En este mundo o en el otro, el espíritu de Martí me acompañará siempre
En diciembre de 2019, en la habanera galería Artis 718, Ernesto Rancaño inauguró una muestra que, más que eso, fue un proyecto conjunto en el que participó un poeta (Alejandro Moya), un agricultor (Rubén) y un carpintero (Lázaro-Lachy), titulada Corteza cerebral, que constituyó un llamado urgente a preservar el medio ambiente en general y el árbol en particular.
Desde hacía mucho tiempo quien suscribe estas líneas tenía el deseo de conversar con Rancaño (La Habana, 1969), pero —siempre esquivo— evitaba a esta periodista porque “no me gusta, me es difícil hablar de mí”. Después de años de insistencia y gracias a Corteza cerebral —y al árbol en particular— accedió a ser entrevistado, pretexto que utilicé para hacer un breve recorrido por su vida y obra.
Ahora, que Rancaño emprendió vuelo cual colibrí —icono recurrente en su quehacer—, queremos evocarlo a partir de sus propias palabras, dichas aquella mañana de diciembre cuando, en su estudio de la calle Lamparilla, nos reunimos y conversamos largamente. Pero antes me invitó a subir al piso superior de su estudio y —café mediante— me mostró sus más recientes trabajos que nacieron a partir de que sus hijos “embadurnaron estas telas y eso me obliga a ser más creativo porque ese fondo desordenado es tremendo reto”. Así lo quiero recordar: feliz, tímidamente sonriente, con esa mirada transparente de hombre noble, comprometido con la Patria, con Martí y con su momento.
“En el año 1997 el Historiador de la ciudad de la Habana, el doctor Eusebio Leal, tiene el primer contacto personal con mi obra y me invita a hacer la portada de la revista Opus Habana, de la Oficina del Historiador, que, si mal no recuerdo, fue el quinto número que veía la luz. A él le gustó mi trabajo y me propuso preparar una exposición para el día en que se presentara la publicación. Esa muestra se hizo en la galería del HotelAmbos Mundos, que en aquel momento era muy activa.
“Comprendí la obra monumental en la que estaba enfrascado Eusebio y me sensibilicé mucho”.
A partir de ahí empezó una relación estrecha y comencé a ver cosas que no interpretaba desde la periferia. Ese fue el momento en que, verdaderamente, comprendí la obra monumental en la que estaba enfrascado Eusebio y me sensibilicé mucho. En aquel momento vivía en el reparto Sevillano: tuve la dicha de crecer en un lugar lleno de árboles, casi todas las casas tenían terreno y las matas de mango nos regalaban sus frutos. Había árboles útiles: de frutas, de sombra… los jardines eran espectaculares y nos sentíamos en un Edén. En la adolescencia salí a la ciudad de concreto y empecé a vivir en apartamentos y eso entraña otras circunstancias, pero esa necesidad siempre quedó.
En relación con la amistad que me une a Alejandro data del círculo infantil. Además de mi padre, la familia de Alex vio tempranamente en mí alguna potencialidad. Empecé a escuchar a Silvio Rodríguez en casetes y también conciertos grabados en vivo en casa de Eduardo Moya y Raquel González, los padres de Alex”.
Además de la reverencia al árbol, ¿qué ha significado para tu obra trabajar en equipo, es decir, con otras personas?, ¿qué marca puede dejar?
Cuando enfrento un proyecto me vuelvo más abierto de lo que normalmente soy y convoco a personas que considero me pueden aportar y contribuir con criterios e ideas. En este caso es un proyecto familiar, entrañable, de génesis; los anillos se fueron cerrando entre todos nosotros. Este proyecto lo quería hacer desde hace tiempo y tiene relación con una serie titulada Sombras del ayer, que son unos videos objetuales.
Los llamo así porque parto del objeto real y proyecto la sombra viva. El primero estuvo dedicado al amor; el segundo, a la identidad o a pérdida de ella; y este tercero, que está consagrado al árbol, venía gestándose desde hace rato, pero no lograba concluirlo. A este último se le incorporaron sonidos, ambientes y casi se convirtió en una película. El cuarto proyecto que aún está en fase de investigación y estudio, será un homenaje al cantautor Santiago Feliú, tempranamente fallecido: tengo pensado emplear la banqueta que él utilizaba para los conciertos y, de alguna manera, animar su sombra tocando a la izquierda —como él solía hacer— y la banda sonora serán varias de sus canciones, pero editadas: un sonido como del más allá.
