En una época en la que los estudios narratológicos alcanzaron un boom que logró salir de los claustros académicos, el estatuto relativo al punto de vista del narrador se convirtió en un comodín de las valoraciones que pretendían mostrarse como especializadas, aunque no contaran con el imprescindible rigor teórico que las librara del acto superficial de clasificación. En los diversos ámbitos de la especulación comunicativa, de las charlas didácticas a los artículos, algunos, más hábiles, conseguían pasar como conocedores gracias a que pronunciaban los términos (traducciones de neologismos creados en francés, inglés o italiano, principalmente) como si fuesen signos o conceptos que todos conocíamos. Había total seguridad en sus discursos y una fragancia de sabio que anulaba al mortal que intentaba decodificar la enrevesada terminología.

También, aunque en menor medida por su complejidad teórica, ocurrió algo análogo con la categoría pragmática del narratario, cuyas clasificaciones no soportaron a la postre disecciones lógicas profundas y hoy son materia prima para futuras investigaciones científicas. Este proceso que lleva a la vulgarización de los conocimientos y, en esa ruta, a estandarizar los resultados de las propias investigaciones científicas, se ha convertido en una práctica —no precisamente pragmática, ¡oh Charles S. Pierce!— de manipulación de la conciencia colectiva. El coro de cisnes que por boca de ganso interpreta sus piezas, depende de tópicos estrictos de sentido para conseguir un hit, o varios, y mantenerse en las parrillas de programación.

“¿Por qué una profesora de rango universitario se expresa en una norma escolar de nivel elemental?”.

“La censura es la norma en Cuba”, artículo de la artista, escritora y profesora universitaria cubano-americana, como ella misma se califica, Coco Fusco, da muestras de ser el último jugo de esos tantos intentos de exprimir la narrativa que estandariza los tópicos de la Revolución cubana y sus procesos internos. Si le aplicamos una ironía generosa, podemos concluir en que le hubiera bastado con el título, permitiéndole, al modo del minicuento aún de moda, o al de los desplantes críticos de Cabrera Infante, prescindir del monótono curso de las parrafadas. ¿Por qué una profesora de rango universitario se expresa en una norma escolar de nivel elemental?

El primer motivo, evidente en su artículo, se basa en la necesidad de confirmar dos patrones ideológicos al uso: a) ningún artista cubano puede expresar nada crítico en su creación, so pena de despido laboral, prisión y expatriación;[1] b) no hay otra posibilidad de creación artística que no sea la que cumpla con los cánones de la oposición al sistema socialista.[2]

El recorrido de Fusco se acoge a un punto de vista estrechamente focalizado y, por paradoja, exageradamente presentado.[3] Tal parece que ha asumido la norma de los míticos chocolates que Gardel le pagó a los hambrientos que halló en cantinas donde, por cierto, se bebía alcohol, más que otra cosa. Si es cierto que ha investigado en Cuba, con la seriedad del nivel universitario que ostenta, habrá comprobado hasta qué punto proliferan los discursos críticos en galerías de arte, salas de teatro, producciones discográficas o publicaciones de autores. Es posible hallar numerosas manifestaciones artísticas con amplio sentido crítico, explícito y hasta deliberadamente provocador, en tanto es mucho menos común asistir a puestas en escena, exposiciones, o adquirir libros que estén ajenos a esas críticas, o se consideren “oficialistas”. Y todo eso en espacios institucionales y con subvención que el Ministerio de Cultura asigna a sus instituciones. Desde ninguna de ellas se les exige “oficialismo” a los creadores. Tan lejos como con el surgimiento de la generación de los ochenta, ese tópico quedó fuera de toda posibilidad. ¿Puede tenerse por seria una investigación que no ha sido capaz de detectar algo tan obvio? ¿En qué objeto de estudio se centró, y con cuántas barreras, para ignorar un fenómeno que es cotidiano en la vida cultural de Cuba?

El segundo motivo de la enunciación elemental de Fusco es, simplemente, cliente de la narratología vulgarizadora que busca reafirmar un patrón básico de condena y justificación de injerencia e intervención externa en Cuba. a) los artistas prisioneros políticos en el país superan el número de los chocolates pagados por Gardel a los hambrientos de ocasión; b) es legítimo recibir financiamiento para la acción subversiva en Cuba, camuflada de arte, porque el gobierno cubano financia las acciones de defensa a esa agresión externa. Esta tautología, que ella expresa con total claridad y como si fuese un acto de iluminación lógica, (lo que remeda el discurso de justificación de los oportunistas, casi todos plattistas laisser faire, quienes saben que esa falta de ética no cuenta con la anuencia de la mayoría de los cubanos, sean más o menos revolucionarios), pretende desideologizar el programa de financiamiento de la Usaid para Cuba. Si ha podido escribir, siquiera a un nivel elemental, es de esperar que sepa leer, en inglés y en español. ¿Le pido demasiado? ¿Cómo es que no ha entendido los objetivos concretos de esas millonarias partidas de financiamiento que oficialmente —ojo, oficialmente— aprueba el Departamento del Tesoro estadounidense? Basta leerlo en su propia redacción que, invento mío, no es.

“Sin embargo, el más asombroso idilio narrativo de Fusco, digno de la más romántica novela
romántica, se basa, justamente, en la idea de la limpieza de los financiamientos que ella,
y otros como ella, han recibido”.

