Relaciones difíciles
24/6/2016
La cualificación estética de nuestro hábitat depende, en buena medida, de la realización de obras en diseño, pintura, escultura, fotografía e instalaciones, como parte importante de cada proyecto arquitectónico y urbanístico nuevo, y un vuelco total en los conceptos de cultura ambiental como cuestión clave en todo momento del devenir histórico de la ciudad.
El último movimiento arquitectónico que supo integrar en nuestro contexto local, sin decretos ni programas o normativas, casi todas las expresiones de las artes visuales y ambientales en el siglo XX fue el art decó, que bien se pudiera nombrar arq decó, pues sus materializaciones a gran escala están afincadas con todo su peso y esplendor en las edificaciones arquitectónicas construidas, casi en su totalidad, entre finales de los años 20 y 40.
El último movimiento arquitectónico que supo integrar en nuestro contexto local, sin decretos ni programas o normativas, casi todas las expresiones de las artes visuales y ambientales en el siglo XX fue el art decó.La ciudad de La Habana tiene sobrados ejemplos en viviendas y edificios públicos que testimonian la importancia de esta tendencia, la cual logró cualificar estéticamente escaleras, puertas, ventanas, lámparas, lucetas, vitrales, vanos y arcos, remates de muro, balcones, cornisas, sillas, mesas, lunetas de teatro, taquillas, pretiles, interiores de techos, números y letras identificativos, pisos, lavamanos, inodoros… y para colmo, cuando parecía que no era suficiente, se ubicaron en ciertos espacios vacíos de fachadas detalles relacionados con su estética manifiesta para “comunicar” al mundo exterior, sobre todo, la gracia, nobleza e ingeniosidad de sus códigos visuales.
Sin alardes ni excesos formales, más bien contenido, el art decó integró a “ilustradores” (como se le llamaba a los dibujantes entonces), escultores, artesanos, arquitectos y maestros de obras en los conocidos Teatro Fausto, Hospital de Maternidad Obrera, Cine Arenal, Edificio América, Edificio López Serrano, Villa de Catalina Lasa (hoy Casa de la Amistad), Teatro Lutgardita, entre otros, y de manera especial y para orgullo de todos nosotros y de América Latina, el Edifico Bacardí.
Con anterioridad el movimiento art nouveau —a caballo entre el siglo XIX y el XX— había logrado algo similar, aunque en menor cuantía, en un intento finisecular, digno siempre de elogios, por dotar a la arquitectura y al mobiliario interior y urbano de su vasto repertorio de cualidades formales. Sus resultados en la Isla alcanzaron mayormente a edificaciones de La Habana, Santiago de Cuba, Camagüey, Matanzas y Pinar del Río.
A través de edificios de apartamentos y de oficinas, casas lujosas en los nuevos repartos, hoteles, restaurantes, clubes, cines, teatros, la capital de Cuba se ubicó, ni corta ni perezosa, en la corriente principal, mainstream, de una arquitectura que tenía sus ojos puestos en Europa primero y luego en los Estados Unidos y que la convirtió, en un corto período de tiempo, en la ciudad más moderna de América Latina.
Algunos propietarios de hoteles, tiendas y edificios de oficinas encargaron a renombrados arquitectos cubanos, junto a artistas locales, la realización de murales en cerámica, gres, pinturas y esculturas, en sus respectivos predios: recordemos los hoteles Havana Hilton y Riviera, los edificios del Retiro Odontológico y del Seguro Médico, del Ministerio de Hacienda, de la Esso Standard Oil y la gran tienda La Época, en su mayoría en buen estado de conservación hoy.
Se trató de un intento por recuperar el “esplendor” de la arquitectura antigua a través del arte, de lograr nuevamente el maridaje perdido, de restablecer las relaciones históricas entre ambas expresiones de la cultura, de “saldar cuentas”, quizá, con una importante zona de la tradición artística universal. Mariano Rodríguez, Wifredo Lam, Amelia Peláez, René Portocarrero, López Dirube, Florencio Gelabert y Antonio Vidal lograron insertar obras en algunas de esas grandes edificaciones, las cuales apreciamos como símbolos distintivos de las mismas.
A partir de la década del 60, el funcionalismo y el brutalismo, sin embargo, ocuparon parte de la escena arquitectónica habanera, a pesar del reclamo por una sencillez expresiva y tecnológica guiada hacia la prefabricación masiva para resolver los grandes problemas de la vivienda y de escuelas, hospitales, círculos infantiles, fábricas.
