Prólogo a Entre la carta y el asalto, de Frank Josué Solar Cabrales
Sin su reconstrucción, la historia tiende a ser pura ficción no siempre novelada y carente de la poesía de la vida sobre la cual se construyen mitos y leyendas, juicios prejuiciados, imaginarios colectivos y seudohistorias. Si se trata de los procesos más recientes —piénsese en la relatividad de los tiempos históricos—, la complejidad puede asociarse a vacíos en la información, documentación incompleta, testimonios interesados —casi siempre vistos los hechos desde el observatorio en el que estaba colocado el testimoniante— y la carga subjetiva del escribidor —seleccionador de textos y testimonios y autor de la lógica e intencionalidad de lo escrito—. El tiempo suele jugar malas pasadas a los analistas porque lo más difícil no está solo en la interpretación de textos y contextos, también se halla en el espíritu de una época; la diversidad de individualidades —visiones y culturas personales—; en el sentir y en el vivir de una generación colocada en situaciones propias e irrepetibles, alguno de cuyos rasgos parecen mutilados por Cronos. El historiador se encuentra con que actores importantes de la época que quiere estudiar perecieron en la vorágine de los acontecimientos o producto del transcurrir de los años. Su silencio es definitivo. Solo tendrá intérpretes interesados.
La historia de la Revolución Cubana no es el estudio ideal de un proceso sin contradicciones —en blanco y negro—; constituye un intrincado campo de opciones, debates, reveses, alternativas —convergencias y divergencias— en el cual la unidad es compleja porque las circunstancias, no pocas veces, alteran el resultado de las intenciones. En ello influye la formación diversa de los hombres y mujeres que participan. El golpe de Estado de Fulgencio Batista y la suspensión de la Constitución de 1940, dan inicio a la creación de una situación revolucionaria. Desde la génesis hay una marcada diferencia entre los viejos políticos desplazados y una juventud que no solo quiere combatir al régimen dictatorial, sino a todo el sistema corruptor y corrupto que ha sufrido Cuba desde la década de los años treinta. Fidel Castro llama a su organización: “La Generación del Centenario”.
La Universidad de La Habana es, desde el mismo día del cuartelazo, el más destacado centro contra el régimen impuesto. Una juventud —la mayoría entre los 14 y 30 años— siente el deber de liberar a Cuba no solo de la dictadura, sino de los males que introdujeron la corrupción interna y la dependencia externa. Uno de los primeros grupos creados para combatir la dictadura fue el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR). Su líder, el profesor Rafael García Bárcena, expresó el sentir de la juventud cubana pocos meses después del golpe de Estado: no queremos lo que se instauró el 10 de marzo ni lo que existía el 9 de marzo. Muchos de los jóvenes participantes del MNR fueron, en 1956, de los primeros integrantes —junto con los moncadistas y la organización oriental de Frank País—, del Movimiento Revolucionario 26 de julio, primera organización de unidad revolucionaria.
El 26 de julio de 1953, los jóvenes integrantes de la Generación del Centenario ejecutaron los ataques a los cuarteles Moncada (Santiago de Cuba) y Carlos Manuel de Céspedes (Bayamo). El documento de defensa de su líder Fidel Castro, conocido como La historia me absolverá, resultó el más completo texto para un proyecto revolucionario de transformación de la sociedad cubana tal y como lo deseaba lo más avanzado de su juventud. El propio acto insurreccional sirvió de ejemplo: a la dictadura se le combatía; no se entraba en falsas negociaciones ante las cuales el batistato nunca haría concesiones estratégicas.
En el interior de la Universidad de La Habana, el movimiento estudiantil se radicalizaba bajo el liderazgo de un joven estudiante de Arquitectura, José Antonio Echeverría —con apenas 19 años cuando se produjo el cuartelazo batistiano—. El 30 de septiembre de 1954 era elegido presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU); como vicepresidente lo acompañaba otro indiscutido líder revolucionario, Fructuoso Rodríguez. A partir de ese momento, el enfrentamiento al régimen castrense fue la prioridad de la FEU, lo cual implicaba, no solo la lucha armada en Cuba sino también contra los regímenes dictatoriales en América Latina.
El 24 de febrero de 1956 —fecha en que se conmemoraba el inicio de nuestra Guerra de Independencia— José Antonio hace pública la creación del Directorio Revolucionario, no solo como brazo armado de la FEU sino como promotor de la unidad revolucionaria y partícipe de “la Revolución Nacional”. El discurso de José Antonio el 9 de marzo de 1956, Contra las dictaduras de América, expresaba el principio latinoamericanista que acompañaría a las proyecciones del Directorio.
