Cintio Vitier, volviendo sobre sus pasos: un danzón, un caimito
Mis pocos tesoros: /un danzón / un caimito
(Citando a Cintio de memoria)
Cintio Vitier Bolaños nació hace cien años en esa “patria chica” de la emigración criolla decimonónica que fue la floridana Cayo Hueso, lo que fraguó desde su cuna que el hijo de María Cristina y Medardo fuera raigalmente cubano, pues en su hogar, que fue más que una casa al decir de uno de sus estudiosos, siempre estuvo presente “la tradición mambisa y el espíritu liberal y ético del pensamiento cubano”.[1] Su padre, pedagogo, deudo de Varela y luchador antimachadista, es autor de ese libro ineludible en el rico venero del movimiento filosófico nacional que es Las ideas en Cuba en 1937.
Volviendo sobre sus pasos, con estos apuntes quiero compartir como cápsulas algunas lecturas y concurrencias que me propician la circunstancia de rendirle tributo. Hace casi ocho décadas, Cintio, con solo 22 años, escribiría en un discurso seminal como es Experiencia de la poesía:[2] “…angustiada religazón al origen del idioma y del espíritu, en cuyas relaciones actúan como príncipes sombríos la historia y el agitado paso de la conciencia”. Allí se resumen tempranamente, a mi entender, algunas claves (idioma, espíritu, historia y conciencia) de lo que sería su voluntad de estilo. Relacionado con ese mismo cuerpo de ideas, en otro texto puntual como es “La luz del imposible”,[3] subraya: “…de lo entrevisto y entreoído en la incesancia de las fragmentaciones alusivas, es la dulzura grande y desolada que se abre después del aguacero sobre la ciudad…”. Sobre algunas de esas “fragmentaciones alusivas”que han sido por mí entreoídas y entrevistas, he vuelto en más de una ocasión, pues representan la idea de esas lecturas fragmentadas compartidas. En correlato a lo anterior, está lo que el ensayista y crítico Rufo Caballero celebraba en él, “desde pilares humanísticos que se resuelven en el sintagma de Cintio: el poder de la emoción crítica”.[4]
Sus estudios sobre nuestra poesía, incluso cuando sus preferencias lo delatan y no le permiten alcanzar el calado al que nos tenía acostumbrado, como pienso se da en determinado momento en los casos, entre otros, de Nicolás Guillén y Regino Pedroso —autores sobre los que luego rectificaría sus primeras apreciaciones, sobre todo en lo referente al primero al celebrarse su centenario—, alimentan un enriquecedor diálogo más allá de la polémica, brindándonos con sus renovados juicios una lección de magisterio. Por todo eso, y más, será siempre de obligada consulta como un referente capital del estudio de nuestra lírica, pues nos ayudó con estilo natural a desentrañar el acertijo del misterio identitario de la poética nacional.
Uno de los varios ejemplos de sus lecturas develadoras es el temprano descubrimiento que hace en su momento de los nombres, entonces emergentes, de Fayad Jamís, Roberto Fernández Retamar, o con posterioridad, de Raúl Hernández Novás. Sobre Fayad resulta significativo que en fecha tan temprana como 1952 Cintio comentará con certeza sobre él: “La angustia, los oscuros parlamentos de la soledad, se mezclan en su mundo a cierto sabor de interiores sombríos…”.[5] En el caso de la poética de Hernández Novás, quien le fuera cercano, descubre desde sus inicios sus valores en los tópicos más intensos. En su prólogo a Enigma de las aguas, se detiene en la “Oda a Camilo Torres”, donde el crítico, conocido católico muy interesado en las corrientes revolucionarias de la iglesia latinoamericana, nos da las claves de este texto emblemático:
Porque más allá de las dolencias del “alma trémula y sola”, atravesándola salvadoramente, hay una polémica profunda, hay una batalla de fondo en el seno mismo de las aguas del espíritu, que el poeta asume desde su dimensión más comunitaria y entrañable, sin renunciar a su lenguaje simbólico, en la “Oda a Camilo Torres”:
Ay, los que iban a ser reyes, esperan, esperan / a que llegue el mar coronado y sin heridas / nube tras nube, pronunciando una palabra ansiosa. / Pero los cuervos vigilan, y en sus alas / como un oscuro hombre, sepultan un velado paraíso. / Ay, el mar no ha de venir con un río sobre la tierra, sobre el corazón rendido y los olvidados, / sobre las bocas amargadas. / No sobre el que mató a un hermano y está en un trono. / El mar no ha de venir, caerán los tronos como aves / marchitas y serán sepultados / las manos de los hombres que llevaron una pregunta inútil / hasta el mar de palabras de esperanza y húmedos labios.[6]
A la hora de mencionar a los poetas críticos, uno de cuyos ejemplos universales es Baudelaire, quien definió claramente al poeta “como el maestro de la memoria”, como el depositario y continuador de la tradición, y también como el agente de su reescritura, encontramos importantes referentes en el contexto cubano. Recordemos a José Martí —ejemplo paradigmático entre nosotros de lo que se ha dado en llamar “la emoción crítica”—, y con él desde el siglo XIX, otros exponentes de esos poetas cuestionadores. Modelo canónico es Cintio Vitier, al que considero más cercano en lo conceptual al mexicano Octavio Paz, que al discurso metafórico de su buen amigo y maestro Lezama Lima, aunque la obra de ambos replica diferentes espacios comunicantes.
