Una historia de vida que compone el fresco de esta época. Un libro para no dejar de leer.
Desde hace algún tiempo ya, tras una batalla epistemológica que no ha cesado del todo, las ciencias sociales emplean la perspectiva cualitativa para sus labores y esta ha ido ganando terreno en la discusión académica acerca de la legitimidad o “cientificidad” de sus resultados. Entre su arsenal figura el método biográfico (hay quien le llama perspectiva o estrategia) que incluye las historias de vida. Se trata en este caso específico de poder contar con la información que brinda un sujeto sobre su existencia o de reconstruir la misma a partir de diversas fuentes.
Los resultados de estas historias de vida han llegado bien pronto a la Literatura, en dependencia del interés social que ellos revistan y de la capacidad de sus escribas. En Cuba tenemos los ejemplos tempranos de los libros del antropólogo estadounidense Oscar Lewis (me refiero a Cuatro mujeres y Cuatro hombres) y, un poco después, y mucho más conocidos, los del antropólogo y escritor Miguel Barnet (Biografía de un cimarrón y Gallego).
Una de las prácticas analíticas esenciales del trabajo con este material, cuando se hace ciencia, es la correlación de los datos personales con los correspondientes contextos sociales en que han estado inmersos y actuantes los sujetos, dado que uno de sus valores es la lectura de la macrohistoria a partir de la micro o, lo que es semejante, la dinámica entre lo singular y lo general.
Sin la mediación de ningún propósito científico, cuando un escritor somete a la fragua de la creación literaria una historia vital —y sobran los casos magníficos en la literatura de todas las lenguas— esta resalta como representación de su época. La estética reflexiona sobradamente sobre esto y, entre otros términos, habla de “lo típico”, mientras el teatro históricamente ha tratado el asunto de “los tipos” para establecer relaciones entre determinados personajes de su galería y caracteres frecuentes en las épocas correspondientes.
“(…) cuando un escritor somete a la fragua de la creación literaria una historia vital (…) esta resalta como representación de su época”.
De este modo el testimonio y el testimonio novelado o la novela testimonial son producciones frecuentes en nuestro tiempo, a la vez que en el cine aparecen las historias que precisan estar basadas “en la vida real” (based on the true story).
En esta edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana se presenta una creación de tal índole, se trata de La historia que nunca quise escribir, de la escritora cubana Nieves Cárdenas López (Sancti Spíritus, 1954), una producción de la casa editorial de la capital, la editorial Extramuros, cuyos colegas se empeñaron a fondo para que este título, que estaba casi a punto desde el 2018 y resultó demorado por las circunstancias de la pandemia, no faltara esta vez a la cita más importante de las letras.
La fuente del discurso que leeremos son los testimonios que el hijo mayor de la escritora, que ha partido de Cuba a sus veintitrés años con el ansia de conocer mundo y animado por la familia de la novia ya ubicada en Granada, España, brinda a su madre en su primera, y hasta hoy, única visita a Cuba cinco años más tarde, acerca de todas las dificultades y pesares que le aguardaron durante la mayor parte de ese tiempo en su travesía, que incluyó Luanda (con dos años de estancia), París, y sobre todo su aeropuerto, en la breve estadía que incluía un desesperado itinerario que tenía a Cuba por destino; Toulousse, como paso cercano a la frontera con la península ibérica y, finalmente, Granada, donde la convivencia resultó tortuosa y desesperante, hasta que llegó la oportunidad de iniciar un camino de independencia económica real y de legalización de su situación migratoria.
Esta dura revelación en boca del joven, a la cual su madre no se hallaba, por intuición, del todo ajena, da lugar al llamativo título. No obstante, los acontecimientos se narran de modo sobrio, guiados por la fidelidad a lo vivenciado, mediante una prosa ágil y amena que mantiene a raya la emoción y creo que conquista al lector, sobre todo, la honestidad que destila cada línea, además de resultar este un relato muy cercano para los cubanos de estos tiempos.
Desde el punto de vista de los géneros y modalidades literarias la novela comparte rasgos con la literatura de viajes y también con la de aprendizaje o crecimiento interior.
Resulta singular la procedencia social del joven protagonista, a diferencia de otros casos que hallamos entre nuestros conocidos su vida inicial en Cuba transcurrió en medio de comodidades y en el entorno de una familia funcional y un buen grupo de amigos. Estas circunstancias abren una interrogante significativa en el sentido antropológico como en el político: ¿no es suficiente lo que se tiene? ¿Habrá siempre otra clase de expectativa? Los propios pensamientos del joven a lo largo de la narración proponen diversas respuestas.
“(…) ¿no es suficiente lo que se tiene? ¿Habrá siempre otra clase de expectativa?”.
La escritura, en primera persona, siempre desde la perspectiva del joven, entreteje diversos planos temporales para presentar, a través de los recuerdos, a algunos miembros de la familia, con énfasis en la figura materna. La coordenada diacrónica que sostiene el testimonio presenta luego, por orden de aparición, al resto de los participantes. Desde el primer capítulo los rasgos oscuros del comportamiento humano se anuncian con nacionalidades de todo tipo: un emigrado en potencia, que usa vías no legítimas para alcanzar su destino se vuelve presa fácil. Más tarde, en efecto, un indocumentado es, como bien dice su autora, apenas una sombra que respira y trabaja.
“(…) un indocumentado es, como bien dice su autora, apenas una sombra que respira y trabaja”.
Durante la travesía, que toma tintes de aventura y nos reserva varios momentos de tensión, Rusia no es ya el lugar que acaso antes fue, mientras Angola se muestra en su complejidad económica y social. La conducta de la supuesta familia de acogida en Granada, España, distó mucho de aquello que había prometido.
Por sus valores literarios y humanos, por ser un canto a la relación filial y un testimonio de una sociedad y una época, a este libro le aguarda la mejor acogida por parte de sus lectores y un espacio en nuestra literatura. En cuanto al equipo que lo hizo realidad, a Yenia Silva Correa le debemos la esmerada edición y a Damaris Rodríguez Cárdenas la composición y el diseño de cubierta y contracubierta. La Habana, acrílico sobre tela, del artista plástico José Omar Torres López colabora en su llamativa portada.
Su autora, Nieves Cárdenas, despliega su labor creativa en géneros distintos: la novela, la biografía, el cuento. Entre sus títulos destacan Tita y Pancho (Editorial Extramuros, 2003), Juanico, el rey de las aguas dulces (Casa Editora Abril, 2004, Premio Abril 2003 en Literatura Infantil), Los hijos del sol (Editorial Gente Nueva, 2005), Una flor y nada más (Editorial Gente Nueva, 2011 y Premio La Edad de Oro 2010 en Biografía), Desnudos bajo la luz (Editorial Extramuros, 2012, Premio Luis Rogelio Nogueras 2011 en Novela testimonio), De caracoles y fuego (Editorial José Martí, 2013), El cuarto de un rey (Gente Nueva, 2015), Sosabravo, el color que da nombre (Collages Ediciones, 2015) y Pirataperro (Casa Editora Abril, 2018.) Sus cuentos y relatos cortos integran diversas compilaciones y antologías. Es la presidenta de la Sección de Literatura para Niños y Jóvenes de la Asociación de Escritores de la Uneac.