Fascinación y realidad. Osaba y un nuevo cuadrangular con Venturas y desventuras de la XI Serie (Vegueros 1971-1972)
Los seres humanos tenemos la necesidad de recordar. No se trata de que permanezcamos detenidos en el pasado sino que, por el contrario, en el constante bregar cotidiano afloran, a través de inverosímiles formas, recuerdos sobre lo que aconteció. En ese flujo incesante de emociones se interconectan espacios epocales. Sin que tengamos la capacidad de avizorar, exactamente, lo que puede suceder, no dejamos de evocar lo que tuvo lugar tiempo atrás. Es precisamente de lo ya conocido que se pueden extraer lecciones de enorme utilidad para recorrer el camino por venir.
La trinidad pasado-presente-futuro marca nuestra existencia vital. No hay que ser filósofo, a la usanza de la antigua Grecia, para movernos entre lo que ya contemplamos y lo que aún no se divisa en el horizonte. Nadie posee una bola de cristal para predecir el mañana. Si tenemos, al alcance de nuestras manos, la posibilidad de que no desaparezcan hechos y personajes que marcaron antes nuestro devenir individual y colectivo.
Quienes mantienen vivos a sus predecesores son, en buena medida, profetas de la nueva etapa que no deja de estar en construcción. Los buenos augurios para transitar hacia lo que no vemos son más vigorosos cuando se alimentan de las energías, y enseñanzas, que proceden de las experiencias cultivadas. El acervo de una nación, que prosigue incrementándose cada día, nace precisamente de las semillas que se colocaron en épocas anteriores. Siembra y cosecha se levantan como procesos que se suceden, una y otra vez, en los senderos inagotables que entrañan los actos de fundación.
Juanito Osaba, como le llaman muchos para abreviar su nombre, el cual remite a los abolengos medievales que este bondadoso pinareño no posee, es uno de esos seres humanos con el don de contar, y recrear, lo que otras retinas no observaron y muchas mentes lanzaron al olvido. Su quehacer es incesante, desde hace décadas, en el universo del recate de las fuentes nutricias del deporte y la cultura vueltabajera.
Lo ha hecho de una manera armónica con la aspiración central —la cual ha sobrecumplido en infinidad de ocasiones— de colocar cada pieza en el lugar que le corresponde, dentro de la rica y muchas veces desconocida historia de su tierra natal. No vale la pena intentar siquiera clasificar desde un ámbito específico, estilísticamente hablando, la denodada labor de este hombre jovial.
En él, sin discusión alguna, confluyen múltiples saberes y profesiones. Dicha convergencia de enfoques le proporciona un valor añadido a sus textos. Los que hemos seguido su trayectoria nos negamos a encasillarla en una esfera. Osaba es, al mismo tiempo, pedagogo, escritor, periodista, historiador, cronista y promotor cultural, entre muchas facetas. Su amplio y sostenido despliegue en el universo literario no puede parcelarse. Sus libros proporcionan testimonio irrefutable de la convergencia que, con organicidad, se da en él entre estas y otras ramas. Cada uno de ellos muestra huellas por doquier de esa versatilidad creativa, en tanto revelan la paciencia, y constancia, que distinguen sus faenas como investigador.
“Su mayor aspiración (…) es rescatar el patrimonio que se forjó a lo largo de muchos años”.
Quizás todo lo que apreciamos hoy, esa manía inveterada de compartir con los demás lo que atesora, ya sea mediante la letra impresa o la narración oral, arrancó desde la juventud. Probablemente, habría que preguntarle al propio Osaba, en esa etapa no tenía claridad acerca de a qué dedicaría su vida adulta, si bien el beisbol fungía como ente aglutinador. A estas alturas dicha precisión resulta irrelevante. Lo cierto es que se consagró, entre muchas tareas, a una de especial significado: traer al presente (y propiciar así una inserción actualizada hacia el futuro) las historias de seres humanos que dejaron una impronta singular entre sus contemporáneos.
Nadie le encomendó desandar a través de la memoria de una generación primigenia, a partir de la cual el deporte pinareño se catapultó al estrellato. Por fortuna lo hizo sin esperar nada a cambio. Su mayor aspiración, percibo mediante la lectura de su obra, es rescatar el patrimonio que se forjó a lo largo de muchos años. Uno de los tantos méritos de Osaba en ese recorrido es lograr un espacio imborrable ya en la cultura de su terruño, sin estridencias ni vanidades de ninguna clase. Un atributo en sus textos es que se desplaza a un segundo plano para brindarle el proscenio a otras voces. Bajo esa premisa, a través de él muchas historias y figuras han cobrado vida ante el gran público. En la empresa de traer a la actualidad lo que tuvo lugar en un tiempo distante no ha escatimado esfuerzos para que, nombres de relieve y otros mucho menos conocidos, tengan la oportunidad de dialogar con los que no pudimos disfrutar de sus hazañas.
