Chico y la paternidad del jazz cubano
Se ha dicho, pero es menester insistir: si el jazz encontró asidero y despegue en la música cubana se debe en apreciable medida a la cosecha de Arturo O’Farrill, Chico, compositor, orquestador y arreglista, a quien debemos reverenciar en el centenario de su nacimiento en La Habana el 28 de octubre de 1921.
Bastaría con escuchar la monumental The Afro Cuban Jazz Suite, grabada el 21 de diciembre de 1950 en Nueva York, alentado por un productor que tuvo mucho que ver con su carrera hacia la medianía del siglo pasado, Norman Granz, y en la que figuran como solistas el enorme saxofonista Charlie Parker, su también notorio colega Flip Phillips, tenorista, y el maestro de la batería, Buddy Rich.
Para reverenciar a Arturo O’Farrill bastaría con escuchar la monumental The Afro Cuban Jazz Suite, grabada el 21 de diciembre de 1950 en Nueva York.
Estructural y dinámicamente sólida, pero sobre todo por la confluencia de los elementos más vitales de la música popular cubana con el mainstream jazzístico, la obra adquirió, ya desde sus recorridos iniciales, una dimensión fundacional, confirmada poco después con The Second Afro Cuban Jazz Suite (1952), en la cual Phillips brilla de nuevo.
Chico llegó al jazz en dos tiempos, con el sonido de las bandas al estilo estadounidense que se escuchaban en La Habana de su niñez y adolescencia, y luego al estudiar y tocar trompeta en una academia militar en Gainesville, Georgia, de la que salió convencido de que lo suyo era la música y no la abogacía, como deseaba su padre, descendiente de un comerciante irlandés que hizo fortuna con la infame trata de esclavos africanos y el comienzo del auge de la economía de plantación en torno al azúcar en el siglo XVIII.
Después de una estancia cubana, en la que estudió armonía y orquestación con el maestro Félix Guerrero y se empleó en las orquestas Bellamar, Lecuona Cuban Boys de Armando Oréfiche y Los Newyorkers, viajó de nuevo a Estados Unidos.
Nadie lo conocía por Chico; era Arturo, un trompetista cubano que sabía escribir buenos arreglos y maduraba sus propias composiciones en un momento –finales de los años 40- en que el bebop le tomaba la delantera al swing y Mario Bauzá, Machito y Chano Pozo recién abrían las compuertas para que la música cubana se insertara en el jazz.
Por su habilidad e ingenio para los arreglos, Benny Goodman, una luminaria en el panorama musical de la época, lo probó y quedó fichándolo. Fue quien le dio el sobrenombre de Chico, porque Arturo se le hacía difícil de pronunciar. En su trabajo para Goodman aún se recuerda la ejecución de Undercurrent Blue.
“No se trata de sonar como Glenn Miller con maracas, o Benny Goodman con tumbadoras. El jazz latino, el cubano, es mucho más profundo que eso”.
El afrocubanismo de las suites derivó hacia lo que comenzó a llamarse latin jazz y definitivamente jazz cubano, abonado por otras realizaciones de Chico en los años 50, como Manteca Suite, en cuya grabación intervinieron dos memorables percusionistas cubanos, Mongo Santamaría y Cándido Camero.
En 1956 otra vez está en su tierra natal. Así explicó la vuelta al origen: “Fue en parte como resultado de esos sentimientos de estupidez sentimental que afectan nuestras vidas de vez en cuando. También tuvo que ver con la aparición del rock and roll, personificado por Elvis Presley, que estaba recibiendo tanta atención en ese momento. Sentí que su éxito fue un insulto para tantos músicos de jazz no reconocidos. Entonces decidí volver a los foros de La Habana para alejarme de ese estado de cosas”. En la capital cubana asumió la producción y los arreglos de un disco que hizo historia: el primer larga duración del cuarteto Las D’ Aida. Confesó que el filin y la manera de sonear de las muchachas le impresionó favorablemente. De La Habana de 1958 saltó a México, donde residió hasta 1965.
“El afrocubanismo de las suites derivó hacia lo que comenzó a llamarse latin jazz y definitivamente jazz cubano, abonado por otras realizaciones de Chico en los años 50, como Manteca Suite”.
En el catálogo de Chico destacan asimismo The Aztec Suite, para el trompetista Art Farmer, y Six Jazz Moods, retomada más tarde en 1975 en un álbum que grabó con Machito y Gillespie.
Hacia el final de su vida marcó nuevos hitos con los álbumes producidos por Todd Barkan, para el sello Fantasy, Pure Emotion (1995) y Heart of a Legend (1999), nominados a los premios Grammy, y Carambola (2000), mientras se podía admirar su banda una vez a la semana en el centro Birdland, en Manhattan, formación en la que se dio el relevo natural mediante su hijo, Arturo, uno de los actuales pilares del diálogo entre las culturas musicales de Cuba y Estados Unidos.
Este cumplió con el deseo de su padre de reposar en suelo cubano, cuando 15 años después de fallecer en Nueva York el 27 de junio de 2001, trajo a la patria las cenizas del músico.
¿Qué pensó Chico del jazz cubano? “Es un matrimonio muy delicado. No se puede ir demasiado de una manera a otra. Tiene que ser una mezcla. Pero hay que tener cuidado con los estilos. No se trata de sonar como Glenn Miller con maracas, o Benny Goodman con tumbadoras. El jazz latino, el cubano, es mucho más profundo que eso”.