Este trabajo es un homenaje, en el 120 aniversario de su nacimiento, celebrado el pasado 12 de diciembre del 2021, a uno de los grandes intelectuales y revolucionarios cubanos de todos los tiempos. La ascendencia de sus contribuciones en las primeras décadas del siglo XX, en múltiples ámbitos, llega con renovada energía a la hora actual.

De manera particular, su impronta en el terreno periodístico, y en las letras en general, ha sido inspiración para las sucesivas generaciones de periodistas y escritores cubanos. Personalidad cautivante, entre muchas razones, por la coherencia y originalidad de su proyección en los más exigentes escenarios, es también uno de los grandes exponentes de la solidaridad internacional y, de igual manera, embajador de los mejores valores de los revolucionarios antillanos.

Pablo Félix Alejandro Salvador de la Torriente Brau —su nombre completo— nació en San Juan, Puerto Rico, el 12 de diciembre de 1901, en el número 6 de la calle O´ Donell. Vino al mundo en la misma casa en que estaba situada la escuela Centro Docente de la Unión Iberoamericana, fundada y dirigida por su padre Félix de la Torriente Garrido. Para esa fecha la familia estaba integrada además por su madre Graciela Brau Zuzuárregui y su hermana Graciela. Más tarde se completaría con sus tres hermanas Zoe, Lía y Ruth.

“Su impronta en el terreno periodístico, y en las letras en general, ha sido inspiración para las sucesivas generaciones de periodistas y escritores cubanos”.

A los tres años, apenas cuando había aprendido a caminar, Pablo realizó su primer viaje para visitar, en Santander, España, a la abuela Genara Garrido, quien recién había quedado viuda del ingeniero cubano Francisco de la Torriente Brau. Luego del reencuentro en La Habana con el resto de la familia, el padre es designado como inspector pedagógico. Dicha estancia se prolongó durante veinticuatro meses.

Apenas sin instalarse, Pablo debe regresar a Puerto Rico donde, de la mano de su abuelo Salvador Grau, prestigioso patriota, se adentra en el conocimiento de la figura de José Martí y otros próceres. En 1909 vuelve a Cuba, esta vez al poblado de El Cristo, en la provincia de Oriente, donde el padre ejercía como maestro en la Escuela Internacional, centro en el que Pablo prosiguió sus estudios.

En esa etapa el influjo del abuelo Salvador, escritor, y del padre, periodista, es notable en el niño que, en 1910, publica su artículo primigenio en el boletín de la escuela, El Ateneísta. En 1915 se trasladó al Instituto de Santiago de Cuba. En 1919 se muda a La Habana. Pablo, deseoso de ayudar a la familia, decide trabajar.

En enero de 1920 logra que lo contraten para un proyecto vinculado a la instalación de un central en Sabanazo.[1] En ese sitio del oriente antillano conoce a Teresa, Teté, Casuso, con quien contraería matrimonio en 1930. Ese encuentro, para cada uno de los estudiosos de su vida, lo marcó de manera singular. Uno de ellos señaló que:

Pablo y Teresa se conocieron en casa de la familia de ella, durante ese trabajo en Sabanazo. La descripción que Pablo hace de ella, y que volvemos a encontrar en el cuento, es de “una chiquita fea, malcriada y antipática que se llamaba Teté”, pero cambiará rápidamente de opinión al respecto; cuando se encuentran nuevamente unos cuantos años más tarde, Pablo quedará tan fascinado que le pedirá al padre permiso para casarse.[2]

El reconocido escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, explica así este período en la vida de Pablo:

Martínez Villena les regala para la boda un poema (dedicado “Al riente Torriente y a Teté riente”) […]. Pero Rubén se va al exilio. Pablo conoce a Raúl Roa, habanero del popular barrio de la Víbora, seis años más joven que él, miembro del DEU por la Escuela de Derecho y profesor de Universidad Popular. Otro personaje singular que lee a Marx y adora el béisbol, que habla tan rápido como piensa y sin pelos en la lengua y que lo anda buscando porque ha leído Batey […]. Roa parece sentirse culpable de haberlo embarcado, le pone peros, Pablo se acaba de casar… Pero el guard Torriente no duda. ¿Cuándo es la próxima manifestación? […] Su amiga Conchita había dicho: “Él no se mete en nada, él es deportista”. Pues no.[3]

Destacado narrador y periodista, fue uno de los iniciadores de la ficción vanguardista y precursor, en Cuba, del género testimonio tal como hoy los concebimos. De esa anticipación dan fe La Isla de los 500 asesinatos y Presidio Modelo, divulgado pasadas tres décadas de su muerte.

