“No hay camino hacia la paz, la paz es camino”
A.J. Muste

Confianza. Ese es el pilar. El pilar de la estabilidad del mundo. Que es decir de la paz. De la confianza mutua. No habrá estabilidad —y desde su inexistencia la paz se verá siempre en peligro— sin ese pilar. No existe confianza mutua si las partes implicadas en una situación dada —todas las partes— adoptan hipótesis que aúpan la inseguridad a partir de lo que suponen pueda resultar la conducta futura de la contraparte —quienquiera sea ella—, o lo que es igual, cuando alguna de las partes alcanza a sentirse inquieta acerca de lo que en el futuro —inmediato o no— pueda decidir ejecutar la susodicha contraparte.

La generación de confianza mutua supone la necesidad de existencia de empatía. Ello puede definirse como la capacidad cognitiva de percibir en contexto común lo que las contrapartes puedan sentir. El planeta en el que vivimos resulta nuestro contexto común. Empatía —en ese contexto común— resultaría comprender qué puede tomar el otro —quienquiera sea ese otro— como inquietante. ¿Para qué? Para precisamente ¡inhibirse de incurrir en ello!

“La generación de confianza mutua supone la necesidad de existencia de empatía”.

En caso de que la confianza mutua y la empatía, ese necesario dúo, decrecieran… urge entonces invocar a la buena voluntad. Se denomina buena voluntad a que las partes implicadas no estén prestas a movilizarse y a agredirse —a resultas precisamente de las primigenias faltas de confianza y empatía— sino a moderarse, a convocarse, a reunirse, a escucharse, a debatir, cara a cara, con absoluta franqueza. Y a resultas de todo ello… ¡llegar a acuerdos!, ¡a consensos! Reunirse y escucharse sin que asomen acuerdos y consensos resulta estéril. Nulo. Inútil. Absurdo. No vale. Solo es válido y fértil y viable lograr compromisos. Consensos. ¿En aras de qué? En aras de restaurar el pilar. ¿Cuál? La estabilidad. La estabilidad del mundo. La paz. La confianza mutua. He ahí el bello apotegma de Benito Juárez: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Agreguemos, con la venia del Benemérito: el respeto a las razones del otro.Urge hacer desaparecer elementos que muevan al otro a recelar y a desconfiar. ¿Por qué? Porque recelos y desconfianzas destruyen la confianza. La socavan. Urge restaurarla. Porque confianza restaurada es garantía de paz. Urge que el otro —quienquiera sea ese otro— no crea se conspira para lesionar sus derechos. Sus razones. Su seguridad. Su existencia. Cada creencia de conspiración que lesione al cuarteto anterior provoca recelos. Y cada recelo lleva a la adopción de acciones de respuesta. Y cada acción de respuesta provoca nuevos y mayores recelos…, y cada recelo genera nuevas y mayores acciones de respuesta… y ¡he ahí que se ha desatado la impredecible e insana reacción en cadena! Urge detenerla. Exorcizarla. Cortarla. En un mundo nuclearizado y misilizado dejar sin ataduras semejante reacción resulta harto peligroso, convengamos.

“Confianza restaurada es garantía de paz”.

El mundo moderno, hoy mismo, ahora, en esta misma mañana, en este mismo minuto se agita en plena inestabilidad. ¿La causa? Una absoluta crisis de confianza. La paz, en consecuencia, está en inminente y terrible peligro. Y lo está porque las partes implicadas —todas las partes— adoptan hipótesis muy inquietantes y harto peligrosas acerca de la conducta inminente de la contraparte, a saber, creen posible que la contraparte —quienquiera sea ella— se halla presta y decidida y a un tris de lesionar —en cualquier instante y del modo más terrible posible— la seguridad del otro. En resumen: las partes implicadas sienten una muy soberana inquietud acerca de lo que en el futuro —inmediato o no— está presto a ejecutar ese otro —quienquiera se halle detrás de esa otredad—. La empatía, eso que lleva a comprender qué puede tomar justamente la otredad como inquietante y lesivo, parece no existir hoy mismo. Al menos no se manifiesta. No se visualiza. Todos ciegos. Todos sordos. Todos irracionales.   

