Se cumple hoy 15 de abril el 60 aniversario de la fundación de La Gaceta de Cuba. En la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, su organización de origen y permanencia, nos reunimos el pasado martes a celebrar el acontecimiento.

Más que público, la nutrida concurrencia presente en la Sala Villena ha sido participante activa del itinerario de la publicación, en particular del viaje emprendido por La Gaceta desde finales de los años 80. Ese lapso de más de tres décadas que identificamos como de Norberto Codina. No por gusto el primer editor-revistero a tiempo completo que recibe el Premio Nacional de Edición, a entregarse en la inminente Feria Internacional del Libro.

Con él, con ellos, compartimos colaboradores, editores, miembros del consejo editorial, diseñadoras y maquetadoras; y muchos lectores, fieles seguidores todos de esta aventura editorial que, claramente, marcó nuestra época.

Razones de mi afirmación las encontrarán en los textos de Nahela Hechavarría, crítica y curadora de arte, al frente por varios años de la Sección de Crítica de La Gaceta, y de Arturo Arango, ensayista, narrador y guionista de cine; por 27 años estelar editor de la revista.

“El desafío para el presente y su continuidad es mayúsculo porque si se suman todos esos méritos se transparenta la contribución verdaderamente trascendental de La Gaceta a nuestra época: haber sumado pensamiento a una comprensión más amplia, profunda e integral de la nación”.

También en las palabras, allí expresadas, por Leonardo Sarría. El todavía joven y prestigioso profesor repasó los escalones de su vínculo con La Gaceta, asentados en el dominio de las coordenadas revisteras: los deberes y atenciones de una publicación institucional, el intercambio permanente dentro del “taller renacentista” de su redacción para trazar el mapa ilustrativo de la cultura cubana que La Gaceta consiguió sin convertirse en un cajón de sastre.

Por su parte, Norberto, a lo largo del encuentro, salpicó con anécdotas el repaso de tantos años, recordó a Nicolás y a Felito Ayón, los fundadores; a Roberto Fernández Retamar, referente insoslayable. También evocó la extraordinaria importancia de los aportes de Ambrosio Fornet, fallecido hace pocos días; a Graziella Pogolotti y a Abel Prieto como esenciales en la polea de diálogo entre la Uneac y la revista.

Todos refirieron varias de las flechas disparadas desde La Gaceta, esos imaginarios luego acumulados en numerosos libros, como también, agrego yo, en muchísimos otros seguimientos de temas, líneas y segmentos dentro del espacio revistero del país.

Sin paradoja alguna, la celebración sirvió para despedir a Codina y a Arturo, quienes han cargado con el peso de La Gaceta por este largo y fructífero periodo.

Se acogen, por derecho propio, a la jubilación, nunca al retiro de su quehacer intelectual. Arango, consecuente, partió una lanza a favor de encargar la publicación a jóvenes que, como ellos en 1988, levanten sus voces desde los requerimientos de su tiempo.

El desafío para el presente y su continuidad es mayúsculo porque si se suman todos esos méritos se transparenta la contribución verdaderamente trascendental de La Gaceta a nuestra época: haber sumado pensamiento a una comprensión más amplia, profunda e integral de la nación.

Por esa huella, como apuntó Sarría, por ese horadar la piedra, así como hoy leemos Social, El Fígaro, Carteles… se leerá en el futuro La Gaceta de Cuba.

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