Sociología de Social

Roberto Méndez Martínez
15/1/2016

En enero de 1916 apareció el primer número de la revista Social. Su director Conrado W. Massaguer (Cárdenas, 1889- La Habana, 1965) era una figura singular dentro de la intelectualidad de la época. Publicista, ilustrador, caricaturista, era también una especie de dandy en la vida social habanera. Emparentado por matrimonio con la poderosa familia Menocal, gustaba de los tés bailables, los bailes de etiqueta y las temporadas en el Waldorf Astoria de New York, tanto como de las tertulias literarias y las funciones de ópera en el recién inaugurado Teatro Nacional. De ese modo, resultaba un hombre puente entre los círculos que regían la economía y la política cubanas y los jóvenes que pugnaban por traer una auténtica renovación al ambiente cultural de la Isla.

Aquel primer número apuntaba ya al perfil deseado para la publicación. Con evidente sarcasmo hacia la Revista Bimestre, órgano de la Sociedad Económica de Amigos del País, señalaba: “esta revista cubana, que no te atormentará con artículos de política de barrios, ni estadísticas criminales, ni crónicas de la Guerra Europea […] ni disertaciones sobre las campañas de Sanidad o la mortandad de los niños”. Justo en las antípodas de aquella, decidía dar la espalda a los más urgentes problemas del país y del mundo, para elegir como campo de acción, con aparente frivolidad, la vida de relación de la gran burguesía insular: “describir en sus páginas por medio del lápiz o de la lente fotográfica nuestros grandes eventos sociales, notas de arte, crónicas de modas, y todo lo que pueda demostrar al extranjero, que en Cuba distamos algo de ser lo que célebre mutilada, la sublime intérprete de “L’Aiglon” nos llamó hace algún tiempo”. Se refería al apelativo de “indios con levita” que Sarah Bernhardt había dedicado a los cubanos hacía varios lustros.

 Justo en las antípodas de aquella, decidía dar la espalda a los más urgentes problemas del país y del mundo, para elegir como campo de acción, con aparente frivolidad, la vida de relación de la gran burguesía insular.

No hay que olvidar que la publicación nacía durante el gobierno conservador de Mario García Menocal, mientras en Europa se desarrollaba la devastadora Primera Guerra Mundial. Los productores azucareros cubanos, en abierta alianza con los inversores norteamericanos, tienen ya los primeros atisbos de una prosperidad que en pocos años llegará a convertirse en la “danza de los millones”. Hacendados medios, colonos, ciertos sectores profesionales se benefician también con la bonanza y hay un ambiente que propicia la acelerada modernización en el país. La capital hasta hacía poco sumida en la modorra colonial conoce de un auge de construcciones, de importaciones de autos, fonógrafos y otros artículos para el confort doméstico. Se fundan sociedades y abren sus puertas nuevos lugares de diversión. Poseer abonos para las temporadas de ópera en el Nacional era tan elegante como reservar mesas en El Gato Negro.

Lo interesante es la ambivalencia de Massaguer quien a partir de 1918 confía a Emilio Roig de Leuchsenring la parte literaria del proyecto. Mientras él se coloca el chaqué para asistir a la boda elegante en la Parroquia del Vedado o al baile en el Havana Yatch Club, el joven historiador tiene las manos libres para encargar colaboraciones de peso a jóvenes de pensamiento radical como Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, José Z. Tallet y Regino Pedroso. Desde luego, hay en esta labor cierta estrategia de encubrimiento: ni adhesiones visibles a partidos cuyos nombres puedan desvelar a los lectores, ni denuncias incendiarias, ni pesadas estadísticas. Todo debe ser dicho del modo más elegante posible.

Esta dualidad puede explicar que a partir de 1923, tras la Protesta de los Trece, la revista sea uno de los órganos del Grupo Minorista. Por una década la publicación será una de las más ricas del continente americano. Abrirá sus páginas a colaboraciones lo mismo de Gabriela Mistral que de Vicente Blasco Ibáñez, en ella van de la mano Horacio Quiroga y Paul Valéry, Antonio Machado y Alfonso Reyes, Federico García Lorca y José Carlos Mariátegui.

Si repasamos, por ejemplo, las colaboraciones de Alejo Carpentier, se nos hace visible que el cronista y narrador procura educar al distinguido público en la estética de la vanguardia europea con artículos dedicados a León Bakst, Jean Cocteau, Arnold Schönberg o Igor Stravinski, pero esos textos está redactados de forma amable, llenos de anécdotas, a veces de cotilleos de salón, pero que ayudan al lector a familiarizarse con las figuras rectoras del arte en su tiempo. Paralelamente, entre 1926 y 1927, Alejo firma con el seudónimo de Jacqueline una sección llamada “S.M. la moda”.

 Por una década la publicación será una de las más ricas del continente americano. Abrirá sus páginas a colaboraciones lo mismo de Gabriela Mistral que de Vicente Blasco Ibáñez, en ella van de la mano Horacio Quiroga y Paul Valéry, Antonio Machado y Alfonso Reyes, Federico García Lorca y José Carlos Mariátegui.

