El esfuerzo por transmitir un sentido de lo real no se distingue del conocimiento de sí mismo.[1] A esa conclusión llegó hace tiempo la poesía de Basilia Papastamatíu, quien lo vuelve a aseverar en su libro El sueño de lo celeste,[2] publicado por Letras Cubanas. Se trata de una especie de tratado sobre la culpa y el castigo o memoria del pecado, más cercano a la filosofía que a la religión, o el cuestionamiento y apología del anhelo imposible. En tal sentido, este y sus libros anteriores, como he dicho de su poesía, han descrito una línea de continuidad que insiste en la culpa, en la desidia, en la inercia de la vida y en la autoconciencia como asuntos que engloban el paso por la tierra de todo ser humano; “algo así como subir una montaña construida por la mente y tantos anhelos que fueron contaminando, a la larga, la verdadera capacidad de ser felices”.[3]

“La autora se juzga a sí misma de un libro a otro”. Foto: Tomada del sitio web del
Festival Internacional de Poesía de Medellín

En este “Paraíso perdido”[4] en que se constituye la vida y el mundo del hombre abundan paisajes del sinsentido de la existencia que la autora refleja con precisión y originalidad, en donde permanece la resistencia como egoísmo:

“En su ansia por seguir”

Camino al centro de la tierra

colgado de un cordel bajo una luz titilante

con un sentimiento incómodo de posesión

un tiempo que vuela

una materia que resiste

con sus contracciones y sobresaltos

frente a las ideas malsanas de cambio

imposibles de alcanzar

rebanando las piedras bajo el hollín

triturando la corteza

borrando irradiando

eliminando toda adherencia

de esa mancha que lo ciñe

resistiéndose a la voracidad de lo real

para recobrar su cuerpo desolado

una vez más?

             Y, bruscamente, la indiferencia

Donde sobrevive la pertinencia de una duda, amasada en egoísmo y rodeada por el poder de la insensibilidad humana,[5] o se escoge el egoísmo como fuga:

“Fuga”

La mirada alerta para sortear los tropiezos

el agua derramada levanta remolinos de tierra

los ruidos inquietantes se apagan

como hilos invisibles que trazan caminos de aire

y se pierden

                  cada vez más lejos de la sangre del otro

Paraíso en donde el rostro llega a ser la máscara. En este libro todo el tiempo se juzga el proceder humano por una psiquis que en su potencia es capaz de pensar y deshilvanar todo el cataclismo que el mundo padece porque lo posee, y están trenzados en la columna vertebral de este discurso las ideas del ser y el deber ser humanos.

“La soledad en varios poemas se describe como solución a los males del ser humano; la soledad como camino y discurso”

La poeta cree, como la Sontag, que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona, y aunque es muy difícil llegar a una filosofía del comportamiento de los seres humanos, aun así la autora la persigue, la intenta. En la dualidad de víctima y victimario, reflejada por Papastamatíu en este poemario, si el egoísmo puede tomar la forma de la resistencia en su final avieso, la soledad en varios poemas se describe como solución a los males del ser humano; la soledad como camino y discurso. Se describe y éticamente se cuestiona, se juzga. Tales paisajes tienen lugar donde el élan, el principio de conservación, es la desesperanza y el profundo desacuerdo entre deseo y realidad.  En esta poesía seca, hondamente reflexiva e inquisitiva, dispuesta en poemas propiamente y en textos de prosa poética, los aludidos primeramente alcanzan mayor altura estética en el reflejo de los entresijos de la maldad humana, que es infinita como las ambiciones del yo, y se le rinde homenaje a los veedores, a los padres que fundaron las naciones y el mundo, al tiempo que se pregunta si hay un retroceso en las miras del ser humano a medida que transcurren las generaciones:

“El perdón de los ausentes”

Ellos nos formaron nos inculcaron

(con su poder de seducción y la brillantez

de su mente)

para embelesarnos y transformarnos

                                                   definitivamente

Nos perdonarán entonces?

por haberlos abandonado y olvidado?

O lo que ocurrió fue solo una inevitable fatalidad?

Por momentos el libro da cabida al panorama dantesco que estremece al ser humano sobre sus simientes y cimientos, y ascienden los dramas del exilio físico y moral del hombre a manera de óleos o viñetas. Porque entre las tragedias que más perturban al hombre en la contemporaneidad está la del exilio, que lo hace caer en el desierto-infierno, plagado de dudas, arrepentimiento y fracaso. Esa metáfora del exilio físico y espiritual del hombre se teje una y otra vez en este libro: es el infierno dantesco, y se nos presenta, a manera de éxodo, el aliento de los condenados que muestran desesperación por proseguir la vida, en viñetas de la inconformidad, la maldad y la soledad humanas.

“Esa metáfora del exilio físico y espiritual del hombre se teje una y otra vez en este libro”. Imagen: Pixabay

En este libro también vuelven a aparecer los retratos donde la autora suele hilvanar lo físico con lo metafísico, los poemas que son como pequeños cuadros de las sagas antiguas de la existencia del hombre, en los que a veces me trasmite la idea de que pensar no es vivir; que pensar es una forma angustiada del vivir, y que, en lo que los limita, todos los seres humanos se parecen. Véanse en este sentido los poemas “Deslizamiento”, “Regreso/Despedida”, “Despertar/Gloria”, “Vuelven”, “Imagen”, y “Escuchamos pasos”. En estas páginas vemos cómo un espejo transparente se mira en un espejo negro, y que hay una escisión entre el condicionamiento de la naturaleza y el destino humano, que es desazón, ansiedad, sinsentido, y que solo puede ser abrazado por el poder de la duda.

“La poesía es lo que quedó luminoso del fracaso”

La autora se juzga a sí misma de un libro a otro, y esto se descubre, pues, al igual que María Negroni dijo de Hilda Dolitte: lo que escribe está traspasado por un hábito de contemplarse nunca satisfecho por el aguijón de ciertas escenas e ideas fijas que se resisten a encontrar su ley interna. Transformó en valores éticos sus debilidades, como quien violenta y ajusta sus gestos a una composición que crea para entenderse. Aquí la poeta nos dice que ha sido cambiada, maniatada por el tejido anómalo del mundo, al tiempo que descubre que la poesía es lo que quedó luminoso del fracaso.


Notas

[1] Marcelo Cohen: “Philip Larkin, el corazón más triste”, en Philip Larkin: Ventanas altas, Barcelona, 1989, p. 16.

[2] Basilia Papastamatíu: El sueño de lo celeste. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2019. El libro está ilustrado con sugerentes y originales obras pictóricas de Pedro de Oraá, y tiene un prólogo de Ricardo Alberto Pérez. Las secciones del mismo están encabezadas por numerosos exergos del poeta Yannis Rizos. Así, el cuaderno se convierte en una especie de homenaje al poeta griego, al que la une el cuestionamiento del sentido de la existencia del hombre.

[3] Ricardo Alberto Pérez: “Una encrucijada detrás de verso”, en Basilia Papastamatíu: El sueño de lo celeste, p. 5.

[4] Así se denomina la sección inicial del cuaderno.

[5] Véase el poema “El duelo”, p. 42.

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