Soy un asiduo lector de cartas. Con el paso del tiempo, me he aficionado por ello a rastrear, en librerías y bibliotecas, esos libros que seleccionan, recopilan, antologan, misivas que, fechadas al paso de los años y firmadas por ilustres remitentes, se han convertido en auténticas joyas.
Las cartas, quién puede dudarlo, demuestran que se han convertido en una fuente de información insospechada e insustituible. Y no solo, bien merece aclararlo, una fuente de información relacionada con quien las escribe, sino también con quien las recibe.
Recordemos además que las cartas —y ello no es un secreto— pueden llegar a convertirse, al reflejar realidades y problemáticas, ilusiones y esperanzas, angustias y alegrías, en verdaderas radiografías de la época en que fueron pensadas y redactadas.
Son numerosos los epistolarios que se han publicado, y aún se publican, en el mundo. Libros que reproducen cartas que cuentan de amores y desamores, de guerras y conflictos, de amistades y odios, de pactos y alianzas, de actualidades y proyectos…
Así, lectores de varias generaciones han podido conocer desde las apasionadas misivas que Napoleón Bonaparte le envía a su amada Josefina hasta la estremecedora correspondencia que Ethel y Julius, los esposos Rosenberg, mantienen en la cárcel antes de ser condenados a la silla eléctrica.
El interés de los lectores por leer epistolarios ha sido tomado en cuenta por los sellos editoriales cubanos, tanto nacionales como territoriales, que se han preocupado, y ocupado, fundamentalmente en los últimos años, por incluir en sus catálogos libros de cartas.
De ahí que sea posible contar, por ejemplo, con varios volúmenes que atesoran la extensa correspondencia que sostuvo el Héroe Nacional cubano José Martí a lo largo de su breve y fecunda existencia, consagrada a luchar por la libertad, la soberanía y la independencia de la patria amada.
Uno de esos títulos es Epistolario de José Martí (Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1993), obra en cinco tomos, con compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla.
En esas páginas puede leerse esta conmovedora carta, que el Apóstol remite a su pequeño hijo José Francisco, enviada al partir hacia Cuba para incorporarse a la guerra necesaria. Impresionante muestra del amor de un padre a su hijo y del compromiso con la libertad de la Isla.
[Montecristi] I. de abril de 1895
Hijo:
Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo.
Tu
José Martí
De enorme trascendencia resulta, igualmente, el epistolario de Pablo de la Torriente Brau, el aguerrido periodista que lucha contra la tiranía de Gerardo Machado, en los años 30 de la pasada centuria, y cae en defensa del pueblo español, en Majadahonda, en 1936.
En Cartas de presidio (Ediciones La Memoria, La Habana, 2014) —una de esas compilaciones publicadas por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau— se presentan misivas enviadas y recibidas por el autor de Aventuras del soldado desconocido cubano durante su confinamiento en cárceles machadistas.
Son textos desenfadados, matizados por el humor que identifica la prosa de Pablo, en que no deja de reflejar su preocupación por los acontecimientos que marcan la tensa situación política vivida en la Isla. Así lo evidencia esta carta, enviada a su esposa Teté Casuso.
Castillo del Príncipe 13/8/1931
Teté Casuso de Milión
Muy Nené mía:
Voy a ver si es posible aprovechar la amabilidad de Vidal Morales y de su mamá, para hacerte llegar este mensaje de tranquilidad y confianza. Quisiera que tú no estuvieras asustada ni dieras crédito a las bolas estúpidas. Aquí estamos seguros. Somos ya más de cincuenta y hay buenos compañeros. Nos han llegado malas noticias de la revolución. Que mataron a Hidalgo, a Peraza y a Baizán. ¿Qué hay de cierto? Ponte en comunicación con la mamá de Vidalito a ver si me puedes mandar un papelito con muchas estrellitas. Estate quieta y no salgas a la calle más que a lo justo. ¿Zupió y afeíta? Compláceme en esto, mira que yo estoy bravito. La quisieron maj, maj! ¡Más que siempre, feíta, loquito malo!
Milión.
Tengo ya una barbaza tremenda.
