Más que con ningún otro país en el mundo, los cubanos sentimos por México una poderosa amistad y una misteriosa fascinación, y podemos suscribir sin temor a equivocarnos aquel apotegma del chileno Pablo Neruda, quien afirmó que era México ese país mágico y amado, de “grandiosa generosidad, de vitalidad profunda, de inagotable historia, de germinación inacabable”.
“Los cubanos sentimos por México una poderosa amistad y una misteriosa fascinación”.
Al conmemorarse los 100 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestras dos naciones, en el año 2002, el historiador de La Habana, Eusebio Leal, pronunció un inolvidable discurso en la Casa de Cuba del Distrito Federal; ocasión en la que recordó algunos hitos memorables de una relación histórica, cultural y humana, que había comenzado mucho antes, quizás cuando el intrépido capitán Hernán Cortés, desoyendo la orden del gobernador Diego Velázquez, desembarcó muy cerca de la actual Veracruz y se internó en el continente hasta llegar al corazón del Imperio Azteca, la maravillosa ciudad lacustre de Tenochtitlán.
Pocas décadas más tarde, La Habana se fortificó para recibir los galeones que en una dilatada travesía desde Manila, Acapulco y Veracruz, llegaban con los tesoros de Asia y la Nueva España, antes de seguir viaje a Europa. Habanero Campechano titularon mi maestro Enrique Sosa y el gran amigo yucateco Carlos Bojórquez su estudio sobre el surgimiento del barrio de Campeche en la ciudad antigua, como consecuencia del tráfico de indios mayas esclavizados hacia La Habana en el siglo XVI, canjeados por mulas y caballos. El sabio cubano don Fernando Ortiz aseveró que “hubo momentos en que la guarnición de La Habana era principalmente de indios de Campeche”, quienes trasladaron a Cuba sus hábitos, costumbres, prácticas de trabajo y maneras de construir sus viviendas. Se sabe que tuvieron un papel destacado en la construcción de fortalezas en el siglo XVII, y su huella se mantuvo como parte de la atmósfera costumbrista de la ciudad hasta inicios del siglo XIX.
No fueron los mayas los únicos habitantes del actual México que llegaron esclavizados a las Antillas, pues estudios recientes del historiador cubano Hernán Venegas Delgado demuestran que también integrantes de los pueblos originarios del noroeste mexicano, entre los cuales estaban los combativos apaches, fueron vendidos en Las Antillas, sobre todo en La Habana después de la retirada de las tropas inglesas.
Esta antigua memoria mexicana y cubana tuvo nombres predilectos, como el del poeta romántico José María Heredia. Tenía Heredia 22 años cuando tocó puerto en Veracruz, en septiembre de 1825, y en breve tiempo se convirtió en cercano colaborador del presidente Guadalupe Victoria, el que promovió la creación de la logia secreta Gran Legión del Águila Negra, junto al sacerdote habanero Simón Chávez, entre cuyos propósitos estaba lograr la independencia de Cuba e incorporarla a la naciente república azteca. Victoria distinguió a Heredia nombrándolo oficial de la Secretaría de Estado y asesor para asuntos internacionales. Se sabe además que fue el poeta santiaguero el autor de varios de los discursos que leyó el Primer Magistrado ante el Congreso de la Nación.
La enorme contribución de Heredia a la política, el derecho, la historiografía, el periodismo y las letras mexicanas es algo que rebasa los propósitos de esta charla, y solo consignaré que en 1826 estuvo entre los fundadores del Instituto Nacional de Ciencias, Arte y Literatura, cuyo primer presidente fue Andrés Quintana Roo. Entre los socios corresponsales de aquel instituto estuvieron personalidades tan ilustres como el barón de Humboldt y el sacerdote habanero Félix Varela. También fundó las importantes revistas literarias El Iris, Miscelánea y Minerva, donde dio a conocer en español la poesía de Lord Byron y tradujo novelas de Walter Scott. En un plano más humano, Heredia le escribe a su tío Ignacio en Matanzas: “Yo sigo disfrutando de una salud tan robusta, como jamás había conocido, y tan gordo y colorado, (…) prueba de que el temperamento sienta a mi cuerpo y tengo tranquilo el espíritu”.
