Los partos concebidos en Historia de un abrazo
No es la primera vez que al leer a Caridad Atencio una trasmisión empática hace que piense en Louise Bourgeois. Así como veo en la escultora el encubrimiento poético de la realidad, en Atencio veo la necesidad de esculpirla, tejerla o descualificarla poniendo sombras, finas capas de arcilla sobre el ser y sí misma. Cada una en su lugar semejante, lejos de cualquier orden de indiferenciación. Entrehiladas en mi cabeza sin saber qué pesa más, si la araña de la francesa que se antepone al Guggenheim de Bilbao con su estrepitoso tamaño y lleva por nombre Mamá, o Historia de un abrazo,[1]—libro de poemas más reciente de Atencio—, lo que subyace es el modo “trágico” en que asumen la realidad, la transrealidad y sus relaciones existentes. Y es que cualquier aproximación entre ambas es primitiva, inmediatamente anterior a las asociaciones que ahora establezco y restauro. El tema de la madre, la hija y de la mujer como objeto poético es triada poética en una y otra; triangulación al modo renacentista que muestra lo que es uno solo y sus porciones. De tal modo, la mujer-madre-hija se muestran en ambas como un fragmento u amputación suficiente, o lo que es igual: la parte que es removida del todo.
Con la certeza de que no son las grandes cosas las que hay que transformar, sino las pequeñas que son justamente las grandes para el alma, como sentencia S. Weil, en Caridad y en Bourgeois la mujer, la madre, son poseedoras de una cosmogonía asentada en otra cosmogonía: la familia, la casa y el pasado como perspectiva personal-teatral y estado anterior de la conciencia. La mujer y la madre son para ambas condiciones de su propio cuerpo en relación con los demás y las cosas. Así nos muestran un conocimiento poético basado en la derogación, el ocultamiento, fogonazos estos que aviesamente nos dirigen los ojos hacia los eficaces silencios.
Desde las producciones anteriores El libro de los sentidos (2010) o Desplazamiento al margen (2018), había pensado: la forma en que Caridad Atencio construye su hacer poético es tan ¿rara? Y con raro asumo algo que supera mi comprensión y obliga a retrotraerme o retro-llevarme a la suya: el Misterio. Eso que socaba —según Auster— nuestras certidumbres. Asumo con raro un sin igual que la posiciona ―si bien toda poesía lo es—, como una maestra del simbolismo poético de las últimas décadas en Cuba. Sus amputaciones, decapitaciones, sajaduras hechos a conciencia, son las sajaduras del pensamiento; su extensión finita e infinita puestas a nuestra consideración. Es así que, leyendo Historia de un abrazo, incluso el lector desatento puede encontrar algo que los maestros del psicoanálisis llamaron regresión, o lo que es igual, un viraje a un nivel preliminar del pensamiento, un retroceso a partir de un punto ya alcanzado o superado, como si ser madre, ahijara o viceversa. Tal detención me recuerda a la diosa Shakti con su cuerpo de muchos brazos para así personificar el completo femenino, lo que aflora en los versos: Quién dijo soy la madre/soy el hijo atormentado de mi hijo/ que no encuentra las riendas.[2]
Y en eso el camino se sale del cuerpo/ Mi cuerpo está en un cofre/ saqueado y ultrajado.[3]
O la cita que acaso traduce el sentido oculto del libro: Quiero oscurecimiento y transfiguración.
Asumo dicha transfiguración como un mecanismo indispensable para la autora; un mecanismo de auto-comprensión; el ser desde/en los otros conlleva un estado de madurez, de plenitud descorrida en la mujer y en la poeta. La persona es lo que cuenta, en definitiva, es su pasado, su historia. Es entonces que la poeta reconoce que:
(su) Mi pecho es un espejo/ donde todos se miran/ y ven las oquedades del espejo/ no sus caras, de mentes/ llenas de imperfección/ Entonces es cuando/ te humanizan […].[5]
En Historia de un abrazo lo especular se vuelve testigo de su propia existencia. La figura del espejo como falso-sí mismo, donde creemos advertir el entorno circundante. ¿Pero que es un espejo sino un circulo, cuadrado— poco interesa la forma― fijo y acendrado a la pared donde solo podemos encuadrar un fragmento, una estrecha superficie que vemos o nos ve? El espejo como marco de referencia, de identidad auto-contenida, previa o simultánea,[6] es en el cuaderno un espacio de representación, del cuerpo que se repliega buscándose a sí mismo. Mirarse al espejo es también un ejercicio aleccionador que trae al mirante profundas esperanzas. Uno no es solo lo que ve, incluso lo que queda en el borde limítrofe tiene, por añadidura, otras dimensiones.
