Albio, La Vitrina y otras cuestiones
21/7/2016
Observando la presentación del grupo camagüeyano De la Luz en el Festival de Teatro sin Fronteras, de Ciego de Ávila, pienso en la semilla (cruzada de estéticas) que Albio Paz Hernández dispersó en el teatro para los espacios abiertos en Cuba, más allá de la tradición y las herencias que los investigadores han demostrado. Sin duda, los espectáculos, pero especialmente la Jornada de Teatro Callejero, incidieron en la pluralidad del mapa teatral cubano.
De la misma manera, pienso en la personalidad polémica de Albio Paz, porque también esta opción le trajo pocos seguidores y bastantes enemigos, algunos que se convirtieron en desertores de El Mirón Cubano, porque quizá no supieron ver a Stanislavski en obras como El Gato y la Golondrina o Juan Candela; pero especialmente porque la estética del teatro callejero necesita de colaboradores, con una dosis extra de preparación física y algunos ingredientes de locura, pues la calle nos incita al desafío, para llegar a asaltar a la gente en sus espacios cotidianos, incidiendo en sus disímiles sensibilidades.
Debo decir que le debo a Albio Paz mi entrada en 1992 a El Mirón Cubano, después de ver en la desaparecida sala Girón el monólogo El Corcel verde. Como muchos, no entendí ese interés por un teatro que no era el que me apasionaba, porque en la concreta, me alejaba de los sueños de escribir e interpretar otras obras y personajes, como los de Roberto Zucco. Recuerdo que Albio, como asesor, me envió a buscar en la Biblioteca Gener y del Monte sobre la estética del teatro de calle y me encontré con una bibliografía escasa, entre la que sobresalían los textos teóricos de Juan Carlos Moyano.
Después de unos meses, en que no pasé de hacer un payaso gordo e insignificante en Los Pasos Callejeros, mientras Mariem Padrón y Adán Rodríguez Falcón, que entraron el mismo día que yo, prosperaban sobre el escenario en la acrobacia y el malabarismo, Albio me hizo llegar un mensaje, donde me ofrecía un salvoconducto para que buscara otros horizontes. Fue una salida honesta y transparente, sentados en una butaca de la sala Milanés.
Pude quedarme como actor en Teatro Papalote, porque René Fernández Santana me lo sugirió luego de estrenar con su agrupación Disfraces, pero tampoco era muy amante del teatro para niños y títeres. Fue así como llegué a Teatro D´ Sur. Fue así como, desde la distancia, comencé a comprender los lenguajes que antes había desechado y a escribir para ellos y sobre ellos. No creo que a partir de aquel instante, las posibles esperanzas que Albio Paz pudo haber depositado en mi incipiente carrera hayan prosperado, sino que se apagaron. Solo el Premio Virgilio Piñera en 2004 cambió radicalmente la relación, que se hizo intensa y fructífera. De nuevo aparecieron las posibles colaboraciones. Por ejemplo, él quería volver a Teatro Escambray para dirigir Adiós, una obra sobre la desaparición de los centrales azucareros, con la actuación de Carlos Pérez Peña. Sobre Carnicería escribió un ensayo corto, que luego muchos críticos e investigadores han citado, y donde pienso que están muchas de las claves para comprender mi dramaturgia. Constantemente me enviaba materiales sobre teatro cubano e internacional, y pasaba ratos entre los archivos de la Casa de la Memoria Escénica conversando sobre los más diversos temas. Al morir, dejó sus fondos a la institución.
Llamar a nuestra galería con el nombre de La Vitrina, es unas de las maneras que hemos encontrado para recordarlo. La primera muestra fueron las Adanadas, de Adán Rodríguez Falcón, que aprendió el arte del diseño escénico con Albio Paz e interpretó ciertos personajes en sus obras. Luego hemos celebrado espacios Memorias u otros coloquios (recuerdo su 75 aniversario) que han contribuido a recordar su vida y obra. Es cierto que Albio Paz Hernández no era amante de los homenajes, pero no hacerlos es una manera de obviarlo y también de olvidar sus aportes al teatro cubano.
Ulises Rodríguez Febles en el Coloquio
Alberto Pedro, en una entrevista publicada en La Gaceta de Cuba, confesaba entre sus admiraciones el humor de la dramaturgia de Albio Paz. Creo que era irónico, mordaz, inteligente, agudo, no solo en sus textos, sino en sus diálogos constantes. Esa faceta se demuestra desde La Vitrina, su primera obra escrita para Teatro Escambray, estrenada en 1971. Y fue fiel a dicha característica, por su esencia visceral, hasta sus últimas obras.