El punto de vista de la narrativa de Fusco es poco menos que cínico y, parodiándola, pretende, a través de ese cinismo, “infantilizar” a cualquier persona que tenga dos dedos de frente. ¿Por qué, para seguir con las preguntas que por sí solas se responden, arriesga su nivel académico, y su condición artística, en axiomas falaces que en su propio enunciado revelan su trasfondo?

Hay otro punto clave de la narrativa que la artista y profesora universitaria asume con regia disciplina: mostrar como de carácter represivo las leyes revolucionarias, lo que las haría indeseables para todos, sin excepción posible.[4] En su alusión, Fusco parece intentar revivir el fantasma del Decreto ley 349[5] —fantasma en sí, pues no ha acabado de tener implementación en nuestro panorama cultural—, aunque sus palabras remiten a una ley posterior, relativa al comportamiento ciudadano a través de Internet. De paso, y como si fuese una conclusión resultante de sus investigaciones en Cuba, y no otro esquema conclusivo de juicio, asegura que esas leyes condenan y penalizan a todo artista que se atreva a expresarse en un sentido crítico. Pues sí que es bien estrecho el marco en el que basa sus asertos. Confía, por supuesto, en la previa complicidad del receptor que ha imaginado, o que han creado en el fragor de la guerra cultural.

Sin embargo, el más asombroso idilio narrativo de Fusco, digno de la más romántica novela romántica, se basa, justamente, en la idea de la limpieza de los financiamientos que ella, y otros como ella, han recibido. Sus investigaciones parecen no haberle concedido el tiempo necesario para consultar las investigaciones de otros —en nada sospechosos de filiación comunista, por cierto— que demuestran cómo esos métodos limpios e impolutos que describe son los recipientes perfectos del dinero negro y los canales justos del injerencismo. El colmo es que da como inocente, e incompleto, ¡qué cinismo!, el apoyo a determinados sujetos de fundaciones e instituciones receptoras del financiamiento de la NED (National Endowment for Democracy), como Cadal, o el DNI, que son recipientes y promotores activos del cambio de régimen en Cuba. ¿Ni siquiera en las variables lógicas de análisis de resultados investigativos llama la atención de la profesora Fusco que solo se financien sujetos claramente comprometidos con la causa ideológica opositora y no artistas de otras categorías y condiciones de pensamiento?

“Bien sabe la artista y profesora que la narratología que juzga su conducta, y financia sus actos, no perdona deslices ni admite gestos de conciliación”.

Darse por enterada de esta paradoja, daría al traste con la ideología narrativa de que no hay conexión entre los creadores cubanos y las instituciones del estado. Pondría además en entredicho la idea de que no hay diálogo, ni relaciones complejas que buscan equilibrar los intereses de unos y de otros. Como no solo hay vínculos, sino resultados relevantes, sin que ello excluya tensiones naturales y malentendidos lamentables, reconocerlo sí sería imperdonable en el ámbito de recepción narratológica que avala y sustenta los criterios de Fusco. No es ese el panorama que su historia cuenta, con la anuencia total de sus acólitos, que no se pase esto por alto. Así, prefiere pasar por una profesora universitaria de nivel prescolar, antes que renunciar al guion gracias al cual corre tanto dinero de la nómina oficial del Departamento del Tesoro, como de financistas privados y espontáneos, según sus propias clasificaciones de esperpento romántico. Bien sabe la artista y profesora que la narratología que juzga su conducta, y financia sus actos, no perdona deslices ni admite gestos de conciliación.

Por último, aunque no por menos, un simple par de preguntas retóricas: ¿Qué entiende Coco Fusco por no servir a los intereses de gobiernos extranjeros? ¿Se cree ella misma la presunción de inocencia que proclama? Y otra de cuña irónica: ¿Financiaría la NED, tan democrática y limpia en sus erogaciones, pongamos por caso, un proyecto de artistas a los que nos dé por implantar el comunismo en los Estados Unidos, despojando a la clase empresarial de sus propiedades?


Notas:

[1] “Cualquier productor cultural que exprese opiniones críticas con respecto a las políticas y prácticas del gobierno cubano es susceptible de ser señalado como enemigo del Estado”, escribe, por ejemplo.

[2] “En los últimos cuatro años, la escalada de tensiones entre el sector artístico y el gobierno ha politizado a una generación joven de artistas, músicos, periodistas y cineastas”, escribe, inscribiendo en esa “escalada de tensiones” a toda “una generación”. Vamos, que la mano se ha ido incluso en el empleo de la hipérbole.

[3] Ve, por ejemplo, “centenares de artistas” en la sentada ante en MINCULT cuando no hay una sola foto que pueda respaldar esa cifra.

[4] Textualmente en el artículo: “Desde 2018, cuando se introdujeron leyes para restringir la actividad cultural independiente y penalizar a cualquiera que publicara comentarios críticos sobre el gobierno cubano en línea, se han vuelto cada vez más ruidosos acerca de su desafección, produciendo comentarios críticos, campañas de internet y videos musicales, conferencias de transmisión en vivo y denuncias en el terreno sobre los excesos de los funcionarios cubanos”.

[5] La campaña que se desplegó contra el Decreto Ley 349 surgió en sitios web hechos desde el exterior, con llamadas telefónicas y sugerencias directas a los agentes internos, varios meses después de que se publicara en la Gaceta Oficial el Decreto y una vez que la convocatoria a la Bienal 00 fuera un fracaso total, que ninguno de esos medios criticó, por cierto.

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