Según Omar Valiño, autor de este libro que hoy tengo el placer de presentar, La memoria imborrable. Tres décadas de crítica teatral, la gran obsesión del teatro es el Destino. Y el destino ha querido que yo, no alumna directamente de Valiño, pero sí colega de trabajo y, por tanto, su alumna sobre las tablas de la edición, la investigación y el pensamiento crítico teatral, tenga la dicha de presentar a un maestro, el mismo que presentara por el 2011 mi primer poema publicado en la revista Dédalo, cuando todavía no aspiraba a estudiar en el ISA. Ahora presento su primer libro de crítica teatral. ¡Qué suerte poder acercarme a esta memoria imborrable del teatro, gracias a la labor que como crítico ha realizado Valiño por más de treinta años!
Dentro del panorama teatral y literario cubano, este tipo de libro ya ha venido ganando terreno y críticos e investigadores de la escena cubana, entre ellos Vivian Martínez Tabares, Norge Espinosa Mendoza, Eberto García Abreu, cuentan con sus propios volúmenes, inspirados siempre por el maestro Rine Leal, quien con En primera persona inauguró esta especie de destino para el crítico: no solo diseccionar y valoraruna obra, sino que con su visión aportara a la historia del teatro de nuestra nación.
La memoria imborrable reúne sesenta y ocho críticas teatrales, distribuidas en tres partes, según los periodos que van de 1990 a 1999, del 2000 al 2009 y del 2010 al 2019, exactamente tres décadas como su título lo anuncia. Estas críticas, y no artículos, reseñas u otro tipo de texto de esta naturaleza, fueron publicadas indistintamente en varias publicaciones del país, díganse Tablas, La Gaceta de Cuba, La Jiribilla, Huella, Unión, Granma, Juventud Rebelde y otras.
“Según Omar Valiño, (…) la gran obsesión del teatro es el Destino”.
El libro abre con un trabajo sobre la Temporada Teatral de Verano en Santa Clara, ciudad natal del autor, por octubre de 1990, y recoge una amplia producción escénica, durante esta década, protagonizada en parte, por autores como Salvador Lemis, Joel Cano, Ricardo Muñoz, quienes emigraron del país y ahora están menos presentes en nuestra escena, y grupos como Teatro a Cuestas, que ya no existe o que han sido menos visibilizados como Espacio Interior, a pesar de la calidad teatral de estos. También aborda la obra de autores más consagrados como Roberto Orihuela o la loable labor de Teatro Escambray, con textos de Rafael González y dirección de Carlos Pérez Peña.
La segunda década recoge críticas sobre grupos que se habían fundado durante los noventas, como Argos Teatro, bajo la dirección de Carlos Celdrán, El Público, con Carlos Díaz, El ciervo encantado, con Nelda Castillo, obras dirigidas por Antonia Fernández, quienes habían tenido la experiencia madre de Teatro Buendía, con las maestras Flora Lauten y Raquel Carrió. También nos acerca a la labor de René Fernández, José Milián, a la obra de Abelardo Estorino por Teatro Rumbo, y una vez más, que volverá a repetirse en la tercera década, a Teatro Escambray, con producciones transgresoras como Voz en Martí, crítica esta que recomiendo particularmente. Es un período para estos grupos en el que se dialoga con los clásicos del teatro y la literatura universal y cubana, entre ellos Calderón de la Barca; Henrik Ibsen, León Tolstoi, Michel Azama, Virgilio Piñera o Severo Sarduy.
Por su parte, la tercera década, de la que ya yo soy testigo como espectadora, tiene la peculiaridad de comenzar a mostrar autores más contemporáneos, como Nara Mansur, autora de ese libro que cambió en gran medida la visión del teatro cubano, Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro, y que fue llevada a escena por Teatro D̕ Dos, Abel González Melo, por Argos Teatro y El Portazo, con obras tan queridas, Chamaco y Por gusto, así también Yerandy Fleites, quien comenzaba a tener una voz muy auténtica dentro del panorama teatral, cifrada por su trabajo con el mito y los clásicos.
Durante esta década aparecen en nuestra escena el performance y el teatro documental, que, si bien ahora son más notables, en ese entonces, llegan de la mano de grupos y artistas extranjeros como el franco-urugayo Sergio Blanco con su obra Tebas Land o Teatro en el Blanco, dirigido por el chileno Guillermo Calderón con sus puestas Neva y Diciembre. El teatro documental se hizo eco en nuestro gremio y directores como Carlos Celdrán se animaron a escribir sus obras y dirigirlas, tales son los casos de Diez millones o Misterios y pequeñas piezas. También fue notable el tratamiento de la historia y lo documental en El vacío de las palabras, de Maikel Rodríguez de la Cruz, por Ludi Teatro y Miguel Abreu.
“(…) la pasión de un amante del teatro, que ya se sabe los santos y señas de su amor, pero está dispuesto siempre a dejar sorprenderse (…)”.
La historia de tres décadas de teatro cubano entretejida por valiosos grupos y autores extranjeros como el emblemático Yuyachkani o Juan Mayorga, respectivamente, festivales nacionales e internacionales de teatro, el teatro de títeres y para niños, con destacados grupos como Las Estaciones o La Proa, la danza, la ópera, el humor. Por supuesto, se trata aquí de una parte de esa historia, contada por Valiño, primeramente, con furor, el furor de ese crítico que ejerce su oficio obstinadamente, como aprendiendo a ser justo y, sobre todo, honesto. Luego, con pasión, la pasión de un amante del teatro, que ya se sabe los santos y señas de su amor, pero está dispuesto siempre a dejar sorprenderse, porque es la única manera de caminar juntos, de acompañarse y siempre aprender el uno del otro.
Así con esta pasión, he leído La memoria imborrable, una crítica detrás de otra, como queriendo devorar toda esta historia, aprehenderla, ser testigo también de lo que inconscientemente me pertenece, de lo que he heredado: un destino, sin dudas, el destino de saberme parte de un arte que se hace en colectivo, que aúna voluntades, fuerzas, fortalezas y también muchas debilidades, pero que de una sola se salva, la que parece ser su sino: a eso que le llaman efímero. El teatro se salva de su condición efímera, gracias a libros como este, que no están hechos para encumbrar a un autor, sino porque son simplemente necesarios: testigos de un arte, de múltiples oficios, saberes y realidades.
“El teatro se salva de su condición efímera, gracias a libros como este, que no están hechos para encumbrar a un autor, sino porque son simplemente necesarios”.
Los invito a que se adentren en sus páginas para que descubran o completen sus historias personales del teatro cubano. ¡Muchas gracias!