Más allá de una imagen impactante y las incertidumbres de una sociedad
Hace algunas jornadas, en medio de las iniciativas inimaginables que hemos debido poner en práctica desde el hogar madres y padres con niños pequeños, en estos más de dos años de pandemia, cedí al reclamo de Hassancito de quedarse otro rato despierto —algo que trato de hacer de manera excepcional— bajo su argumentación de que, al día siguiente, no debía asistir a la escuela. El motivo de su demanda era ver qué película pondrían en Solo la verdad, rutina que despierta su interés en las noches de lunes, en que este espacio alterna con Historia del Cine, al igual que hace con el resto de la programación cinematográficaque nos llega por la parrilla elaborada cada semana.
Media hora más tarde de la puesta televisiva, aguantando ambos estoicamente la exigencia de su progenitora de que debía acostarse, me hizo una pregunta, al tiempo que le impresionaba uno de los textos que leía en la pantalla. “¿Papá, porque ese hombre se pone una cabeza de animal como disfraz? Fíjate como el policía dice que no le disparen, porque tiene hijos. Mamá —afirmaba con la cara más seria que podía mostrar, sin ocultar el disfrute por la travesura—, estoy viendo el documental sobre el asalto al Capitolio el 6 de enero”.
Por supuesto que, dada la naturaleza de esta situación, y la hora en que tenía lugar, apenas atiné a hacerle comentarios generales, antes que se entregara al sueño. Lo hice desde la lógica que hemos establecido en casa durante tantos meses, para llevar adelante los contenidos que recibía a través de las teleclases, y sobre el resto de las cuestiones que despiertan el interés de un niño, el cual, a partir del confinamiento provocado por la Covid-19, ha penetrado en el mundo de la enseñanza, desde los seis años de edad, básicamente mediante la virtualidad.
Por los azares de la vida, unos días más tarde, justo cuando el autor del volumen que presentamos hoy me solicitaba que expresara algunas palabras en su lanzamiento, con la gentileza de obsequiarme el libro, mi hijo le haría esta anécdota directamente. El creador de dicho texto, entre risas, le amplió gustoso sobre el QAnon Shaman y su imagen desafiante con los cuernos y el rostro pintado, en la misma medida que, le narraba otros pormenores de la ya célebre irrupción de una turba violenta al principal símbolo del poder legislativo estadounidense.
En realidad, ni ese, ni prácticamente ninguno de los eventos trascendentales relacionados con el ciclo electoral presidencial 2020 acecido en los Estados Unidos, ha escapado de la mirada aguda de Rafael González Morales. Este joven y a la vez experimentado investigador, se adentra con rigor en el intríngulis de procesos complejos, sobre los cuales se genera cotidianamente una avalancha informativa en todas las latitudes.
A diferencia de lo que sucede en no pocas ocasiones, el también profesor universitario, más que describir o relatar los sucesos que abarrotan los despachos de agencias y emporios mediáticos, se empeña en desentrañar la esencia de lo que ocurrió, o se está desarrollando. Esa singularidad, aproximarse a lo que se encuentra en plena evolución, con la posibilidad latente de que emerjan múltiples perspectivas en cuanto a su desenlace, hace que se concentre en lo proteico de un hecho, en aras de arribar a la meta que se traza con sus escritos. De igual manera que no dude en despojarlos de la hojarasca que en otros lares, y también en nuestros predios, no hay temor en afirmarlo, se utiliza como relleno, en tanto se regodea en aspecto fatuos, aún a sabiendas de que pocas horas más tarde tal construcción narrativa se desvanecerá de manera estrepitosa.
Los textos de González Morales tienen el propósito de brindar argumentos y para ello no se permite desviación de las ideas cardinales que se apropian de su mente, una vez se sumerge en el acto creativo. Es perceptible en sus trabajos que existe una disciplina, en cuanto a no apartarse de la línea expositiva que considera, previo al golpeo del teclado, es la más efectiva para diseccionar la temática que lo motiva.
“Los textos de González Morales tienen el propósito de brindar argumentos y para ello no se permite desviación de las ideas cardinales (…)”.
Su amplia faena en la esfera del análisis de la información, y en el campo de las relaciones internacionales en general, (así como la acumulación de un conjunto de vivencias que atesora sobre momentos notables del período reciente, y que, cuando llegue el instante exacto, ni antes ni después, tendrá el deber de compartir con quienes apreciamos esos grandes acontecimientos a través de los telerreceptores) lo dotaron de una destreza particular en trasladar, de manera certera, el mensaje deseado.