Un psiquiatra de la geopolítica, si tal especialidad existiera —debería existir, me digo— alcanzaría a diagnosticar que las partes —todas las partes, quién sabe si quién más, quién menos— sufren de cierto trastorno del espectro autista. Para ser específico ese siquiatra de la geopolítica —especialidad que intuyo al día de hoy muy necesaria—definiría que las partes parecen severamente afectadas por lo que pudiera llamar Síndrome de Asperger geopolítico.  

Tropas rusas en la frontera con Ucrania, debido a la situación en Donbás. Foto: Tomada de sputniknews.com

¿Cuáles serían las manifestaciones de esta peligrosa dolencia psico/geopolítica? Deterioro cualitativo de la interacción entre las partes en conflicto, desarrollo de modelos estereotipados y limitados de conducta, inquietudes obsesivas acerca de temas recurrentes, verborrea unidireccional, alteraciones de los patrones de comunicación verbal y extra-verbal, inflexibilidad cognitiva y conductual, dificultades para comprender o interpretar sentimientos/razones/emociones de la contraparte, egocentrismo —que puesto que se trata de geopolítica pudiéramos calificar de “nacionalista”, desprecio absoluto por los puntos de vista/razones del otro, desconocimiento de los límites y consecuencias de las acciones propias y ajenas, aparición de estereotipias, esto es movimientos, pensamientos, posturas o frases a modo de rituales repetitivos —léase declaraciones, bravuconerías, amenazas, sanciones, movimientos de tropas—. 

A resultas de sufrir semejante dolencia geopolítica las partes parecen prestas —en este mismo minuto incurren en ello— a movilizarse contra el otro. Cierto: de vez en mes se reúnen. Mas al convite no asiste la confianza mutua. Para nada. Debaten cara a cara sentados en una mesa. Una mesa larga y blanca. Y nada. Cero. Se llaman por vía telefónica y tristemente solo trasciende que se escucharon, se amenazaron, se advirtieron. De adoptar compromisos y acuerdos… ni las sombras. Comprender las razones del otro… menos. Por el contrario: las partes parecen decididas y dispuestas a degradar la inseguridad y la inquietud del otro a más y mejor. Parecen decididas y dispuestas a dar la espalda al restablecimiento del pilar, aquel, el ya aludido, el de la estabilidad y la paz del mundo. Lamentablemente cuando las partes acceden a reunirse cara a cara o a escucharse vía telefónica la empatía tampoco acude al convite. Cada uno persiste en hacer prevalecer sus razones. Precisamente las mismas que llevan a la contraparte —quien quiera que sea esa contraparte— a sentirse insegura y amenazada. Esa es justamente la causa por lo que comúnmente tales reuniones no conducen a acuerdo alguno. A que no se adopten acuerdos. Acuerdos firmes. Mutuos. Vinculantes. Semejante conducta conduce a que las contrapartes carguen —¡aún más!— el pesado fardo de la desconfianza mutua, es decir, que adopten hipótesis seguras acerca de la conducta futura —y lesiva— del otro. Y ello… ¡acrecienta la precariedad de la paz! Se trata de un diálogo entre sordos/ciegos. Una dolencia genética puede provocar ambas limitaciones, la sordera y la ceguera: el Síndrome de Usher. Y vamos de síndrome en síndrome.

“Lamentablemente cuando las partes acceden a reunirse cara a cara o a escucharse vía telefónica la empatía tampoco acude al convite”.

Las bases para que en el presente surjan y perseveren nuevos y mayores problemas —de altísimo poder incendiario— reside precisamente en la existencia y persistencia de viejos y grandes problemas. Problemas no resueltos del pasado. Reside en antecedentes. Una humanidad capaz de haber resuelto los problemas de ayer sería muy capaz de resolver los problemas de hoy. Y desde semejante sumatoria de experiencias cada vez más apta para resolver los problemas del futuro. Las contrapartes hoy parecen carecer de sumatorias y experiencias. En particular de aquellas capaces de generar confianza mutua. De garantizar la resolución —mutuamente aceptable y ventajosa— de conflictos. Un genetista de la geopolítica —si tal especialidad existiera, debería existir pienso yo— pudiera enunciar trisomía en algún par cromosómico, quizá el 21, lo cual llevaría a diagnosticar un nuevo síndrome: el Síndrome de Down de la geopolítica. Y sumemos: ya son tres los síndromes. Vaya cantidad de dolencias que aquejan a los políticos hoy. Tres anomalías. Tres que llevan a quienes las manifiestan a sufrir de la incapacidad total para generar confianza. Horror.

