Los cubanos de mi edad, y algunos un tanto menores, hemos vivido tres veces, después del triunfo de la Revolución, períodos de ajustes en que la vida cotidiana, con sus necesidades y apremios, soporta impactos considerables. Estos tienen un efecto negativo inmediato en el nivel de vida, pero también portan una lectura positiva como ejemplo de nuestra capacidad de resistencia para conservar, contra todas las adversidades, las esencias de justicia social que la Revolución inauguró.

“El período 1968-1972 se vio marcado por decisiones radicales poco afortunadas”.

Dos condicionantes permanentes marcan ese devenir: el bloqueo imperialista (por más de 60 años) y la decisión del pueblo y sus gobernantes de no entregar la soberanía, unida a la capacidad para forjar su destino. Una tercera condicionante, esta sí variable, la podemos localizar en nuestros propios errores. De estos últimos hablaré quizás con más profusión, no por espíritu hipercrítico, sino porque sus políticas para corregirlos también testimonian sobre una voluntad de cambio nunca abandonada, con el objetivo de la búsqueda de lo procedente para cada circunstancia.

El período 1968-1972 se vio marcado por decisiones radicales poco afortunadas, pues nos acogimos al modelo de país socialista que se generalizó en el este de Europa. El Estado supuso que podía administrar con eficacia todos los negocios: bodegas, cafeterías, fondas, restaurantes, talleres… Así que los intervino, y la eficiencia, junto con la oferta, sufrió de inmediato las consecuencias. Se le llamó Ofensiva Revolucionaria a dicho programa.

También fueron esos los años de preparación y ejecución de la zafra gigante de los diez millones de toneladas de azúcar, en 1970, para lo cual se paralizó la mayoría de las industrias con la consecuente escasez extrema. Se habló de construir simultáneamente el socialismo y el comunismo, empeño teóricamente desacertado, más que todo por lo precario de la base material para sostener dicho proceso acelerador, por demás inédito. Se apostó todo a una sola carta (la zafra azucarera). Finalmente, con la no consecución de esa meta, la propia dirección de la Revolución lo reconoció y se impuso corregir el rumbo.

Con la entrada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) se apreció un cambio en aquella situación: se reanimó la industria y se volvió a valorizar el dinero; cobró fuerza el estímulo material unido al moral, y se retomaron los controles económicos abandonados años atrás al calor de la lucha contra el burocratismo. El proyecto de recuperación del control recibió el nombre de Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, regentado por la Junta Central del Planificación. A la altura de 1987 se hicieron visibles muchas de sus flaquezas, y su naufragio fue impostergable. Inició entonces la campaña de rectificación de errores y tendencias negativas. Se regresó a la movilización de la conciencia casi como única herramienta para superar las fallas. Faltaba muy poco para que el sistema socialista mundial se desmoronara, con pocas excepciones: nuestro país era una de ellas. Como consecuencia, nunca sabremos si aquellos ajustes habrían resultado eficaces.

“Se regresó a la movilización de la conciencia casi como única herramienta para superar las fallas”.

La desactivación del mercado campesino, instaurado en los 80, tuvo como causa el quehacer leonino de los intermediarios, y como consecuencia, una nueva escasez y el alza de los precios. Pero ya en 1990 comenzaron los problemas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el agonizante sistema socialista de Europa del Este, cuya hecatombe se concretó en menos de un año. Con él se fue a pique el CAME, y Cuba perdió casi todas sus fuentes suministradoras. Cesó el intercambio justo y complementario que regía a la organización y quedamos a expensas del intercambio desigual que el mercado mundial impone. El bloqueo —no olvidar nunca— seguía apretando el lazo, y el discurso triunfal del imperio dio por hecho que no superaríamos el golpe. Iniciamos la etapa conocida como Período Especial en tiempos de paz.