Te gusta trabajar a cuatro manos, a ocho manos, ¿qué te aporta?
Es constructivo y uno aprende porque todo el mundo aporta algo. Siempre estoy tratando de rodearme de gente. Por ejemplo, hay músicos que me han hecho temas especialmente para un video y diseñadores me han ofrecido cosas. El sonido que se escucha en la pieza titulada “El árbol”, es un poema que se le grabó a mi abuela que tiene más de noventa años. Alejandro lo editó y muchas personas me han comentado que han confundido la voz de mi abuela con la de Dulce María Loynaz, por lo bien declamado que está. Sin la participación de Alejandro eso no habría sido posible.
La videoinstalación objetual que está en Corteza… incluye un banco que Rubén, un día de los enamorados, le regaló a su novia porque no tenía otra cosa. Ese banco él lo trasladó amarrado en su bicicleta china desde Alta Habana —donde estaban desmontando un parque— hasta el Sevillano. Ese banco lo acompañó durante mucho tiempo: en él su hija fue amamantada y Rubén la durmió en sus brazos muchas veces. Cuando salió de Cuba a recorrer el mundo, me lo dejó y es el que está en la exposición. Por lo tanto, ese banco tiene una carga emocional muy fuerte. Nada de eso lo puedo hacer solo.
Cuéntanos de tus inicios…
Desde niño siempre estuve haciendo algo con las manos con la misma seriedad con la que las hago hoy. De pequeño dibujaba y creaba mi propio mundo, pero también construía naves espaciales, cañones para tirar huevos… desde entonces hacia esculturas. Recuerdo que entre Alejandro y yo hicimos un cañón para tirarle huevos a un vecino a partir de un barril de manteca con un muelle que funcionaba como catapulta con una palanca detrás que tenía una chivichana para que no nos atraparan. Pero, nunca funcionó. Era algo muy loco que hacíamos entre Alejandro, Rubén y yo.
Lo segundo que me convenció y me dio la certeza de que yo pertenecía a un grupo de gente que vive representando el mundo, fue en sexto grado. Eduardo Moya, destacado director de televisión, ya fallecido, hizo un casting para una serie de Aventuras (de casi cien capítulos) y fui seleccionado para desempeñar el personaje de Koly, un niño mensajero y mendigo ruso. A partir de ese mundo que se me abrió hice los exámenes para entrar en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en la especialidad de actuación.
Alejandro y otros amigos optaron por la Academia Militar Camilo Cienfuegos, “Los Camilitos”, y yo —cayéndole atrás a la amistad— me fui atrás de ellos. Al primer año, todos abandonaron la escuela y me quedé solo. Ahí fue cuando empecé a pintar murales en los polígonos y a hacer retratos de Camilo Cienfuegos.
¿Pero todo intuitivamente?
Había un profesor de apreciación musical y otro de apreciación de las artes visuales —los dos espectaculares maestros— y otro llamado Grillo, que era escultor y graduado de la Academia de Artes de San Alejandro y que estudió, además, Historia del Arte. Yo me pasaba todo el tiempo dibujando en mis libretas y no atendía a clases y un día Grillo vio mis cuadernos y, lejos de regañarme, me dijo que lo fuera a ver en la tarde. Así fue que comenzó a darme clases de dibujo.
Ese fue el detonante; recuerdo que me aconsejó dejar la vida militar, “para la que no servía”, y me impulsó a ir a hacer las pruebas en San Alejandro. Hice tres exámenes: el de actuación en la ENA, el del Instituto Superior de Diseño (ISDi) y el de San Alejandro. Aprobé los tres exámenes, pero suspendí doce grado en el preuniversitario de la calle y me fui a la Facultad Obrera Campesina a terminar esos estudios en horarios nocturnos. Eso me sirvió para que me validaran y poder hacer el curso nocturno en San Alejandro.
Ante las tres opciones de convertirte en un actor, o un diseñador, o un artista de la plástica, ¿por qué elegiste San Alejandro?
Sinceramente, no sé… quizás porque tengo vicio de dibujar, de representar.
¿Y esa llegada a la Academia cómo fue?
