Dos interrogantes me asaltaron en cuanto supe que debía hablar del tema que hoy nos ocupa. La primera fue (y sigue siendo) qué se entiende por humor literario, más allá de la obviedad del título. Cómo distinguir a aquellos escritores, sin mencionar a los dramaturgos, que utilizan el humor como apoyatura, recurso, adorno, vehículo, en su literatura —en la contemporaneidad: Abel Prieto, Senel Paz, Lourdes González, Arístides Vega, Lorenzo Lunar, Mario Brito, Ena Lucía Portela, Ernesto Pérez Castillo, entre otros y otras— de aquellos que se consagran íntegramente a generar humor literario: Chofre, Teijeiro, F. Mond, Juan Ángel Cardi, René Batista, Héctor Zumbado, Enrique Núñez Rodríguez, Marcos Behmaras, Eduardo del Llano, Ricardo Riverón, Jorge Fernández Era, Francisco García y varios más.

“Hay que acometer la inmensa tarea de escribir la historia del humor literario cubano”.

Mi segunda pregunta se relaciona con el límite temporal: ¿Qué se entiende por “a partir de 1959”? La fecha escogida tiene tal contundencia histórica, que se explica por sí sola, pero en muchos casos la literatura, ya sea humorística per se o que contenga rasgos de cierta comicidad, se debe a autores nacidos justo en esa fecha, o después o antes, pero en todos los casos existe al margen de 1959. Dicho de otro modo, no tengo claro qué se espera, si la pretensión es definir y ejemplificar el humor literario cubano a partir de la fecha escogida. Como no existe bibliografía específica al respecto (y empiezo por el señalamiento de que hay que acometer la inmensa tarea de escribir la historia del humor literario cubano, algo titánico, añado), y en aras del tiempo que suele asignarse a cada panelista, me limitaré a ofrecer una visión rápida, y seguramente incompleta.

“No es posible hablar del tema sin remitirnos, en primer lugar, a la monumental obra Costumbristas cubanos del siglo XIX, publicada en 1985, gracias a Salvador Bueno”. Imágenes: Cortesía de la autora

Aunque de forma fragmentada, sí disponemos de valiosísima información a través de antologías que no tienen siempre en cuenta un límite de tiempo (entiéndase que antología significa selección, lo cual depende en gran medida del gusto particular del antologador), que varios colegas han llevado a cabo. No es posible hablar del tema sin remitirnos, en primer lugar, a la monumental obra Costumbristas cubanos del siglo XIX, publicada en 1985, gracias a Salvador Bueno, en la cual, entre miles de atractivos, aparecen en la introducción valiosas consideraciones de Emilio Roig de Leuchsenring, nombre imprescindible para más de un tópico.

Seis años antes, en 1979, el nunca bien ponderado y multifacético Samuel Feijóo reunió 47 autores en la antología Cuentos cubanos de humor, cuyo mayor interés radica, a mi juicio, en el análisis de lo que llamó “Desarrollo histórico del humor en Cuba”, gracias al cual podemos acceder y comprender nuestra propia evolución según la división feijosiana: Período colonial (con nueve autores, desde Jacinto Carrasco hasta Ramón Roa); Humor mambí (cinco escritores, desde José Martí hasta Enrique Collazo); Humor en la época semicolonial (diez autores, desde Carlos Loveira a Carballido Rey), hasta llegar a la época revolucionaria (con 23 autores escogidos, entre Dora Alonso y Onelio Jorge Cardoso).

“En 1979, el nunca bien ponderado y multifacético Samuel Feijóo reunió 47 autores en la antología Cuentos cubanos de humor”.

A escasos dos años de la aparición del libro de Samuel, en 1981, Agenor Martí publica la nueva antología Una bocanada de humor, con 25 cuentos, de autores nacidos entre 1910 (Mario Kuchilán) y 1950 (Abel Prieto), en cuyo interregno encontramos nombres y contribuciones que trascendieron con creces la historia del humor cubano: Francisco Chofre, Marcos Behmaras y Héctor Zumbado, este último elevado a la categoría de filósofo por todos nosotros, humildes seguidores y feroces admiradores suyos.

Aunque dejo espacio para otros colegas que han estudiado la obra zumbadiana, no puedo dejar de decir que en la década de los 80 el humor cubano brilló como nunca antes (ni después), y en gran medida este fenómeno se debe a la mano mágica de H. Zumbado. Cuando en el año 2014 la Fundación Alejo Carpentier, a propuesta de su directora Graziella Pogolotti, analizó el humor cubano a través de un ciclo en el que participaran los exponentes de los grupos escénicos más destacados en los 80 (Salamanca, Nos y Otros, La leña del humor, La seña del humor, Humoris Causa, Los hepáticos), llamó la atención que todos, absolutamente todos los conferencistas, reconocieron la influencia de Zumbado en sus propuestas. Como era de esperarse, este ciclo recibió el nombre “Los 80 que zumbaron”. 

