Dayramir González: Un percusionista que toca el piano
Hay seres de luz que nacen con una agudeza innata para hacer y ser arte. Hay quienes crean magia sin ser magos y el hechizo se logra con notas, melodías y ritmos. Hay músicos por formación y otros por convicción, y también están ambos, que leen pentagramas con los ojos cerrados y que son capaces de maniobrar entre la música clásica o la más contemporánea con una facilidad inherente.
Dayramir González, sobre todas las cosas, es un hombre coherente. Hasta donde ha llegado ha sido gracias a su empeño y tenacidad. A los cinco años aprendió a tocar el piano y desde ese momento ha labrado su carrera con pasos seguros. Todo el tiempo ascendiendo, a veces más despacio, otras deprisa, pero siempre siendo consistente en ese sueño de trasmitir, con su propia voz y a través de música, sus vivencias y cubanía.
Se define como un músico apasionado, con mucho dinamismo a la hora de expresar sus ideas, tanto con el piano como cuando compone sus canciones. “Me encanta conectar con el público; cuando estoy en el escenario trato siempre que la pase bien”.
Desde el punto de vista sonoro, su forma de hacer se nutre de la música tradicional cubana, de la clásica europea, de la clásica cubana y de todo lo que ha bebido a través de las sonoridades afrocubanas. Todas esas raíces, mezclado con la experiencia de lo estudiado en Berklee Collage of Music de New York —donde obtuvo una beca—, y del jazz neoyorquino, otorgan a la ejecución del piano de Dayramir una sonoridad única.
“Se define como un músico apasionado, con mucho dinamismo a la hora de expresar sus ideas, tanto con el piano como cuando compone sus canciones”.
“Esa formación, mezclada con mi concepto de la música popular cubana que aprendí de Giraldo Piloto, donde todo gira alrededor del público, que hay que pensar en ese público todo el tiempo, es lo que yo defiendo en mi música. Hago historias, mantengo una conexión con el que me escucha. Es mi ángulo, es lo que aporto artísticamente hablando”, asegura el músico cubano en entrevista a La Jiribilla.
A Dayramir la música no le tocó las puertas por casualidad. En el ADN traía intrínseco eso de vivir para crear y ser útil mediante el arte. Su padre, tíos y hermanos son trompetistas, y el resto de la familia —aunque no eran músicos profesionales— siempre cantaban e irradiaban esa alegría maravillosa de expresar sentimientos a través de la música. Y aunque el sonido de la trompeta era lo más cotidiano en su hogar, no optó por este instrumento a la hora de elegir el propio.
“Crecí rodeado de trompetas, incluso la llegué a tocar un tiempo, pero el piano fue siempre ese instrumento de unidad, de necesidad armónica para acompañar a mi madre cuando cantaba sus boleros. También fue el más rápido y sencillo que tenía a la mano para poder expresar muchas de las cosas que escuchaba musical y armónicamente.
“De niño asistía a tertulias musicales y en el piano de su casa, con el dedo del medio, tocaba de oído las canciones que escuchaba en la radio”. Ese talento no se podía dejar pasar por alto y fue entonces cuando Marta Rosa Ponce de Leal lo preparó para que entrara en la escuela de música Paulita Concepción. A los siete años comenzó sus estudios de nivel elemental. Después, ingresó en la Escuela Nacional de Arte (ENA) y posteriormente en el Instituto Superior de Arte (ISA).
El piano pasó a ser de un medio a una forma de vida, además del traductor de las necesidades de expresión de Dayramir González, en una relación de amor-odio como él mismo asegura. Eso sí, siempre el amor prevalece.
“A través del piano he hecho mis mejores composiciones. Es esa gran orquesta que yo utilizo para ver muchos colores musicales y poder entonces reflejarlos en las partituras. Es una bendición tener el piano del lado de acá y que haya sido mi caballo de batalla”.
Precisamente, no hay momento más sublime para el artista que percutir sus cuerdas: “es como una luz que irradia mi ser el tener este instrumento con el cual comunico mis pensamientos, mi amor, mi frustración, mi soledad, mi libertad, mi querer, toda esa pasión que tengo por la vida. Los colores emocionales que uno puede sentir los hago a través del piano. Hemos pasado también por momentos de mucha gloria, otros de transición. Es mi forma de llegar al público y gritarle al mundo: ¡estoy aquí, escúchame!”.
Aún estaba en la ENA cuando Oscar Valdés le abrió las puertas al mundo profesional con Diákara. “Fue una tremenda escuela porque con él bebí de primera mano esa africanía de los tambores batá, de tocar los temas de Elegguá y otras deidades afrocubanas y, después, mezclar todo eso con el rock fusión, con el blues, con el chachachá, con el jazz latino. Marcó mi camino como compositor y arreglista”.
