Honrar, honra
9/12/2016
La llamada Década Prodigiosa es una sumatoria de significativos acontecimientos esparcidos a lo largo de los años 60, que pudiera definirse como una época donde la cultura occidental alcanzó momentos de un esplendor espiritual, a partir de la presencia de postulados idealistas que conservan plena vigencia. La epopeya del triunfo de la Revolución cubana, bajo el liderazgo histórico de Fidel Castro, ha marcado desde entonces lo que posteriormente se convertiría en un axioma de los revolucionarios cubanos: la lucha por un mundo mejor es posible. Fue la época de las guerrillas en Latinoamérica, de la caída en combate del Guerrillero Heroico Ernesto Che Guevara, en Bolivia; del comienzo de la lucha del pueblo vietnamita contra el ejército invasor de los Estados Unidos, a la vez que en el propio territorio norteño tenían lugar grandes manifestaciones contra la guerra en Vietnam, conjuntamente con aquellas no menos multitudinarias a favor de los derechos civiles de los afronorteamericanos.
Fotos: Govinda Gallery/ Ted Russell
Esos mismos jóvenes que desbordaban cualquier avenida de las principales ciudades norteamericanas asumen que, como grupo social, tienen el derecho de explorar los caminos del amor desde perspectivas diferentes a las de los adultos. A la vez, no solo deciden hasta dónde llevar el largo del pelo, sino que también se apropian de una personal forma de vestirse, como fue el caso de las famosas minifaldas y los hombres con los pantalones estrechos.
En cuanto al arte, tiene lugar un movimiento generacional compulsado por jóvenes músicos que conciben sus creaciones dirigidas a una juventud ansiosa por descodificar emotivamente cada propuesta, desde un hervidero de variantes musicales como nunca antes había pasado. Todavía impresiona recordar aquella fascinación de navegar en un universo real, plagado de tanta diversidad de intérpretes y estilos musicales; solo con el paso de los años es que nos percatamos de la singularidad de semejante fenómeno. Cada nueva agrupación, cada nuevo solista, busca ser reconocido, no por medio de las campañas de marketing que llegaron mucho después, sino por haber logrado, a puro talento, el impacto de su obra. Junto a la intensa sonoridad de Led Zeppelin, coincide el expresivo soul de Stevie Wonder o el arrollador puntaje creativo de Los Beatles en temas como “Strawberry Fields Forever”.
Muchas son las canciones que nos remontan a la nostalgia por el acogedor espíritu de aquellos años, pero tanto en aquel entonces, como ahora, las canciones de Bob Dylan provocan una sensación especial. La hermosa melodía de sus piezas, interpretadas desde un cantar lo menos académico posible, son recreadas con la intención de llegarnos hasta lo más recóndito del alma y, por lo tanto, nunca nos han sido indiferentes. Quizás como ningún otro de los intérpretes de rock de los años 60, la música de Dylan nos conecta con aquella luminosidad lo suficientemente brillante en su intención de mostrar, desde su mayor complejidad, los verdaderos colores de la vida. Si para Bruce Springsteen, Dylan le otorga al rock la posibilidad de convertirse en un hecho intelectual, ya Los Beatles se habían percatado de dicha influencia en ellos mismos al decidir, entre otras razones, pasar del elemental periodo de los “yeah, yeah, yeah” hacia una etapa mucho más madura y compleja en cuanto al terreno de la composición, etapa que se inicia en 1965 con la aparición del emblemático disco Rubber Soul. En realidad, un análisis de la amplitud del efecto Dylan en la música contemporánea, escapa de este breve artículo acerca de su obra, pero resulta una oportuna aproximación para celebrar el recién otorgamiento del Premio Nobel al insigne cantautor.
En una sociedad tan dependiente del poder de los medios como la norteamericana, cualquier evento artístico que logra trascender al llamar la atención pública, se convierte en un fenómeno que puede ser asumido por millones de personas, como es el caso del llamado primer Dylan. En tal sentido, la crítica norteamericana coincide en señalar el papel de la obra de Dylan durante los años 60, como uno de los elementos decisivos que, desde el mundo de la canción, contribuyó a la conformación de una conciencia crítica de una juventud cansada de las banalidades en los textos del rock and roll y que necesitaba verse reflejada en una música que recogiera la magnitud de los hechos sociales que estaban viviendo en carne propia. Canciones como “Blowin´in the wind” [1], “A hard rain´s a gonna fall” [2] y “The times they are-a changin´n” conducen nuestros sentimientos a converger en problemáticas cargadas de compromisos existenciales, actitud que llega a traspasar las fronteras del suelo norteamericano, para influir en la aparición de manifestaciones musicales similares a partir de las características propias del medio donde tengan lugar [3].
