Del historiador Oscar Zanetti Lecuona es el ambicioso, y me atrevo a decir imprescindible título —tal vez la obra de su vida—, Cuba: el largo siglo XX (Archivo General de la Nación, República Dominicana, 2021), del que podemos encontrar, en versión digital, su edición cubana realizada por la revista Temas. En ese levantamiento riguroso sobre nuestra historia y sociedad en la pasada centuria, podemos leer, a tenor de los inicios de ese siglo: “El beisbol, definitivamente convertido en pasatiempo nacional, se practicaba en cualquier rincón de la Isla y contaba con un campeonato profesional disputado por los mejores jugadores del país —blancos y negros sin distinción—, cuyos juegos llevaban a los estadios miles de espectadores”.[1] A la práctica de la pelota se sumaron las clases más humildes, que en algunos casos la convirtieron en medio de vida dando lugar a las primeras manifestaciones del profesionalismo, que encontraron un carácter inclusivo en cuanto al componente social y racial, lo último totalmente opuesto a la llamada Liga Nacional Amateur, señaladamente racista. No es hasta 1960, con la revolución triunfante, que los tres primeros peloteros negros —Ricardo Lazo, Alfredo Street y Cachirulo Díaz—, vistiendo la franela del Club Teléfono, pueden participar en ella.[2]

El pasado domingo 24 de julio fueron exaltados al Salón de la Fama de las Grandes Ligas dos leyendas de nuestro deporte nacional, el pinareño Tony Oliva y el matancero Minnie Miñoso. Lamentablemente el último, por injustas postergaciones, no pudo disfrutar de ese momento que para todo jugador de beisbol es la consagración de su carrera, pues había fallecido siete años antes.

Su saga comenzó el 1 de mayo de 1951 cuando los Chicago White Sox perdieron 3-8 contra los New York Yankees en el viejo Comiskey Park. Sin embargo, ese día el equipo del sur de Chicago hizo historia, pues se convirtió en la sexta franquicia de MLB en derrumbar la barrera racial, que por primera vez había roto cuatro años antes el mítico Jackie Robinson. Natural del Central España, en el término municipal de Perico, Saturnino Orestes Armas Miñoso ya había sido el primer jugador negro y latino en los diamantes de MLB cuando su debut con los Indios de Cleveland en 1949, y en el propio 51 el pionero, junto a su amigo y coequipero en los White Sox, el venezolano Chico Carrasquel, en participar en un juego de las estrellas.Esa fue la explosión definitiva del criollo, que firmó en el 51 una temporada maravillosa, con liderato en triples (14) y bases robadas (31) en la Liga Americana, además de 34 dobles, diez vuelacercas, 112 anotadas y 76 remolques, suficiente para finalizar cuarto en las votaciones como el jugador más valioso del joven circuito y propuesto al premio de Novato del Año con el voto de la prensa especializada, aunque los organizadores del Big Show aplicando los prejuicios en boga se lo otorgarían a un pelotero con resultados inferiores. El cubano fue superior en las estadísticas al atleta elegido, Gil MacDougald, pero este era norteamericano, blanco y pertenecía a los muy mediáticos Yankees de Nueva York. Ya en la Liga Nacional, había sido seleccionado el fenomenal Willie Mays, grande entre los grandes, y dos negros distinguidos hubiera sido demasiado.

“El cubano fue superior en las estadísticas al atleta elegido, Gil MacDougald, pero este era norteamericano, blanco y pertenecía a los muy mediáticos Yankees de Nueva York”.

Los White Sox retiraron en 1983 el número 9 de Miñoso, quien desde esa fecha pasó a ocupar un destacado rol en la comunidad beisbolera de Chicago como entrenador y mentor de jóvenes en el centro de la ciudad, a través del programa White Sox Amateur City Elite. La franquicia del sur de Chicago también colocó una estatua del Minnie en el jardín central de su estadio, donde todos los fanáticos pueden rendir tributo al inigualable “Mister White Sox”, fallecido en el 2015 a la edad de 91 años.

