Se ha ido Ambrosio Fornet, una de nuestras mentes más lúcidas y consecuentes. Desde los 60, sobresaliente intelectual público; discutidor brillante donde cultura y política se interpenetran; adversario inteligente de la mediocridad y la miseria moral dentro y fuera; investigador y reintérprete de nuestra historia; tejedor de conexiones con la cultura cubana más allá de fronteras.
En Temas lo recordamos especialmente por su acompañamiento fiel en las verdes y en las maduras. De ahí que, entre todos sus aportes a la revista, como editor del número dedicado al cine (n. 27, 2001) o con sus ensayos sobre literatura cubanoamericana, elegimos publicar sus palabras hace 26 años, en aquella sala de la calle 4 repleta de lectores y autores, al presentar el número 4 dedicado a religiones en Cuba, una tarde de abril de 1996, cuando algunos pensaban que ya no íbamos a seguir.
“Gracias, Pocho, por aquellas palabras, que tanto nos dicen ahora mismo. Y por seguir acompañándonos”.
Gracias, Pocho, por aquellas palabras, que tanto nos dicen ahora mismo. Y por seguir acompañándonos.
Sería un error subestimar lo que esto significa en medio de la crisis de legitimidad —o de credibilidad— que hoy afecta a todo el campo de la ideología. A nosotros —la mayoría de los intelectuales de mi generación— se nos fue la vida intentando definir y consolidar el proyecto revolucionario en el terreno de la cultura, y ahora nos va la vida tratando de salvar, para las nuevas generaciones, lo que ese proyecto tiene de irrenunciable, a nuestro juicio. Hay que reconocer que la tarea es difícil. Una ideología —o, en sentido general, una visión del mundo— no se “hereda”: se conquista. Dicho en otras palabras: una idea solo se hace convicción cuando se conquista. Y para que ese proceso de apropiación orgánica se cumpla tiene que haber debate, aclaraciones, contradicciones, dudas… Está demostrado que la conciencia que no se forja así, en lucha con las circunstancias y consigo misma, no resiste el impacto de las crisis; la vida nos ha enseñado que no es posible construir el socialismo si no se halla la manera de ir “construyendo” simultáneamente, junto con la base económica, algo que se parezca a una conciencia socialista; y sabemos que esa conciencia no puede desarrollarse in vitro, en la asepsia de una falsa unanimidad o de un ambiente no “contaminado” por opiniones discrepantes u hostiles. Solo en el Paraíso bíblico existió un clima semejante —y ya ven ustedes lo que pasó con la manzana—.
Por suerte, nuestros dirigentes culturales conocen los peligros del quietismo intelectual. La Gaceta… no sería lo que es sin el apoyo sistemático de Abel; Temas misma no existiría sin el apoyo del Ministerio de Cultura. Hart afirmó, al presentar el número 2 de la revista: “Hemos promovido siempre la necesidad de debate, y lo hemos hecho porque es la única forma de desarrollar profundamente la conciencia revolucionaria”. Doy por descontado que se trata de un criterio común en las demás esferas ideológicas y culturales del Gobierno y el Partido, lo que explicaría el espléndido auge de las revistas especializadas, en un momento en que nadie podía prever que se produjera este boom.
Abocados ya al Centenario del 98 y al nuevo milenio, no tenemos otra alternativa, compañeros: o nos ponemos a pensar resueltamente con nuestra propia cabeza —de cara, no de espaldas al mundo—, o nos quedamos sin futuro. Como intelectuales revolucionarios tenemos que reivindicar no solo el derecho a equivocarnos sino también el derecho a tener razón, más allá de las inevitables coyunturas. Nuestra única manera de responder con eficacia al Carril II es hacer lo que estamos haciendo: creando nosotros el Carril III, el que contribuya a reforzar nuestra capacidad de análisis, en lo interno, y lleve nuestros mensajes al resto del mundo, o por lo menos, a esa parte del mundo que necesita oírlos, aunque solo sea para saber que en este planeta unipolar hay otras alternativas.
Ambrosio Fornet, 26 de abril de 1996.
Tomado de la revista Temas