Después comenzó con Giraldo Piloto, a finales del 2004. “Teníamos una banda de estrellas en Klimax, y Piloto siempre supo manejar los egos, los tiempos para que nadie se sintiera dolido, pero cuando tenía que decirte las cosas de frente te las decía, siempre con una gran sonrisa. A él le tengo ese cariño maravilloso por haberme forjado también como líder, como hombre, de ver cómo manejar una banda de 16 músicos viajando en festivales, los ensayos, los pequeños detalles.
“Musicalmente ni se diga. Piloto es un tipo que ha querido salirse de la zona de confort y trabajar todo su potencial armónico y rítmico, y llevarlo a los metales; por ejemplo, ese contrapunto entre metales con el teclado haciendo las cuerdas, el tres con el piano haciendo los tumbaos y la percusión. Y el drums y esa forma de tocar muy específica”.
A la par de la experiencia también crecía esa necesidad de expresar con una banda propia sus inquietudes musicales, hasta que por fin tuvo la oportunidad. “Habana en Trance se hace oficial en el Teatro de Bellas Artes en La Habana, en un concierto maravilloso al que invité a Giraldo Piloto, Bobby Carcassés, Yandy Martínez, Harvis Cuní, Tommy Lowry, Michel Herrera, Elier Lazo y Edgar Martínez Ochoa”.
Si preguntas por qué el llamar a su agrupación así, Dayramir comenta: “Habana en Trance tenías dos dualidades: éramos los jóvenes habaneros, los jóvenes jazzistas cubanos que estábamos en trance para dejar de ser una promesa y convertirnos en la realidad. Además, en inglés en trance se refiere a la entrada al mundo”.
“A través del piano he hecho mis mejores composiciones”.
También en el 2005, el premio Jojazz lo introdujo en el mundo discográfico; tuvo la oportunidad de grabar su primer álbum Dayramir González y Habana en Trance bajo el sello Colibrí. “Grabamos en Abdala y pude plasmar toda esa música que había creado en la ENA en temas como ‘Invitación’, ‘Transición’, ‘Gozando’, ‘Complaciendo peticiones’, ‘San Francisco.com’”.
Después, en el 2008, comenzó en Alexander Abreu y Habana D’ Primera. Fueron tres años maravillosos —asegura el pianista—, en el que hicieron un par de giras por Europa. Ese primer disco, Haciendo historia, marcó una pauta en su carrera artística.
El jazz y la narrativa afrocubana en la música de Dayramir
Dayramir González es un fiel defensor del jazz y dentro de este género lo define un estilo peculiar, resultado también de su formación clásica.
“Estudiar a profundidad la música clásica me ayudó a tener una sensibilidad extra que otros jazzistas quizás no tienen. Es diferente a la hora de enfrentar el piano, los contrapuntos y las melodías. Beber de la música clásica cubana y europea por casi 20 años te aporta un sistema de contrapuntos que salen inherentes cuando tocas; así como te sale inconsciente el bajo de Alberti, de Mozart, del clasicismo, todo el lirismo de Debussy, el romanticismo y la fuerza histriónica que tiene Beethoven o la mano izquierda de Lecuona cuando hace el cinquillo cubano para preparar sus danzas y contradanzas”.
El pianista confiesa que en el mundo clásico siempre se sintió con un pequeño corsé: tenía que tocar la música de alguien más y ejecutarla de forma muy rígida. Con el jazz encontró una libertad armónica y de expresión diferente, donde, literalmente, cuando se sentía cansado tocaba menos notas, pero con su vasto conocimiento armónico podía lograr la misma dimensión de conexión que si tocaba muchísimas notas cuando se sentía lleno de energías. “El jazz me dio muchísimos colores desde el punto de vista armónico. Me aportó un pensamiento más modal y no tonal”.
Dayramir está consciente de que si se quiere ser líder musical —de una banda, de un proyecto o desde la composición— hay que saber qué aportas tú al mundo. “Entonces, me hice consciente que la música afrocubana, la santería y la rumba cubana, tenían mucha influencia en mí. Practico la religión yoruba desde que soy muy niño y toda esa fuerza africana a mi alrededor, de los tambores batá, siempre me salía muy natural a la hora de trabajar mis composiciones. Precisamente, uno de los ángulos que me hacía distinto a los otros músicos era el desarrollo y el control de este tipo de música”.
