La catalogan como una perla. Sus pobladores tienen fama de alegres y soñadores, posiblemente porque crecen junto a ese encanto del mar, la historia y la contemporaneidad, con el orgullo adicional de residir en el municipio donde comenzó la primera guerra por la libertad en Cuba.
Tal vez porque la brisa que sopla desde el Golfo del Guacanayabo les confiere la maravilla de lo singular, aun después de 230 años de vida, desde aquel 11 de julio de 1792 cuando, por Real Orden de la corona española, empezó todo.
“Manzanillo es color, poesía y música”.
Algunos asocian el nombre del territorio al arbusto Hipomanne mancinella, abundante antes en esa zona. Documentos recuerdan que en abril de 1832 recibió su Escudo de Armas y, en 1833, el Consejo de Indias le concedió el título de Villa.
Por sus calles caminaron Paquito Rosales, primer alcalde comunista de Cuba, Celia Sánchez, la heroína de la flor, Blas Roca Calderío… Allí cayó Jesús Menéndez y se levantaron la voz de Carlos Manuel de Céspedes, el fundador, y las ansias de un mejor país.
La glorieta en el parque, cual símbolo de majestuosidad, el malecón, el litoral, los cocteles de ostiones y camarones, las minutas de pescado, el ir y venir de la gente… enamoran a visitantes y pobladores.
Recuerdo los primeros pasos por sus aceras, el asombro ante las edificaciones y el ajetreo en las arterias principales. Me quejaba por la poca frecuencia de los paseos. Una y otra vez pedía volver.
Manzanillo es color, poesía y música, tierra de Manuel Navarro Luna, la orquesta Original, Fabré, una editorial territorial… Desde allí se escribió y diseñó, de 1912 a 1957, la revista cultural Orto, una de las más importantes de su tipo en la nación.
Nuevas y viejas generaciones convergen en el amor a esta tierra, en la que radican la sede universitaria Blas Roca Calderío y la Facultad de Ciencias Médicas Celia Sánchez Manduley, la única fábrica cubana de acumuladores, talleres de confecciones textiles, un astillero, pizzerías, cremería… y planes para aumentar el disfrute del pueblo.
Ahí está el reparto Ciudad Pesquera, uno de los primeros construidos por la Revolución, para agrupar a los pescadores, quienes vivían en difíciles situaciones en manglares y méganos.
Ubicado a unos 13 kilómetros del centro urbano, el Monumento Nacional La Demajagua, lugar del alzamiento del 10 de octubre de 1868, constituye uno de sus imanes para enamorar. Allí permanece la campana que convocó a los esclavos aquel día de coraje y decisión, una sala museo, armas mambisas empleadas en la lucha…
Varios de sus hijos me dicen que nacer o vivir en esa urbe granmense constituye uno de sus mayores orgullos: “Desde la distancia, se extraña el olor a mar, el sabor a pescado, nuestra idiosincrasia tan auténtica, el parque, el litoral”. Otros mencionan al barrio, los juegos de fútbol y pelota…
Quizás Manzanillo siempre simbolice la historia, los anhelos, los triunfos y la nostalgia de quienes desean regresar. Muchas felicidades a esa urbe, que deberá aspirar a mantenerse eternamente joven, sin importar el paso de los siglos y sus olas.