Me atrevería a decir que sus escritos, en no poca medida, están hilvanados desde la mayéutica socrática en la cual se dialoga con el público a través de la formulación de interrogantes, que operan como un mazazo capaz de activar la capacidad cognitiva de los lectores; y las consiguientes reflexiones que, a manera de respuestas, va desgranando en cada cuartilla.
El estilo de este Licenciado en Derecho, egresado dos décadas atrás de nuestra cuasi tricentenaria casa de altos estudios habanera, y que en el 2006 culminó la Maestría en Relaciones Internacionales, no da espacio a regodeos ni ropajes innecesarios. Su prosa, desprovista de los afeites con que se deslumbra a lectores sin el suficiente accionar crítico, está enfilada, sin filigranas ni arabescos, a la consecución de un objetivo central.
Leyendo sus trabajos he recordado, más de una vez, la idea del ilustre intelectual caribeño Juan Bosch, a la hora de distinguir las diferencias entre el cuento y la novela, como géneros literarios. El afamado escritor afirmaba que en el primero solo se adquiría la mayoría de edad si se actuaba como un cazador que disparaba una flecha que impactara, con toda velocidad y precisión, en la diana colocada sobre el blanco, fijo o móvil, que se identificó. Cortázar, por su parte, consideraba, desde las analogías deportivas, que en la novelística se arribaba a la victoria tal como en el baloncesto: por puntos; mientras que el cuento se inspiraba en el nocáut boxístico.
Rafaelito, en ese sentido, logra la suficiente concentración para que sus valoraciones respondan a la problemática principal sobre la que se propuso trabajar.
Aunque, hasta donde sé, no ha incursionado en el género que el excepcional dominicano cultivó a la perfección y que en la Mayor de las Antillas tiene en Lino Novás Calvo, Félix Pita Rodríguez y Onelio Jorge Cardoso, entre otros grandes, a figuras paradigmáticas, me aventuro de paso a presagiar que, al menos dispone de varias de las herramientas fundamentales que son insustituibles para realizar dicha expedición.
González Morales, prosiguiendo con las metáforas pugilísticas, no danza sobre el ring, ni hace fintas de torso espectaculares. Más bien lanza (escribe), con economía, los golpes (palabras) que considera imprescindibles a la anatomía de su oponente (lector). Puede pelear (reflexionar), como Adolfo Horta, el “Hombre del Boxeo Total”, en las tres distancias. Prefiere inspirarse, sin embargo, percibo yo, en la contundencia de Stevenson. Como Pirolo, quien aprendió a tirarla en su natal Delicias, antes de que Chervonenko y Sagarra pulieran en La Finca del Wajay a ese diamante inigualable, acude a una combinación demoledora: jab al pecho, gancho al hígado y derecha fulminante al mentón, que el rival no logra apreciar los ángulos de salida que poseen. El resultado es que el mastodonte de turno se desploma asincrónico sobre el encerado.
Rafaelito, retornando al espectro ensayístico, lanza también constantemente reflexiones e ideas. Utiliza incluso, para hacer más viable la comprensión de sus enfoques por lectores heterogéneos, el método de precisar, en la mayoría de los casos, si se trata de tres o cuatro factores determinantes, o qué número de escenarios catalogados como los más probables se vislumbran.
Se puede estar de acuerdo o no con algunas de sus fundamentaciones, pero nadie podría escamotearle el mérito tremendo de poner a pensar a los lectores. Quizás alguno —siempre habrá quien intente comprimir la dimensión de una propuesta— alegue de que se trata de un estilo pragmático. Habría que ripostarle que, en primer lugar, estamos ante una manera efectiva, en elevado grado por demás, de trasladar puntos de vista y enfoques válidos. En su caso, una vez culminada la lectura de sus textos, las sensaciones predominantes descansan en la claridad para desmenuzar lo que no pocas veces se antojaba como marasmo. Esa virtud también vale una misa, especialmente si concordamos en que no dejan de proliferar, en las más variadas ramas, desafortunadamente, escrituras que confunden y embrutecen.
“Se puede estar de acuerdo o no con algunas de sus fundamentaciones, pero nadie podría escamotearle el mérito tremendo de poner a pensar a los lectores (…)”.
