“Si te aplauden, ya nunca más saldrás de allí”, le advirtió su madre a Paula. Fue profética. Paula siguió la afición de su padre, Sócrates Villalón, quien a la par de su trabajo como abogado mantuvo una labor musical y pedagógica que dejó huellas en su Guantánamo.

“Paula es la artífice y dueña de la peña Bolereando en la sede de la Uneac guantanamera desde hace 30 años”. Fotos: Cortesía del autor

Durante sus primeros años, la niña encauzó su vocación bajo la mirada de maestros de la talla de Antonia Luisa Cabal (Tusi), Rafael Inciarte y Clarisa Creach, entre otros. Durante su vida universitaria, mientras cursaba los estudios de Estomatología en Santiago de Cuba, brilló en festivales y concursos de aficionados. Sin embargo, la doctora Paula Celerina Villalón Fernández pareció resguardar su canto y concentrarse en el mundo de la salud bucal hasta el día en que se presentaron justo delante de su puerta: era la música. Jorge Núñez ―a la postre presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en el territorio más oriental de Cuba― fue el enviado. La propuesta era excelente; la protagonista, exacta. La historia comenzó allí.

Paula es la artífice y dueña de la peña Bolereando en la sede de la Uneac guantanamera desde hace 30 años. A estas alturas, la cita se ha convertido en toda una institución; en escenario para aplaudir a consagrados; en vitrina para debutantes; en crisol del arte. Es un espacio icónico. No lo digo de oídas, sino que he tenido el privilegio de experimentar esas tardes-noches de sábado.

“Ella toma el bolero como bandera”.

Las memorias de esas descargas están por escribirse, mas en sus páginas de oro no se escatimará al referirse a la presencia de figuras como Danny Rivera, Ela Calvo, Anaís Abreu, Héctor Téllez, Ivette Cepeda, La Palabra, Lorenzo Cisneros (Topete), Rey Montesinos, Pucho Díaz, Rosalía Arnáez o Eduardo Sosa. Son solo algunos ejemplos conocidos del ámbito musical, pues la peña acoge a intelectuales, poetas, artistas audiovisuales y plásticos, y bailarines de Guantánamo, de Cuba y del mundo.

Doña Paula Villalón se resiste a cualquier etiqueta. Ella toma el bolero como bandera, lo hace flamear, muere y renace con él, sin importar si es un tema de Pedro Caverdós o de Vicente Garrido; si lo interpretaron ya Elena Burke, Benny Moré o Teresita Fernández; si acaso es un estreno. Ella se las arregla para hacerlo suyo, para tocar las sílabas con acento propio, para abrir los brazos cual extensión del pentagrama, para hacerte resbalar con su filin profundo, su intimismo, su verdad.

Sus músicos afirman que hay que estar preparados, pues ella puede girar en un instante y pedir el tema que la recorre, que le late. Me lo confiesan los integrantes del trío Azul, con quienes ha compartido tantas descargas; me lo confiesan Víctor (saxo), Hipólito (guitarra) y Dennis (percusión).

Cuando se dice Paula Villalón, se abren los ojos, se abren las manos, se abre el cielo. Una vez dijo a una colega que si la pusieran a escoger entre el canto y la estomatología, ella cantaría a los pacientes en el sillón. La colección Autoayuda de la Editorial Oriente le publicó su volumen Para cuidar las encías, en coautoría con Irua González González. Es el alivio del cuerpo y del alma —y los detalles— lo que une ambos mundos.

“Merecedora del premio de Interpretación Elena Burke en el Festival Boleros de Oro (1997)”.

Ella es capaz de rendir las plateas del teatro Guaso y el teatro Mella; de sacudir la intimidad del Gato Tuerto, las luces del Pico Blanco, el piano-bar Delirio Habanero y las barras del Barbarán. Su estilo es reclamado en festivales y conciertos. Ella fue merecedora del premio de Interpretación Elena Burke en el Festival Boleros de Oro (1997).  Hay galardones que se engrandecen por el nombre que encarnan, y que suben un peldaño por el nombre en el que recaen.

Paula es mucha Paula.

La madre de Lis, la doctora, la cantora del Guaso. Cuando digo su nombre, digo estirpe. Y cuando me despido de su casa, en la “villa iris amada” de Boti, algo mío, insondable e inextinguible, se queda allí. 

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