“ Para lograr la unidad revolucionaria existen estrategias. La de Fidel, centrada en el programa transformador del Moncada, concibe al Movimiento Revolucionario 26 de Julio como la expresión militante activa, ideológica y política de los revolucionarios desvinculados de la vieja política y sus personeros; la del Directorio, partía de la unión de todas las fuerzas antibatistianas”.
La obra que presentamos es un riguroso trabajo sobre las búsquedas y dificultades para el logro de la unidad revolucionaria. Más que prejuicios, se resaltan las dificultades que el acontecer diario coloca en un proceso en el que los protagonistas no siempre tienen la comunicación necesaria y lo impredecible deja huellas y heridas profundas. Para lograr la unidad revolucionaria existen estrategias. La de Fidel, centrada en el programa transformador del Moncada, concibe al Movimiento Revolucionario 26 de Julio como la expresión militante activa, ideológica y política de los revolucionarios desvinculados de la vieja política y sus personeros; la del Directorio, partía de la unión de todas las fuerzas antibatistianas.
Es importante destacar aquí que el Directorio no nació solo para derrocar a la dictadura. Como organización revolucionaria tenía una definición revolucionaria. En su Manifiesto al Pueblo de Cuba, en el punto 11, se afirma: “La Revolución se asienta sobre principios fundamentales de Libertad Política (Democracia), Independencia Económica (Nacionalismo) y Justicia Social (Socialismo)”. Los referentes históricos eran diferentes a los del 26 de julio. Mientras este último se expresaba como continuador de las luchas mambisas, el Directorio lo hacía en el referente universitario de la revolución de 1933: el Directorio Estudiantil de 1930. Ello marcaba dos estrategias de lucha diferentes. El Directorio Revolucionario centraba sus acciones en La Habana, en el “golpear arriba” para desencadenar la huelga general; el 26 de Julio se apegaba a la experiencia mambisa de crear un ejército libertador en las montañas orientales.
No resultaban extraños, en medio del fragor de la lucha, los debates entre las organizaciones revolucionarias. Muchos conceptos están cargados y recargados de incidentes o visiones de época. En un documento publicado en el suplemento de la revista Alma Mater de marzo de 1956, se afirma que los obreros constituyen “la clase revolucionaria por necesidad y conciencia” y que el Directorio tiene su pupila visionaria en “la gran tarea de la Revolución Nacional, a la cual han de prestarle toda su energía creadora las fuerzas sanas que integren o coordinen con el Directorio Revolucionario”. La democracia, el nacionalismo y el socialismo conforman los objetivos de la “Revolución Nacional” que promueve el Directorio Revolucionario.
Las interioridades, complejidades y acontecimientos del proceso revolucionario y, en particular, las circunstancias y hechos que marcan la trayectoria del Directorio Revolucionario, con sus antecedentes y consecuencias entre la firma de la Carta de México y el combate del Palacio Presidencial, constituyen el objeto de esta obra. Abunda en información, en muchos casos no conocida. No pretende su autor hacer la historia del Directorio. Lo que nos presenta, apenas es un segmento de ella, pero trascendental para entenderla y comprender las dificultades de la unidad revolucionaria.
El ataque al Palacio Presidencial ha provocado debates no siempre históricamente bien fundamentados. Algunas veces mal intencionados. No se trató de un hecho desesperado, mal planificado o de ingenuidad militar. La tesis del Directorio de “golpear arriba” no descansaba solo en el ajusticiamiento del dictador. Ello se concebía como punto de partida para una insurrección con el régimen decapitado y desarticulado. Esa insurrección llevaría a una huelga general nacional que pondría fin al batistato y, más importante, abriría las puertas a la Revolución. Esta acción no resultaba un hecho aislado; era la operación principal dentro de una estrategia política revolucionaria planificada por la dirección del Directorio. La de Radio Reloj le daba su dimensión política al 13 de marzo. Por ello, el máximo líder de la organización, José Antonio Echeverría, a su pesar, no está en el enfrentamiento de Palacio. Su misión consistía en dirigirse al pueblo de Cuba y llamarlo al combate; iniciar la insurrección —que tendría su estado mayor en la Universidad— y provocar la resistencia popular que desembocaría en la huelga general. Era importante destacar que las acciones las desarrollaba el Directorio Revolucionario con importantes participantes que habían pertenecido o pertenecían a la Organización Auténtica (OA).
“Las interioridades, complejidades y acontecimientos del proceso revolucionario y, en particular, las circunstancias y hechos que marcan la trayectoria del Directorio Revolucionario, con sus antecedentes y consecuencias entre la firma de la Carta de México y el combate del Palacio Presidencial, constituyen el objeto de esta obra”.