Como una rareza en la bibliografía de Dulce María Loynaz aparece Cartas a Julio Orlando (Editorial Gente Nueva y Ediciones Loynaz, La Habana y Pinar del Río, 1994 respectivamente), en que se reúne una colección de textos remitidos por la escritora al niño Julio Orlando, sobrino de su cercano amigo Aldo Martínez Malo.
Recordemos además que las cartas —y ello no es un secreto— pueden llegar a convertirse, al reflejar realidades y problemáticas, ilusiones y esperanzas, angustias y alegrías, en verdaderas radiografías de la época en que fueron pensadas y redactadas.
Son cartas marcadas por una inmensa ternura, en que la conocida y reconocida poeta y narradora, galardonada con el Premio Nacional de Literatura y el Premio Cervantes, le trasmite a su pequeño amigo, en un enriquecedor intercambio, lecciones, enseñanzas, consejos…
La Habana, 16 de octubre de 1982
Querido Julio Orlando:
Recibí tu cartica y te agradezco que me hayas recordado. En contestación a ella te diré que este año los gorriones no han salido de viaje y siguen habitando su vieja casa, que vieja y todo encuentran más confortable que el mundo que nos rodea. Parece que me imitan.
Veo que te gusta la escuela y en ella has escogido un instrumento que me gusta mucho, el saxofón. Es, de todos, el que más se parece a la voz humana y, cuando yo era niña, (hace ya mucho tiempo de eso) me parecía que había una pequeña personita metida dentro de él.
Espero que llegues a ser un artista en esa profesión y también que yo viva un poquito más para escucharte algún día.
Recuerdos a tu mamá y a tus tíos y tías y recibe aquí el cariño que desde hace tiempo inspiras a
Dulce María
Numerosa es, asimismo, la correspondencia que se conserva de Fernando, René, Gerardo, Ramón y Antonio, los Cinco Héroes cubanos quienes, a fines del pasado siglo, fueron injustamente encarcelados en Estados Unidos por defender la paz, la seguridad y la soberanía del mundo.
Nunca habrá soledad (Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2021) es uno de esos epistolarios en cuyas páginas se agrupan las misivas enviadas por Antonio Guerrero a su madre Mirta Rodríguez, así como las cartas que ella le remitía desde La Habana.
23 de noviembre de 1998
Querida madre:
Cumpliendo lo prometido, de la carta semanal, me dispongo a escribirte. En realidad hoy lo hago porque es un día especial, ya que es el cumpleaños de mi sobrino Carli.
[…]
Las imagino, a ti y a mi hermana, a veces más preocupadas que lo que realmente deben estar. En mi interior las entiendo, pero quiero que conserven toda la calma que pueda existir.
Estoy bien en todos los sentidos. Tengo un amor que me llega tan puro de tantas direcciones que me hace realmente feliz cada momento que vivo.
El futuro será un eterno sol de paz y libertad, como tú bien dices, y de una hermosa luna; pero ese eterno sol y esa hermosa luna no están lejos, están aquí conmigo y contigo ahora, cada mañana, cada atardecer, cada noche de nuestros días.
Decía García Márquez en una de sus novelas “No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Bonita frase, que hace una invitación a ver cuánta importancia tiene la felicidad, la alegría en nuestro bienestar.
Ser feliz es vivir el momento presente y enfrentarlo con todas las fuerzas del amor; ser feliz es entregarlo todo sin condiciones y recoger los frutos de la vida con una sonrisa en los labios.
No hace falta ser sabio ni rico para ser feliz; con ignorancia y avaricia nunca la felicidad hallarás.
[…]
Saludos y besos de tu hijo,
Tony
Como sucedía hace varios años, es lamentable que ya casi no se escriban cartas en papel, que llegaban días o meses después de haberlas depositado en un buzón, portadoras de inimaginables noticias que podrían entristecer o alegrar a quienes las recibían.
La vida ha cambiado. El vertiginoso avance de las nuevas tecnologías se ha apropiado del mundo, se han transformado —y, en ocasiones, hasta han desaparecido— hábitos, costumbres y tradiciones, que ya solo sobreviven en la memoria de la humanidad.
Ojalá no dejen de escribirse cartas. Sería aconsejable no dejar morir esos textos que han permitido al hombre, a lo largo de los siglos, mantener la comunicación cercana, íntima, personal. Solo así otros como yo podrán afirmar, en el tiempo por venir, que son asiduos lectores de cartas.