En permanente estado de gracia
En los 35 de la Asociación Hermanos Saíz, la noble insistencia de Yasel Toledo me incita a buscar viejos textos en los que me he referido a mi amada organización, a falta de más tiempo para dedicarle nuevas palabras. Pero igual estas, de 20 y cinco años atrás, respectivamente, me resultan las mismas que, con ahínco, repetiría hoy.
Y las encuentro, como otras tantas veces, en ese vademécum que es La Jiribilla. Estas primeras las leí delante de Fidel durante el I Congreso de la AHS en 2001. Y las siguientes en la conversación que, al respecto, justamente, de mis años en vínculo con la asociación, sostuve con Ámbar Carralero por el entonces cumpleaños 30 de eterna “muchacha en flor”.
Muchacha en flor
La cultura cubana ha despedido el siglo asaeteada por nuevas exigencias, como resultado de una larga pelea de la intelectualidad artística por erigir el paradigma estético como eje del proyecto social cubano, al tiempo que la feroz batalla desatada en el mundo entre identidad y globalización, ha generado una inédita comprensión del papel y la función de tal paradigma dentro de la cultura, y de esta, como síntesis inigualable del ser nacional y universal.
Como hija de una tradición y de una generación que creyó siempre en la cenital importancia del vínculo entre arte y sociedad, ese papel social de la cultura, y en particular de la creación artística, ha sido la guía de la AHS a lo largo de quince años. Cuando muchos, en las dificilísimas circunstancias de los 90, se preocupaban por el ciclo creativo, esta organización se ocupaba, a pesar de su ya ontológica precariedad, de los circuitos de circulación y distribución de la obra de arte. Esa voluntad de expandir el radio de acción de lo artístico al interior de la sociedad cubana, conquistando diversos públicos a partir de la promoción de manifestaciones o experiencias preteridas por su carácter experimental o por su llegada tardía al nicho donde se funde la tradición, es el indiscutible aporte de la AHS al río fecundo de la cultura insular. Otras cosas se nos podrán negar, otras muchas criticar, pero no esa, que marca nuestro específico compromiso con la cultura y con Cuba. Hoy, que es día de recuento y futuridad, debemos afirmar por justicia, sin autosuficiencia, que aun desde la pobreza, para decirlo con Martí y Lezama, hemos sabido ser útiles e irradiantes, como lo fueron Sergio y Luis, y lo seguiremos siendo desde aquí, porque este lugar del mundo es el que nos da sentido.
Si se quiere un ejemplo, solo uno, de nuestra creación y de ese sentido, sin pretensiones musicológicas y sin desprecio hacia cualquier otra manifestación, escuchemos a Postrova interpretando “La bayamesa”. Deconstruyendo la melodía actualizan una canción profundamente íntima, revestida, sin embargo, de refulgentes resonancias cubanas, de esas que unen mujer y patria, redescubriéndonos que en el origen de la inigualable trova cubana está el mismo hombre que, en un acto único de justicia, amor e independencia, después de liberar a sus esclavos, se lanzó a la manigua el 10 de octubre de 1868, creando, en un terreno diferente pero igual de poesía, el primer día de esa patria. Así, tradición e innovación, pasado y futuro, nación y arte se acrisolan sin fricciones.
En ello andamos, cuando la injusticia de siglos se traduce hoy en un acto impensable, si no fuera porque lo habíamos visto antes engendrado, así sea de manera virtual, por la cultura que hoy es víctima real. Como inmenso performance, dos aviones cortan la estructura del símbolo del mundo: el dinero reflejado en el cristal. Se abre el tercer milenio, pero se renueva el viejo discurso de civilización versus barbarie, y para no desentonar las bombas del norte vuelven a caer sobre el sur, iniciando nuevos ciclos de venganza y de muerte.
Mientras tanto, nosotros, desde el entramado de la AHS, que más que organización es estado de gracia, muchacha en flor, repetimos con el poeta, con el trovador:
Nos estamos reponiendo de una guerra
Para empezar otra dura que acabará
Cuando seamos los dueños de la Tierra.
