Durante mi permanencia como director de la editorial Capiro, de Santa Clara, tuve varias veces de invitado a Ambrosio Fornet. Siempre integró lo que llamamos el “programa profesional”, que en el caso de nuestras ferias del libro no es más que el foro donde se imparten las conferencias y se desarrollan paneles de debates literarios.
Por supuesto que, para convocarlo, nos motivaban sus conocimientos y vivencias sobre la literatura —específicamente la de aquellos años fundacionales en que la Revolución articulaba el programa cultural del país, gracias a lo cual nacía la Imprenta Nacional de Cuba. El papel jugado por Ambrosio (Pocho para sus amigos) en esos menesteres fue fundamental, sobre todo en lo relacionado con la promoción y expansión de lo mejor de la literatura universal a lo largo del país.
Otra de las motivaciones para que lo invitáramos era esa gracia tan suya de colorear con humor lo profundo de sus charlas. En esta triste ocasión de su despedida, para recordarlo en su dimensión de sabio criollo he preferido detenerme en tres de esos momentos donde se evidencia dicha cualidad.
El primero de ellos nos remite a la década de los 90, lo más crudo del llamado período especial. Recién publicada la primera edición de El libro en Cuba (no hay recorrido más documentado de la historia del libro cubano), al realizar la presentación de aquel volumen, prolijo en ilustraciones y fotos, Ambrosio relató la forma en que se había concretado el hecho: “El original llevaba años en la editorial y siempre algún pretexto técnico impedía su impresión; entonces, cuando en 1991 se anunció que recesaría la producción de libros por la falta de papel, me dije: ‘Bueno, ahora que todo se fastidió es cuando saldrá el mío’”. No recuerdo cuánto reímos, porque en realidad se cumplió su predicción. Como se puede ver, nuestro amigo dominaba con todos sus entresijos la lógica de lo insólito en nuestras dinámicas culturales.
“Hoy despedimos al profesor, al amigo, al pensador, a la buena y sabia persona que fue Ambrosio Fornet”.
En otra de las sesiones en que, poco después discutíamos sobre la masificación de la cultura, a inicios de los 2000, se hablaba de todo el talento municipal condenado a la gaveta por falta de oportunidades. Fue ahí cuando Ambrosio nos advirtió que debíamos obrar con cautela con “los genios locales”, porque con esa cualidad él solo había conocido a uno, Aleaguita, que en su Veguitas natal escribió un folleto de aforismos, publicado con recursos propios, y del cual lo impresionó notablemente uno que decía: “He meditado, y he llegado a la conclusión de que todo en la vida es relativo”. ¡Maravilla de las maravillas!
Por último, cuando en el año 2000 publicamos su libro Memorias recobradas,basado en los dosieres que sobre la literatura cubana del exilio había preparado y publicado en La gaceta de Cuba,Ambrosio concluyó la presentación con el inolvidable chascarrillo: “Bueno, ya construimos el pedraplén de papel entre ellos y nosotros. Vamos a ver quiénes lo cruzan y en qué sentido”.
Hoy despedimos al profesor, al amigo, al pensador, a la buena y sabia persona que fue Ambrosio Fornet. No obstante, me permito acogerme, con ligeras enmiendas, a la máxima de su entrañable Aleaguita: “Ante toda su grandeza, maestro, por mucho que meditemos, llegamos a la conclusión de que todo en la vida (hasta su muerte) es relativo. Siempre sentiremos que nos acompaña”.