Desde esa perspectiva sus escritos representan un puente que se recorre en diversas direcciones y en el que, sin pedir permiso, nos encontramos con personajes de toda naturaleza que nos estrechan sus manos. No es necesario aquí ahondar sobre la vasta trayectoria intelectual de Osaba y el reflejo de ella en libros de obligatoria consulta. Bastaría decir —es imposible soslayar en estas palabras los textos cimeros sobre Linares, Casanova, Urquiola o Lazo— que estamos en presencia de uno de los escritores más excelsos sobre la pelota en nuestro país.
Esa distinción, palabras mayores en una tierra donde bolas y strikes significan pasión y los diamantes beisboleros son santuarios donde se exorcizan nuestras ensoñaciones más caras, se acrecienta con la certeza de que cada texto suyo es una contribución, a la hora de hilvanar los hilos que propulsan a nuestro principal pasatiempo desde la dimensión sociocultural.
En el caso de la más occidental de nuestras provincias, Osaba representa el peldaño más elevado en la reivindicación de los aportes de esta geografía a la profusa historia de esta materia en la Mayor de las Antillas.
En los próximos decenios las luminarias pinareñas por surgir (esas que apenas toman hoy un bate entre sus manos, o reciben un guante de sus progenitores, o incluso las que están aún por nacer) no solo leerán sus libros sobre las leyendas de antaño, sino que extrañarán que ya no esté a su disposición un talento como el suyo, para regalarles a los aficionados de entonces las epopeyas que ellos cincelen.
Quedará, eso sí, la ética y perseverancia de la cual este hombre bueno ha hecho gala. Porque eso es Osaba en primera instancia: un ser humano bueno, con limpieza de alma, capaz de aunar voluntades y propiciar, desde las aulas o las peñas culturales, que aflore lo mejor de muchas personas.
En Venturas y desventuras… emerge, nuevamente, el cronista avezado en la ardua tarea de dibujar la condición humana. Las estampas que nos obsequia en esta oportunidad toman como rampa de lanzamiento, básicamente, el instante en que el laureado escritor era solo un novato en nuestros clásicos nacionales. El recorrido que propone va de la fogosidad amorosa desatada con una mujer curtida en esas artes al escaño alcanzado en la XI Serie Nacional. De la retrospectiva dedicada a quienes fungieron como timoneles emblemáticos de una época romántica de la pelota pinareña, a aquella que nos presenta, sin afeites, perfiles de jugadores instalados en el templo de los inmortales de este deporte en nuestro archipiélago.
En ese amplio y ameno viaje cada pincelada es, en no poca medida, un retrato coral. Esa es otra de sus virtudes: captar, desde la profundidad de campo, un paisaje que trasciende a quien escoge como vórtice para su relato. Osaba, en su lógica expositiva, reinterpreta lo que se llevó a cabo. Se vale para ello tanto de la fabulación como del análisis sosegado. Lo mismo asoma la idea de que Raymundo Gavilán pudo ser el pinareño más completo dentro de las dos líneas de cal, o que el Catibo Osaba debió actuar con más serenidad en una situación de juego que involucró a Emilio Salgado y Luis Miranda. Eso es también este maestro, un experimentado narrador que refuncionaliza, desde la veracidad y la imaginación, lo que nos deleitó antes.
El libro que ve la luz en este instante es, por último, otra bella demostración de los nexos inquebrantables entre el autor y Ediciones Loynaz. Se trata de una relación blindada, contra cualquier contratiempo, de la cual tenemos que sentirnos satisfechos los amantes de esta disciplina de San Antonio a Maisí. No quiero en modo alguno especular, pero creo legítimo señalar que todo habría sido diferente sin el tesón del colectivo de esta institución de excelencia de la cultura en Pinar del Río. Asimismo, esta prestigiosa editorial no sería la misma —sé que coincidirán con esta idea sus trabajadores— si faltasen de su catálogo los libros de este hacedor de sueños.
Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga, valga en el epílogo mencionar su nombre con exactitud, es también experto en lo que concierne a sorprender e ilusionar. Con él se tiene la sensación, y la certeza, de que una nueva obra está en fase de alumbramiento. Arrojar luces, en definitiva, es su verdadera profesión. Desde ya estamos a la espera de su nueva y potente conexión a la esférica. Mientras tanto, justo cuando lo observamos realizando el calentamiento desde el círculo de espera, experimentemos el placer de transportarnos, sin las Camberras de entonces, a los albores de la década del 70 del pasado siglo. La magia que contienen estas páginas hace tangible esa travesía. Felicitemos a Osaba y Ediciones Loynaz por abrirnos esta maravillosa compuerta.