En las reuniones de la dirección del Directorio se valoraron diversas variantes. La incorporación de Menelao Mora Morales y su grupo permitió precisar las características de la operación; sería una acción comando, teniendo en cuenta el armamento, las municiones, los hombres y el tiempo. En la cuestión puramente militar, tres hombres resultaban importantes por su experiencia —que no poseían los generales de salón del ejército batistiano—. Adelanto aquí un asunto importante a la hora de valorar, desde el punto de vista militar, el asalto a Palacio. El desarrollo de este tema forma parte de los contenidos de mi obra en preparación Los eslabones quebrados. Los tres militares eran españoles —por lo que, entre los cubanos, se les conocía como los tres gallegos—. Sus lugares y destinos en estos acontecimientos fueron diferentes, lo cual tuvo serias consecuencias en el fracaso de la operación.
El primero a tener en cuenta es Daniel Martín Labrandero. Poseía una historia extraordinaria y un conocimiento en la preparación de operaciones militares. Excoronel jefe de la décimoquinta Brigada Internacional en la Guerra Civil Española, pasó a Francia al término de esta; al ser ocupado el país por los alemanes, se incorporó a la resistencia; capturado, se le internó en un campo de concentración del que fue liberado en 1945; solicitó de inmediato trasladarse a Cuba; en 1947 participa en los preparativos de Cayo Confite. Para el Directorio, Daniel era el jefe militar indiscutido para la preparación y ejecución de la acción de Palacio. Pero, los acontecimientos frustraron su participación. En medio de los tanteos de los preparativos es apresado por las fuerzas de la tiranía. El Directorio organiza su fuga de la prisión del Castillo del Príncipe, pero, durante el hecho, cae muerto el 30 de diciembre de 1956. Julio García Olivera, segundo jefe de acción del Directorio, en su libro Contra Batista, escribe: “Reflexionando mucho sobre esto, he pensado que con la presencia de Martín Labrandero se hubieran salvado muchos de los problemas” (p. 319).
El segundo de los “gallegos” era Carlos Gutiérrez Menoyo. Su historia no era menos impresionante. A los 16 años se incorporó a las fuerzas de la Francia Libre en África bajo el mando del famoso general Leclerc, participando en la “guerra del desierto” contra las fuerzas alemanas del Afrika Korps que estaban bajo el mando del mariscal Rommel. Con posterioridad combatió en Italia, en el desembarco de Normandía y en Alemania. Fue condecorado y obtuvo el grado de subteniente. Emigrado en Cuba, participó en los preparativos de Cayo Confite, en 1947. Era el hombre ideal para un ataque comando, pero no tenía la experiencia organizativa de Martín Labrandero. Por ello, se le nombró jefe del comando que atacaría el Palacio y le daría muerte a Batista. Durante esta acción pierde la vida.
Del tercer “gallego” se tienen pocos datos y estos son confusos. Conocido como Ignacio González, también usaba el nombre de Marcelino Manen, había sido combatiente en la Guerra Civil Española. Se le asignó la jefatura de las fuerzas de apoyo. Estas no entraron en acción. García Olivera escribe: “Marcelino Manen jamás se presentó después a dar una explicación sobre lo sucedido. En el mes de junio salió al exilio hacia Costa Rica donde se unió a Eufemio Fernández” (pp. 318-319).
Eufemio era uno de los principales “jefes de acción” de la Organización Auténtica. Había participado en la Guerra Civil Española y tenía fuertes vínculos con la emigración republicana española en Cuba. Desde 1948 estaba vinculado al presidente Carlos Prío Socarrás. Antes, en 1947, fue uno de los principales organizadores de la expedición contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Lo más interesante resulta la composición del Estado Mayor de su batallón, el Guiteras: Daniel Martín Labrandero, jefe del Estado Mayor; Carlos Gutiérrez Menoyo, jefe de la 1ra. compañía; Ignacio González, jefe de la 3ra. compañía. Algunos de los desertores del 13 de marzo también se unieron a Eufemio en Costa Rica, entre ellos “veteranos de la Guerra Civil Española”. ¿Qué papel desempeñaron la Organización Auténtica, y en particular Eufemio Fernández, en los extraños sucesos que rodean a la acción de Palacio? Mucho queda por estudiar teniendo cuidado con las versiones interesadas.
En su alocución por Radio Reloj, José Antonio precisa que es el Directorio Revolucionario el ejecutor de las acciones del 13 de marzo, al que se le han unido otros grupos independientes, como el de Menelao Mora, caído heroicamente en Palacio.