No puede darse todo el crédito de la calidad de la revista a Roig. Massaguer logró avivar y actualizar una tradición que partía de nuestro siglo XIX: la revista de modas y acontecimientos sociales como vía para dar a conocer arte y literatura selectos, tenía como ejemplos la ya desaparecida La Habana Elegante y el todavía vivo El Fígaro en que él mismo había colaborado. De tal manera, era posible obtener un público solvente y estable, cautivo de aquellas páginas donde él mismo aparecía reflejado en los acontecimientos que consideraba más relevantes de su vida cotidiana y que podía permitirse una suscripción a una revista más costosa de lo habitual, con buen papel y excelentes ilustraciones, además de la siempre latente posibilidad de que algunos de esos lectores pudieran convertirse en mecenas de las exposiciones, puestas escénicas o publicaciones de los creadores que colaboraban en ella.

A Massaguer debemos la línea artística de Social. Él eligió para ella, en lo esencial, la novedad del art déco, que asociaba con la vida moderna, la ruptura con viejos prejuicios sociales, la aceptación de la cultura del confort procedente de EE.UU. y que barría con ciertos atavismos coloniales, resaltaba la elegancia de la alta sociedad cuyos capitales le permitirían mirar hacia las grandes capitales del mundo para imitar aquello que él les señalaba como deseable para Cuba. El dandy era también un asesor del gusto de los poderosos. Eso explica que desde las ilustraciones de los textos hasta los anuncios publicitarios, tuvieran una belleza que todavía nos impresiona.

Un detalle que no debe olvidarse es la amplia nómina de mujeres que colaboraron en la publicación. No se olvide que en las primeras décadas de la República, tal como estableció la Constitución de 1901, las féminas carecían de voto y por tanto no accedían a cargos públicos. Sin embargo ellas lograron irse abriendo camino en la vida social a través de la enseñanza y en otras profesiones como la medicina, el derecho y el periodismo. Un importante y reciente libro: Damas de Social de las investigadoras Nancy Alonso y Mirta Yáñez nos muestra cómo mujeres de las más diversas procedencias sociales y posiciones políticas y estéticas, colaboraron por décadas en la revista. Algunas llegaron a ser figuras con una obra propia inscrita en la cultura nacional como Aurelia Castillo, Carolina Poncet, María Muñoz de Quevedo, María Villar Buceta y Serafina Núñez, otras tuvieron una importancia histórica en la promoción de los derechos de su sexo en su tiempo como Mariblanca Sabas Alomá, Ofelia Rodríguez Acosta y María Collado. Pero aún las de nombres casi olvidados como Fanny Crespo o Leonor Barraqué, contribuyen a otorgar un sabor singular a Social, así hablen de modas, de educación física o escriban cuentos de sabor afrancesado, están favoreciendo la integración femenina en la modernización de la sociedad, lo que subrayan las ilustraciones de Massaguer con sus mujeres a la última moda que lo mismo hacen deportes al aire libre que conducen un automóvil.

A Massaguer debemos la línea artística de Social. Él eligió para ella, en lo esencial, la novedad del art déco, que asociaba con la vida moderna, la ruptura con viejos prejuicios sociales, la aceptación de la cultura del confort procedente de EE.UU. y que barría con ciertos atavismos coloniales.

La revista logró mantener su equilibro de calidad y novedad hasta 1933. En agosto de ese año apareció el último número de su primera época. La revolución antimachadista, aunque frustrada en sus empeños mayores, trajo importantes cambios en el equilibrio social, radicalizó a la intelectualidad y varios de los colaboradores afiliados al Partido Comunista se sentían ya distantes del lado más puramente artístico del Minorismo, otros creadores estaban dispersos por el mundo o se afiliaban a las nuevas agrupaciones políticas. La economía, marcada todavía por los efectos de la gran crisis internacional no estimulaba proyectos costosos.

Social no circuló en 1934 y cuando reapareció en septiembre del año siguiente, algo se había quebrado en su interior. Roig renunció muy pronto a la dirección literaria pues como apuntaba en carta abierta a Massaguer no estaba de acuerdo con el “nuevo carácter de la revista, exclusivamente de sociedad, elegancias y frivolidades”. La inestabilidad política en esos años y la violenta represión que Batista como jefe del ejército despliega contra comunistas y estudiantes no favorecen la libertad de prensa. El dandy quiso salvar su proyecto, pero solo pudo retener el lado más superficial de él, aún así la publicación apenas vio la luz un par de años más.

Dentro de la historia de las revistas en la Cuba de la primera mitad del siglo XX, esta es una de las más polifónicas y llenas de desafíos. Conservadora en algunas cosas y audaz en otras, plural en su pensamiento artístico, amable y a la vez provocadora, hay mucho que investigar en ella. Este primer centenario es una oportunidad especial para hacerlo.