Cuarenta acuarelas del artista alemán Sigmar Polke (1941-2010) se exhiben en la Sala transitoria del cuarto piso del Museo de Arte Universal de Bellas Artes, sin duda un suceso inolvidable inscrito, durante su tercera y última etapa en 2022, en el principal evento de las artes visuales cubanas: la 14 Bienal de La Habana.
Sigmar Polke ha sido valorado como uno de los más trascendentes artistas de la contemporaneidad que desarrolló la mayor parte de su arte en la segunda mitad del siglo XX. Los críticos han destacado su capacidad para enhebrar un diálogo experimental entre lo figurativo y lo abstracto, la tan constante como agresiva experimentación que llevó a su obra al trabajar con materiales inusuales, e incluso riesgosos como el arsénico, mediante técnicas que llegó a llamar Farbprobeh o experimentos de color.
De igual modo se ha resaltado por los historiadores del arte la presencia de una ironía y sarcasmo social que halla su mejor expresión en una evidente crítica al consumismo, el kitsch comercial y otros rasgos del sistema que se aprecian asumidos desde una ruptura formal del autor con tendencias como el pop art, que fue, asimismo, paralela a su actividad en esos años. Crítica cáustica tras la que subyace su inclinación por la obra de GeorgGrosz, Francisco de Goya, entre otros artistas históricos.
En esa dirección, el trabajo con la trama de puntos en los cuadros de la exhibición de Polke nos recuerda la obra pop de Roy Lichtenstein, pero, al emplear el alemán manchas y procedimientos abstractos, se vuelve más provocativo e inusual el resultado. Al respecto, en la obra de Polke se evidencia el contraste intencional con la pintura del newyorkino como en una intención provocativa de vaciar de sentido la técnica y mensaje explícito de Lichtenstein, quien fuera paradigma del pop art.
“Sigmar Polke ha sido valorado como uno de los más trascendentes artistas de la contemporaneidad que desarrolló la mayor parte de su arte en la segunda mitad del siglo XX. Los críticos han destacado su capacidad para enhebrar un diálogo experimental entre lo figurativo y lo abstracto…”.
En ese sentido, también fue llamativo —tal y como ha señalado la crítica internacional— su retrato del que se supone fue el asesino de John F. Kennedy, Lee Harvey Oswald, obra (1963) que ha sido contrastada con los más frívolos retratos pop de esa misma etapa del rey del pop art Andy Warhol.
Sigmar Polke, que nació en 1941 en Oels, Baja Silesia (hoy territorio polaco), y desarrollara su vida en Alemania, ingresó a los 20 años en la Academia de Arte de Dusseldorf (1961-1967), donde tuvo excelentes maestros, entre ellos a alguien como Joseph Beuys, uno de los creadores que marcó un parteaguas en la historia del arte de la segunda mitad del siglo XX. Muy joven, con Gerhard Richter calificó la tendencia en que ambos creaban como realismo capitalista (1963) en franca alusión al arte del realismo socialista.
Es conocida su participación, casi una década después, en las ediciones de la famosa Documenta de Kassel en los 70 y comienzos de los 80, cuando obtuvo el León de Oro en la XLII Bienal de Venecia (1986), entre otros prestigiosos reconocimientos.
En la muestra en Bellas Artes nos llama la atención el propósito irónico del artista en títulos que parecen extraídos de anuncios y publicidad de carácter fugaz, que contrastan con el lenguaje de los cuadros que imbrican figuración y abstracción, y en los que aquellos puntos mencionados rememoran las tramas producidas en las imprentas.
“El intenso contexto, preñado de grandes giros históricos, en que se desarrolló su obra no puede dejar de mencionarse si de la obra de Polke se trata…”.
Uno de los rasgos notorios de la personalidad artística de Sigmar Polke es el ser muy versátil respecto a técnicas y manifestaciones artísticas. A esa constante experimentación creativa ya mencionada sumó otras vivencias al asumir un estilo de vida en sintonía con el espíritu de aquellos años 60 y 70, cuando artistas y movimientos contraculturales y hippies usaban sustancias alucinógenas, cuyos efectos de mentes alteradas representó en obras de su producción artística en los setenta.
El intenso contexto, preñado de grandes giros históricos, en que se desarrolló su obra no puede dejar de mencionarse si de la obra de Polke se trata, ya fuera por sus vivencias en las dos Alemanias, su temporal estancia con su familia en la Democrática y luego en la Federal (donde residiera), el fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín. Un planeta pleno de contradicciones sociales y políticas, que en su arte se desvela esencialmente mediante paradojas visuales, aunque también en su abordaje de la frivolidad, una cierta incertidumbre existencial que se “respira” en sus cuadros, y el absurdo que en la exposición se nos revela en los títulos de los gouaches: Estadísticamente hablando, cada alemán posee 10 000 cosas, El agua de las flores no huele cuando se pone un trozo de carbón en ella, entre otros, a los que, sin embargo, acompaña su pintura posmoderna, solo trivial en la apariencia, en la que el contrapunteo entre las formas figurativas y lo abstracto se unen a la experimentación técnica que se observa en sorprendentes efectos de texturas, así como también en la cromática. Esta última nos recuerda los procesos de investigación del creador visual al producir incluso colores que se alteraban y cambiaban debido al clima u otros elementos externos, experimentos por los que fue llamado cierta vez “el alquimista”. Búsquedas en las que, por lo demás, estudió a los grandes maestros de la historia del arte, como Giotto, por ejemplo, durante sus viajes a Italia.
La exposición que hoy podemos apreciar en Bellas Artes es, sin duda, una posibilidad única de tener ante nosotros la pintura de esta figura sobresaliente del arte de los siglos XX y XXI.