“La voluntad popular y acciones acertadas del gobierno hicieron posible la trabajosa sobrevivencia”. Imagen: Martirena/Cubadebate

Sin embargo, se equivocaron. Los años 90 fueron de una espantosa degradación del nivel de vida del cubano. La decisión de no entregar el proyecto humanista que nos habíamos propuesto con el socialismo como sistema permitió la continuidad, aunque se modificaron muchas de las pautas que rigieron la etapa anterior y se comenzó a dar nuevamente espacio a la iniciativa privada. Entre otras muchas medidas regresó el mercado agrícola de oferta y demanda; se pusieron en práctica acciones encaminadas a reanimar la base productiva, como la apertura a la inversión extranjera y el desarrollo de la industria turística; se flexibilizaron políticas monetarias y, pese al asedio de la miseria extrema, la voluntad popular y acciones acertadas del gobierno hicieron posible la trabajosa sobrevivencia.

En lo operativo interno, una de las mayores pérdidas fue la deserción de la fuerza de trabajo de la esfera productiva estatal debido a los salarios insuficientes, y la mentalidad de que la sobrevivencia se conseguía de manera más expedita con el trapicheo mercantil y hasta con actividades ilegales. Hubo pérdida de la cultura del trabajo, sustituida por lo que eufemísticamente llamaron “lucha”, una especie de “vale todo” aún no superado totalmente pese a los años y medidas salariales de diverso tipo.

En el año 1998, con el triunfo del proyecto bolivariano en Venezuela y su política solidaria (el ALBA como expresión máxima), se recuperaron muchos renglones de la economía, entre ellos la industria electroenergética, y se vivieron años de relativa bonanza en la primera década del siglo XXI. La izquierda ganó fuerza en América Latina. Se profundizó en la apuesta por un sector privado fuerte, se entregaron tierras en usufructo, y hacia los finales del decenio se restauraron (aunque nunca en la medida necesaria) las relaciones con los Estados Unidos. Hasta 2016, fecha de acceso a la presidencia de Donald Trump, con el turismo, la industria farmacéutica y la colaboración médica como puntales, la economía cubana, creciente, logró sostener su sistema de justicia social y sus pautas de mejoría del nivel de vida.

Desde que inició su gestión la administración republicana de Donald Trump, la hostilidad hacia Cuba y el recrudecimiento del bloqueo dieron el campanazo inicial de la tercera etapa de dificultades extremas para nuestro país. A ello se debe sumar el golpe demoledor de la pandemia de la COVID-19, el tornado, el colapso tecnológico del obsoleto sistema electroenergético, algunos accidentes y la subversión interna, alentada por las campañas mediáticas orquestadas con las redes sociales como arma principal.

“No se ha renunciado a ninguna de las conquistas sociales que la Revolución generó”. Foto: Tomada del sitio web del Ministerio de Cultura de Cuba

El gobierno actual —ya no el histórico— lleva a cabo cambios estructurales de importancia en la economía y en la manera de relacionarse con los sectores más afectados de la sociedad, poniendo el énfasis en las comunidades. No se ha renunciado a ninguna de las conquistas sociales que la Revolución generó, pero la precariedad derivada de la larga paralización durante la pandemia pasa factura.

Los cubanos de mi edad —y aquellos un tanto menores— vivimos una especie de tercer período especial, ya más viejos todos, pero con la misma disposición de cumplir el sueño de construir una Cuba soberana, independiente y próspera. No existe otra opción: la propia Revolución, haciendo honor a la dialéctica, flexibiliza y erradica pautas económicas que en otro momento sirvieron al propósito común de la soberanía, pero hoy solo obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas, que como bien sabemos, constituye la única base posible para sostener, cada día con más brillo, una superestructura capaz de satisfacer las necesidades de los seres humanos que decidimos continuar del lado justo en este país. No sé si los de mi edad —y esos más jóvenes— veremos ese florecer, pero por él seguiremos trabajando con esperanza.

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