Labrar el perfil
La Poesía es el intento –¿desesperado?- de salvar el abismo que media entre el logos y el cosmos, en su sentido griego, es decir, es la thecné que concilia la Palabra con el Orden, con la Vida, con lo biográfico, y que traduce un equilibrio en el que ambos “bordes” renuncian al protagonismo estableciendo una no-distinción inconforme, cuasi herida, que se manifiesta en la imposibilidad de señalar quién precede a quien, quién el arquetipo, la sombra, el cuerpo, o si el garabato es anterior al suceso o si el sonido del desplazamiento de la materia precede a la materia misma, si ella es creada o engendrada, engendrada no creada, anterior al hágase pero simultánea al vio que era buena, o si la letra es únicamente huella, suerte de rastro cuya potencia le dota de libertad no solo como significado sino también como significante, es decir, si la Poesía es un estado nupcial entre vida y lenguaje, un crujido que nos regresa a los orígenes renunciando al dilema moderno que privilegia lo factual como causa primera no causada y segrega, según Caridad Atencio en breve prosa programática cuando abre su Historia de un abrazo, un perfil “amargo y por momentos fiel, alguna que otra vez exacto”.
“La Poesía es un estado nupcial entre vida y lenguaje”.
La Poesía es un acertijo que mantiene la indistinción, que no se deja definir, como única manera de establecer un cierto equilibrio en la hendidura —dolor y carne sajada—, es decir, es sonido y materia. Mejor sea dicho con saber margariteño: El cantar tiene sentido, /entendimiento y razón, /la buena pronunciación/y el sentimiento al oído…
Los intentos de privilegiar uno de los extremos del par lengua/vida han provocado nuevas rupturas, aunque también espejismos que no admiten aprehensión ni claridades. Las tradiciones mélicas y provenzales, según define Pound, encarnaron de tal modo el par y lo dotaron de un cierto equilibrio tan potente que, hasta hoy, podrían ayudarnos a resolver el enigma de su permanencia y capacidad de reproducción bajo otros velos.
En Cuba, entre el Espejo de Paciencia y el más reciente, de ayer mismo, de los poetas y las poéticas insulares, se reproduce está tensión; solo que excepcionalmente podremos encontrar balance. En el poema iniciático se da con evidencia, cuando la realidad de un grupo de contrabandistas, que intentan defender a sus iguales por camino fabular, convierten una trapacería en guerra de religión y a la posteridad lo que trasciende es esta última. Heredia en chorros y lejanías, Casal ahogado por la carcajada, Martí subiendo resucitado a la cruz, Guillén en clave y clasicismo, Lezama aspirando el humo de la cohoba, sahumerio vivo, García Marrúz y Diego convirtiendo lo cotidiano en salvación por el Verbo, Raúl Hernández Novas-Ángel Escobar-Rafael Almanza, trío matamorino, si es que en la escritura hay posibilidad para sones vivos… Es decir, sin ánimos de establecer un canon cubano por exclusión, estás poéticas atraen la paradoja y el enigma que no acabamos de solucionar.
Por suerte, la tensión engendradora encuentra todavía ecos y el espejo se va haciendo cada vez más nítido y compacto, aunque no sin agonía, por la persistencia de lo ingenioso y la trampa como recursos, aunque ya sabemos que estos son de raíz más sajona que latina, que funcionan con desgano en una lengua rítmica, densa, como la nuestra y que terminarán agotándose por ausencia de asideros.
En este panorama la generación fragmentada, a la que algunos llaman de los noventa, irrumpe haciendo evidente su propósito de conciliar Palabra y Biografía, recolocando, por un lado, al sujeto poético individual, y por otro, resolviendo la tragedia de un plural-exterior que rara vez logró superar su horma. Esta es también una generación que no alcanza la unidad sino que hace de la fragmentación su signo de identidad. Ni aún en Diáspora, revista y grupo literario, se da una estética común, sino que más bien la comunión se expresa alrededor del fragmento, de lo separado, de lo roto, que al ganar el espacio público alcanza una cierta polifonía, a la que es posible tomar como un todo que expresa más un estado que una realidad concreta. Es decir, lo trágico de esta generación es que el fragmento la coloca siempre ante la posibilidad de no resolver, sino parcialmente, el dilema que se propone. Por eso la categoría generación no funciona.
“Los intentos de privilegiar uno de los extremos del par lengua/vida han provocado nuevas rupturas, aunque también espejismos que no admiten aprehensión ni claridades”.
Abordar con metrónomo el ritmo está bien, pero cuando se trata de poéticas el buque comienza a hacer aguas, porque al estas ser líquidas se confunden en su propia sustancia. Hilarión Eslava, que sabía de Música, y como esta es tan esquiva a las medidas como la Poesía, nos permitirá de algún modo avanzar. El viejo maestro contemplaba a la primera como “el arte de bien combinar los sonidos y el tiempo”; y la segunda podría ser definida, si es que se deja, como el arte de bien combinar el sonido del Logos con el Tiempo de los actos humanos, es decir, como el arte de resolver la grieta que separa Palabra y Biografía. Visto de ese modo, la generación fragmentada, no soluciona el asunto sino que le incorpora elementos otros.
De este modo no sirve, al menos como instrumento hermenéutico, apelar al grupo, al coro, sino que valdría la pena pensar en las estrategias individuales de resolución del drama que la Poesía hace suyo. Habiendo voces altas, de tesituras amplísimas, seleccionar una atraería otros escollos, pero mejor que atraer al grupo será centrarse en la poesía de un poeta, y en ella, seleccionar un conjunto que nos permita, avizorar desde la parte la posibilidad de que la herida encuentre solución en el todo.