“Una de las novelas más originales de la literatura cubana”. Foto: Internet

Una de las acuciosas investigadoras de su figura afirma:

A esta misma línea histórica, corresponden los textos que pretenden parodiar los sucesos históricos, con voluntad desacralizadora de mitos sociopolíticos dominantes, línea que representa de manera sobresaliente Pablo de la Torriente Brau con Aventuras del soldado desconocido cubano, una de las novelas más originales de la literatura cubana.[4]

En el contundente alegato que representa Presidio Modelo describe los horrores del cautiverio. Sus descripciones impactan, por vívidas, en la mente de los lectores. He aquí un fragmento de los atropellos cotidianos cometidos en aquel espacio:

Como un tribunal inquisidor, implacable y sombrío, la Comisión de Mayores, integrada por cinco mayores designados por el Capitán, extendía sus viscosos tentáculos por todo el penal.[5]

Otro relato conmovedor, por el profundo impacto que produce, es “La última sonrisa de Trejo”. Publicado inicialmente en Ahora, el 30 de septiembre de 1934, en él se lee:

Cuando el héroe del 30 de septiembre entró en coma, me dieron a tomar unos calmantes y me dormí profundamente. A la mañana el gran silencio del Hospital me reveló la verdad y solo pregunté: “¿A qué hora murió?”. Se había despedido de mí con una sonrisa animadora, él, que se iba a morir. Por eso aquel recuerdo es tan claro, tan patético e inolvidable para mí.[6]

Se vio obligado a marcharse de su patria por las actividades revolucionarias. A la caída de la satrapía machadista retorna de su exilio neoyorquino para sumarse a la lucha, en pos de que se llevaran adelante las más caras aspiraciones populares. Su autoridad, en todos los planos, hizo que tuviera una participación activa en la huelga de marzo de 1935. Ante el debate que ese suceso despertó, entre las propias fuerzas revolucionarias y las más diversas agrupaciones, le escribió a su compañero José Antonio Fernández de Castro, el 8 de abril de 1935, un texto que refleja su estirpe, en tanto denota claridad meridiana sobre los actores involucrados.

“Destacado narrador y periodista, fue uno de los iniciadores de la ficción vanguardista y precursor, en Cuba, del género testimonio tal como hoy los concebimos”.

Otra experimentada estudiosa de este período incluyó parte de dicha misiva de Pablo en uno de sus trabajos:

Calcúlate que estábamos enredados en la huelga general hasta el cuello, presenciando la impotencia y la estupidez de los partidos políticos aspirantes del poder, que se cruzaban de brazos, esperando que nosotros les sacáramos las castañas del fuego, sin que ellos hicieran nada. Fueron tan torpes que, primero, no se dieron cuenta del impulso popular que lanzaba a la huelga a trabajadores, empleados, maestros y estudiantes, y, después, fueron tan incapaces y tan poco audaces que no se atrevieron a jugarse la última carta a sus manos, cuando la huelga tomó un aspecto imponente, al que solo le hizo falta un poco de fuego de ametralladora. No se les ocurrió pensar que la victoria o la derrota serían aplastantes, y unos por cobardía y otros por miedo político, y otros aún por imbecilidad pensaron en “esperar otra oportunidad” […]. No sospecharon que la derrota implicaba de terror, de desmoralización, de robustecimiento de las fuerzas de la reacción en el poder.[7]

