Un acto de fe para volver al libro
25/4/2017
Escribir y leer es un acto de gracia. Escribir y leer es un acto del espíritu. La literatura como acto legítimo del hombre corre el peligro de perderse en las redes del mercado. Se hace necesario un acto de fe para volver al libro que nos conmueva, que nos diga un misterio, un ápice de alegría para enfrentar los días de barbarie que corren.
Ya el apóstol pedía que no deben publicarse sino libros briosos y activos que fortifiquen y abren paso.
Nosotros, los escritores y los lectores de hoy, estamos en la sencilla y honesta obligación de contribuir a este acto de salvamento. Por eso estamos aquí.
Foto: Internet
En estos días he tenido la oportunidad de asistir a más de una feria a lo largo y ancho del país. En esas conversaciones afables que se dan luego de una mesa o un panel una interrogante aparece de vez en vez: ¿Ha muerto la verdadera literatura?
¿Ha muerto la verdadera literatura? Nos volvemos a preguntar frente a la banalidad de las novelitas rosas, de libros para leer de un vistazo y luego tirar en el primer cesto de basura que encontremos.
Ayer recordaba una frase de Jean Rostand: “Si se supiera por qué se escribe se sabría por qué se vive. Escribir es una función biológica en la que participan todos los componentes instintivos del ser”. Este biólogo francés cuyos trabajos sobre genética y leyes de la herencia le dieron renombre internacional apuntaba ideas claves al referirse al acto de la escritura y la lectura.
Nuestro Alejo Carpentier, en Palabras del tiempo, nos decía: “La verdad es que todo escritor desde Homero hasta el último premio Goncourt, es un testigo de algo más vasto que lo inmediato y tangible; contemplador de la humanidad en función de sus constantes permanentes; cronista de un pasado que puede vincularse directamente con el presente; analista de sus propias experiencias vitales”.
¿Ha muerto la verdadera literatura? Nos volvemos a preguntar frente a la banalidad de las novelitas rosas, de libros para leer de un vistazo y luego tirar en el primer cesto de basura que encontremos.
Ahora resulta que uno puede hacerse millonario en quince días; pasar de animal político a animal multiorgásmico o hacerse un alto ejecutivo en diez lecciones.
La llamada literatura de la Nueva Era ha desplazado a Balzac y a Hemingway. Los poemas de Chesterton dan paso a una versión moderna del Kamasutra. El Siglo de Oro español se ve empañado con una saga de espionaje y ciencia ficción más sospechosa.
Concursos literarios que pagan una fortuna dan sus premios a libros que aún están por escribirse. Los escritores salen de su torre de marfil y posan de frac en las ferias de las vanidades.
¿Qué dirían Cervantes, el manco de Lepanto, Borges, el ciego o Lezama, el gordo, desde sus bibliotecas imposibles?
Hace unos años, tres días antes de salir al mercado Memorias de mis putas tristes, su autor, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez se vio en la necesidad de cambiar el final de su novela y así evitar uno de los actos de piratería más sonados de la historia.
Un nuevo y aparente complicador ha aparecido en el horizonte más cercano: las nuevas tecnologías. El libro, el lector, las librerías y bibliotecas asisten a cambios de paradigmas de manera vertiginosa y tenemos que adaptarnos a esos cambios, buscar alianzas, asociaciones que resulten efectivas a corto y largo plazo. De lo contrario seremos como el hombre de la edad de piedra que en aquella película de ciencia ficción se encontraba con Gutenberg y su biblia de 42 líneas y este a su vez recibía por correo postal una máquina de escribir marca Remington.
¿Qué dirían Cervantes, el manco de Lepanto, Borges, el ciego o Lezama, el gordo, desde sus bibliotecas imposibles?
Escribir y leer es un acto de gracia. Escribir y leer es un acto del espíritu. La literatura como acto legítimo del hombre corre el riesgo de perderse en las redes del mercado. Se hace necesario un acto de fe para volver al libro que nos conmueva, que nos diga un misterio, un ápice de alegría para enfrentar los días de barbarie que corren.
Ya el apóstol pedía que no deben publicarse sino libros briosos y activos que fortifican y abren paso.
Nosotros, los escritores y lectores de hoy, estamos en la sencilla y honesta obligación de contribuir a este acto de salvamento. Por eso estamos aquí.