Ludwig van Beethoven, cuando en 1824 compuso la Novena Sinfonía, tenía claro que esta obra marcaría un punto esencial en su carrera. Sin embargo, nunca imaginó que su belleza, el alivio que ofrece al corazón, su canto al amor, la elevarían a ser patrimonio inmaterial de la humanidad.

Danzaire, la pinareña compañía de danza contemporánea que dirige Yurien Porra, incitada tal vez por los enigmas, por todo cuanto significa y provoca “La Coral”, de Beethoven, regresa a las tablas pinareñas en pos de concebir una nueva criatura para la danza, una que identifica ante el mundo como Sinfonía de la alegría.

Fundada en 2001 por el bailarín y coreógrafo José Miguel Castillo, Danzaire ha corrido la suerte de muchas de las compañías del país, en especial aquellas localizadas en las mal llamadas provincias de interior. Su devenir artístico ha sido fluctuante debido al éxodo de sus figuras y, en ocasiones, a la inestable calidad del repertorio.

En esta oportunidad su propuesta, Sinfonía de la alegría, fue pensada como un programa de concierto dedicado a su fundador y actual coreógrafo, José Miguel Castillo. Coexisten en el espectáculo tres coreografías diferentes: momentos de Pasos cómplices, de Castillo; el dúo Estaciones de invierno, de José Armando Crespo y Marcia Salgueiro; y la Coda final, creación colectiva de Danzaire.

Decimos esto porque cuando se alza el telón y transcurren diez minutos de acción danzaria, más allá de las buenas intenciones que pudieron motivarla, comienzan los cuestionamientos. El título de la obra es el primer peldaño que se presta al debate, puesto que al examinar las diversas coreografías y cuadros que conforman Sinfonía de la alegría, el espectador se percata de que no está precisamente ante una sinfonía de alegría, ante un paisaje bucólico, sino algo más complejo.

Al centrarse más bien en las relaciones de pareja, en las pasiones y afectos que estas experimentan, Sinfonía… muestra al ser humano transitando sus más variadas escalas, comportamientos; situaciones que van desde amarse intensamente hasta agredirse, ignorarse.

De manera que la Sinfonía…, de Danzaire, no es exactamente, tal como pudiera sugerirse en el póster promocional de este espectáculo, un canto a la alegría a la manera de la Novena Sinfonía, de Ludwig van Beethoven. Su tono es otro: un llamado —lo cual hace esta propuesta valiosa— a la revisión, al debate sobre los extremos a los que se puede llegar y lo desgastantes que pueden ser las actitudes controladoras, insensibles, manipuladoras entre los humanos.

A partir de ser evidente el divorcio entre el título de la obra y su contenido, saltan a la vista, de inmediato, otras debilidades que lastran la nueva entrega de Danzaire.

Una de estas, de las más medulares, es un error en la concepción espectacular de Sinfonía… En un primer momento de la velada se pone en escena una serie de fragmentos de Pasos cómplices, de José Miguel Castillo (fungida desde la técnica de la danza contemporánea) y luego, coreografías como el dúo Estaciones de invierno y la Coda final (vistos desde el ballet neoclásico). Pero, ¿dónde radica el problema en esto?

La disposición de las secuencias y coreografías no responde, al menos como se recepciona, a la estructura de un programa de concierto. Para que esto hubiese sucedido, para evitar confusiones, lo más prudente debió ser alternar los cuadros de Pasos cómplices con las coreografías Estaciones de invierno y la Coda final. Ello respondería a la dramaturgia fragmentada, si se quiere decir, de los programas de concierto.

Sinfonía… muestra al ser humano transitando sus más variadas escalas, comportamientos; situaciones que van desde amarse intensamente hasta agredirse, ignorarse”.

Pero como no se procedió de tal manera, el público llegó a pensar, a partir ver cómo se suceden los cuadros de Pasos cómplices y luego las demás coreografías, que está ante una única obra, que Sinfonía… es una obra original. Y lo peligroso de esto es que los espectadores la perciben como un germen de puesta en escena, un producto que no ha madurado en la totalidad de sus partes, que se resiente en sus notables inconexiones, incongruencias para muchos.