Leer el presente y actuar
Ámbar Carralero Díaz
A propósito del diálogo con los fundadores de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), resultaba imprescindible el encuentro con el teatrólogo Omar Valiño, director de la Casa Editorial Tablas-Alarcos y profesor del Instituto Superior de Arte. Valiño ha mantenido desde hace 30 años un vínculo constante con la Asociación (como le llamaron siempre los de su generación). A través de los distintos roles y tareas en que se ha desempeñado, Omar Valiño ha podido trazar un mapa preciso, con una visión comprometida, crítica y apasionada, posible solo para quien conoce la AHS desde sus primeros pasos; precisamente, porque ha aportado en la construcción de su camino. Sirvan estas notas para ver en la mirada de un crítico las luces que no deben perderse de vista en el presente y los ecos que, desde una generación, pueden actualizarse en las proyecciones del futuro.
“Tradición e innovación, pasado y futuro, nación y arte se acrisolan sin fricciones”.
¿En qué etapa de tu vida estabas cuando empezaste a pensar desde la Asociación Hermanos Saíz? ¿Qué primeros momentos recuerdas en tu diálogo junto a otros creadores jóvenes?
Estaba en un momento muy particular e interesante de mi vida, porque acababa de entrar al Instituto Superior de Arte (ISA) en septiembre de 1986 y la Asociación Hermanos Saíz se funda en octubre del mismo año. Recuerdo que Eloísa Carrera —que luego sería presidenta de la AHS— llega al ISA en ese momento constitucional y decreta que todos los estudiantes éramos miembros fundacionales de la Asociación por derecho propio. Yo me lo creí de tal manera que desde ese instante empecé a participar. Era un momento muy efervescente del ISA como epicentro de la cultura cubana, había muchas iniciativas extracurriculares y las canalizamos a través de la Asociación o del mismo ISA. Cumplo 30 años de entrar al Instituto y la AHS cumple 30 años de su fundación.
En 1988 voy como delegado de la Asociación a aquel célebre encuentro con Fidel en el Palacio de las Convenciones, y yo era uno de los más jóvenes que integraban aquella delegación. (Pausa) ¡Y hasta hablé! (risas).
¿En esos primeros años, cómo se soñaba la AHS? ¿Qué se quería de y para la Asociación?
La AHS fundacional tenía dos enormes ambiciones: resaltar, promocionar el trabajo de los jóvenes y hacer participar a los jóvenes del gran espacio de la cultura cubana.
Con los años supe bien lo que era la AHS y lo que queríamos con ella, creo que en ese momento no lo teníamos tan claro. La AHS fundacional tenía dos enormes ambiciones: resaltar, promocionar el trabajo de los jóvenes y hacer participar a los jóvenes del gran espacio de la cultura cubana. Esos fueron los dos grandes ejes de las conversaciones con Fidel en el año 1988. ¿Cómo participar a todos los niveles, cultural, social y políticamente? Cómo se daba a conocer la obra de todos aquellos jóvenes, no tanto para hacer más famosas a las personas que la hacían, sino para tener más terreno en el que esa obra pudiera verificarse como espacio de participación.
¿Cuáles fueron las necesidades que articularon y gestaron paulatinamente el sistema de Becas y Premios de la AHS?
Fui miembro de la Dirección Nacional de la AHS desde 1996 hasta 2006. En esos años la dirección fue más allá de diseñar ese sistema de becas, premios, concursos, la mayoría de los cuales pervive hasta hoy; sistema que, incluso, ha sido replicado posteriormente en otros espacios institucionales de la cultura. De tal manera que la Asociación fue creadora en esos años de todo un sistema institucional de participación de los jóvenes en la cultura. Me parece que eso es lo más importante. Las becas, premios y concursos se generaron desde pequeños núcleos colectivos donde sus integrantes sabían de su manifestación y del terreno que estaban ocupando, conocían lo que había en la Cuba muy difícil de aquellos años y lo que esos conglomerados de jóvenes necesitaban. La AHS fue amparo fundamental de mi generación. Carlos Celdrán con Argos Teatro, Rubén Darío Salazar con Teatro de las Estaciones, por citar algunos ejemplos, creadores que son considerados hoy de lo mejor dentro del panorama teatral cubano, estaban bastante desprotegidos en ese momento. En ese sentido, la AHS desempeñó un papel fundamental para la cultura y los creadores.
