Recuerdo que cuando en 2018 Isabel Cristina regresó de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, al ser interrogada sobre la experiencia cayó en un repentino mutismo, como quien busca la palabra justa para definir algo inconmensurable. Recuerdo que en aquel momento ella no lograba definir verbalmente su experiencia y se sumía en sus pensamientos tratando de poner en sonidos una vivencia que atraviesa el corazón.
A Baracoa me voy… una cruzada teatral es una entrega de la escritora y crítica teatral Isabel Cristina Hamze, con el artista audiovisual Jorge Ricardo Ramírez como responsable de las instantáneas. Se trata de un libro de arte sugestivo, capaz de destacar por su factura de lujo —tapa dura y papel cromado— en función de imágenes paradisíacas que descubren al lector espacios ignotos de la serranía oriental cubana. Definido por su autora como un libro de viaje, en sus páginas se siguen los caprichos de la aventura para describir la ruta de los cruzados —así llamados los artistas teatrales participantes—, quienes por más de 30 días recorren caminos agrestes para llevar el teatro a las comunidades más apartadas del este de la Isla.
La Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa cumplió recientemente su aniversario 32, desde que allá por los años 90 un grupo de actores se fuera a hacer teatro de campaña entre los pobladores menos favorecidos por la vida cultural de las ciudades. Fue en 2018 que los autores siguieron la ruta del teatro y compartieron la travesía cargada de altruismo y locura que lleva a los cruzados a convivir con lugareños en comunidad. “Este libro no es sobre teatro, es decir, no aborda el teatro en sí mismo, sino su esencia más humana, esa capaz de prodigarnos un entorno como el que se vive durante las cruzadas teatrales”, según expresó su autora en una de las más recientes presentaciones.
“Este libro de arte tiene imágenes de poderosa carga humana, en las que sobresalen el color y los contrastes entre los hombres, naturaleza y máquinas”
Tampoco es un libro de crítica teatral, aunque Isabel sea teatróloga, sino de poesía visual; un libro de vida que tiene todas las trazas de lo anecdótico junto a todo lo caprichoso de la travesía accidentada del aventurero.
Como particularidad, este libro de arte tiene imágenes de poderosa carga humana, en las que sobresalen el color y los contrastes entre los hombres, naturaleza y máquinas. Son los reflejos de la humildad, y de la pobreza de parajes desconocidos. Ahí donde la fotografía oculta sensaciones, sale al paso el verbo de Isabel Cristina para develar olores a tierra mojada, sensaciones del fango que cede caliente bajo los pies… Junto a su carga de frescura poética, encontramos otras interesantes apuestas en este libro, como un glosario de cubanismos, orientalismos, neologismos y otras palabras resaltadas en rojo y anotadas al pie, lo que aporta ligereza a la lectura y la aleja de su carga académica con una tradicional anotación.
Está dividido en seis partes, correspondientes a los seis municipios que se visitan: Manuel Tames, Yateras, San Antonio del Sur, Imías, Maisí y Baracoa. En cada uno varias viñetas ilustran el desplazamiento de los cruzados por zonas tan opuestas como pantanos y tierras áridas. Ora son protagonistas las vicisitudes del transporte “a lomo” del vigoroso Kamaz blanco, ora el misterio de los niños voladores, ora las conversiones de los cruzados ahí y para siempre en sus personajes. Sin embargo, la poesía de la escritura contrasta profundamente con los parajes empobrecidos que se retratan. Tiene la autora el don de encontrar lo bello en lugares desoladores, mientras escapa, por ejemplo, a los confines de un pueblo para huir del ron, y las licras coloridas que se sacuden a ritmo de reguetón.
El libro narra también historias de vida de campesinos y serranos que aún esperan tener electricidad para ver la televisión, a la par de teatristas que por espacio de varias semanas se dejan atrapar por esa “obra de la fe” que solo un enamorado ciego del teatro es capaz de llevar a cabo. Se completa la obra con imágenes de la serie fotográfica Cositas en la mano, que fuera ampliamente difundida durante meses en las redes sociales de la autora; imágenes que se integran con los detalles encontrados en paisajes más generales.
Sin duda, se trata de un libro para leer como se lee la poesía y se toma el café: despacio, degustando, escuchando y cerrando los ojos para imaginar, sentir y dejarse llevar por las imágenes, las palabras, el sonido que escapa de los montes solo para los escogidos.
Cuando uno lee está reseña se inquieta por tener ese libro/ventana abierto ante los ojos. Es una bengala encendida para los que esperamos el parte meteorológico para saber si lloverá o no y no sabemos mirar al cielo y leer el mensaje de las nubes.