Jesús de Armas, drama y utopía: una exposición memorable
La centenaria institución Museo Nacional de Bellas Artes ha cumplido en el transcurso de los años con una de sus más nobles funciones, la de reivindicar aquellas figuras que han declinado en un lamentable olvido y que constituyeron auténticos orgullos para la cultura cubana. Tal es el caso de Joaquín Blez, Conrado Massaguer, Mirta Cerra, Jorge Haydu, Felipe Orlando y Eugenio Rodríguez, fotógrafos, caricaturistas, pintores, cineastas, los cuales han sido reconocidos con exposiciones homenajes a su valiosa obra, casi desconocida en la actual contemporaneidad. Quizás el acto de justicia más cercano a nuestros días sea el agasajo a Jesús de Armas (septiembre-noviembre, 2018), artista de inusual talento que, sin embargo, se encontraba desde hace años relegado a las sombras. Su biografía como artista se inicia desde muy joven, allá por los años cincuenta del pasado siglo en los cuales ya asoma su temprana destreza para la caricatura, en la cual no solo desarrolló un estilo singular, sino constituyó la primera prueba de su temprano atributo como creador.
El triunfo revolucionario de enero de 1959 potenció sus energías innovadoras, fue el fundador y primer director de los dibujos animados realizados en el período comprendido entre 1960 y 1967 en el Departamento de animación del ICAIC, donde supo integrar a un contenido del más urgente compromiso social ―tal como lo demandaba el momento histórico― el estilo de animación más contemporáneo. Así dejó de lado el sistema de creación Disney, ya envejecido, para incursionar en concepciones estéticas más avanzadas. De esta forma surgieron los sorprendentes primeros animados en un país que no poseía tradición en el género, asombrando a un público acostumbrado a otros patrones de gusto: su diapasón es amplio y va desde las primeras obras de amplia resonancia popular como El maná, La prensa seria, El tiburón y la sardina, El realengo y El cowboy hasta otras de carácter filosófico como Pantomima amor no. 1, Un hombre y un chivo y La frontera. Estos filmes constituyen una época maravillosa en la cual el dibujo animado realizado en la Isla exploró nuevas soluciones fílmicas, cuyo objetivo fundamental era “encontrar la vía cubana del cine de animación”, según afirmara el crítico y ensayista Eduardo Manet. Ha llegado el momento de reivindicar estos valiosos filmes, no solo los realizados por Jesús de Armas, sino por una pléyade de talentosos jóvenes que hicieron posible la hazaña de que Cuba, también en la animación, se hiciera visible en el contexto internacional.
Sin embargo, ya en los años setenta se inició otro ciclo en la vida artística de Jesús de Armas, entregándose a una investigación seria y profunda de los primeros habitantes de Cuba. Durante varios años desanduvo el camino de la cultura aborigen. Estudió de manera exhaustiva las pictografías en diversas cuevas de la Isla. Y de ahí aparecieron sus primeras obras en tal dirección. Al principio es la traslación un tanto ingenua de rasgos de esa civilización al lienzo o la cartulina, maravillado por su belleza, que nadie como él supo trasladar a la plástica. Pero la chispa de la inspiración lo conduce a reflejar en su obra el choque intercultural entre los conquistadores y los primeros habitantes de la Isla que, con un armamento rudimentario, defendieron su espacio vital, su familia y su cultura ancestral de aquella monstruosa pesadilla que fue la Conquista. En tal sentido, la obra de Jesús de Armas alcanzó momentos de particular relieve al convertirse en el más sólido defensor de las culturas originarias de nuestra Isla, sobre todo en la muy debatida celebración en torno al llamado encuentro entre culturas en 1992. La Bienal de La Habana le abre sus espacios a su obra y posteriormente es invitado a exponer en la prestigiosa Casa de América Latina, en París, donde años antes expuso Wifredo Lam.
En este momento de reconocimiento internacional para su obra, Jesús de Armas y su esposa Gilda decidieron trasladarse a París. Los años transcurridos en esa ciudad demostraron que no fue una decisión sabia. Su vida en París avanzó con los vaivenes azarosos de un artista bohemio de los años veinte del pasado siglo. Sin embargo, cada hombre tiene derecho a tomar sus propias decisiones. En París transcurrió su último ciclo creador. Allí realizó una obra de gran sutileza y maestría por la cual, sin embargo, no obtuvo el reconocimiento que el artista tanto anhelaba. No obstante, en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana legitimamos su talento excepcional y su contribución al arte cubano en cuyo itinerario él, sin dudas, es uno de los imprescindibles. Tal como señaló la joven curadora Laura Arañó:
Jesús se adelantó a su época en ese afan por “redescubrir” el universo precolombino de nuestra Isla. No es fortuita su evidente influencia en la obra de Bedia de los primeros ochenta, cuando se acercaba a las culturas indoamericanas, e incluso en su dibujo sobrio y lineal[1].
La obra de Jesús de Armas motiva a la reflexión. ¿Ha tenido la cultura autóctona de nuestro país el reconocimiento legítimo que merece? Me atrevo a decir que no. Es una deuda impostergable que se levante una institución que constituya un monumento magnífico para el rescate de las tradiciones artísticas y antropológicas de estos pueblos a través del coleccionismo, conservación, restauración y exhibición de las muestras tangibles de la civilización de los primeros habitantes de nuestra Isla, que sin duda también formaron parte de la savia enriquecedora de nuestra cultura. No debemos olvidar que el vocablo Cuba viene de la lengua taína: “Cubao” que significa: “Donde la tierra fértil abunda” o “Gran Lugar”.
Jesús de Armas ocupa un espacio de trascendencia indiscutible, con un arte auténtico y original que hoy valoramos como de alcance universal. Esta exposición, en su despliegue magnífico de obras, confirma la vigencia de su legado perdurable para las generaciones actuales y futuras.
Nota:
[1] Laura Arañó. “Las pictografías, carbonadas y hand mades: de Fernando Ortiz a Jesús de Armas”. En: Jesús de Armas: drama y utopía. Museo Nacional de Bellas Artes, Edificio de Arte Cubano, del 8 de septiembre al 12 de noviembre, 2018. p. 8.