Curiosamente, además de los autores presentes en los libros que he mencionado, hay tres ausentes, sin los cuales no se sostiene ni el más aleatorio análisis del humor en Cuba, e ignoro los motivos para estas carencias, ciertamente imperdonables. Me refiero a Emilio Roig, Eladio Secades y Jorge Mañach. En ocasiones anteriores se ha señalado la insoslayable importancia de estos tres inigualables, por lo cual no me detendré en ello hoy, luego de insistir en llamarles maestros del costumbrismo.

Para concluir con las antologías devenidas referentes en cuanto a literatura humorística cubana, señalo que en 1986 se publicó la primera y hasta el presente única selección de cuentos de humor (mejor sería decir cuentos con y no de) escritos por mujeres, gracias a Olga Fernández. Las mujeres y el sentido del humor inicia con la luminosa Renée Méndez Capote (de cuyo libro Memorias de una cubanita que nació con el siglo dijera Cintio Vitier: “El más encantador libro de memorias de la literatura cubana”), y termina con Daína Chaviano, nacida en 1957. La figura más destacada del libro, entre un extremo y otro, es, y asumo el riesgo de aseverarlo, Mirta Yáñez, cuyo quehacer pedagógico, narrativo, poético y ensayístico merece estudio aparte.

En 1986 se publicó la primera y única selección de cuentos de humor escritos por mujeres.

Es evidente que no es fácil, ni sería justo, escoger los mejores escritores que se han dedicado a la literatura humorística desde, durante y después de 1959. Solo para llevar a cabo alguna decantación, brevemente expondré mis criterios sobre tres autores (en honor a que fueron tres los olvidados anteriormente), escogidos no por sus semejanzas, sino porque marcan distintos momentos históricos y emplean diferentes recursos: Marcos Behmaras, Ricardo Riverón y Eduardo del Llano.

Del primero, a quien no conocí, escuché hablar en casa, siempre elogiosamente. Narraré una anécdota que da idea de la organicidad con la cual asumía el humor como rasgo natural de su personalidad. Una tarde, alrededor de 1945, charlaban en una acera del barrio de La Víbora, Roberto, Marquitos y un tercer amigo, más tarde convertido en enemigo de las ideas socialistas que justamente analizaban ese día, con el fervor y la ingenuidad de la adolescencia que compartían los tres. En un momento, se les acercó una anciana harapienta y les pidió limosna. El tercer hombre, llamémosle X, se enojó ante el pedido y procedió a exponer las teorías de economía política que probablemente había leído la noche anterior. Ante la mirada atónita de mi padre y de Behmaras, X dijo: “Mire, señora, no podemos darle nada, porque eso sería perpetuar el mecanismo de desigualdad, la brecha social causada por las discordantes relaciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y sería ignorar las categorías de causalidad y efecto que el capitalismo despiadado, sin tener en cuenta las premisas de la libertad económica, impone a nuestro subdesarrollo, a su vez, fomentado por…”. De pronto, Marcos Behmaras interrumpió aquella metatranca, ofreció dos pesos a la mendiga, y expresó: “Mire, mi vieja, en lo que llega el comunismo a este país, vaya tomándose un café con leche, que esto demora”.

Nacido en 1926 y fallecido a los 40 años, este formidable artista incursionó en casi todos los medios, a los que aportó su inmenso talento. Escribió para la radio; hizo historietas costumbristas para la revista Mella; libretos dramáticos, de suspense; fue el primer guionista del programa televisivo Detrás de la fachada; el escritor de series policíacas (Tensión, aún recordada), y creó programas como Teatro y La Novela, con el propósito de dar a conocer obras de la literatura universal. En 1959 dirige Radio Progreso, y dos años después, Radio Habana Cuba. Al morir, en 1966, ocupaba el cargo de vicedirector del Instituto Cubano de Radiodifusión para la Televisión Nacional. En 1982 se recopilaron los artículos que en 1960 Marcos Behmaras había publicado en la revista Mella, bajo el nombre de Salaciones del Reader’s Indigest; evidente parodia a la revista norteamericana Selecciones del Reader’s Digest. Se trata de una deliciosa ironía. Sugiero detenerse en la lectura de “Cómo llevarse bien con los latinoamericanos” (p. 40).

“En 1982 se recopilaron los artículos que en 1960 Marcos Behmaras había publicado en la revista Mella, bajo el nombre de Salaciones del Reader’s Indigest”.

Ricardo Riverón Rojas, nacido en Placetas en 1949, poeta, editor, promotor cultural, fundador de Ediciones Capiro, presidente del inquietante, por decir lo menos, Club del Poste, es uno de los mejores cronistas cubanos actuales. Sus dos libros más recientes, El ungüento de la Magdalena y Manías crónicas, ratifican tal condición. Del primero de estos volúmenes, acoto que es una compilación de numerosos relatos que versan acerca de remedios populares para diversas dolencias que Riverón llevara a cabo, a instancias de Samuel Feijóo y con la ayuda de René Batista, a quienes está dedicado el libro. No es azaroso que el subtítulo del volumen sea Humor en la medicina popular cubana. Del segundo libro, francamente hilarante en términos humorísticos, debe añadirse con énfasis que estamos en presencia de una forma de contar nuestra historia reciente. Sin acudir a metáforas, a escenarios imaginarios ni a una narrativa dentro de otra, sino francamente real, una crónica prolongada y genuina nos provoca la certeza de que nuestra hoja de vida quedará reflejada para siempre con las luces y las sombras del tradicional choteo cubano. Puesta a elegir, me quedo con “La escoria positiva” (p. 118).