La Vitrina también es polémica; ciertas críticas la han visto como una dramaturgia circunstancial. ¿Qué dramaturgia no lo es? Lo esencial es que cuando pasen las circunstancias sobrevivan, al menos en algunas de sus zonas. Y eso, creo, lo alcanza. Otros la definen como una dramaturgia “oficialista”. También hay que apuntar que el universo rural, muchas veces, es observado con prejuicios, situándolo al margen del teatro todo. A pesar de vivir en un universo agrario, existen pocas obras que aborden el tema rural, recordemos El hijo, de Lázaro Rodríguez; Lagarto Pisabonito, de Eugenio Hernández; El Zapato sucio, de Amado del Pino; o Las tres partes del criollo, de Antón Arrufat, aunque no parezca clasificar.
La Vitrina en el siglo XXI es tan inquietante como lo fue en el momento de su estreno, pero ahora desde otra perspectiva. Cuando la releo, como un material más para la escritura de mi próxima novela, además de disfrutar sus diálogos, sus situaciones, el reflejo de una época y del universo del campesino cubano ante los cambios que la Revolución Cubana produjo en sus estructuras socioculturales y en su imaginario, también me muestra un elemento fundamental para enfrentar a sus detractores: su potente actualidad y su capacidad para reflejar la realidad que aborda.
El distanciamiento temporal provoca otras lecturas que la hacen polémica y hasta iluminadora; o más bien profética, desde la visión o perspectiva de los personajes en que se le analice. Lo primero es que Albio nos enfrenta a un sistema agrario, casi semifeudal, muy propio de la región del Escambray. Al menos en esa estructura social vive Pancho, que se siente feliz cuando la Ley de Reforma Agraria le entrega lo que siempre había soñado, y muere cuando tiene que entregar su caballería de tierra, donde posteriormente su mujer quiere enterrarlo, que ya no es de ellos, sino del Plan.
En el momento en que Albio escribe y estrena La Vitrina (1971), lo hace desde una perspectiva temporal contemporánea; pero ahora es histórica y permite acercarnos a una visión de los procesos agrarios en Cuba, especialmente en un contexto específico, el del Escambray, que no es igual —y es importante aclararlo— a otras regiones de país, con un matiz eminentemente ideológico, que pretende hacer reflexionar al campesinado sobre sus propias problemáticas y específicamente persuadirlo (mediante las comisiones, que conocí de cerca) de la entrega de la tierra, para lo que en ese momento constituye la renovación y el progreso, a partir del nacimiento de los grandes planes lecheros o agrarios. Entrega de la tierra, los aperos de labranza y los animales, por una casa en el pueblo, un salario y la garantía de que los miembros de su familia se van a integrar a los trabajos técnicos de la nueva empresa.
En el momento en que Albio escribe y estrena La Vitrina (1971), lo hace desde una perspectiva temporal contemporánea; pero ahora es histórica y permite acercarnos a una visión de los procesos agrarios en Cuba, especialmente en un contexto específico, el del Escambray.
El pasado está narrado desde la décima y constituye un alegato de la pobreza de ciertos sectores del campesinado cubano. Como especie de prólogo, ubica el espacio-temporal, caracteriza al personaje y narra, desde la síntesis, toda una trayectoria humana, para llegar al instante que le interesa reflejar al autor. Pero, ¿cómo reaccionan esos campesinos ante los cambios que se les anuncian y que van a transformar, de muchas maneras, su relación con la tierra? ¿Qué es lo que crea el conflicto? Precisamente ese vínculo ancestral con la tierra, como espacio de subsistencia, pero también de Poder (la propiedad) sobre ella que le es esencial al campesino. Se trata de un dilema que aun hoy persiste, y nos hace mirar a diferentes instantes del pasado: antes de 1959, a la Reforma Agraria, y a los procesos de cooperativización y arrendamiento de tierra para construir grandes planes lecheros o agrícolas. Es eso lo que nos provoca Albio: encontrar desde su concepción estética una mirada auténtica, profunda y traumática de esa etapa, que a pocos les preocupó, o les preocupa, desde la perspectiva con que nos la entrega él.
En La Vitrina es ese dilema el que desarrolla el conflicto. Y es precisamente en el desarrollo de la estructura dramática donde las confrontaciones trágicas se muestran con desenfado, lucidez, conocimiento de psicologías, modos de vida, costumbres, modelos éticos. Un problema es fundamental: el campesino (llámese Pancho, Cundo…) se pasa toda su vida luchando (este es el caso seleccionado como arquetipo) por su pedazo de tierra, a veces contra colonos, terratenientes, latifundistas, geófagos… la Reforma Agraria lo hace dueño y luego se la solicita ¿voluntariamente?, creando una fisura extraña, incomprendida por algunos, en esa entrañable relación con la Naturaleza (que constituyen tierra, animales, arboledas, ríos, cañadas, productos cultivables, tradición heredada, costumbres).
