Tras el triunfo del primero de enero de 1959 el teatro cubano recogió lo que, con sumo denuedo, había sembrado durante las repúblicas precedentes, cuando los intereses de las clases en el poder no tenían entre sus prioridades la educación ni el desarrollo artístico. En tal contexto el teatro, sin embargo, tuvo conciencia de la función de las academias para su desenvolvimiento como arte —y las fundó. Se preocupó por dialogar con sus ineludibles referentes europeos y americanos —a un alto costo, literalmente—, y por ser contemporáneo. Probó y buscó modelos de gestión (la microempresa) y recursos promocionales que le garantizaran una permanencia en los escenarios y la formación paulatina de una imprescindible base social.

De este modo, cuando la Revolución Cubana asume el poder, el teatro y los medios electrónicos que incluían los espacios dramatizados tenían un capital humano formado, al cual ella le brinda debido cauce mediante el indispensable apoyo institucional y financiero.

En 1961 la dirección del Teatro Nacional de Cuba, en aquel entonces gestora del futuro movimiento teatral cubano, se centró en la fundación de varias agrupaciones escénicas, buscó una pluralidad en la creación que se ofrecía al pueblo, y dio continuidad a una de las vertientes que integraban el panorama teatral de la época. No tuvo, por tanto, reparos en definir la existencia de una entidad que se especializara en los géneros populares de la comedia, la farsa, el vodevil y el musical ligero. Encomendó su dirección general y artística a la teatrista Cuqui Ponce de León, y definió su nombre: Grupo Teatro Rita Montaner, para rendir homenaje activo a una grande de todos los escenarios que recientemente había partido. El 27 de marzo de 1962 el nuevo colectivo se presentó al público por vez primera, en la sala Hubert de Blanck, con la obra Propiedad particular, del dramaturgo cubano Manuel Reguera Saumell.

“La primera y única entidad capitalina que ha llegado a esta provecta edad dentro del espectro del teatro dramático para adultos”.

Esta agrupación, que hoy acertadamente se denomina Compañía Teatral Rita Montaner, está cumpliendo este año seis décadas de actividad artística ininterrumpida, y es la primera y única entidad capitalina que ha llegado a esta provecta edad dentro del espectro del teatro dramático para adultos.

A pesar de que el aniversario se cumplió el pasado marzo, fue preciso postergar las celebraciones oficiales para este verano con la esperanza de disponer de la sala teatral que acogió la mayor parte de su historia: El Sótano, en calle K, entre 25 y 27, en El Vedado. Esta aspiración no se vio coronada por el éxito, puesto que la institucionalidad que sostiene y acompaña a nuestras agrupaciones no pudo dar solución a un tema que atañe al edificio y la comunidad de vecinos donde la sala está enclavada: una filtración que afecta las primeras filas de su platea.

Obra: El amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, de Federico García Lorca, bajo la dirección artística de Fernando Quiñones. Foto: Tomada del perfil de Facebook de Leonardo Massaguer

Arriba la compañía a sus 60 años de existencia con unas 300 obras en su repertorio histórico, correspondientes a más de 250 autores, entre los que se incluyen clásicos universales, clásicos contemporáneos de unos 30 países y 43 autores cubanos de diversas generaciones —desde Luaces hasta Fleites—, llevados al escenario de la mano de 32 directores artísticos (el 22 por ciento de ellos, en su momento, jóvenes valores). En comparación con el resto de nuestras agrupaciones, esta destaca por la frecuencia de estrenos anuales (unos cinco como promedio) y la dinámica de su programación, así como por la presentación de la dramaturgia cubana.