“Una crónica prolongada y genuina nos provoca la certeza de que nuestra hoja de vida quedará reflejada para siempre con las luces y las sombras del tradicional choteo cubano”.

Por último, quisiera hablar de quien considero merecedor del Premio Nacional de Humor. Por prolífico, porque ha desarrollado una brillante carrera humorística como guionista de cine, en la literatura, en puestas escénicas y recientemente como influencer en las redes sociales, con los riesgos de todas estas plataformas, Eduardo del Llano es digno de nuestra más alta consideración. Lógicamente, me ceñiré a su obra literaria, no sin antes señalar que sus inicios en el arte comienzan con el grupo de creación literaria y teatral Nos y Otros(1982-1997), del cual fue actor y director. Ya desde esa etapa adquiría destreza el hombre que nos regalaría los guiones de películas como: Alicia en el pueblo de maravillas, Kleines Tropikana, Hacerse el sueco, Lisanka y La película de Ana, de Daniel Díaz Torres; Perfecto amor equivocado, de Gerardo Chijona, y La vida es silbar y Madrigal, de Fernando Pérez. Ello lo llevó a desarrollar su propia obra con los popularmente conocidos cuentos de Nicanor y los largometrajes Vinci y Omega 3.

La producción literaria de Eduardo es tan amplia, que necesitaríamos un evento solo para él, cosa que le encantaría, pero que, al no ser posible, me obliga a comentar su libro más reciente, El enemigo, novela con la cual obtuvo el Premio Alejo Carpentier en el año 2018. Grosso modo, diré que tiene como eje argumental el serio asunto de la aparición de El Diablo con forma humana, quien necesita confesar sus pecados, y escoge para ese fin al hasta entonces nimio sacerdote Nicanor, párroco del pueblo Maravillas, quien a su vez solicita ayuda a Rodríguez, el obispo que funge como su máxima instancia. Además de las rocambolescas situaciones que suscita tal evento, con el consiguiente peregrinaje hacia El Vaticano en primer lugar, y la repercusión mundial del hecho, narrados con la formidable garra humorística de Del Llano, el trasfondo de la novela toda se basa en la hipocresía del poder eclesiástico, dominado por la ambición, el desmadre y el contubernio solapado por las grandes potencias del mundo.

El enemigo es la novela más anticlerical, más antibélica, más antimperialista y más radical de cuantas ha escrito Eduardo del Llano hasta el presente”.

Desde el título, El enemigo, el escritor comienza a involucrarnos en la misma aventura que corren sus personajes, martillándonos con cruciales interrogantes: ¿quién es?, ¿dónde está?,  ¿bajo cuál disfraz se esconde el verdadero enemigo? Satán, ahora nombrado Yusniel, ansía despojarse de la carga de sus maléficas acciones a través de una larguísima confesión que se inicia con el principio del mundo y resulta interminable. Ya conocemos la ironía (incluso en términos ideológicos) que tipifica la obra de Del Llano (por solo citar dos ejemplos, las novelas Cuarentena y Bonsai, además de su extraordinario cuento “Una doble moral con hielo, por favor”), pero es de reconocerse que en esta ocasión se lanza sin tapujos, y denuncia (muy a su manera) el afán destructor de los imperios. El enemigo es la novela más anticlerical, más antibélica, más antimperialista y más radical de cuantas ha escrito Eduardo del Llano hasta el presente.

Sugiero la lectura de esta novela, muy justamente premiada, y extiendo mis respetos al jurado del Alejo en el año 2018. Fue un equipo muy osado al distinguir una obra humorística, con lo cual por segunda vez un libro del género alcanza la categoría que merece, desde que Francisco Chofre se alzara con una mención en el Premio Casa de las Américas 52 años antes, en 1966.

“Hay mucha risa por contar, mucho talento por reconocer, mucha historia que sacar a flote”.

Sé que queda muchísimo por decir en materia de humor literario cubano, que hay mucha risa por contar, mucho talento por reconocer, mucha historia que sacar a flote, pero en algún momento hay que empezar. Termino, pues, afirmando con total conciencia, que bien puede resumirse esta manifestación cultural desde la defensa que hiciera Benedetti en el prólogo a La Odilea: “Se está obligado a transitar por la indecisa frontera que separa la gracia de la blasfemia; y la devoción, del irrespeto”. Y, por si quedara algún atisbo de duda, reproduzco palabras del gran estudioso del humor cubano, Jorge Mañach: “Si la literatura tiene una importancia histórica, es porque sus vicisitudes valen siempre como un reflejo de lo social. Nada nos da tan seguramente el tono íntimo de la conciencia de un país en un momento dado como el sesgo y el sentido de sus letras”.   

Evento teórico del Festival Aquelarre

Julio de 2022.

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