Para Georgina Herrera, in memoriam 
Para Caridad Martínez

Ella siempre vive conmigo, y aunque ahora es una presencia palpable, la puedo tocar con mis recuerdos. Luego de que mi madre muriera, se convirtió en mi equilibrio, mi sosiego por medio de una de sus emisoras, esa que es para todos los momentos de la vida. La radio cubana, que ahora cumple 100 años, está en la columna vertebral de la cultura de cada cubano.

En mi casa, siendo yo una niña de apenas cinco años, no había libros ni mágicas bibliotecas a las que una se asoma sedienta y por casualidad. Solo había un ejemplar de La Edad de Oro de Martí, de cartoné carmelita y ajado: mis padres eran de origen obrero campesino y habían emigrado a La Habana en busca de mejoras económicas antes del triunfo de la Revolución. Pero sí había un radio. Por él, y ahora sí mágicamente, entró la cultura a mi casa, y a mi mente, que comenzaba a abrirse. Luego del almuerzo mi madre sintonizaba Radio Liberación y Radio Progreso.

“La radio cubana, que ahora cumple 100 años, está en la columna vertebral de la cultura de cada cubano”.

El aparato estaba en la mesita de noche del cuarto, junto a la cama, como en muchas casas cubanas de aquel tiempo. Allí escuché muchas renombradas novelas de la cultura universal, como Los Buddenbrook, El Tábano, Jane Eyre, Así se templó el acero, Rebeca, Amalia, y otras tantas que ahora no puedo nominar, junto a muchas cubanas adaptadas o escritas para la radio, que casi siempre terminaban con el triunfo de la Revolución. Ello incidió tanto en mí, que ya en la secundaria escribía novelitas para mis amigas que trataban sobre la lucha insurreccional en Cuba durante 1958, y terminaban con la llegada de Fidel a La Habana. Cuando empecé a tener conciencia de alguna profesión, decía que quería ser escritora de novelas de radio. Después, después vino la Filología.

La noche era también para la radio. Mi tía Pura, que escribía décimas, tejía primorosamente y era una dulcera estelar, escuchaba el programa Tríos en la noche, animado por la elegante voz de Fernando Alcorta en Radio Progreso, que salía al aire como a las diez de la noche. Yo lo escuchaba con ella y luego me dormía. Allí escuché bellas y emblemáticas canciones latinoamericanas y cubanas que hoy comprendo, sin duda, ayudaron a conformar mi sensibilidad. Ya en la secundaria, Nocturno se convirtió en una presencia habitual en mi vida. Los demás veían el televisor a eso de las ocho y media, y yo me acostaba en el cuarto de mis padres con la luz apagada para soñar con las canciones de este queridísimo y antológico programa de Radio Progreso. Soñaba con el muchacho amado o lloraba algún revés amoroso pequeño o mayúsculo. A veces me sensibilizaba solo con la melodía profunda, sin vivencias centrales en mi vida. Qué decir de Alegrías de sobremesa, algo que llenó y sostuvo nuestras vidas por tantos años.

“La radio sigue siendo mi vida, multiplicada y engrandecida por la presencia de la cultura y los libros”. Foto: Internet

A medida que fui creciendo se abrían para mi espíritu otras emisoras: el programa Now, de Radio Internacional, ya desaparecida; los monográficos musicales de la COCO dedicados a Tejedor, a la música mexicana, al Benny o a Vicentico Valdés, o el de Progreso, con la gran orquesta Aragón, los domingos a las once de la mañana, que mi vecina escuchaba y, sin querer, también inoculó en mi gusto. En fin, que la radio siempre ha sido, no parte de mi vida, sino mi vida, yendo siempre hacia otros perfiles de la cultura. Sigo escuchando los noticieros, que me recuerdan el programa Haciendo radio, oído por mi padre durante muchísimos años, y con el cual nos despertaba cada mañana desde su cuarto, contiguo al mío. Sigo escuchando Así, de Radio Rebelde; los programas musicales excelentes de Radio Ciudad y Radio Taíno, y hasta algunos de Radio Musical Nacional; la emblemática Discoteca Popular, de Radio Progreso, o el programa Luz de otoño, de Radio Cadena Habana, con música de mi juventud, ahora que me acerco a los 60. La radio sigue siendo mi vida, multiplicada y engrandecida por la presencia de la cultura y los libros; la radio que escuché por vez primera, siendo muy pequeña, acostada al lado de mi madre luego de un amoroso almuerzo hecho por sus manos, y antes de una siesta a la que nunca pude regresar.

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