Cuéntame sobre tu experiencia en los años que estuviste en la Dirección Nacional.
Lo que me resulta más interesante es que fui miembro sin cargo durante esos 10 años. Participé en toda la vida orgánica de la Asociación, que era mucha, pero nunca tuve un cargo formal. Eso me permitió tener una enorme libertad para moverme por toda Cuba. Nosotros considerábamos que nos conocíamos el mapa cultural de esta Isla punto por punto en todos esos años, porque metíamos las narices en todas partes (risas).
Esa fue mi primera experiencia de dirección, en el sentido de compartir con un colectivo de gente muy inteligente y comprometida, un conjunto de tareas culturales, políticas, institucionales. En el año 2000, siendo miembro de la AHS aún, refundé Tablas-Alarcos; siempre digo que esa experiencia no sería lo que es hoy sin mi paso por la AHS.
Tal vez, lo más importante de todo es que dejó en mí un espíritu que no puedo definir con palabras. Mis compañeros de aquella época sienten lo mismo, y mucha gente que envejeció, sin querer salir de la AHS, lo que compartía era sobre todo ese espíritu. Una cierta capacidad de hacer cosas contra todas las banderas, de no tener nunca muchos recursos para hacerlo, de engarzar distintas fuerzas y apoyos para lograr algo, y a la vez, disfrutarlo. Ese es el espíritu que trato de definir y el que quiero conservar siempre.
Ahora que han pasado 30 años desde su fundación, que los sistemas de concursos tienen años de realizarse, que el catálogo de premios Calendario y de becas de creación Milanés es muy amplio, ¿qué espacio consideras que ocupa la AHS entre los creadores jóvenes?
Considero que las cosas han cambiado por dos razones. Creo que, ante todo, cambió el lugar que el país le reconoció a la AHS a nivel político, cultural e institucional. Eso les ha permitido formalizar muchos eventos, institucionalizarse en muchos aspectos, organizarse mejor. En segundo lugar, cambió mi mirada; aunque me mantengo cercano y activo, ya no tengo aquella edad y no participo del mismo modo del mapa equivalente de estos años. Creo que la Asociación sigue teniendo un peso grande en ese concepto cultural del país. Tal vez extrañe hacer al modo de hoy, con la gente de hoy y con los objetivos del presente, algunas acciones que podrían tocar fuerte la campana para hacer notar segmentos de creación, perspectivas de trabajo, nociones que han cambiado y que la Asociación pudiera aglutinar y dar a conocer frente a la cara cultural de la nación.
Video: Cortesía de la AHS
al sistema de becas, se ha ganado en estabilidad y sigue teniendo importancia para los jóvenes, aunque es una realidad diferente, porque otras instituciones, como te decía anteriormente, se apropiaron de un sistema similar para crear sus propios eventos y concursos. Es una realidad más compleja, en el sentido de que en el presente hay otras instituciones y formas de promoción del arte joven además de la AHS, por lo que los creadores jóvenes están menos desamparados que hace algunos años. Eso no es algo negativo, al contrario, es una pluralidad que el propio desarrollo impone y permite.
Desde su primera edición en el año 2004 hasta la fecha, formas parte del jurado que otorga el Premio de Actuación Adolfo Llauradó.
Me río de mí mismo y con los que me han acompañado en los distintos momentos y distintas direcciones de la AHS, preguntando si soy vitalicio (risas). Varias veces, precisamente para no ser vitalicio, he planteado que esa sea mi última vez (risas), pero me han dicho que me mantenga porque ven una representación de la continuidad en mí, creo que eso es producto no solo de mi papel como jurado, sino de todo el vínculo que te he contado antes.
