Identidades, cultura y juventud en la construcción del país soñado
10/11/2017
En estos días, mientras chateaba en Facebook con un amigo que reside en Francia, poniéndonos al tanto de nuestras vidas, me contó como su hijo mayor había accedido en Cuba a una preciada carrera universitaria para, una vez graduado y especializado en un área de su interés, “ver cómo echa pa´ acá conmigo”. El intercambio electrónico con este amigo, responsable directo de la formación política de mi ya no tan cercana adolescencia, me hizo reflexionar sobre la lectura que hacía en ese momento de este libro que hoy presentamos: Identidad, cultura y juventud, coordinado por la Dra. Elaine Morales Chuco y publicado por el Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello.
Portada del libro
En esa línea ascendente en el tiempo que significa construir la vida, el ser humano se ve jalonado por un proceso lógico que incluye el estudio, el trabajo, la familia y los logros, antes de sentarse a hacer un balance integral cuando llega a la tercera edad. Precisamente, es la juventud la etapa donde debemos tomar la decisión de cómo vamos/queremos construir la vida.
El contexto socioeconómico actual –las realidades salariales, la vivienda, las escaseces, entre otras muchas cosas– hacen que cada día los jóvenes vean la emigración como una solución viable a su proyecto de vida.
Esa reflexión me lleva directamente a uno de los trabajos que considero medulares en este libro: “Proyectos futuros en jóvenes cubanos” de la Dra. Laura Domínguez, quien despliega un arsenal teórico-metodológico para entender el proyecto de vida de los jóvenes en Cuba y sus aspiraciones esenciales. Uno de los resultados primordiales de la investigación identifica los contenidos principales de proyectos futuros de los jóvenes cubanos y la “búsqueda de caminos que le permitan satisfacer sus necesidades materiales” [1]. Como bien señala este trabajo, “resulta imposible que el joven elabore un proyecto de vida sólido y realizable que comprometa todas las potencialidades reguladoras de su personalidad si no se apoya en lo que es y en lo que quiere ser, en la contradicción entre su yo real y su yo ideal, todo lo cual se encuentra matizado por su concepción del mundo y sus valores” [2].
Si tenemos en cuenta el último Censo de Población en Cuba, el 60 % de la población se encuentra hoy entre la mitad de la generación de la Revolución (comprendida entre 40 y 55 años), la generación del Período Especial (en la cual me encuentro, entre 24 y 39 años) y la ahora llamada generación de los Lineamientos (menores de 24 años). Este segmento esencial de la población cubana, a la par que tiene el reto histórico y social de construir el país y dar continuidad a la Revolución, está constantemente asediado por mensajes, símbolos y modos foráneos de construir la vida. Entender esta situación, buscar vías para sistematizar el estudio de los jóvenes, a los cuales van dirigidos fundamentalmente estos mensajes y símbolos, se hace hoy imprescindible si queremos trazar políticas públicas y culturales efectivas. Coincido con la coordinadora que este libro, resultado del taller “Identidad, cultura y juventud, Perspectivas analíticas y retos a la transformación social”, celebrado en La Habana en el 2014, constituye un paso en el impulso de la investigación del tema y en la creación de sinergias para elaborar propuestas y desarrollar iniciativas.
Otro aporte de esta selección es sistematizar el tema de las identidades, mostrar herramientas para su entendimiento. Como ha señalado el intelectual cubano y ministro de Cultura, Abel Prieto:
En el caso de la propaganda dirigida a los adolescentes [y jóvenes], se explota con especial intencionalidad la necesidad […] de reconocerse como miembro de un grupo y de sentirse aceptado por él. Esta influencia se refuerza hoy gracias a las redes sociales. Y ya sabemos el peso que tiene la “autoestima” y el que tiene la “tribu” —o el grupo— en una edad de tanta inseguridad, de tantos titubeos y perplejidades, como es la adolescencia [3].
En este sentido, trabajos como “Procesos de formación y transformación de identidades colectivas”, de la MSc. Martha Alejandro Delgado, e “Identidades sociales y jóvenes. Notas a tono de debate”, de la Dra. Daybel Pañellas, permiten seguir el pulso de la juventud cubana desde la educación popular y las pertenencias socioclasistas. Estos enfoques, vistos no ya desde la cultura como concepto de identidad nacional, sino también desde el trabajo puntual de las instituciones culturales y el papel rector de la política cultural, permitirían entender por qué ciertos jóvenes prefieren el espacio geográfico de G (por ejemplo) a las “Noches habaneras”; o por qué el malecón sigue siendo la preferencia económica y vital de un sector creciente de la juventud cubana. También sería muy interesante, a propósito de las zonas wifi y el acceso cada vez más estimado de los jóvenes, el estudio de cómo se construyen ciertas identidades grupales en las redes sociales (Facebook mediante, como plataforma más utilizada).