Bebió mucho de Irakere, de Chucho Valdés, de Oscar Valdés, de Jorge “El Niño” Alfonso y toda esa fuerza en la percusión. “Lo mismo con Gonzalo Rubalcaba; igual con pianistas como Tony Pérez. Ellos son como me siento yo: un percusionista que toca el piano y usa el jazz como forma de expresión de colores armónicos. Por supuesto, toqué mucho a Lecuona, a Caturla y a Cervantes; también aprendí de Benny Moré, Arsenio Rodríguez y, por consiguiente, del son, del changüí, de la rumba, del songo”.
¿Cuáles son sus paradigmas musicales y formas de hacer?
“Mi primera gran influencia fueron mi padre y mi tío Alberto González. Siempre quise ser como ellos. Forjaron mi carácter musical. Recuerdo que todo el tiempo de niño me ponían música en vivo. Estuvieron durante mis primeros pasos musicales y me han acompañado a través de mi carrera.
“En la música clásica mis paradigmas son Johann Sebastian Bach, Ludwig van Beethoven, Amadeus Mozart y Claudio Debussy. En la música clásica cubana, sin dudas, Ignacio Cervantes y Ernesto Lecuona. De la música popular bailable cubana, Benny Moré y Bola de Nieve con toda esa forma maravillosa de acompañarse él mismo al piano. En el jazz cubano tengo a Chucho Valdés como mi padre, mi mentor; Gonzalo Rubalcaba con todo ese dinamismo y fuerza que tenía al tocar y Tony Pérez.
“En la timba cubana me marcaron mucho los tumbaos del Chaca, el pianista que tocaba con Manolín, El médico de la Salsa; la fuerza de la Charanga Habanera, con Tirso Duarte en el piano; Pupy Pedroso con los tumbaos melódicos que tenía en Los Van Van y esa mezcla del son con el songo moderno.
“Del jazz americano bebí mucho de Keith Jarrett y de Chick Corea, que es muy cercano en mi pensamiento musical. Sigo también a Kenny Barron y a Brad Mehldau”.
¿Cuánto ha aportado a su carrera estudiar en New York?
“He tenido la oportunidad de nutrirme de primera mano de una ciudad que no duerme, que todo el tiempo está poniendo a prueba cuánto tú quieres tu carrera, cuán determinado tú estás en lograr ser un líder en esta ciudad tan competitiva.
“Estar en New York me ayudó a definirme mucho más en quién era musicalmente, quién era como compositor y qué ingredientes traía yo a la mesa para poder sentarme con esos grandes músicos en el panorama neoyorquino, que tienen una voz muy fuerte. Quería estar sentado en esa mesa para poder decir mi nombre y tener algo que mostrar.
“Estudiar a profundidad la música clásica me ayudó a tener una sensibilidad extra que otros jazzistas quizás no tienen”.
“Mi música clásica cubana, clásica europea, afrocubana y la forma de mis composiciones fue lo que me hizo distinto en New York. Esta es una ciudad que tiene mucho dinamismo y muchas culturas confluyendo a la vez. Es quizás la mayor urbe cosmopolita que existe en el mundo y hay tanta gente, con tantas ganas de comerse el mundo, y esa misma competencia te hace sacar lo mejor de ti. New York ha sido mi mayor escuela de vida en todo sentido”.
¿En qué momento cree que está su carrera?
“Sé que falta mucho. Tengo aún demasiados sueños por lograr. Pero, si miro hacia atrás, me siento orgulloso de lo que he logrado, porque he trabajado muy fuerte, con mucha pasión y voluntad.
“Siempre he sabido lo que quiero y eso me ha permitido traspasar todos los obstáculos sociales, culturales, monetarios, territoriales, políticos, todos estos escollos que pueden estar en el camino. Tengo esa hambre de imponerme a la vida, de sortear impedimentos y con determinación, amor y mucho convencimiento, mostrar y compartir con el mundo a Dayramir, mi historia, mis triunfos, mis frustraciones, mi música. Me siento bendecido”.
Muy buena la crónica que hace “lajiribilla”, sin dudas ha sido una de las síntesis de su vida artística que he leído
Bien escueta, concreta y profunda en todas sus dimensiones, lo que le permite al lector que conoce a Dayramir, verlo reflejado tal cual es y sumergirse nuevamente en ese camino, que sin dejar de ser un laberinto, siempre ha encontrado, por su naturaleza innata y sus deseos inquebrantables de triunfar, un camino feliz para llegar al sitio donde está y estará. Sin dudas es digno de admirar y seguirlo como paradigma de tenacidad, sacrificio y éxitos. Felicidades a este soñador y a Jiribilla por tan buen trabajo.