En la obra de Albio hay una configuración extensa de cerca de 20 personajes, sin contar el Conjunto Campesino. El choque de ideas se hace intenso, y cada vez más transgresor, desde diversos recursos de lo cómico, en sus más amplios registros, que él maneja con magisterio y un oído preciso para captar las voces del campesino, convirtiéndolo en un recurso artístico. El humor negro es uno de ellos, y no solo en las situaciones, en la caracterización de los personajes —que va desde lo realista hasta el absurdo—, sino en el eficaz uso del diálogo como ningún otro lo ha hecho en obras de temática campesina, desde esa fecha hasta hoy.
La muerte y posterior intento de enterramiento de Pancho lo demuestra, pero constituye una metáfora viva, polémica, de esas situaciones delirantes y alucinadas que ahora podemos analizar desde otra perspectiva ideológica. Albio —y ese es uno de sus méritos— reflejó los diferentes puntos de vista del campesino, que se aferraba con muchos matices a la tierra, a lo único que era suyo, aunque a veces no le perteneciera. Si bien su voz autoral, ¿ideológica?, puede reconocerse en prólogos, intervenciones y epílogos, en cada personaje encontramos un lenguaje transgresor, polémico, contradictorio, de lo que posteriormente constituyó la desconfiguración de la estructura social y del imaginario rural cubano.
En ese diálogo irreverente, crítico, irónico, desestabilizador del equilibrio, está el testimonio del campesino cubano, que pocas veces ha podido expresarse, antes o después del 59, con el desenfado y la irreverencia ideológica con que lo hizo en La Vitrina. Sin duda, las marcas antropológicas que definen costumbres, lenguaje, comportamientos y, especialmente, el apego a la tierra, como subsistencia no solo de la vida cotidiana, sino también de lecciones éticas, están presentes en las voces plurales de los personajes de Albio Paz.
Las marcas antropológicas que definen costumbres, lenguaje, comportamientos y, especialmente, el apego a la tierra, como subsistencia no solo de la vida cotidiana, sino también de lecciones éticas, están presentes en las voces plurales de los personajes de Albio Paz.
Quizá en algún momento nos preguntamos quién tenía la razón. Quizá hoy sigamos indagando en esa extraña mezcla del Bien y el Mal, con sus infinitos matices, que generó los radicales cambios de la Revolución cubana en el campo y que inciden en las carencias que vivimos muchos, donde se ha desdibujado el panorama de la ruralidad, con los seres que la habitaron y la siguen habitando, incluso desde la memoria. Equivocados o no, los personajes de Albio siguen hablando como los campesinos que conozco de la región matancera, como los de mi familia; porque la entrega de la tierra ha cambiado las posiciones de la gente en el mapa sociocultural de la nación cubana. La transgresión de Albio en La Vitrina está en conocer cómo sería recepcionado hoy un espectáculo como ese en la zona de El Bedero, en Cumanayagua, donde fue estrenado en 1971.
El distanciamiento brechtiano, la ironía y el humor negro de Albio Paz, despertarían inauditas resonancias estéticas y sociales. El discurso ideológico quizá se desmoronaría ante el campesino espectador; lo digo pensando en los que conozco que, como Pancho, Cundo, Ana, sin ser ellos, jamás llegaron a entender lo que ¿por ignorancia o sabiduría? no asimilaron, por una razón que proviene del vínculo ancestral con la tierra, que es la esencia de todo lo que se discute en La Vitrina, pero también en la sociedad cubana actual, incluso para aquellos que desconocen cómo se siembra una semilla de frijol, y mucho menos el proceso posterior de cuidado y recogida para que llegue a nuestras casas en carretillas, empujadas por gente que jamás ha cosechado la tierra.
Albio Paz es un maestro del diálogo, de las situaciones, un autor capaz de crear instantes y personajes inolvidables.
Albio Paz es un maestro del diálogo, de las situaciones, un autor capaz de crear instantes y personajes inolvidables. La Vitrina es un ejemplo de ello. El personaje de Pancho, ansiando ser enterrado en su sitio, más que una situación dramática, deslumbrante y trágica, constituye una metáfora que nos grita desde el pasado para observar críticamente el presente.
Tengo la seguridad de que, como ser humano, los comprendió de alguna manera, encontró en el simbólico enterramiento una interrogante y quizá una de las respuestas para una problemática contemporánea que nos persigue, como si la tragedia de nosotros —aunque no nos parezca— se encontrara en, precisamente, no haber enterrado en aquella ocasión a un campesino que lo reclamó con todas sus fuerzas; porque para ellos, la tierra, aunque las sociedades muten y a veces no sepan a dónde van, es la esencia de todo lo que vive, muere y permanece.