Otro estadista mexicano, el general Antonio López de Santa Anna, también proyectó una expedición que, desde suelo azteca, llegara hasta Cuba para lograr su independencia en 1824. Entre los firmantes en 1825 de la Junta Promotora de la Libertad Cubana, constituida en el antiguo convento de Belén de la Ciudad de México, estuvieron Manuel Gual por Santiago de Cuba, José Teurbe Tolón por Matanzas, Antonio José Valdés por Puerto Príncipe y Antonio Abad Iznaga por Trinidad, entre muchos otros en representación de varias poblaciones de la Isla. Le brindaron su apoyo los ya mencionados generales Guadalupe Victoria y Antonio López de Santa Anna y otros prohombres públicos y militares como Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante, Melchor Álvarez y Manuel Gómez Pedraza.
En 1828 encontramos al coronel mexicano José Ignacio Basadre en una embajada secreta cerca del presidente haitiano Jean Pierre Boyer, cuya misión estaba relacionada con fomentar la insurrección en Cuba, en lo que el ensayista cubano José Antonio Fernández de Castro llamó “el audaz proyecto revolucionario del presidente Vicente Guerrero”. También en connivencia con el gobierno mexicano actuó el militar español José María Torrijos, quien tuvo como aliado al ilustre patricio Manuel Eduardo Gorostiza, embajador de México en Londres. Un desconocido coronel del ejército mexicano de apellido Gozmé concibió hacia 1856 la idea de traer una expedición a Cuba como un medio para ayudar a su patria frente a las presiones y reclamaciones españolas, que a la postre desembocaron en la aventura imperialista en suelo mexicano de 1861.
“Más de 30 cubanos combatieron por la soberanía de México frente a los agresores externos, y otros tantos hijos de Anáhuac pelearon también por la independencia de Cuba”.
Por aquellos años residía exiliado en Nueva Orleans el futuro presidente Benito Juárez, quien entró en contacto con dos exiliados cubanos, el poeta Pedro Santacilia y Domingo de Goicuría, quienes poseían una empresa naviera con la cual exportaban reses y mulas a La Habana y Veracruz. Juárez había tenido noticias de estos conspiradores en las semanas que vivió en La Habana, entre octubre y diciembre de 1853, y sabía que a través de aquel negocio los criollos apoyaban las revueltas separatistas en la Isla. Como afirma un historiador: “Hacia 1858, cuando las posibilidades de anexar Cuba a Estados Unidos, por medio de una expedición armada o de la compra de la Isla a España, se habían agotado, Santacilia y Goicuría, desde Nueva Orleans, comenzaron a actuar como agentes del gobierno liberal mexicano en su guerra contra los conservadores”.
Más de 30 cubanos combatieron por la soberanía de México frente a los agresores externos, y otros tantos hijos de Anáhuac pelearon también por la independencia de Cuba. Entre ellos cabe mencionar al habanero José Francisco Lemus, quien llegó a general del ejército mexicano, y otro cubano, Pedro Ampudia, combatió a los españoles atrincherados en San Juan de Ulúa y a los invasores estadounidenses; fue gobernador de Nuevo León en dos ocasiones, y luchó con los liberales en la Guerra de Reforma. Los criollos Florencio Villareal y José María Pérez Hernández participaron en la revolución que derrocó al general Santa Anna, y en el caso de Villareal redactó y firmó el Plan de Ayutla, motivo por el cual un municipio del estado de Guerrero lleva su nombre. Otros cubanos ilustres que pelearon contra los invasores franceses y los conservadores nativos fueron los hermanos Rafael y Manuel de Quesada, este último fue nombrado por Céspedes general en jefe en los inicios de la Guerra de los Diez Años.
El escritor santiaguero Pedro Santacilia fue yerno, consejero y secretario del presidente Benito Juárez; se involucró activamente en la política mexicana y acompañó a su suegro en los momentos difíciles de la intervención francesa, cuando fue encargado de llevar a la familia de Juárez a la ciudad de Nueva York. Otro poeta cercano al Benemérito fue Juan Clemente Zenea, quien fuera redactor literario del Diario oficial. Al iniciar la Guerra Grande, Zenea abandonó México, pero antes fue a despedirse de Juárez, quien le pidió que saludara a Céspedes y lo animara en su nombre a tener fe y perseverancia.