Fue impactante y muchos amigos de los que aún conservo hoy, estaban en San Alejandro como Eduardo Abela, por ejemplo. Cursé estudios por la noche y por el día no tenía nada que hacer, la mayoría de tiempo estaba en la escuela. Ahí conocí a Roberto Diago, que pertenecía a un grupo que hacía obra y la donaba a los campismos como ambientación.
Hice el curso diurno y el nocturno, casi, en paralelo. Tuve, también, la gran suerte de que al doblar de mi casa vivían Isavel Gimeno y Aniceto Mario, y allí tenían su taller de cerámica. Cuando no iba a la Academia, en las mañanas me colaba en el taller de ellos y Aniceto —con esa técnica medieval descomunal que tiene— me ponía a hacer los dibujos y a corregirme, e Isavel me hablaba del color, de la idea y de otras muchas cosas técnicas que tienen que ver con la creación. O sea que tuve una formación muy integral.
De tus profesores de San Alejandro, ¿a cuál evocas?, ¿a cuál recuerdas con especial cariño?
El profesor Alejo, que impartía Historia del Arte, daba las clases vivas. Si ponía una diapositiva de Picasso: era él con Picasso; si ponía una con Wifredo Lam, era él con Lam… las fotos que nos enseñaba de las Pirámides de Egipto, estaban tomadas por él. Ese viejito era un verdadero erudito, algo excepcional.
“El profesor Alejo, que impartía Historia del Arte, daba las clases vivas”.
Llegan los noventa y con esos difíciles años del llamado Período Especial, ¿qué ocurre contigo?
No voy al Instituto Superior de Arte (ISA) y decido quedarme en mi casa. Durante el último año de San Alejandro habíamos recibido un curso de joyería en Coral Negro y junto con Santisteban, que estudió conmigo y hoy continúa siendo uno de mis mejores amigos, montamos un pequeño tallercito de joyería para tratar de ganarnos la vida; tenía cierta formación como joyero, pero en las noches, le quitaba a mi mamá todas las cosas que estaban sobre la mesa del comedor y me ponía a dibujar. Como a los cuatro meses de estar haciendo joyería le dije a Santisteban, que vivía en mi casa porque era de Pinar del Río y mi mamá lo había acogido: “mira, compadre, te dejo todas las herramientas, pero me voy a poner a dibujar todo el tiempo”. De ahí salió mi primera exposición (dibujo sobre cartulina) titulada Introspecciones, que fue en La Acacia en el año 1991. Silvio Rodríguez había visto con anterioridad algunos de mis dibujos y me había traído una gran cantidad de cartulina francesa de ¡tremenda calidad!: en la vida siempre estuve impulsado… recuerdo que mucha gente me regalaba diplomas y yo, por la parte de atrás, hacia unos dibujos fragmentados que trabajaba con el maquillaje de mi mamá.
En ese momento Pablo Milanés acababa de crear su fundación y le presenté el primer proyecto de artes plásticas: esa sería mi primera exposición, pero aquello se dilató porque yo me demoré como año y medio en terminarla y apareció la posibilidad de exponer en La Acacia. Pablo también me dio un gran apoyo, espectacular: me puso una tremenda tarea que consistía en dibujar sus canciones a mi manera; no se trataba de contar la canción sino que cada dibujo fuera lo que sentía ante cada texto.
¿Y qué pasó con todo ese material?
Se hizo una exposición en el lobby del teatro Karl Marx que acompañaba un concierto de Pablo, pero con el tiempo todo ese trabajo se fue perdiendo aunque aún quedan algunos dibujos regados por ahí.
Se dice que eres un “hibridador de distintos procedimientos” porque eres muy múltiple: tienes una mano diestra para el dibujo, haces instalaciones, video instalaciones, escultura, cerámica y una intensa obra pictórica…
Siempre fue así. Recuerdo que en San Alejandro me quitaban puntos porque los profesores insistían en que tenía que tener un estilo: todos los ejercicios de clase los presentaba diferentes y eso a algunos profesores —no a todos— les molestaba y de alguna manera mi estilo ha sido la indefinición, aunque mi tema siempre es el mismo.
“De alguna manera mi estilo ha sido la indefinición, aunque mi tema siempre es el mismo”.
¿Y cuál es tu tema?