¿Cómo ha sido esa responsabilidad de premiar a jóvenes actores y actrices dentro de un panorama teatral como el nuestro? ¿Cómo enfocar desde una perspectiva crítica espectáculos de todo el país para escoger a los premiados?
El Premio Adolfo Llauradó es muy hermoso. En primer lugar, porque lleva el nombre de esa figura de la cultura cubana, y en segundo, porque la viuda de ese gran actor lo propuso y lo motivó; fue como una especie de alma que marcó las pautas no escritas de lo que ella quería con ese estímulo. El premio surgió de las manos de la Uneac y de la AHS, y terminó donde debía, en la organización de los más jóvenes artistas, promotores e intelectuales. Es un concurso para los jóvenes actores y actrices en varias modalidades: teatro para adultos y para niños, televisión y cine. Es muy hermoso premiar a figuras jóvenes destacadas que, aunque cuenten con poca edad, ya tienen un dominio notable de la interpretación, en cualquiera de los géneros o medios en los que se desempeñan.
“La AHS fundacional tenía dos enormes ambiciones: resaltar, promocionar el trabajo de los jóvenes y hacer participar a los jóvenes del gran espacio de la cultura cubana”.
A lo largo de todos estos años, han existido momentos muy claros, donde los premios son indiscutibles; en otras ediciones han sido más debatidos. Siempre es difícil para un jurado ponerse de acuerdo; somos cinco personas con formaciones distintas, orientadas hacia el teatro en la mayoría de los casos, pero con perfiles diferentes. Sin embargo, si revisamos la gran lista de premiados, confirmamos que el catálogo de actores y actrices galardonados han seguido una trayectoria destacada; es decir, que su desempeño brillante y reconocido no fue circunstancial. Las premiaciones siempre son muy emotivas, porque el Premio Adolfo Llauradó abarca un amplio espectro que no es solo capitalino, tiene un carácter nacional, por lo que también resultan premiados jóvenes de distintas provincias de nuestro país; y reconoce a intérpretes que trabajan en zonas menos visibles, como el teatro para niños, junto a actores de los medios que son más conocidos.
Dentro de los diferentes miembros que han formado parte del jurado hay un inmenso catálogo de actores y destacados artistas e intelectuales de nuestra cultura.
Sí, entre ellos se destacan Abelardo Estorino, Luciano Castillo, Roberto Gacio, Deysi Sánchez, Osvaldo Cano, Alina Rodríguez, Mirtha Ibarra, Abel González Melo, Ysmercys Salomón, etc. Un grupo grande de personas atentas a la creación más joven de nuestro país, dirigiendo su mirada a algo tan decisivo en el arte dramático como lo es la actuación, en cualquiera de sus soportes o modalidades.
A veces la consigna que asegura a la AHS como “la vanguardia del arte joven”, a fuerza de repetirse y hacerse cotidiana, puede perder su sentido esencial y su aplicación consciente en el terreno de lo concreto. ¿Qué luces crees que no debe perder la Asociación para seguir al lado de los jóvenes y de la vanguardia?
Creo que en la AHS siempre habrá segmentos de vanguardia, porque es consustancial a la juventud, que es el período etario que tiene la organización. Ese período de creación debe ser experimental, el momento de aprender nuevas nociones, de forma que esa afirmación siempre será cierta. Esto no quiere decir que toda la vanguardia estará dentro de la AHS, menos hoy que los espacios se han multiplicado tanto y hay vanguardia en muchos nichos. El día que alguien note que eso no está, deberá ser una preocupación clave de sus miembros y de su directiva.
Es necesario que en la AHS se discuta el presente desde el nivel estético, de ideas, organizativo, estratégico, para pensar un espacio cultural, político, artístico, y fomentar la posibilidad de pensar en plural, en colectividad, para que la gente no se reconozca solo desde lo individual, sino como parte de un proceso mayor, de una familia más grande. Esa siempre fue una preocupación de la AHS en el terreno estético y político: reconocerse como parte de un país en un determinado momento. Es importante que la Asociación no pierda la capacidad de leer su tiempo y saber qué hacer en cada momento.