El poeta y periodista cienfueguero Antonio Hurtado del Valle, uno de los primeros villareños en secundar el alzamiento de Céspedes en 1868, y quien utilizaba el seudónimo de “El hijo del Damují”, compuso una extensa oda titulada “A México”, muy marcada por la influencia de Heredia, con ademán romántico y neoclásico:
Y tú, noble heredera
del patrio amor y de la espada
del gran Morelos, juventud brillante
ornamento de Méjico, que fía
el futuro esplendor de su bandera
a tu aliento, a tu brazo, a tu hidalguía;
tú, en la guerra terrible y denodada
como en paz apacible y deleitosa,
¿la postrera serás en la cruzada
que inaugure la América enojada
y del honor continental, celosa?
Si defender de libertad los fueros
es deber de los libres, no ya tardes,
y demuestra a tu vez a los iberos
que ni nacen en Méjico cobardes
ni se hacen esperar los caballeros.
En la Guerra Grande y en la del 95, México envió soldados a combatir al lado de los cubanos, como fueron los casos de Juan Inclán Risco y Gabriel González Galbán, quienes alcanzaron los grados de general; también participaron en las filas mambisas los coroneles José Medina y Felipe Herrero, el comandante Ramón Cantú y los capitanes Domingo Guzmán y Juan Ramírez Olivera. Otro mexicano, Ricardo Arnautó, cuyo seudónimo era “Juan Mambí”, fundó y dirigió en La Habana el periódico El Reconcentrado.
Del mismo modo, México fue asilo seguro para miles de emigrados cubanos, como José Victoriano Betancourt, José Miguel Macías, Idelfonso Estrada Zenea, Andrés Clemente Vázquez, Alfredo Torroella, Nicolás Domínguez Cowan y los hermanos Urzáis, que formaron una familia en Yucatán y de paso introdujeron la práctica del béisbol en aquellas tierras del sureste mexicano.
El epítome de toda esta larga saga de amistad y sacrificios compartidos es, lo sabemos todos, José Martí, quien llegó a decir en una ocasión: “Si yo no fuera cubano, quisiera ser mexicano”. El gran intelectual comunista Juan Marinello afirmó que: “Sin México y lo mexicano no se hubiera logrado la estampa cabal del que llamó Gabriela Mistral el hombre más puro de la raza”, y un escritor de aquel país, Andrés Iduarte, expresó que Martí siempre se consideró en México como un mexicano que había encontrado allí “la patria grande, la tierra y la gente de América”.
Martí vivió en México apenas dos años de su juventud, entre febrero de 1875 y enero de 1877. Regresó en diciembre de este último año para contraer matrimonio, en el Sagrario de la Catedral, y tuvo otra estancia muy breve en el verano de 1894, para buscar apoyo del general Porfirio Díaz a la causa de la independencia de Cuba. En aquellos dos años amó intensamente y fue correspondido, conoció a fondo los problemas del país, colaboró en prestigiosos órganos de prensa e hizo muchos y buenos amigos entre lo más selecto de la intelectualidad mexicana, codeándose con Ignacio Ramírez, Manuel Altamirano, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, Salvador Díaz Mirón, el pintor Manuel Ocaranza y el que sería su hermano del alma, Manuel Mercado, a quien confió, en epístolas famosas, las esencias de su ideario latinoamericano y antimperialista. Cuando le preguntaron a varios mexicanos que lo conocieron, cuál era el rasgo que más los atrajo del cubano, todos coincidieron en afirmar: su simpatía.
Cubanos emigrados permanecieron en México después de la independencia y llegaron a ocupar altos cargos públicos, como son los casos de Carlos de Varona, quien fue director general del Banco de México; Rodolfo Menéndez de la Peña, al frente de la Escuela Normal de Maestros de Yucatán, y Eduardo Urzáiz, rector fundador de la Universidad Nacional del Sureste. También el escritor cubano Carlos Loveira vivió durante un tiempo en Yucatán, donde se relacionó con las luchas del movimiento obrero regional, lo que después plasmó en su novela Juan Criollo.