Entre 1988 y 1989 tuvo lugar el cambio de régimen organizativo en las artes escénicas. De la estructura de las grandes agrupaciones con plantillas fijas se pasó a una variante flexible con el sistema de Proyectos Artísticos. La pauta era la agrupación profesional de artistas escénicos en torno a objetivos y misiones comunes. Una de las pocas agrupaciones, entre los grandes conjuntos existentes en 1989, que logró pasar con éxito aquel proceso —el cual cambió la geografía escénica— y permaneció hasta hoy fue la que, a partir de ese instante, tomó el nombre de Compañía Teatral Rita Montaner. Ha sido también la única entidad teatral en la capital que, tras el período especial, retomó el hábito de mantener abierta la sala de martes a domingo con dos programaciones diferentes en la semana, y una de las pocas que ha recibido en su escenario a grupos que no contaban con espacios propios de presentación, incluyendo la invitación frecuente de conjuntos de otras provincias o de municipios capitalinos alejados del centro cultural tradicional de la ciudad.

En la importante cita que representa el Festival de Teatro Cubano de Camagüey la compañía ha conseguido tres desempeños relevantes: el primero, durante su edición inaugural, en 1984; el segundo en 1990, y el tercero en 2006. En todos alcanzó un notable número de premios.

Obra: Médico a palos, de Molière (trad. de Leandro Fernández de Moratín), dirigida por Miguel Montesco. Fotos: Tomadas de la página de Facebook de la compañía

Intérpretes de primera línea se han desarrollado en sus filas, entre ellos figuran Aurora Basnuevo, Hilario Ortega, Trini Liguere, Jorge Cao, Carlos Cruz, Elsa Camp, Zayda Castellanos, Yara Iglesias, Daysi Fontao, Mireya Chapman, Trinidad Rolando y Jorge Luis de Cabo. Diseñadores de gran valor han tenido a su cargo la visualidad de sus espectáculos, como el gran Manuel Barreiro, el multipremiado maestro Eduardo Arrocha, y los más jóvenes Guillermo Mediavilla, Derubín Jácome y Diana Fernández. A la breve lista de sus directores artísticos en plantilla se han sumado otros de reconocida importancia en nuestra escena como Adela Escartín, Nelson Dorr, José Milián y Tony Díaz. En su seno se gestó, además, una nueva compañía y un nuevo director teatral con capacidad para conducirla, me refiero a Tony Díaz (diseñador y director) y a Mefisto Teatro.

Durante tan larga vida la compañía ha sido regida por distintos directores generales que a la vez han laborado como directores artísticos, lo cual ha significado, en ocasiones, algunos cambios de ruta. Entre ellos destacan, además de Cuqui Ponce de León, su culta y preparada directora fundadora, María Elena Ortega —una de las pocas egresadas de las academias del llamado campo socialista que demostró sólidos resultados a su regreso a Cuba—, directora sensible y audaz que nos legó inquietantes puestas en escena y que se vio obligada a cesar en el cargo por razones extrartísticas.

También dejó una huella Ignacio Gutiérrez en su dupla con la gran actriz y profesora española Adela Escartín y, posteriormente, el dramaturgo Gerardo Fulleda León, con su acento en el desarrollo de la dramaturgia cubana (las Jornadas Rolando Ferrer, en cada mes de enero) y la oportunidad para los jóvenes valores (el espacio Nuevas voces y visiones), a quien sucede, en una situación de suma complejidad, el actor, profesor y director artístico Fernando Quiñones Posada.

“La institución mantuvo la brújula orientada hacia el norte de su momento fundacional: hacer un teatro popular”.

En general, dos elementos han caracterizado esta extensa trayectoria: la amplitud y el eclecticismo de su repertorio, que mucho han tenido que ver con un público fiel que se renueva generación tras generación. Durante esta intensa travesía la institución mantuvo la brújula orientada hacia el norte de su momento fundacional: hacer un teatro popular.

En 2013 una decisión de las instancias superiores terminó el vínculo de 45 años (desde 1968) entre la compañía y su sede histórica: la sala El Sótano, la cual pasó a ser regida desde el Centro de Teatro de La Habana. No obstante, cada vez que la compañía sube a su escenario resulta frecuente ver el teatro colmado de público, quedando decenas de personas sin alcanzar asiento. Sin duda, se ha hecho de un público fiel que sigue sus presentaciones y que en esta temporada de celebración ha estado presente en cada una de las funciones en el Café Teatro Brecht.