No por menos copioso, deja de ser uno de los trabajos más interesantes “De las identidades ‘soñadas’ a las identificaciones que no son. Una mirada a la identidad en las organizaciones juveniles cubanas”, provocador ensayo que nos propone el MSc. Fernando Luis Rojas López. El autor centra su análisis en las principales organizaciones juveniles cubanas: Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), Federación Estudiantil Universitaria (FEU), Brigada de instructores de Arte José Martí (BJM), Asociación Hermanos Saíz (AHS), Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ) y Movimiento Juvenil Martiano (MJM), para inmediatamente insertarnos en la problemática esencial de una articulada red que se “diluye en una dinámica verticalista que desde la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) reproduce patrones que homogenizan las otras organizaciones y las sitúan como subordinadas, en lugar de entidades de relación”[4]. Se cuestiona el peso de las relaciones de poder que llevan al ingreso a organizaciones sin que medien identificaciones, y formula una interrogante esencial: ¿puede existir militancia (membresía) sin identificación? [5]. Esto me lleva a extender el análisis a las restantes organizaciones políticas y de masas del país y superponer la propuesta que hace Fernando de “identidades soñadas” con la de “identidades por conveniencia”.
Resulta interesante que el investigador se detenga en el caso puntual de la AHS por la multiplicidad de experiencias que presenta la organización como actor de transformación cultural y porque considera positivo, para la identificación de su membresía, el hecho de que sus diversas secciones, agrupadas por manifestaciones artísticas diferentes, motive el vínculo creativo entre miembros de diversas esferas de la creación. Esto, según Fernando Luis, “se convierte en una fortaleza para emprender proyectos marcados por una visión amplia, integradora y compleja de la cultura” [6]. Me gustaría agregar, ya que se habla de la AHS, que mucho pudieran aportar y tributar investigaciones como estas, con una mirada teórica y metodológica, al funcionamiento de la sección de Crítica e Investigación y al sistema de becas y premios que cada año convoca la organización de los jóvenes artistas e intelectuales.
Para completar la visión cultural, este libro propone dos trabajos. El primero, “Tiempo libre y juventud. Apuntes para su comprensión en el contexto matancero”, presentado por un colectivo de autores del Grupo de Investigación y Desarrollo de la Dirección Provincial de Cultura de Matanzas, hace un estudio detallado de los gustos, preferencias y patrones de consumo de los jóvenes matanceros, con un diagnóstico sociocultural y el uso de gráficos que muestran los principales resultados. La profundidad de esta investigación permite trazar políticas culturales precisas, por lo que su significado mayor se encuentra en el seguimiento y la formulación de estrategias que la acompañen. Después de tener a mano estos llamativos resultados, ¿qué se impone?, ¿la centenaria estrategia del pan y circo o la formulación de acciones que vayan a la formación del gusto y a la modulación de los patrones de consumo y participación cultural?
El segundo, “Ver, oír, pensar… desde el consumo infantil de animados” de la Dra. Nilza González en colaboración con un grupo de estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, muestra la importancia de los llamados “muñequitos” en el consumo audiovisual infantil donde, lamentablemente, predominan los de factura extranjera (que, además, son los más televisados). El hecho de que Elpidio Valdés se encuentre entre los de mayor preferencia, me remitió a la anécdota que recientemente hacía la directora de los Estudios de Animación del ICAIC sobre las vicisitudes de su institución para lograr el merchandising de dibujos animados cubanos en los productos que ofertan las cadenas de tiendas. Una vez agotadas todas la negociaciones y de hacer oídos sordos a todas las propuestas, parece que finalmente un empresario chino, a través de las mismas cadenas de tiendas cubanas, hará realidad el sueño de que nuestros niños porten mochilas, gorras y pulóveres con la imagen de Elpidio Valdés y compañía. Decisión tardía que llega cuando ya nos han inundado los batmans, spidermans y sus batimóviles y batidisfraces.
La importancia de este libro no solo radica, sin embargo, en su arsenal teórico y metodológico, sino también en la multiplicidad de herramientas que facilita a la hora de formular políticas, modular discursos y encausar estrategias, iniciativas y propuestas viables. Sus resultados son un ejemplo de cuánto puede aportar la investigación sociocultural, a propósito de un reciente análisis que ponderaba su importancia y resultados para la cultura cubana.