La música, de manera muy particular el danzón y el bolero, y deportes como el béisbol, son parte fundamental de una identidad compartida a ambos lados del estrecho de Yucatán. En un interminable viaje de ida y vuelta se cruzan los caminos de Agustín Lara, Toña La Negra, Jorge Negrete, Pedro Vargas, María Greever, Guty Cárdenas, Juventino Rosas, Mario Moreno, Leopoldo Fernández, María Félix, Rita Montaner, Bola de Nieve, Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Miguel Matamoros, Dámaso Pérez Prado, Benny Moré, Vicentico Valdés, Mongo Santamaría, Chico O’Farril, Orlando Guerra, Acerina, Mariano Mercerón, Rosa Fornés, José Antonio Méndez, Cesar Portillo de la Luz, Elena Burke, Agustín Verde, Martín Dihigo, Ramón Bragaña, Santos Amaro, Mario Ariosa, Lino Donoso, Lázaro Salazar, Ángel Lozano, José Luis Chile Gómez, Andrés Ayón y Roberto Beto Ávila, jugador del Marianao y de los Indios de Cleveland, primer latinoamericano en ganar el título de bateo de las Grandes Ligas.
“La música, de manera muy particular el danzón y el bolero, y deportes como el béisbol, son parte fundamental de una identidad compartida a ambos lados del estrecho de Yucatán”.
En la historia política más reciente, los hitos de mayor trascendencia tienen como protagonistas al embajador cubano Manuel Márquez Sterling, quien hizo todo lo que estuvo a su alcance para salvarle la vida al presidente Madero, cuyo asesinato tuvo gran repercusión en la Isla, donde se realizaron actos de protesta, en uno de los cuales fue orador el general Enrique Loynaz del Castillo. Un cubano, Prudencio Cazales, se unió al ejercito zapatista como periodista, médico y combatiente, y Zapata tuvo un representante en La Habana, el general Genaro Amezcua. Julio Antonio Mella fue militante del Partido Comunista Mexicano y miembro de su Comité Central; destacados revolucionarios como Juan Marinello, Jorge Vivó y Raúl Roa estuvieron exiliados en México, así como los intelectuales Calixta Guiteras y Alberto Ruz Lhuillier, quienes desplegaron amplias carreras como antropólogos y arqueólogos en suelo mexicano. El hermano de Calixta, Antonio Guiteras, planeaba irse a México para traer una expedición armada a Cuba, que fue finalmente organizada por Fidel Castro en 1956, y entre cuyos miembros estaba el mexicano Alfonso Guillén Zelaya.
“La política exterior mexicana se ha opuesto a las agresiones de los Estados Unidos contra Cuba”.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana, el general Lázaro Cárdenas vino a celebrar el 26 de julio en La Habana, y ha sido un timbre de gloria para la diplomacia azteca ser el único país latinoamericano que se negó a convalidar la expulsión de Cuba de la Organización de los Estados Americanos. De forma consecuente, la política exterior mexicana se ha opuesto a las agresiones de los Estados Unidos contra Cuba y de manera particular ha condenado el injusto e ilegal bloqueo económico a la Isla.
En medio de su apasionada oración, se preguntaba Leal: “¿Qué es para nosotros México?”. Y se respondía enseguida: “Es el hermano mayor, el superior entre iguales”. Termino estas palabras de homenaje a la tan hondamente sentida relación de hermandad entre Cuba y México citando otra vez a Eusebio, quien en la presentación de un libro dedicado a estudiar los lazos históricos entre Veracruz y La Habana, publicado hace 20 años, afirmó: “En desfiles de carnaval o en cantos trovadorescos, en la voz de Sindo Garay o de Toña la Negra, de Agustín Lara, Juventino Rosas o Ernesto Lecuona (…) hallamos algo común como miel que viene a los labios. Perdura el verso intenso de los poetas más allá del oro puro y la plata fina, y por encima de los avatares del destino, sentimos que nos domina algo superior que no es otra cosa que los lazos eternos entre México y Cuba”.
Permítame corregir que el mambí y periodista Ricardo Arnautó no era mexicano, sino cubano. Fue mi tío bisabuelo. Muy interesante el artículo, yo fui alumna de usted hace 20 años cuando estudiaba Letras en la UH.