitan aderezar su anhelada popularidad. Las plataformas mediáticas de guerra dejan claras las normas a seguir, con la palabra “dictadura” como santo y seña. Sin ella, será imposible siquiera mirar por la ventana del reino de los saltimbanquis del odio y la revancha. Con esas “glorias”, muchos olvidan sus memorias y cumplen servilmente el requisito de negar todo valor al proceso revolucionario, del cual son, rabien o no, inevitables deudores. Y hasta declaran legítimo el bloqueo, ese que en la Asamblea de Naciones Unidas ha sido condenado abrumadoramente, año tras año, mientras Estados Unidos se pasa por el forro cada votación. ¿Creerá alguno que ese sainete de falsa libertad es libertad, siquiera alguno de aquellos cuyo coeficiente intelectual muestra evidencias de marchar a la zaga de una norma común?
El semillero de clientelismo subversivo se va ramificando, con periodismo parásito de las redes sociales que devuelve a esas mismas redes un producto amañado, censor por excelencia, pues vive del hedor de su propia ideología. Impunemente, violan las propias normas éticas que las plataformas públicas exigen y, lejos de ser sancionados, reciben el generoso beneficio de algoritmos de crudas labores subterráneas. Para ningún artista es posible tomarse una distancia, ni siquiera a milímetros. No pocos han intentado las conciliaciones y han recibido el hachazo de censura y pensamiento único, con el llamado inmediato al ostracismo y el boicot a contratos y presentaciones. ¿No es demasiado casual, y sospechoso, que esa prensa que a sí misma se llama alternativa, calle ante esas fratricidas campañas de descrédito a artistas de prestigio?
No vale el arte, es cierto, sino la vil incidencia en el clientelismo político de facto. Tanto, que ha sido arduo explicarlo, ejemplo tras ejemplo, razonamientos lógicos mediante —sin excluir las bebidas solidarias que incentivan las charlas—, demostrando hasta qué punto este mundo es un anómico rehén de la mentira. Y en la opinión que me gasto, de consumidor natural a crítico de oficio, y a todo riesgo, lo sé, esos que llaman presos de conciencia están lejos, lejísimo, del arte y sus esencias. Y los artistas que lo son, y avalan esas mañas de traperos que prefieren el yugo del imperio a la estrella sangrada de la patria, solo mercan a expensas de la fama al uso, efímera y servil.