Breve nota por Herejes
27/11/2017
Publicada gracias a Ediciones Unión en el 2014, la novela Herejes, de Leonardo Padura, el más difundido autor cubano desde hace varias décadas, ofrece, como ya es habitual en el estilo de este narrador, varias historias: una, que pertenece a tiempos remotos, y otra, pura y descarnadamente actual. Gracias al recurso de imbricar el pasado con el presente, y de llevarlo a cabo con la impactante prosa de Padura, el público lector aprende, descubre y se asombra al conocer intríngulis antiguas, (en Herejes la investigación llega hasta Polonia y el Reino de los Países Bajos de 1600) y, al mismo tiempo, se identifica, se reconoce en los pasajes que pertenecen a la Cuba contemporánea.
En esta novela, la herejía representa varios significados, o más bien uno solo, aplicable a las diferentes formas de insumisión que adoptan los personajes, cada quien en su circunstancia específica (siglos, países y contextos mediante). La antigüedad, centrada en el milenario conflicto entre askenazis y sefardíes, y los adversarios de ambos orígenes judaicos, (irresuelto hasta el presente), sirve de apoyatura no solo como ilustración del grado adonde suelen llegar fanatismos, ambiciones y crueldades de todo tipo, sino además, para conducir el hilo narrativo hasta el día de hoy.
No me detendré en la Historia Antigua de Herejes. La intención de esta nota es destacar la novedad que nos ofrece Padura, en cuanto a dos aspectos fundamentales, relacionados entre sí. Uno se basa en el estudio (una aproximación pisco sociológica de las tribus urbanas de Cuba, cuyo foco puntual de reunión-expresión fue durante varios años —hasta el languidecimiento actual—, la calle G o Avenida de los Presidentes, en El Vedado), y el otro punto es la libertad de elección, cuestión esta que determina, a la postre, las actitudes humanas de todas las épocas conocidas.
Con una mezcla de sentimientos encontrados (burla, curiosidad, desdén, y una mínima dosis de admiración), en la novela se traza el mapa de varias tribus urbanas, con particular énfasis en los llamados “Emos”. No es forzada la indagación, sino que se acopla a uno de los misterios que deben ser resueltos, en términos policiales: una joven perteneciente a “Emolandia” ha desaparecido. Ese sería el conflicto actual, que se añade a la búsqueda de un cuadro antiquísimo, robado en Cuba luego de triquiñuelas de diversa índole, con engaños y muertes que datan de siglos anteriores. El lector encontrará la conexión entre ambos secretos.
Sin abandonar el ritual que Mario Conde y sus socios(as) mantienen desde hace muchos años, en Herejes, se añaden dos facetas a los deliciosos diálogos que sostienen El Flaco Carlos, Candito El Rojo, El Conejo, Josefina, Yoyi El Palomo y el ex policía: Por primera vez ocurre un intento por formalizar el vínculo amoroso de Mario con Tamara, y un miembro del clan, desde Miami, envía noticias, encargos, y hasta se incorpora al jolgorio prematrimonial por vía telefónica. Padura ofrece sutilmente detalles puntuales de cada miembro de esta cofradía, por si acaso el lector ha olvidado algún detalle, o si se enfrenta por primera vez a tan peculiar secta.
Así, en el cambalache entre el pasado y el presente, entre orígenes de conflictos que apenas nos conciernen y el estropicio actual de un país al que, a pesar de todo, ni Conde ni sus congéneres pueden abandonar, transcurre Herejes, sin menospreciar la renovada tendencia a la iconoclastia. Justamente uno de los grandes atractivos de la novela: la inmersión en el mundo alucinante de los “emos”, aprehendido como necesidad de entendimiento, permite demostrar continuidad contestataria, como forma de evidenciar el anclaje típico de toda forma de rebeldía ante el poder, ante lo pre establecido, ante el dogma, en fin. El definitivo asunto de escoger (otro gran acierto de la novela), explica el afianzamiento en Cuba de ese personaje ya entrañable llamado Mario Conde, y de sus amigos de toda la vida. Mucho se ha especulado acerca de si Conde es o no el alter ego del novelista. Sea como fuere, esta frase final de Herejes aclara dudas, y con ella, (porque me encanta, lo confieso), cierro esta nota: “Solo vale la pena militar en la tribu que tú mismo has elegido libremente. […] Lo único que te queda, lo único que en realidad te pertenece es tu libertad de elección. Para pertenecer o dejar de pertenecer. Para creer o no creer. Incluso, para vivir o para morirte.”