El concubinato entre un poderoso —poder que viene del capital— sector de la industria estadounidense del espectáculo orientada hacia los hispanoparlantes y la industria anticubana asentada en Florida, alcanzó un punto cenital en la edición de los premios Grammy Latinos 2021.
Lo que comenzó con la doble nominación —nada menos que como Canción del Año y Mejor Canción Urbana— de un producto diseñado especialmente para funcionar como la banda sonora del golpe blando urdido por autoridades y agencias federales estadounidenses contra el sistema, el gobierno y la abrumadora mayoría del pueblo de Cuba, terminó por venderse como la joya de la premiación en la MGM Grand Garden Arena en Las Vegas, no solo con los dos premios adjudicados, sino por la aureola que arropó la jugada.
La versión acústica del aludido tema fue privilegiada en la programación de lo que eufemísticamente se ha dado en llamar “la noche más importante de la música latina”, por encima de muchos otros exponentes.
Para que se tenga una idea de la manipulación del asunto, debe saberse que los Grammy Latinos se dan a conocer en dos tandas: en horas de la tarde se proclaman los ganadores en 45 de las 53 categorías convocadas, acontecimiento que solo transcurre en las plataformas digitales del evento desde otra locación en Las Vegas, pues la transmisión televisiva transnacional, la que cuenta con los patrocinios más jugosos, se reserva para la noche, donde se concentra lo más rentable.
En este último segmento, plagado de figuras mediáticas, unas de mayor altura que otras, pero todas uncidas por los oropeles de la fama, a los intérpretes del panfleto se les ha dado una inmerecida e injustificada jerarquía, solo explicable por los intereses extrartísticos en juego.
Estos intereses son reconocidos por medios de prensa no precisamente afiliados a causas progresistas. Un influyente diario catalán fue explícito al decir que “más allá de los motivos musicales, los Grammy Latinos han querido nominarla a dos premios”. Una radioemisora californiana, en su portal, comentó la pasada semana: “si la tribu urbana cubana no fuera portadora de un mensaje contra el gobierno de aquel país, difícilmente hubiera calificado para hacer frente a las producciones de otros representantes del género”.
“La canción de marras no fue, es, ni será himno de nada”.
Circo sin pan tarde y noche. De tarde, un individuo que se hace pasar por músico, a quien EE.UU. concedió visa urgente —no sé qué dirán los cientos de cubanos que aspiran a que se les entregue el permiso y tienen que viajar a terceros países a riesgo de perder tiempo y dinero—, que lo primero que hizo en tierra afín a su ideal anexionista fue abrazar al secretario general de la OEA Luis Almagro, y la esposa del cabecilla del colectivo, ciudadana española, armaron un lamentable espectáculo; ella, con lágrimas en los ojos, queriendo filtrar la telenovela de ser perseguida, hostigada y maltratada por el régimen a causa de su toma de partido por el cambio en Cuba. Nada más delirante por parte de alguien que hace rato no pisa tierra cubana. Nada más estólido por parte de alguien que imagina a las fuerzas cubanas del orden —y al pueblo mismo— operando a larga distancia, por control remoto, cual Big Brother planetario, a personas de tan baja estofa. Y luego eso de comparar a Dulce María Loynaz con Gloria Estefan y a esta con Celia Cruz… y compararse ella misma con las tres, es algo tan patético como risible.
En la noche, la suma de todos los disparates. ¿Kitsch la vestimenta del reguetonero en jefe con la bandera cubana? Sería faltar respeto al kitsch. En la jugada cantada se alinearon los desencuentros, la desmemoria, los oportunismos, la indecencia, la incultura… y la ceguera, puesto que las cosas se organizaron para celebrar tres días después el triunfo de una marcha que nunca existió.
Es hora de desinflar unos cuantos mitos. La canción de marras no fue, es, ni será himno de nada. No está en las calles ni en los barrios de la Isla. Ni siquiera, pese a la operación mediática de likes y visualizaciones estadísticamente inducidas, es la más popular entre los temas de la mayor parte de los cultores de la llamada música urbana en competencia.
La percepción que se tiene de sus creadores pasa por el travestismo político de sus más conspicuos elementos —un dúo que tuvo su momento de fama, un compositor de indudable talento que se dejó encandilar por las mieles del mercado— que se da la mano con la baja catadura moral de un par de reguetoneros de poca monta, uno de los cuales, para colmo, se desgañitó pidiendo fuego contra su pueblo y una invasión estadounidense contra Cuba.
Por si fuera poco no poseen ni la más mínima gota de originalidad, por no hablar de la comprensión del sentido histórico que encierra para varias generaciones haber defendido principios bajo la divisa de Patria o Muerte. El 23 de diciembre de 1999, en diálogo con un nutrido grupo de pioneros, Fidel Castro expresó textualmente: “Voy a usar hoy una frase, no definitiva, porque nosotros no debemos renunciar a la idea de Patria o Muerte, ni a la idea de Socialismo o Muerte, y voy a decir como dijo una joven diputada en la Asamblea Nacional: ¡Patria y Vida! ¡Vida para ustedes es la que queremos!”.
“La banda sonora de nuestro país se llena de tantas y tantas canciones de alto vuelo (…)”.
En esto estamos, multiplicando vida, renaciendo culturalmente ante la nueva normalidad que se nos presenta. La banda sonora de nuestro país se llena de tantas y tantas canciones de alto vuelo, de tanta hermosura para cantar y bailar, que no hay el menor resquicio para que la mediocridad nos quite el sueño.