Para que la Parranda viva y sea más fuerte
27/12/2017
El 2017 será recordado por muchos cubanos como el año de la toma de poder de Trump, sobre todo por el retroceso que ha implicado para las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Como detalle novedoso del conflicto bilateral, algunos mencionarán el ataque sónico; sin embargo, la mayoría de la población recordará el devaste provocado por el huracán Irma, algunos estarán preocupados por mejorar las condiciones donde vivir; y otros mencionarán que la Bienal de La Habana del 2018 se pospuso.
Yo recordaré el 2017 como el año en que me gradué, pero también como el año que pasé enfrentando una enfermedad, el año en que terminé el documental de las Parrandas y lo llevé a Remedios, el año del seboruco de Trump, del arrasante huracán Irma y los que le acompañaron, y todo lo que nos vino encima con él.
Pero como parrandera que me he vuelto en los últimos años los recuerdos se manejan de forma diferente. Hasta septiembre, el 2017 sería evocado como el año en que se celebrarían dos parrandas en el mismo año, por primera vez: Las parrandas del 2016 en Remedios, que se debían celebrar el 24 de diciembre, fueron pospuestas para el 7 de enero del 2017, debido a la muerte del Comandante Fidel Castro.
Y el 24 de diciembre de este año, tocaban a su turno las habituales parrandas. Sin embargo, con su paso demoledor Irma se convirtió en un nuevo reto para los remedianos, ocasionando cuantiosos daños y dejando sin techo no pocas casas de la ciudad. Las afectaciones fueron grandes también en las naves donde se construyen los trabajos de plaza, las carrozas, donde se preparan los vestuarios de los figurantes, faroles y fuegos de todo tipo. De ahí que los barrios que compiten, San Salvador y El Carmen, debieron reducir los niveles de complejidad de los diferentes elementos que se presentan en la noche de la Parranda.
El 24 de noviembre del 2017 estuve en las naves, cuando recién comenzaba la preparación de la Parranda: todos estaban seguros de que la fiesta popular tradicional se efectuaría en su fecha habitual y con todas las de la ley.
La creación de todos los proyectos que se presentan a la Parranda suele comenzar dos o tres meses antes. Esta vez la harían en un mes, y con menos de la mitad de los recursos que normalmente disponen, porque estos se fueron volando junto con los techos de las naves. Sin embargo, no desconfié ni un minuto en que la Parranda echaría a andar el día previsto. En años anteriores se han montado hasta en nueve días. Tampoco me sorprendió que el barrio de El Carmen hiciera su trabajo de plaza sobre los huracanes en Cuba, y que cuando por el altavoz narraran la leyenda se enorgullecieran de tener su Parranda habiéndose enfrentado a fenómenos naturales.
A las 10: 05 p.m., del 24 de diciembre, cuando descubrí a través de mi cámara que el fuego había dejado de ser explosión de luces para ser explosión de futuras agonías, el recuerdo una vez más cambió. Ahora el 2017 será recordado como el año en que ardió la Parranda.
No tengo fotos del fuego, ni de la explosión; no tengo fotos de los heridos, ni de sus ropas quemadas tiradas en el piso. Aunque lo vi todo, y está grabado para siempre como una pesadilla. No tengo fotos porque la ética en esos momentos te golpea fuerte el rostro y las manos tiemblan y surge la indecisión. La razón me dijo no y preferí correr en busca de mis amigos. Corrí en dirección contraria a la que corrían casi todos, pero me aguantaron, porque así no resolvería nada.
La algarabía de la fiesta se apagó completamente, aunque la fiesta continuó, aunque la explosión, localizada en menos de 10 metros cuadrados, se había expandido por toda la ciudad silenciosamente. Constantemente los remedianos averiguaban por sus heridos y se preguntaban sobre el futuro de la fiesta. La Parranda debe celebrarse, debe continuar y debe terminar, en primer lugar porque los parranderos luchan por ella como si fuera una guerra contra el flujo normal de la naturaleza.
Ellos no le temen a los fenómenos naturales, no le temen a los cambios sociales y políticos, a las imposiciones, a la policía o al gobierno; ni a las malas condiciones, ni al trabajo de 24 horas diarias, siempre que sea para lograr la Parranda. Tampoco le temen al fuego, pero por supuesto, le temen a la muerte. Yo a veces le temo a la muerte, cuando la tengo de frente, cuando la veo de cerca, haciendo de las suyas, cuando no puedo enfrentarla pues ya arrasó trayendo oscuridad y tristeza.
Ahora mis recuerdos serán otros. No estoy convencida de que la fiesta debe terminar siempre. Pero confío en que los remedianos se sobrepondrán a este infortunio y buscarán la forma de hacer que la Parranda viva y sea más fuerte, más segura, más humana y más resistente.