Trayectoria tan extensa, a pesar de innecesarias pérdidas y lastimaduras en el velamen, habla del poder que imanta a sus integrantes, que no es otro que la decisión irrevocable de hacer teatro, en las condiciones en que lo hacemos todos en Cuba —incluidas las administraciones que acompañan la creación artística. Se trata de un arte de resistencia que pasa por encima de la desidia de unos y la frivolidad de otros, y nos coloca en la circunstancia sublime de apostar algo tan sagrado como el tiempo de nuestras vidas.  

Curiosamente, a lo largo de los años la Compañía Teatral Rita Montaner ha expresado públicamente que su trabajo no es visto por los especialistas ni por las autoridades del sistema de las artes escénicas. El tema afloró también hace algún tiempo en una de las reuniones de críticos durante el proceso de selección de los espectáculos nominados a los Premios Villanueva. A la hora de seleccionar o no las producciones de la compañía, no estábamos en condiciones de hacerlo: la mayoría no las habíamos visto, a pesar de tratarse de una agrupación que disponía de una sala teatral ubicada en una zona céntrica de la capital y con programaciones extensas. Recuerdo el asunto porque, en lo personal, me sirvió de alerta roja.

Lo trascendente es que el reclamo se reitera por parte de la mayoría de las entidades creadoras en el ámbito de la escena, a excepción de unas pocas, a lo largo de las últimas décadas; asunto que se conecta con el grado de cumplimiento de la específica misión de un dispositivo en el entramado institucional de la cultura.

Obra: Mi tío el exiliado, de Yerandy Fleites, bajo la dirección de Fernando Quiñones.

¿Cómo es posible evaluar, orientar y sacar conclusiones sin conocer? ¿Cómo puede todo un aparato burocrático volver letra muerta la razón misma que aconsejó, definió y estableció el radical cambio organizativo llevado a cabo en 1989 en las artes de la escena? ¿No informa también esta pretendida nueva organización de nuestros grupos —los llamados “proyectos”— y sus pautas de funcionamiento y evaluación sobre la política cultural del país? ¿Se puede hacer caso omiso del cumplimiento de esta política?

La agrupación, que al igual que todas las restantes, no maneja sus cifras de presupuesto, costeó con los recursos de sus integrantes no solo parte de la producción del espectáculo actual, sino también la gigantografía que anuncia su aniversario. Pese a las excelentes relaciones existentes entre el Ministerio de Cultura y el Instituto Cubano de Radio y Televisión, no existe un spot promocional que promueva este memorable hecho, señal de que también es necesario ser creativo en las relaciones entre instituciones cuando el tema financiero nos aprieta.

Obra: Noches de satín regio (primera reposición), de José Gabriel Núñez, con puesta en escena de Gerardo Fulleda León.

Son estos algunos de los temas planteados en medio de una travesía tenaz como esta que ahora festejamos. En una crisis de espacios de presentación ante la demanda creciente de espectáculos que buscan llegar al público, ¿cómo es posible que una sala de teatro patrimonial para la cultura cubana, conocida, querida y céntrica, permanezca cerrada al público sin que se haya dado solución a un problema que data de 2018?

En la Cuba que, con sumo esfuerzo, hoy se trata de dibujar, donde la iniciativa y la creatividad de los emprendedores están llamadas a jugar un papel dinamizador y muy particular en el entramado global de la sociedad cubana, resulta esencial incluir la producción teatral en ese paisaje nuevo y distinto, y desatar las bridas que entorpecen su avance.

Una administración que no aporte se hace a todas luces una carga económica y simbólica; una carga que llega a ser moral y desestimulante, y que plantea la pregunta crucial de su necesidad.

La ecuación no admite permutaciones entre sus elementos. El orden es este: los artistas sirven a los públicos; para servir a públicos y a artistas, en su íntima relación, se teje la institucionalidad.

Feliz aniversario, colegas de todos los tiempos de la Compañía Teatral Rita Montaner. En cualquier circunstancia es un hecho muy especial la permanencia creadora sobre la escena por seis décadas. Algo que, en nuestras condiciones de vida y trabajo, citando con humor la conocida frase popular, ni tan siquiera “se dice fácil”.

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