Al abandonar Nueva York, en 1936, se enroló en la Guerra Civil Española, inicialmente como corresponsal y poco después como combatiente. Para esa fecha redactaba su novela Aventuras del soldado desconocido cubano. Refiriéndose al período neoyorquino del luchador, otra de las investigadoras que profundizó en su trayectoria, expresó:

Tiene un seudónimo para el combate, un nombre de guerra al que le dirigen la correspondencia y con el que se cubre de la policía, y de inmigración, para sus múltiples actividades políticas porque es portador de un virus muy peligroso: el de la revolución. Para todos se llama Carlos Rojas. Es útil a la causa y eso lo fortalece […]. Nada es más ajeno a su actitud vital, a sus principios que ser revolucionario de café con leche.[8]

Al examinar esa etapa en la Gran Manzana, apreciamos que la misma está bien distante de los cuentos de hadas:

Vivió por un tiempo en la casa de la madre de Carlos Aponte, volvió al trabajo rudo: cargó bandejas, lavó platos […]. Tardaría un año en poder ir al béisbol y ver a Babe Ruth. Trata de publicar sus cuentos. Pero no lo consigue […]. Habla solo […]. Él, que nunca se había enfermado pesca una gripe furibunda. Está convaleciendo de la enfermedad en su casa cuando el 12 de junio llaman a la puerta. Alguien le trae noticias de Cuba. Algo terrible le ha sucedido a Guiteras y Aponte.[9]

“Fue, en realidad, el primer escritor hispanoamericano que partió hacia la España en guerra, y entre los primeros escritores extranjeros en contarla”.

En un trabajo que denominó “Me voy a España”, Pablo, con la elegancia y firmeza que lo distinguía, explicó la manera en que adoptó una decisión de esa envergadura:

Nueva York, 6 –VIII -36. He tenido una idea maravillosa; me voy a España, a la revolución española […]. Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiado el gran bosque de mi imaginación.[10]

Un escritor italiano, en una investigación elaborada en los predios universitarios de su país, reconoció que:

Es interesante recordar lo precoz del gesto internacionalista de Pablo en relación con la actitud de otros intelectuales. Fue, en realidad, el primer escritor hispanoamericano que partió hacia la España en guerra, y entre los primeros escritores extranjeros en contarla, a través de su correspondencia y sus crónicas desde el frente de Somosierra y desde Madrid, asediadas por las fuerzas franquistas.[11]


Notas:
[1] De las experiencias recogidas en el itinerario azucarero, Pablo dejó constancia en el cuento “Una aventura de Salgari”, aparecido en 1930 en el libro Batey, que preparó en coautoría con su amigo Gonzalo Mazas Garbayo. Por cierto, ese fue el único libro suyo que vio la luz mientras vivía, el cual contó con gran aceptación de los especialistas.
[2] Federico Saracini: Pablo. Un intelectual cubano en la guerra civil española, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2007, pp. 34-35.
[3] Paco Ignacio Taibo II: Tony Guiteras. Un hombre Guapo… y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, p. 40.
[4] Denia García Ronda: “Pablo de la Torriente Brau y el inicio de la narrativa vanguardista cubana”. En: Pablo de la Torriente Brau: Narrativas, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2003, pp. 11-12.
[5] Pablo de la Torriente Brau: Presidio Modelo, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2000, p. 254.
[6] Pablo de la Torriente Brau: ¡Arriba Muchachos!, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001, pp. 237-241.
[7] Caridad Massón Sena: “La postrevolución en la mirada incisiva de Pablo de la Torriente Brau”. En: Cultura: debate y reflexión. Anuario, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2017, p. 44.
[8] Mercedes Santos Moray: Las aventuras del almirante, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1987, pp. 185-187.
[9] Paco Ignacio Taibo II: Tony Guiteras. Un hombre Guapo […], Ob. Cit., pp. 391-393.
[10] Pablo de la Torriente Brau: Humor y Pólvora. Selección, notas y prólogo de Mercedes Santos Moray, Editorial ORBE, La Habana, 1984, p. 71.
[11] Federico Saracini: Pablo. Un intelectual cubano […], Ob. Cit., p. 112.