“La franquicia del sur de Chicago también colocó una estatua del Minnie en el jardín central de su estadio”.

Por ese azar que nos brinda la alegría de vivir, en mi primera visita a Chicago en el año 96, conocí personalmente a Miñoso, gracias a la complicidad de un amigo del barrio, el actor y escritor Juan Pedro Torriente, que sabía de mi temprana simpatía por la estrella del Marianao, equipo de la infancia. Pero ese fue solo un encuentro fugaz, que me dejó con el interés del reencuentro. Y este se produjo dos años después, siempre en su Chicago adoptivo, gracias a otro amigo, el fraterno Félix Masud, cuyo padre de igual nombre fue popular masajista de los Tigres, y compañero muy cercano del jugador de los White Sox. En ese encuentro se estableció una amistad que se renovó en mis sucesivas visitas a la ciudad de los vientos, y que después se mantuvo, con sus grandes intermitencias, por la vía generosa de Félix. Casi medio siglo después de haberlo admirado en su juego, sobre todo por la televisión, me vi compartiendo con él comidas (“asere, ya está el arrocendo”), partidos de dominó, como buen criollo negado a perder, o de beisbol, en el café-restaurante Slugeers Club, frente al mítico terreno de los Cachorros, el Wrigley Field, café donde existe un mural que recuerda su impresionante leyenda al haber jugado, aunque de forma intermitente, durante seis décadas (a principios del milenio, en un turno al bate que fue solo un show para las cámaras, se le adjudicó un séptimo decenio). Guardo orgulloso la gorra, perteneciente a una serie especial, que me regaló autografiada; gorra que tributaba a ese récord, y que reza: Minnie Miñoso 9. Baseball´s 6 Decades Player. First al bat 5-4-49 / Last at bat 6-30-93.

En el café-restaurante Slugeers Club, frente al mítico terreno de los Cachorros, el Wrigley Field, existe un mural que recuerda su impresionante leyenda al haber jugado, aunque de forma intermitente, durante seis décadas.

Injustamente olvidado en reiteradas ocasiones en el salón de los inmortales del Cooperstown, perteneció a los de México, Miami, el Caribe (fue campeón en dos ocasiones con sus queridos Tigres de Mariano en la Serie del Caribe), y, al final, muy merecidamente, al de su patria, justo cuando este resurgió. Me correspondió, a solicitud de los organizadores del comité, en las personas del cineasta Ian Padrón y el historiador Félix Julio Alfonso, contactar a Miñoso y nadie mejor para ese empeño que el fraterno Masud, pues para el viejo y querido compañero de su padre, el amigo común fue siempre “Masusito”, y este, que se convirtió una vez más en mi enlace natural con el hijo ilustre del Central España, me hizo saber a mediados de noviembre, unos días después de la exaltación, la siguiente respuesta:

Acabo de tener una larga conversación con el Minnie. Se siente halagado y agradecido por su elección al Salón de la Fama del Beisbol cubano. Está en total disposición de viajar a Cuba para recibir la placa, si la “organización” le permite tener esos días libres. Le expliqué que de no poder ir, alguien de su confianza puede recibir la placa en su nombre. De inmediato me dijo que me autorizaba a mí. Le expliqué que sería un honor, pero que no estaría en Cuba el 28, pero que preguntaría si es posible que me dejen traerle la placa a mi regreso a Chicago el 21 de diciembre. Quedamos que lo llamaría el viernes para ver si él podrá viajar a Cuba o no. Me confesó que ya lo habían llamado con la noticia (desde Miami) pero que nadie le había explicado el asunto como yo. Me lo agradeció y me expresó repetidas veces su alegría por el nombramiento.

