I
El pasado miércoles 27 de octubre conocimos del fallecimiento de Fernando López Junqué, más conocido como Chinolope en el ámbito de la fotografía cubana del período revolucionario. Impuesto de la noticia, decidimos dejar unos días de por medio, para asumir la escritura del presente texto. ¿Las razones? Solo una: mi conocimiento de su persona y trabajo a partir de la escritura de mi tercera Antología visual, la cual se relacionaba con la vida y obra del escritor y amigo José Lezama Lima. En la citada Antología… la fotografía de Chinolope tuvo un lugar preferente, sobre todo, a partir del primer trienio de la década de los sesenta, cuando este da fe con la lente de la amistad que se estableció entre Lezama y ese otro grande de la literatura latinoamericana, que fuera —y es— el novelista argentino Julio Cortázar.
Chinolope dejó para la posteridad un legado invaluable sobre la génesis de esta relación amistosa entre dos grandes de nuestras letras.
La visita del autor de Rayuela a Cuba tuvo entonces dos motivos centrales: conocer en persona al “novelista poeta”, como él dio en llamar a Lezama, y el contexto sociocultural que empezaba a particularizar a la primera revolución socialista del hemisferio occidental. Amparado en el prestigio intelectual que ya tenía en el ámbito literario hispanoamericano, Cortázar tuvo la deferencia y nobleza —no muy habitual en el gremio— de hacerle justicia al origenista mayor y contribuir a promover su obra fuera de nuestras fronteras, en un momento en el que ya las transnacionales de la información empezaban a tender un velo desvirtuador en torno a los hechos más sobresalientes de la nueva realidad social, cultural y política del país. Sin obviar un contexto ideológico harto complejo al interior de la sociedad cubana, en el que la obra de los más destacados origenistasrecibió las más enconadas críticas de ciertos medios impresos especializados. Chinolope, sin embargo, estuvo a la altura del momento histórico, reconociendo en Lezama al literato que reclamaba el ensayo fotográfico que se propuso gestar, dejando para la posteridad un legado invaluable sobre la génesis de esta relación amistosa entre dos grandes de nuestras letras.
II
Entre 2008 y 2009, período de concepción y realización de mi Antología visual: José Lezama Lima en la plástica y la gráfica cubanas (Editorial Letras Cubanas, 2010), Chinolope y yo tuvimos varios encuentros, en los que el tema central fue su testimonio personal sobre el período a tratar en mi libro y, por extensión, la selección de las fotos que mejor ilustrarían su presencia en el mismo. Finalmente, consideré que una de las fotos que mejor refrendarían tal experiencia personal con mayor objetividad y entereza estético-comunicativa sería la que comentamos a continuación e ilustra el presente texto, donde Chinolope se autorretrata entre Cortázar y Lezama, todos apoltronados en sillas vienesas en torno a una mesa del restaurante El Patio, de la Habana Vieja, un mediodía de 1963. En la misma, la corpulencia de Lezama parece allegarse a la solvencia intelectual del argentino, de físico más espigado. Ambos se reconocen en lo que son; no tienen nada que esconderse entre sí. Chinolope, en el centro, arropado intelectualmente por ambos, tiene conciencia del momento que vive, de lo que para él representa y significa esta foto en el sosiego de un mediodía habanero, luego de un recorrido por callejuelas coloniales plagadas de baches e irregulares adoquines. Lezama ya lo reconoce en lo que es y será, su fotógrafo. Pero… ¡Y Cortázar!
Días antes, en Línea y Paseo, al dirigirse el argentino a un transeúnte, para indagar por una dirección, es Chinolope quien lo orienta. Días después, el azar concurrente lezamiano culminaría su obra…, al visitar el fotógrafo la casa de Trocadero, quien le abre la puerta es Cortázar; ambos, de manera espontánea, se abrazan. Lezama, sin salir de su asombro, pregunta: “¡¿De dónde se conocen?!”. Y el gran Julio Florencio le responde: “Sin la realidad lo fantástico no tendría sentido”.