A pesar de ese “yo cambiante” y transfigurado, la poeta sabe que, en la santísima trinidad trazada en el cuaderno, no es la madre ni la hija cuando dice: Ahora estoy/ sola contra/ mí misma/ en lo más hondo/ de todo. Sentencia esta terrible que habla a favor de una omnipotencia subjetiva; la poeta sabe lo principal. Es así que hallamos en la soledad, el desgarro, la crueldad, la culpa, la segregación también física, problemáticas que, a lo largo del poemario regulan el orden de lo femenino.
“La persona es lo que cuenta, en definitiva, es su pasado, su historia”.
Asimismo, asumo en la arqueología del libro algo que lo preexiste, que es su cuestión más íntima y primera: el destino de ser mujer y la desobediencia de ese destino. Lo anterior se fundamenta, entre otras razones, en el uso recurrente del infinitivo y su doble naturaleza. El modo aforístico en que se presentan a ratos parece sentencia y a ratos parece la negación de las voliciones, o una suerte de hastío de la voluntad. El infinitivo equivale a conservar “la institución del lenguaje”, hacerla infinita;[7] en ello hay un acto de violencia, cuando dice:
Sostener con un gancho de pelo/ “Una continuidad trágica”.[8]
Atravesar/ la sombra/ de un cuerpo.[9]
Tocar/ hasta que encuentres/ la extremidad/ por golpe.[10]
Soportar en silencio/ una escena en la que bailo/ para ti.[11]
En los versos anteriores lo que asoma es más o menos la definición de Paz cuando se refería al decir poético como carencia y no como plenitud. Sostener, atravesar, tocar, soportar, no son acciones plenas, sino acciones anhelantes que quizás nunca sucedan, o sucedieron en otro tiempo en los arreglos de la conciencia.
En ese espacio de fecundidad cobran valor otros aspectos, la negación se reitera en la poética de Atencio como un sino; la mujer es más de una vez negada y en ello hay angustia. Es por eso que la autora invoca la defensa femenina como una necesidad cuando dice:
[…]
Palacio hecho
para que
las mujeres
observaran
el mundo
sin ser vistas:
Palacio
igual
a las mujeres
Y la agonía
es permanente
antes que eterna,
haciendo
un arte
de la necesidad
de defenderse.
“Uno no es solo lo que ve”.
Versos estos que invariablemente me hacen volver a la obra de Louise Bourgeois, en especial a su Mujer casa (1946-1947); pintura que esboza en el espacio de la cabeza una casa; una enorme casa sobre los hombros, celando el rostro y con ello cualquier rastro de vida. Esta mujer no es más que un torso sin brazos, un cuerpo amputado que soporta el peso del hogar. Tanto Louise Bourgeois como Caridad Atencio cuando anuncia que el Palacio es igual a las mujeres, hablan de la casa también como analogía del espacio de la anulación y con ello cuán invisible se hace lo cotidiano y lo familiar toda vez que se naturaliza.
Si para Bourgeois una mujer no tiene lugar como artista hasta que pruebe una y otra vez que no será eliminada; en Historia de un abrazo es la misma cosa: la mujer tiene que probar, a fuerza de desgarros, mutilaciones y auto-mutilaciones (cuando hace falta), que no será eliminada.
Es tiempo/de podar/los árboles, /es tiempo de podar tu vida— dice la poeta, en este libro de misteriosas e infinitas resonancias; podar como una suerte de reinvención de lo humano, metáfora de la urdimbre, la creación y la hendidura; de la violencia que tienen todas las cosas cuando nacen o se destruyen.
Notas:
[1] Atencio, C. (2019). Historia de un abrazo. Editorial Letras Cubanas.
[2] C.A. Ob. cit., p. 11.
[3] C.A. Ob. cit., p. 15.
[4] Atencio, C. (2019). Historia de un abrazo. Editorial Letras Cubanas.
[5] C.A. Ob. cit., p. 20.
[6] Ver poema en pág. 74
[7] Revisar en Ricoeur, P. (1990). Aproximaciones a la persona. Espirt.
[8] C.A. Ob. cit., p. 27.
[9] C.A. Ob. cit., p. 55.
[10] C.A. Ob. cit., p. 74.
[11] C.A. Ob. cit., p. 80.