Al morir, el menor de sus hijos, Charlie Rice-Miñoso, aún sin recuperarse de la pérdida recordó entre otras pasiones de su padre, esas por las que también lo evocaré, como jugar partidas de dominó, cocinar abundante comida para alimentar a cualquier concurrente, que podíamos ser nosotros, o el barman que nos atendía, o el policía que recién se sentaba en la cafetería. Hay otras que cuenta Rice-Miñoso, como era ver películas de vaqueros en blanco y negro hasta al amanecer o ser muy supersticioso: “Si los Medias Blancas estaban en una racha de victorias (…) mantenía a rajatabla sus rutinas, como vestir de manera idéntica día tras día, convencido de que cualquier cambio podría provocar una derrota”, todo como recuerda su hijo, acompañado con su sonrisa contagiosa.

Cuando a propósito de sus diferentes apodos, “El cometa cubano”, “El charro negro”, “Mr. White Sox”, un periodista le preguntó que por cuál quería ser recordado, comentó:

Es una cosa hermosa tener tantos apodos de la gente a la que le agradas. ¿Qué otro pelotero tiene tres apodos maravillosos? Mi agente dice, por favor, solamente da un autógrafo como “Minnie Miñoso”. Pero me encanta el de “Mr. White Sox”. ¿Cuántos otros peloteros jugaron para un equipo y luego fueron apodados en base a esta organización?

Quiero recordar a Miñoso también fuera del terreno, jovial y cubano en los varios momentos que compartimos, evocando como en los cincuenta paseaba acompañado con sus amigas Celeste Mendoza o Moraima Secada, o en la foto donde la estrella criolla aparece firmándole una pelota a otro icono de multitudes, Nat King Cole. Siempre atesoraré, entre otras anécdotas, aquellos encuentros de dominó donde como buen cubano no se quiso dar por vencido. Me parece oírlo rezongar cuando la suerte nos favorecía a Felix y a mí —sin dudas, inferiores a él en ese juego—, y al filo de la madrugada, cuando denodadamente se adelantó en el acumulado, poner las fichas sobre la mesa, y dar por terminado el torneo, con un “es muy tarde”, acompañado con una expresión de gozosa complicidad.  

“(…) nuestros medios y en general nuestros espacios sociales, no le han hecho justicia a este acontecimiento del ingreso al Cooperstown de dos ilustres compatriotas”.

Creo sinceramente, y lo he conversado con amigos entendidos en el tema, que nuestros medios y en general nuestros espacios sociales, no le han hecho justicia a este acontecimiento del ingreso al Cooperstown de dos ilustres compatriotas. El discurso de agradecimiento de Oliva —que compartió la alegría de poder asistir a su reconocimiento—, fue emotivo y sencillo, expresión de un total amor a su patria, como hubiera sido el del Minnie. No debemos olvidar, y vuelvo al inicio de estas palabras, que el beisbol desde hace más de siglo y medio —y hoy valorado como Patrimonio Cultural de la Nación—, se reconoce integrado a la preservación de las identidades y la diversidad cultural de nuestra sociedad, desde la causa independentista del XIX,[3] hasta la lucha contra las desigualdades sociales y los prejuicios raciales, y lo que es más importante, como una expresión más de la espiritualidad del ser cubano.


Notas:

[1] Oscar Zanetti. Ob. Cit., p. 130.

[2] Félix Julio Alfonso. “Deportistas negros en Cuba” (en Presencia negra en la cultura cubana. Compilación de Denia García Ronda, Ediciones Sensemayá, p. 266).

[3] “En cierto caso como el del béisbol —deporte cuya práctica se extendió como una ‘alternativa civilizada’ a la ‘barbarie’ del toreo—, los nuevos valores culturales eran conscientemente aprovechados a escala social para marcar distancias con lo español, de manera tal que se hiciese todavía más evidente la existencia en Cuba de una nacionalidad bien definida”. (Oscar Zanetti. Ob. cit., p. 26).