“(…) será siempre de obligada consulta como un referente capital del estudio de nuestra lírica, pues nos ayudó con estilo natural a desentrañar el acertijo del misterio identitario de la poética nacional”.
Cintio en Lo cubano en la poesía, libro, como es de todos conocido, capital para el estudio de nuestra cultura más allá de la literatura —o de lecturas con las que discrepamos—, sentenció: “¿Hay algo más cercano al Sistema que el Fragmento?”. Es decir, en términos del análisis valorativo, el “fragmento” como prefiguración del todo, del corpus total de la obra en espacio y tiempo. El fragmento como mirada proyectada hacia el conjunto, como núcleo de significación estética, ideológica y existencial, valoración donde coincide, una de muchas veces, con su entrañable Lezama, cuando este en sus diarios especula: “Nos falta un fragmento, una ‘cosa’, pero en ese fragmento y en esa cosa están todas las cosas esenciales, verídicas y eternas”.
En otra vertiente concomitante de su abarcadora obra, el argentino-mexicano Arnaldo Orfila —nombre ejemplar en el ámbito editorial latinoamericano— le publica en 1975 con el sello de Siglo XXI Ese sol del mundo moral, un alegato medular desde la tradición cubana y la ética martiana, que reivindica el ideario humanista de la Revolución cubana. Aunque ahora nos parezca increíble —Armando Hart lo consideró desde entonces uno de sus libros de cabecera—, durante más de una década, de manera obvia y tendenciosa, no estuvo concebido en ningún plan de publicaciones para nuestros lectores. No fue hasta 1986 al crearse, a propuesta de Lisandro Otero y Carlos Martí, por entonces directivos de la Uneac, un nuevo consejo asesor de Ediciones Unión con Ambrosio Fornet como presidente, que el propio Ambrosio presentó al flamante consejo la iniciativa de que su primer acuerdo fuera la publicación de ese esperado título. Pero entonces, por extraño fatalismo asociado a diversos avatares editoriales y poligráficos, incluyendo el llamado “período especial”, se demoró otros años hasta que viera la luz entre sus compatriotas en 1995 —20 años después de darse a conocer por primera vez—, lo que no invalidó para nada la importancia que con justicia mereció al circular finalmente en su ámbito natural. Y por singulares circunstancias coyunturales, alcanzó una renovada resonancia, justo en medio de la fuerte conmoción de la sociedad producto de la crisis que atravesaba el país.
En esa misma época, durante el Segundo Encuentro sobre la Nación y la Emigración, celebrado en La Habana en noviembre de 1995, Vitier —que ya 40 años antes, en Lo cubano en la poesía, había cavilado que “todo hombre es un esencial emigrado”–,[7] formuló un grupo de reflexiones, algunas de las cuales me gustaría compartir:
[…] cuando hablamos de identidad cultural no podemos referirnos a una invariabilidad ontológica, ni menos lógica, pues lo “cultural” se sitúa totalmente en el devenir, fuente de todos los cambios y contradicciones.
La identidad está más cerca de la utopía que de la consagración […]. Ese es el proyecto: una luz desconocida […]. Nos preguntamos si de los complejos fenómenos del exilio y de las emigraciones, que a veces diríanse más bien transplantes culturales, de la dolorosa partición de nuestra sociedad, de nuestras familias, no habría de resultar un nuevo crecimiento”.[8]
Identidad cultural no como conciencia monolítica, uniforme, sino como conciencia plural conformada por la diversidad ecuménica, reconociendo la amalgama de las diferencias. Donde en el tema que aborda, tan sensible para nuestra sociedad como es el relacionado con diálogo, cultura, diáspora, emigración, se registra en las dos mitades del cubano esa esencia de nuestros orígenes donde se reconoce el sincretismo espiritual del danzón y el caimito.
De Cintio Vitier pudiera repetirse lo mismo que este dijo sobre su admirado amigo Ernesto Cardenal, pues con igual integridad el cubano se propuso, “expresar el mundo circundante y ayudar a transformarlo o mejorarlo, a partir del lenguaje mismo de la realidad”.
Notas:
[1] Roberto Méndez. “De la extrañeza de lo sagrado: Vísperas” (La Letra del Escriba, no. 166), p. 15.
[2] Cintio Vitier. “Experiencia de la poesía. Notas” (en Obras. Poética, tomo uno, Editorial Letras Cubanas, 1997), p. 33.
[3] Cintio Vitier. “La luz del imposible” (en Obras. Poética, ob.cit.), p. 127.
[4] Norberto Codina. “El ensayo como envés de la poesía” (En Del fragmento como mirada, Ediciones Orto, 2013), p. 69.
[5] Cintio Vitier. “Fayad Jamís”, Revista Casa de las Américas, no. 172-173, p. 24.
[6] Cintio Vitier. “Prólogo” a Enigma de las aguas (Premio 13 de marzo, 1983), p. 6.
[7] Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1970, p. 206.
[8] Cintio Vitier: “La identidad como espiral”, en La Gaceta de Cuba, no. 1 de 1996, pp. 24-25.