“Una humanidad capaz de haber resuelto los problemas de ayer sería muy capaz de resolver los problemas de hoy”.  

Antes de 1990, cuando el mundo se dividía en dos grandes campos político/ideológicos, la URSS y USA se acechaban. Mutuamente. El Pacto de Varsovia y la OTAN se aprestaban. Uno contra el otro. Y no obstante: ¡la estabilidad y la confianza mutua parecían mayor que hoy día! O… ¿así solo lo veo yo? Eran rivales, indudablemente. Mas… ¡no parecían aquejados de síndromes del espectro autista o síndromes genéticos! Recelaban sí, pero se reunían, conversaban y ¡lograban acuerdos! Parece un absurdo. Un retruécano.

La OTAN y USA sostienen hoy mismo que Rusia tiene planes para invadir Ucrania. Que acumula tropas en la frontera de ese país, en Bielorrusia, en el Mar Negro. En consecuencia la OTAN y USA movilizan tropas a Europa, envían armas a Ucrania, alistan sanciones y desatan un vendaval de mass media. Rusia aduce que la OTAN se ha expandido peligrosamente hacia sus fronteras, que desea extenderse a Ucrania, introducir en esa nación armas nucleares, misiles, estacionar tropas. Se siente amenazada. Exige garantías. Acusa a Ucrania de cómplice de Occidente mientras la OTAN y USA acusan a los separatistas del Dombás y a Bielorrusia de cómplices de Rusia. Ufff. La crisis de confianza es plena. Neta. Total. Cada día bullen advertencias, amenazas, improperios. Y se mueven tropas. Tanques. Misiles. Y todos sordos. Todos ciegos. Todos parecen sufrir de Asperger. Del síndrome ese, el de Usher, el de los ciegos/sordos.

¿Qué procedería de manera urgente? Organizar una cumbre OTAN-USA-Ucrania-Rusia. Que cada una de las partes declare sus razones y recelos. Que al convite acuda benevolente la Sra. Buena Voluntad: que sea ella precisamente la invitada de honor. Que al convite acuda la Sra. Empatía: que sea ella precisamente la moderadora-mediadora. Que acudan seres aptos y sanos, no seres aquejados de algún síndrome. Nada de Usher. Nada de Asperger. Nada de Down. Cero trastornos del espectro autista. Y que logren adoptar hipótesis seguras con relación a la conducta futura de cada uno. ¿Cómo? Mediante el compromiso seguro y mutuamente aceptable —vinculante— acerca de que ni una sola de las partes lesionará jamás —y en modo alguno— la seguridad del otro. Y que se consignen, bajo sagrada palabra, las viceversas. Que se adopten decisiones —vinculantes— en función de que parte alguna alcance a sentirse inquieta nunca más acerca de lo que en el futuro —inmediato o no— pueda ejecutar la contraparte —quienquiera sea esa contraparte—. Que las partes —¡todas las partes!— queden absolutamente satisfechas en cuanto a dos elementos sin los cuales hablar de paz resulta un anacoluto: confianza mutua y seguridad. Urge, en resumen, restablecer el pilar. Confianza. Ese es el pilar. El pilar de la estabilidad del mundo. Que es decir de la paz. Alcanzar consensos. Compromisos mutuamente aceptables. Acordar bases. Y respetarlas. Hacerlas inviolables. Eso pretendió, mutatis mutandis, creo recordar, Bismark con su realpolitik.

“Confianza. Ese es el pilar. El pilar de la estabilidad del mundo”. Foto: Tomada de Internet

Los recelos resquebrajan la seguridad. La ausencia de buena voluntad la corroe. La falta de confianza la destruye. La inexistencia de empatía —eso que lleva a no comprender las razones que inquietan al otro— la degrada. Y la inseguridad, precisamente ella, conduce a la guerra. Yanis Varufakis sostuvo, durante la crisis de la deuda griega, que todos semejaban párvulos contendiendo y alborotando en una habitación. No puede decirse sea el caso hoy. No. Y no lo es porque ni siquiera párvulos desean la guerra. La guerra solo la desean y promueven los locos. Los aquejados del Asperger geopolítico. Los políticos ciegos/sordos, cegados/ensordados por el Síndrome de Usher. Los cuerdos y los sanos no. Los cuerdos y los sanos deseamos la paz. Y tenemos la entereza de exigirla.      

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