En esa línea hay que reconocer que cada libro que ve la luz es resultado de una travesía en la que se entrelazan innumerables aspectos. Hay consenso en que un viaje de esa envergadura, compartir con los demás lo que opera en nuestros cerebros, produce un desgarramiento. Lo importante es cuando tal desprendimiento resulta útil, desde las apropiaciones múltiples con que cada lector lo hace suyo.
Estados Unidos y el caos electoral. Crisis, pandemia y política exterior de Biden, es uno de esos ejemplos donde, desde la arrancada, se respira que contribuirá, en diversos ámbitos, a arrojar luz sobre cuestiones que revisten particular importancia. Sus páginas traslucen la inmediatez con que fueron concebidos esos trabajos, en el instante en que irrumpieron en el universo digital. Contexto Latinoamericano, Progreso Semanal y Cubadebate, principalmente, colocaron desde la órbita del ciberespacio las aportaciones que la editorial Ocean Sur ha tenido el tino de agrupar, en formato de libro, y que ahora resurgen, desde la magia imperecedera con la cual, desde Gutenberg, nos llegan las letras impresas sobre el papel.
La distancia que las separa del momento en que recibieron su primer alumbramiento no le resta actualidad, sino que acrecienta el valor de las apreciaciones que nos propuso entonces, ponderadas hoy desde la retrospectiva que hace más nítidas las situaciones que examinamos en el pasado.
En mi caso había leído buena parte de estos artículos meses atrás, en la medida en que se iban publicando, o por la deferencia de Rafaelito de enviárselos a varios compañeros. Al hacerlo ahora de manera integral, resaltando la articulación que existe entre fenómenos y actores, he comprobado que poseen una valía superior a lo que capté cuando de forma aislada me llegaban al ordenador. Estoy seguro que muchas de las valoraciones primigenias, desde la organicidad con que se despliegan en esta edición, adquirirán en el presente un calado superior.
No pretendo hacer un recorrido por las tres partes temáticas en las que se amalgaman, con relativa simetría, los 29 artículos que conforman este libro. Nada, como bien sabemos, sustituye la lectura de cada cual sobre el texto que se nos obsequia. Estoy seguro que al final de ese recorrido la mayoría experimentará similar impresión a la mía, en cuanto a distinguir que estamos en presencia de un material de especial connotación en la etapa actual.
Desde la prisa con que debía escrutar lo que sucedía esa propia jornada (evoco Apremiado por el cierre, esa idea recurrente convertida en libro por Juan Marrero, uno de nuestros periodistas más encumbrados) Morales González se consagró a presentar entre muchos temas, más allá de lo fáctico, lo mismo el enrevesado camino que conducía al impeachment, que la manera en la cual Millenials y la generación Z, como parte de los estamentos más jóvenes de estadounidenses, tomaban las calles en un momento histórico concreto marcado por las profundas fracturas que se levantan desde todos los ámbitos de aquella sociedad.
En sus páginas, asimismo, hay estimaciones provechosas sobre las crisis estructurales que signan la contemporaneidad de la nación norteña, o el racismo sistémico que perdura como lacra de una nación escindida, y que alienta los enfrentamientos entre los diversos componentes de su tejido social.
En ese mismo sendero se propuso develar el comportamiento de las élites de poder, o presentar realidades sobre las cuales, de forma irrebatible, era posible señalar que transitaban, más allá del coronavirus, por un sin número de pandemias. En todos los casos utilizó un escalpelo que le garantizara remover la propagación de evaluaciones necróticas, en aras de que ascendiera un análisis sopesado, que se desmarcara de los lugares comunes y las reiteraciones ramplonas
Mención especial merece su ahínco por dibujar los perfiles de varias de las figuras que Biden llamó a filas para llevar adelante su proyecto desde el ejecutivo y otras instituciones del entramado militar y de seguridad e inteligencia. González Morales deja atrás la tendencia inveterada de solo resaltar, a la hora de acercarse a estas personalidades, cual ficha biográfica curricular, su trayectoria de servicio.
“Mención especial merece su ahínco por dibujar los perfiles de varias de las figuras que Biden llamó a filas para llevar adelante su proyecto desde el ejecutivo (…)”.
Para él, y es un acierto de sus fundamentaciones analíticas, es necesario aproximarse a la manera en que se fueron conformando las respectivas personalidades, desde las edades más tempranas, en la misma medida en que trata de rastrear la interconexión existente, en diversos espacios, entre algunas de ellas.