En esos primeros años de la década, Dylan hace otras canciones de tema social como la dedicada a Rubin Carter, boxeador negro acusado de un crimen que nunca cometió, según nos narra en “Hurricane” [4], o “Only a pawn in their games”, inspirada en el asesinato de Medgar Evers, destacado luchador por los derechos civiles. Pero eso no quiere decir que este aliento de denuncia se halle limitado a ese pasado ya lejano, pues otra como “The ballad of Hollis Brown” es interpretada durante un concierto en 1985 para traer a colación el tema de la pobreza rural en su país y denunciar las granjas hipotecadas que están en manos de los banqueros. En 1994, para ser incluida en el disco MTV Unplugged, graba “John Brown”, una canción inédita de 1963 donde critica los estragos de la guerra y al falso patriotismo belicista.
Sin embargo, el Premio Nobel de Literatura a Dylan por “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción estadounidense [5]”, ha despertado una polémica tal en las redes sociales que, más allá de las opiniones de cada cual, en ocasiones dichos comentarios pecan de ingenuidad por falta de información. Uno de los motivos de quienes no perdonan a la Real Academia de las Ciencias de Suecia por la decisión en favor de Dylan, es que el galardón se lo han otorgado a un músico y no a un poeta. Al respecto, en una entrevista realizada en 2003, el trovador Silvio Rodríguez —distinguida personalidad de la canción hispanoamericana, reconocido por la notable carga poética en los textos de sus canciones— despejó semejante dicotomía de la forma más elemental y diáfana posible. Ante la pregunta de si se considera un cantor poeta o un poeta cantor, esta fue su respuesta: “Aquí pareciera que el orden de los factores altera el producto. Creo que no, que es rebuscar mucho en eso. Soy un trovador que es un cantor que trata de hacer poesía o un poeta que trata de cantar, que es más o menos lo mismo, que no es lo mismo, pero es igual. La trova se ha caracterizado por acercarse a una poética, y eso es lo que hago. Admiro mucho la poesía, me gusta, la disfruto, me ayuda a vivir, me ayuda a crear la poesía ajena y es algo que disfruto” [6].
A la vez, quienes pretenden minimizar el legado de la obra de Dylan, parecen desconocer la extensa relación de nombres de personalidades del rock que, desde los lejanos años 60 hasta la fecha, han asumido en su quehacer cotidiano la impronta del trovador norteamericano. Ahí están —para solo citar las más conocidas— desde la monumental versión de “All Along Watchower”, a cargo de Jimi Hendrix; “Knockin´ on heaven´s door”, un éxito de la agrupación Guns and Roses, o el himno de Dylan, “Like a rolling stone", al estilo de los propios Rolling Stones.
Por supuesto que deben haber numerosas propuestas de escritores y poetas en el mundo que se merecen, al igual que Dylan, el premio Nobel de Literatura. Pero lo que resulta curioso es que no se suscitó ninguna discusión cuando el año pasado le dieron este premio a la escritora rusa Svetlana Alekesievich. Obviamente, su obra no alcanza la dimensión universal de la de Dylan, y prácticamente se trata de una desconocida acerca de la cual no debe opinarse festinadamente. Aquí radican las razones que explican, de alguna manera, el sabor agrio de las críticas en contra de la persona elegida por la Academia en esta oportunidad. No nos parece adecuado que a un artista de la talla de Bob Dylan en el contexto de la canción contemporánea, se le cuestione en un tono sarcástico. Una vez más, acudimos a la ética presente en la prédica martiana para expresarnos sobre el tema que nos ocupa, desde el sentido de la justicia: “Honrar, honra” [7].
Este trabajo de Guille, como todo lo que leo de él, me ha hecho transportarme años atrás, excelente Guille, felicidades