A partir de la década del 60, el funcionalismo y el brutalismo, ocuparon parte de la escena arquitectónica habanera.Esta última tendencia y modos de enfrentar las urgentes necesidades de la población hicieron posible que viviéramos entonces un período de escasa o difícil relación entre la arquitectura y otras expresiones artísticas que todavía perdura, de un modo u otro, hasta nuestros días. Las relaciones se tornaron difíciles y no ha sido fácil superar los inconvenientes derivados de las mismas.
En La Habana, específicamente, se ha tratado de restablecer esa añeja relación que el art decó y el art nouveau lograron casi de manera espontánea, sin programas elocuentes ni normativas constructivas, en la primera mitad del siglo XX.
De ahí que, desde hace tiempo, se vienen colocando esculturas en parques, aceras y espacios públicos con el fin de cualificar dichos ambientes urbanos de forma permanente, a la vez que se realizan eventos de escultura de gran formato donde logran colocarse temporalmente obras significativas o ubicarse murales pictóricos, más elementos de diseño gráfico y mobiliario urbano, que puedan recuperar lo perdido.
Ninguno de estos esfuerzos, sin embargo, logra redimensionar del todo las difíciles relaciones entre arte y arquitectura o colocarlas en un nivel distinto, nuevo, a pesar de una conciencia mayor hoy entre todos los creadores involucrados, pues el asunto no es exclusivo de ellos, sino de los que tienen en su poder la toma de decisiones económicas para hacerlas efectivas.
Aunque no siempre se ha logrado con acierto, lo que distingue a La Habana de otras ciudades del país, y tal vez del mundo, es esa convivencia de diferentes estilos arquitectónicos y tendencias contemporáneas desde principios del siglo xx hasta nuestros días.
En La Habana se ha tratado de restablecer esa añeja relación que el art decó y el art nouveau.Estos han determinado una especie de morfología y trazado urbano eclécticos en los que se siente una armonía arquitectónica sin detrimento de unas u otras, aun cuando el asomo de un deterioro físico evidente en la mayoría de las construcciones y vías de la ciudad nos impacte a primera vista.
No se trata de un eclecticismo a ultranza, como se nota en otras ciudades del país, sino de constantes arquitectónicas y urbanísticas heterogéneas, disímiles, plurales, que afloran en cada uno de sus barrios en dependencia de los niveles económicos y sociales que los originaron. Es una summa creativa, una superposición y por momentos yuxtaposición de entramados formales propios del eclecticismo más ortodoxo, que en el caso de La Habana adquiere diversos matices y significados.
La capital cubana ha logrado armonizar y rearticular, sin discriminación ni jerarquizaciones forzadas, ese conjunto de expresiones, que se integran a su tejido urbano con elegancia y ligereza, y en las que se perciben también otras relaciones con árboles, aceras, avenidas, calles, plazas. Eso es lo que hace que La Habana encante o maraville a quienes la visitan, a lo que podría añadir la ausencia casi total de publicidad comercial o señalizaciones exageradas de tránsito.
Esa mezcla poderosa de diferentes tiempos históricos y de estilos diversos, unido a su “limpieza ambiental”, sorprende siempre a visitantes de otras partes del mundo y a nosotros en menor medida.En este sentido, la ciudad nos parece limpia, exenta de polución gráfica, ambiental, en comparación con la mayoría abrumadora de ciudades en el mundo actual. Razón tenía Gabriel García Márquez al señalar este aspecto de La Habana como la primera impresión que le causaba cada vez que la visitaba o permanecía en ella por largos períodos de tiempo.
Esa mezcla poderosa de diferentes tiempos históricos y de estilos diversos (definido elocuentemente por Alejo Carpentier como un estilo sin estilo), unido a su “limpieza ambiental”, sorprende siempre a visitantes de otras partes del mundo y a nosotros en menor medida. Su arquitectura se puede disfrutar pulgada a pulgada sin que “pieles” de aluminio y neón, de plástico o acero, lo impidan en pos de ventas indiscriminadas de cualquier producto o servicio.
Aunque falta mucho por hacer en este campo, hay mayor conciencia entre los profesionales de diversos sectores y disciplinas, entre las autoridades locales y varias instancias de poder, ya que La Habana forma parte del conjunto de ciudades consideradas maravillas del mundo moderno, pese a que haya quienes consideren exagerada tal calificación. Su estructura edilicia y urbana la reafirman como una ciudad distinta en pleno siglo XXI, detenida en el tiempo para muchos, pero con plena vigencia como espacio para trabajar, dormir, amar —de forma modesta, humilde si se quiere—; donde los ciudadanos entablan relaciones cotidianas que nos permiten pensar en un mundo posible más humano y digno.