Soy de los que considera, y lo he compartido en otras ocasiones con Rafaelito, que, en el epicentro del imperialismo mundial que representan los Estados Unidos, hay que aproximarse a los contornos de las personalidades políticas con mesura. Me anima para ello la certeza de que la armazón de relaciones económicas, políticas, militares y financieras, que le da cuerpo a dicho sistema —y utilizo como atalaya la perspectiva marxista para entender las clases sociales de ese tipo de sociedad—, está engranada, de principio a fin, en torno a la armonía del capital, lo cual propicia que se reduzca el alcance de los rostros de turno.
Creo sin embargo que, a sabiendas de que existe un largo trecho entre las confesiones autobiográficas de quienes detentan una responsabilidad en la cúpula del sistema (se detiene aquí, por solo citar breves ejemplos, en Las verdades que sostenemos: Un viaje americano, de Kamala Harris; o en La educación de una idealista, de Samantha Power) y su accionar en el ejercicio político, una vez hay que pulsar la peliaguda madeja de relaciones y pertenencias de cada uno al corpus que les da vida, Rafaelito realiza una loable labor en el afán de atrapar la policromía de estas figuras.
Sus trabajos, en esta línea, rebasan el maniqueísmo a través del cual otros autores presentan a determinadas personalidades de una sola pieza, sin ahondar en las bases doctrinales en las que se han formado a lo largo de sus vidas. No tengo dudas de que las valoraciones que aquí nos brinda sobre un grupo de ellas son altamente beneficiosas para expertos y formuladores de política, desde diversos ámbitos de desempeño profesional, en nuestro país.
Por último y a sabiendas de que es imposible en una actividad de estas características detenernos en cada aspecto tratado en el libro, no quiero dejar de destacar uno de los méritos que considero fundamentales en relación con el trabajo de su autor. Me refiero al compromiso por la verdad, desde este lado de la trinchera, que trasuntan las valoraciones que Rafaelito nos entrega.
Hace 25 siglos, Aristóteles sentenciaba que no había nada apolítico bajo el sol. Ni aferrarse a una caja de lápices, libretas, y medicamentos en Laredo, o cualquier otro lugar para hacerlos llegar a Cuba, en imágenes hermosas de un grupo de pastores defensores de la paz; ni orquestar una campaña para boicotear un festival cultural que, ahora mismo, fragua unir a este archipiélago caribeño con la península itálica. Tampoco pretender escamotear la representación nacional, desde el uniforme beisbolero de las cuatro letras que es patrimonio y pasión de los cubanos, para plegarse a los designios de mercaderes y cipayos.
“(…) en el epicentro del imperialismo mundial que representan los Estados Unidos, hay que aproximarse a los contornos de las personalidades políticas con mesura (…)”.
Este libro que tiene como destinatario al gran público, desde la labor extensionista que es inherente al quehacer universitario, y no a los circuitos académicos (sin que ello implique un ápice de menor cuantía, desde la óptica de la profesionalidad y rigor con que se asumió este proyecto) posee el valor añadido de trasladar, en cada artículo, una mirada que contribuye, sin didactismo ni pedantería, a la enorme batalla que estamos abocados a librar.
En tiempos de dobleces, coqueteos y malabarismos de toda clase, este libro deja claro, una vez más, que es perfectamente posible, desde el conocimiento, asumir, sin titubeos posturas que refuercen los nexos entre la investigación y la sociedad. Hace solo unos días mencionaba, en un espacio similar a este, que desafortunadamente hay no pocos especialistas y seudoexpertos —no rehuyamos esa realidad— que hablan y escriben, desde la academia, pretendiendo fingir que fueron formados en Costa Rica, Dinamarca, Londres o en cualquier otra geografía. Este material de excelente calidad que tenemos en nuestras manos, por fortuna, no padece de esos males. Todo lo contrario, es una realización tangible en el empeño de comprender las entrañas imperiales, que continúan despreciándonos, en la medida en que asumimos, desde la cosmovisión martiana, que estamos en presencia de un desafío permanente de pensamiento.
Felicitemos a Rafaelito, quien —en medio de faenas inagotables en el CEHSEU, el Minrex, el ISRI, el REDINT y otras instituciones, y sin dejar de atender de manera ejemplar sus responsabilidades familiares— mantiene un espíritu de trabajo inagotable. Felicitemos, además, a Ocean Sur, por aunar esfuerzos y convertirlos en resultados. Regocijémonos todos, por ser partícipes de una empresa como esta.