Hasta aquí testimonio el drama que apenas alcanzo a vislumbrar en noche obscura, destellos que aún no sé si son señas de cuervo o de paloma. Crepúsculo sí que son. De lo que se trata entonces es de labrar un perfil más que de dibujar un rostro, pues ya se sabe que esto es un imposible. Caridad Atencio, en su última entrega editorial (Letras Cubanas, 2021) nos ofrece esa posibilidad. La poeta, voz de sólida y extraña resonancia, tiene piedad de nosotros y nos abre las puertas con un texto en clave hermenéutica que termina diciendo:
Sin mostrar el asombro, saber que el camino eres tú misma. Solo te queda como mundo desandar sobre ti, entre tu voluntad y tus fracasos, devuelta al sitio que te niegan. Y van naciendo céleres, encajes de opresión: urdir con la energía que se pierde, o ver crecer la alienación en la tibieza de mi hogar. Un paisaje que creas donde no puedes moverte, o el movimiento va a negarte. ¿Alguien puede ante una “misión” tan crucial sentir desconcierto?
Perfil que empuja como defensa, y se eleva o se pierde por momentos, asfixiado, según la misma autora expresa, al resolver la herida que media entre lengua y biografía, asunto de la reflexión de marras. Como se trata de letras, deberíamos centrarnos en los giros que hace esta al alejarse de lo cotidiano, y sus trampas para descubrirse, por la imposibilidad de reducir a palabras la experiencia poética del ser y del estar vivos. Octavio Paz llega a decir de la poesía:
Llegas, silenciosa, secreta,
Y despiertas los furores, los goces,
Y esta angustia
Que enciende lo que toca
Y engendra en cada cosa
Una avidez sombría.
La Atencio no se cansa de avisarnos que sale, que escapa, que se refugia fuera del cuerpo, que ella es el hijo atormentado de mi hijo/que no encuentra las riendas/ o se le enreda vibrantes en la mano. /O su mirada que apuntaba/a lo que no se veía… todo construido a partir de una dolorosa lucidez, más bien sobre una lúcida y sombría avidez, que resuelve la paradoja aceptándola como imposible. Sólo puede acercarse al perfil, nunca la obra consistirá en hacerle aparecer como rostro, puesto sería entonces actio de alquimista, no obra de poeta. Este refugio (no insilio-exilio) arrastra lo cotidiano hasta lo metafísico, alejado de esoterismos, resolviendo en la maternidad —reproducción y tragedia— el conflicto que otros saldaron como suicidio o como renuncia, (un) modo de aliarse con el mundo. Aquí el refugio tiene más que ver con el monaquismo que con la enajenación. La poeta se refugia, se aísla, adquiere la condición del recluso, para ser encontrada, en su caso no por el dios escondido cusano, sino en el silencio que levanta y estiliza los enunciados hasta hacerlos casi desaparecer en la página, aceptando el imposible de la dureza y la rotundidad que sería ganancia de la prosa pero fracaso de la poesía.
He recibido mi corona de ceniza.
Como un adorno prístino
que sale de tu pecho
respiraba la pena poseída.
Esa respuesta supone otra respuesta.
Abrazada a tu cuerpo
como un árbol vencido por un rayo
o yo abrazada
a un árbol sacudido.
Despierta en nuestro sueño
te apretaré los ojos
hasta que veas dónde nace
la raíz de una justicia.
“La generación fragmentada, a la que algunos llaman de los noventa, irrumpe haciendo evidente su propósito de conciliar Palabra y Biografía (…) Esta es también una generación que no alcanza la unidad sino que hace de la fragmentación su signo de identidad (…) lo trágico de esta generación es que el fragmento la coloca siempre ante la posibilidad de no resolver, sino parcialmente, el dilema que se propone”.
Los sitios del refugio aparecen por todas partes como designio, como mandato y como misión: cofre —saqueado, ultrajado—, espejo, carne dentro de su cuchillo, árbol de alambre, sonido de víctimas, oruga, vestido que le oculta, cuerpo, sombra, exceso, oscurecimiento… una continuidad trágica, como vehículos que ponen en pie el alma. El (la) cautivo de esta prisión es transfigurado cuando al salir por un atajo desemboca a la vigilia y se derrama en acto cruento, sacrificial.
El espíritu
está siempre alentando
al cuerpo,
y tú me entregas
la vigilia congelada.
O busco
a la intemperie
comerciando
mi sola protección.
Hija,
si el corazón
tiene rostro
un árbol amarillo
solo
en la floresta
soy
iluminándote.
Mirando el horizonte
de tus actos
se derrama mi sangre
y no la tuya.
Entre el pórtico y el último de los versos, la Palabra alcanza esbeltez y el discurso una claridad hiriente, deslumbradora, como de verdad desnuda, al ser despojada de vacíos e ingenios, recolocándola en su sentido original, que radica en dar forma a las aspiraciones y a la existencia. Para hacer ese camino la Atencio no sólo somete al verso sino también a la idea a un proceso de renuncia y despojamiento de la imaginación, hasta dejarla yerta, sobre la página. Tálamo del ojo.
“[La Poesía] podría ser definida (…) como el arte de bien combinar el sonido del Logos con el Tiempo de los actos humanos, es decir, como el arte de resolver la grieta que separa Palabra y Biografía”.
Este camino nupcial-sacramental, necesitado del otro para encontrar vencimiento, no sería atinado demorarle, tampoco en justicia deberíamos apurarnos. Queda pues dejarse atrapar por el tiempo de esta poesía, por el sonido de sus silencios y por la solidez de su discurso, sabiendo que nuestro destino será despertar a la misteriosa unidad que podríamos contemplar a través de la Belleza, si nos aventuramos en el territorio que propone esta Historia de un abrazo.