Los jóvenes del 13 de marzo, como antes los moncadistas, fueron a liberar a Cuba de la tiranía siempre conscientes de que la muerte era una posibilidad. Es en ello en lo que radica la valentía, el patriotismo, la entrega —si es necesario— de la propia vida. Cuando se leen los documentos, se observa la alegría de poder entrar en combate; de romper la inercia de la espera: la aspiración de ser héroe, pero sabiendo que también se puede ser mártir. A eso es a lo que se está dispuesto. Es una actitud de los jóvenes del Directorio y del 26 de Julio; es la convicción íntima y profunda de los revolucionarios de una generación generosa, patriota y revolucionaria.
La documentación del Directorio constituye una fuente importante que invita a la meditación. Las obras de tres de los miembros de la dirección de la organización antes del 13 de marzo y participantes activos en los acontecimientos de ese día glorioso abundan en información, a veces contradictoria, pero complementaria. Me refiero a los libros y escritos de Enrique Rodríguez-Loeches, Faure Chomón —jefe de acción del Directorio y segundo jefe de la acción de Palacio— y Julio García Olivera —segundo jefe de acción del Directorio y responsable militar de la operación de Radio Reloj—. A esta información deben añadirse las diversas entrevistas realizadas a otros miembros de la dirección del Directorio, entre ellos, a Guillermo Jiménez.
En los sucesos del 13 de marzo y de Humboldt 7, el Directorio pierde a sus dos líderes, José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez. Resulta la única organización que ha quedado descabezada. Hay otro asunto determinante, José Antonio y Fructuoso tenían la doble condición de ser los máximos dirigentes tanto de la FEU, como del Directorio. No existía ninguna otra figura que tuviese esa doble pertenencia de dirección. El autor de esta obra analiza con profundidad esta situación y sus consecuencias. Estrategias y tácticas se centran en reconstruir la dañada estructura de la organización, en tanto se continúa la lucha revolucionaria. Ello debe ser objeto de otros estudios, pues no son las pretensiones de la obra que se presenta.
“El proceso de la unidad revolucionaria tuvo un artífice, Fidel Castro Ruz. No siempre el camino de la unidad, deseado por el 26 de Julio y por el Directorio, tuvieron los mismos signos y no siempre convergieron. Esta obra reconstruye el difícil camino de la unidad. No cubre todas sus etapas, pero permite entender sus dificultades”.
En 1959, el Directorio es un activo participante en las transformaciones que se operan en el país. La línea de su periódico, Combate, dirigido por el comandante Guillermo Jiménez, es de total adhesión y defensa del proceso revolucionario. Sus principales figuras y la mayoría de sus militantes están comprometidos con las acciones revolucionarias. De aquellos jóvenes del Directorio que tuvieron un importante papel en la etapa de la Revolución en el poder merecen ser recordados Antonio, Tony, Santiago García, infiltrado en los grupos contrarrevolucionarios y asesinado el 9 de enero de1961; Gustavo Machín Hoed de Beche, que formó parte de la guerrilla del Che en Bolivia y cae en combate el 31 de agosto de 1967 en Vado del Yeso y Raúl Díaz-Argüelles García, quien, al frente de las Tropas Especiales del Ministerio del Interior en Angola, muere en combate en la madrugada del 11 de diciembre de 1975. Otros miembros del Directorio participaron en estos últimos 60 años en importantes acontecimientos, entre ellos, Víctor Emilio Dreke Cruz y Julio García Olivera. La mayoría de los hombres más destacados del Directorio murieron en Cuba en funciones revolucionarias: el Chino Figueredo, Alberto Mora, Enrique Rodríguez-Loeches, Humberto Castello, Guillermo Jiménez, el Moro Asef, Tony Castell, entre otros. Quien fuera su secretario general, desde 1957, Faure Chomón Mediavilla, fallece siendo miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 5 de diciembre de 2019.
El 16 de julio del presente año, al conmemorarse el nacimiento de José Antonio (1932) en la Universidad de La Habana, la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) develó el busto restaurado del inolvidable líder revolucionario. Allí estaban presentes combatientes que aún viven del Directorio Revolucionario.
El proceso de la unidad revolucionaria tuvo un artífice, Fidel Castro Ruz. No siempre el camino de la unidad, deseado por el 26 de Julio y por el Directorio, tuvieron los mismos signos y no siempre convergieron. Esta obra reconstruye el difícil camino de la unidad. No cubre todas sus etapas, pero permite entender sus dificultades.
El Directorio Revolucionario es, junto al Movimiento 26 de Julio y al Partido Socialista Popular, una de las tres organizaciones que se unen, en 1961, en la Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) como cuerpo político único de la Revolución.
La lectura de esta obra, cuyos acontecimientos transcurren en apenas seis meses y trece días (entre la firma de la Carta de México y el ataque al Palacio Presidencial), será nutriente para explicar, comprender y pensar mejor la historia de la Revolución cubana.
Ver el libro Entre la carta y el asalto de Frank Josué Solar Cabrales.