Erótica: siete veces enunciado como título. Tal vez como los siete días de la semana o los siete pecados capitales. Posiblemente como los siete metales conocidos en la antigüedad o los siete mares. O quizás como las siete cumbres… No es posible saber de antemano la intención de Dazra Novak, pero lo que sí es certeza, una vez leído el conjunto de estas “Eróticas”, es la extraña, misteriosa y sublime sensación que arrastra, que subyace en el fondo y seduce, que toma de la mano al lector y lo apremia, fustiga y alienta a hacer casi cualquier cosa…
Siete, definitivamente, como las siete maravillas del mundo, así de cursi, o de tremendo, o de terrible, o de hermoso, o todo eso a la vez. Como un parteaguas, estas siete viñetas (que tampoco lo son del todo) introducen —de igual modo— posibles secciones de un cuaderno con sus correspondientes textos, a la par que estremecedores momentos de gracia de una vida, recorriéndola desde la infancia hasta la adultez total. Recorrido punzante, delicado, poético, irónico y en no pocas ocasiones humorístico, que se mueve entre el lirismo y lo pedestre, entre la íntimidad y lo público.
Escenas que parecieran diseñadas para gusto del voyeur, en verdad son —ante todo— una luminosa paleta afectiva, una suerte de estado emocional que pese a insistir una y otra vez en el erotismo, se extiende muchísimo más allá. Va hasta donde la lengua no alcanza, hasta donde la saliva ya no une, hasta donde cuerpos y boca se mezclan y se separan para dejar establecidas cartografías mucho menos obvias. Gestos que llevan en sí el innegable erotismo de lo político, como cuando expresan: “¿Te han dicho alguna vez que tienes los ojos más bellos del Ejército Libertador?”. Y entonces, solo entonces, es posible gozar del erotismo de la Historia, que se mezcla y revuelca con el erotismo de la pérdida, el del llanto y el de la guerra cotidiana. Esa donde inocencia y fiereza se turnan en el chirrido de la tiza que en la pizarra escolar dibuja lentamente un 69 que la maestra no quiere ver, que la educación rehúye, y que justo por eso se convierte en la suma de todas las cifras, en la excitación colectiva de quienes, mano sobre mano, mirada fija en ti, recibiéndote en la hora cero, nos olvidamos de todo, hasta de “quién era el presidente de Checoslovaquia cuando la Primavera de Praga”.
Autorreferencial, Dazra Novak regresa en estas páginas a sus volúmenes Cuerpo público (2008) y Making of (2012). Pero al volver no se repite, sino que rescata conflictos internos, se experimenta a sí misma y se salta el orden, para mostrar una sexualidad líquida que fluye “casi perfecta. Casi”. Como casi es la existencia humana.
“Dazra Novak regresa en estas páginas a sus volúmenes Cuerpo público (2008) y Making of (2012)”.
La narradora y poeta cubana trabaja la arcilla del lenguaje con la yema de los dedos, con la punta de la lengua, con el mismo delirio con que ha llegado a descubrir las aristas más sensuales del mundo. Su universo literario muestra el cuerpo desnudo de la palabra, expuesto a la lluvia y al sol, a las miradas y a los latidos, los suyos y los de los lectores y lectoras.
Palabras y cuerpos se obsesionan aquí con la voluptuosidad de la jabonadura que emana del lavado, de la limpieza, de la concentración mientras se escoge el arroz. Con el mismo gesto carnal con que de rodillas limpia rodapiés y se preocupa por los órganos atrofiados, el ademán poético/narrativo de Dazra Novak convierte el cuerpo humano en una ciudad, en un viaje clandestino por regiones donde sorprende encontrar lugares que se han escapado entre las líneas discontinuas de los mapas imposibles.
Dazra Novak teje una fábula para recomendar “no cuidar niños ajenos”. Una parábola que rinde homenaje a El gran cuaderno, de Agota Kristof, donde los niños Claus y Lucas también crecen de repente, entre la espuma del baño, para iniciarse en todo lo que cuerpos, manos y bocas pueden ser iniciados desde la clandestinidad de lo apetecible y lo prohibido, desde la violencia que parece dejar de serlo pero que se mantiene siempre presente, medio oculta tras la puerta, agazapada dentro del albornoz, escondida entre pliegues de toallas y sábanas.
Erótica, erótica, erótica… El simple sonido trae evocaciones que podrán ser encontradas en este cuaderno donde un solo ser es hombre/mujer/madre/padre/niño/niña/viejo/anciana y también mirada que no pestañea, que no se aparta; deseo que florece y estalla, pensamiento que se convierte en épica diaria y conocida.
Erótica, erótica, erótica, que muestra la herida sin avergonzarse y la deja expuesta al exterior en estos esenciales dibujos de Rocío García, plenos en su habitual estética del desasosiego, despierta y ansiosa, que demuestra, una vez más, que en su obra “siempre algo está por suceder”, y ese algo nos provoca, inevitablemente, innegables y fulgurantes temblores.
El erotismo con que Dazra Novak narra la vida es exultante; desborda alegría y tristeza, miedo, sorpresa y sobre todo éxtasis. Dosis muy bien calculadas atraviesan las sempiternas heridas del cuerpo y el alma para, desde las páginas de este libro —diseñado por Elizabeth Valero y publicado por Ediciones Vigía—, dejar bien en claro que, en efecto, “recordar es recordar y vivir es vivir”. La autora sabe que esta frase basta para incitarnos al desnudo, a solas ante el espejo, ante la mirada del otro o de los otros.
Estos textos nos hacen reverenciar o aterrarnos ante la multiplicidad y la fragmentación del erotismo y la vida, presentes en cualquier campo de batalla. Una vez leídos, degustados, con serenidad o pasión, traerán la turbadora certeza de que ya no es posible volver a la impasibilidad y a la indiferencia. De todo esto estoy segura, no una, sino siete veces, como los días de la semana, como las tentadoras siete cumbres difíciles de alcanzar. Y como estoy segura, me atrevo a lanzar toda esta palabrería ebria y medio febril, mientras confieso que algo inquietante me recorre mientras voy repitiendo, bajito, como un mantra: erótica, erótica, erótica…