El universo como existencia, no es otra cosa: el más infinito, el menos conocido y el más concreto. Lo que sucede es que el mismo tema va creciendo, evolucionando y todo eso implica un proceso de aprendizaje.
Meterse en el mundo creativo de un artista es complejo, ¿cómo es el proceso creativo ante la obra?, ¿cómo te planteas el nacimiento de una obra?
Generalmente viene una idea, llega una imagen que, a veces, viene incluso acompañada de un título. Lo primero que hago es dibujar, pero como un garabato para que no se me olvide porque mi memoria es un poco perezosa y demora en despertarse.
Voy creando un banco de ideas: tengo muchas agendas y saco lo que me va interesando en cada momento. A partir de ahí comienza un ejercicio de aprendizaje que hago todo el tiempo porque cada obra exige de diferentes soluciones y es como pasar una escuela nueva. Todo eso me exige nuevas técnicas porque siempre pretendo presentar cosas nuevas realizadas de otra manera. Así es mi proceso creativo. Es simple.
En cada una de tus exposiciones uno siente que hay un sustrato detrás, que hay un idea central dentro de ese mismo universo, ¿de qué manera esas ideas las conjugas?
Al final —que es lo que está en mi mente y ¡hasta suena!— trato de hacer una canción, el guion de una canción. Mis exposiciones tienen un principio y un final y un retorno. A veces me parece que doy bien las direcciones y otras no las doy tan claras, pero siempre la estructura intento que sea la de una canción que comunique, como las de Silvio Rodríguez o las de Juan Manuel Serrat o las de Luis Eduardo Aute…
Más que una canción, siento tus exposiciones como obras de teatro: con principio, desarrollo, conflictos, clímax, anticlímax y final. Y lo siento así porque percibo que cada obra tiene su propio idioma y dialoga consigo misma y no discute con la que tiene al lado…
No. Sigue siendo una canción. Lo que sí es cierto que preparo el escenario: hago un diseño de luces, de olores y de ambientes: alisto el escenario para poder escuchar el tema. Eso es.
Dice una crítica de arte que tu obra “provoca placidez o sobresalto, incertidumbre, claridad, dolor o placer”.
No sé. Antes pensaba que mi obra era triste. La tristeza es parte del complemento. Hoy no lo veo así y creo que las obras son retratos del momento, son como instantáneas.
¿Influirá en que estás en un momento muy feliz de tu vida?, ¿esa felicidad se hace evidente en la obra?
Definitivamente. Mi obra tiene ahora más de papá. Trato de dejarles a mis hijos un mensajito educacional.
¿Es más madura?
No sé, no me lo he preguntado. No me interesa tampoco. Lo más importante es que la obra sigue siendo sincera conmigo.
Martí es una figura que ha tenido un peso dentro de tu obra, ¿por qué esas visiones tan múltiples del Apóstol?, ¿por qué Martí en Rancaño?
He tenido la gran suerte de conocer seres puros y José Martí es el ser iluminado más completo que he tenido la dicha de conocer. Martí está conmigo siempre, es una presencia. En este mundo o en el otro, el espíritu de Martí me acompañará siempre. Simplemente, está.
“José Martí es el ser iluminado más completo que he tenido la dicha de conocer (…) En este mundo o en el otro, el espíritu de Martí me acompañará siempre.
¿Cuáles son los próximos retos creativos después de Corteza cerebral?
Quiero que Corteza cerebral sea itinerante y que vaya creciendo. Quiero incorporarle un par de textos más para llevarla a donde se pueda porque lo que plantea es un fenómeno mundial y necesario: la conciencia de la importancia del árbol para nuestra propia existencia. Ese es el mensaje que hay que dar ahora y, a partir de ahí, nos vamos a salvar todos y se van a salvar nuestras diferencias cuando este mundo sea habitable y menos peligroso. Mi preocupación por el futuro es absoluta: tengo dos hijos muy pequeños.
¿Obra soñada?
¿Obra soñada?: ¡me gustará tener otro hijo y que fuera una niña! Si algo bueno me ha pasado —eso venía en proceso, pero quizás el nacimiento de mis hijos lo detonó— es perder el ego. Y quiero aprovechar la oportunidad para enviarle un abrazo, grande, grande, grande, ¡inmenso! con toda la energía del árbol lleno de flores a mi hermano, a mi queridísimo Eusebio Leal, un hombre incalificable.