Así pues, el descuido en la conformación de la dramaturgia coreográfica de Sinfonía de la alegría tiene serias repercusiones en la visión que de esta propuesta danzaria pueda tener el público pinareño.

Ahora, si bien es cierto que se debe trabajar en la escritura escénica de esta obra, no es posible dejar de notar uno que otro rayo de luz que aparece tardío, fuera de lugar o ausente cuando la acción danzaria y los propios bailarines lo necesitan. Por más que la música no surja en el exacto momento que lo reclame la coreografía, y aunque la mayoría de los intérpretes muestran que ya no están aptos físicamente para enfrentarse a la agudeza de los reclamos técnicos de una práctica tan exigente como el ballet neoclásico; sobre esas consabidas brumas, asomó un haz de luz…, una brisa que lleva consigo un tenue discurso danzario.

Se llega a agradecer por sobre todo que en Sinfonía… haya un abordaje sensible, abierto, sincero, sin tabúes —en particular en los cuadros que componen Pasos cómplices— de temas que, como mencionamos antes, están relacionados con las más diversas pasiones humanas, los devenires, altibajos y alegrías que fluyen de las relaciones entre parejas. Ese es el acicate que salva al espectáculo y lo hace atendible en estos tiempos.

No se pueden pasar por alto la belleza y la intensidad de los cuadros de Pasos cómplices, interpretados por bailarines como Yurien Porra y Odel Camps, donde el flujo, la intensidad y fluctuación de las pasiones compusieron un mosaico diverso, dinámico, cuidado, en que se denota confianza y relación comunicativa entre ambos bailarines. Marcia Salgueiro y Dianalys Alfonso también ofrecieron momentos entrañables en una tortuosa relación de manipulaciones, rupturas, seducciones. De igual modo sucedió en el cuadro asumido por José Miguel Castillo y la Alfonso en que la teatralidad del gesto, de la propia arquitectura y sentido del movimiento dibujaban los matices tóxicos, los desencuentros y momentos felices que pueden atravesar las relaciones conyugales.

El dúo de José Armando Crespo y Marcia Salgueiro tiene pinceladas destacables a nivel movimental. Aunque hay que puntualizar que de cierta forma desentona por su carácter más comercial si se quiere decir, con las restantes partes del espectáculo en que se inserta.

Sinfonía de la alegría es un espectáculo de arranque después de una etapa pandémica que se extendió durante casi dos años y que mantuvo a las agrupaciones artísticas del mundo en reposo creativo. Los principales móviles de esta propuesta residen en esencia en devolver a Danzaire a las tablas y mostrar al mundo la nueva línea estética danzaria que ha de consolidar el devenir de la compañía pinareña: la hibridez del ballet neoclásico y la danza contemporánea. Sin embargo, algunas fallas en Sinfonía… lastraron la calidad total de esta entrega. Aquí es donde por lógica debe o debió entrar en juego laanagnórisis,[1] sobre todo para los miembros de la compañía dirigida por Yurien Porra.

No se trata de crear por crear, soñar por soñar, dinamitar sin raíces profundas. Para llevar a cabo procesos fundamentales que reenrumben los destinos de una compañía y sus integrantes, debe tenerse conciencia de las posibilidades reales a nivel técnico y humano.

En el caso de Sinfonía de la alegría, solo momentos puntales de Pasos cómplices y del dúo Estaciones de invierno revelan trazos escénicos concebidos con detenimiento. Las restantes partes de esta obra se desdibujan, quedan vacías, sin un acabado en la arquitectura danzaria (fundamentalmente la Coda final). Ello demuestra una verdad consabida que refiere que en el caso de la danza escénica no se trata de solo bailar, sino de concebir desde la razón un discurso y una escritura escénica de este, que dejen algo más que una agradable experiencia estético-cinética en el espectador.


Nota:

[1] Es una de las categorías de la tragedia griega en que el héroe llega a tener conciencia del origen del mal que lo acosa, de la condición real en que está.